jueves, 7 de diciembre de 2023

Entrevista a Aznar en El Mundo de ayer

Cuestionar la Constitución es cuestionar la convivencia democrática y libre.

De lo que se deriva que, según Aznar, no hay otra forma de convivencia democrática y libre que no sea la de la Constitución. Es decir, si cuestiono, por ejemplo, que la forma del Estado sea la Monarquía y propugno una República estoy cuestionando la convivencia democrática y libre. Y así podríamos seguir hasta el infinito …

(La Constitución) Lleva tiempo en peligro, desde que el PSOE mutó su posición y cambió de sujeto constituyente, con los pactos del Tinell (2003).

El Pacto del Tinell fue suscrito entre el PSC (Maragall), ERC (Carod-Rovira) e Iniciativa per Catalunya Verds (Joan Saura) para formar el denostado (por el PP) tripartito que gobernó en la Generalitat de 2003 a 2006. El pacto comprendía el establecimiento de un nuevo marco legal donde se reconozca y se desarrolle el carácter plurinacional, pluricultural y plurilingüístico del Estado. ¿Eso equivale a “cambiar de sujeto constituyente”? Una exageración, por supuesto. El pacto del Tinell tan solo suponía crear el marco legal para reconocer y desarrollar el carácter plurinacional del Estado. Si ese marco era incompatible con la Constitución, implicaría modificarla (lo que, por cierto, ni siquiera se intentó). Pero propugnar la reforma constitucional no es en absoluto cambiar de sujeto constituyente; siempre el sujeto sería el conjunto del pueblo español, tanto indirectamente (a través de sus representantes) como directamente (mediante el preceptivo referéndum).

Recordemos que los catalanistas reclamaban que se reconociera el carácter plurinacional de España desde siempre (ahora ya no, ahora son independentistas). El PSOE, por su parte, ha defendido desde su origen una organización federal del Estado y, al menos desde el 28 Congreso en 1979, reconoce “la realidad plurinacional y plural del Estado español”. Bien es verdad que a este respecto el partido ha mantenido una calculada ambigüedad durante el periodo democrático hasta que en el Congreso de 2017 (ya con Pedro Sánchez) se aprobó promover una reforma constitucional que “perfeccione el reconocimiento del carácter plurinacional del Estado”. No me parece que haya ninguna conspiración secreta. Tampoco creo que reconocer el carácter plurinacional del Estado sea “romper España”.

Ahora lo que se ha abierto es un proceso de deconstrucción constitucional, de desconstitucionalización de España. Y eso es mucho más grave. … Se está haciendo una política justamente para acabar con la Constitución, para sustituir la Constitución.

Hay algo que debe quedar muy claro: cualquier iniciativa del Ejecutivo ha de estar dentro del marco constitucional. Acabar con la Constitución (o mejor, degradar el sistema democrático y el Estado de Derecho) es actuar incumpliéndola y sin que ese incumplimiento se corrija. Ahora bien, no es acabar con la Constitución propiciar su reforma para que, por ejemplo, España sea un estado plurinacional. Siempre, claro, que dicha reforma se haga mediante las propias reglas constitucionales.

Si vamos hacia una España plurinacional, será porque la Constitución ya no existe.

No, será porque la Constitución se ha reformado (lo cual parece muy difícil a corto plazo).

Una España plurinacional sólo se puede organizar en una confederación de republiquitas. Sería absurdo y llevaría otra vez al país a la confrontación.

La única forma de organizar un estado plurinacional no es la confederación, también podría ser una federación. En todo caso, despreciar otras formas de Estado distintas de la unitaria (que, en realidad, no es la que le corresponde a España con la actual Constitución) me parece una estupidez. ¿Suiza (confederación) es absurda? ¿Alemania o Estados Unidos (federaciones) son absurdos?

En cuanto a la confrontación, si se refiere a la Guerra Civil, las tensiones nacionalistas o separatistas no estuvieron entre sus causas relevantes. Si, por el contrario, miramos hacia atrás, los conflictos armados de los catalanes con intenciones separatistas a partir de los Austrias siempre derivaron de pretensiones unificadoras del Estado.

La preservación histórica de la nación española es fundamental, y por eso la política que se debería practicar en España tiene que estar basada y centrada en la recuperación de la nación …

Asume Aznar que existe un algo histórico que es la nación española. Sin duda, un algo llamado España existe desde los romanos (incluyendo a Portugal, por cierto). Que ese algo sea una nación es ya mucho más discutible en términos históricos. Menos lo es que ese algo es desde hace bastante tiempo un Estado, entendiendo este término como sinónimo de unidad política: incipiente durante los Austrias (XVI-XVII) y conformándose durante el XVIII, para consolidarse a partir del XIX sostenido sobre la engañosa equivalencia entre Estado y Nación. Pero esa equivalencia lleva 200 años siendo conflictiva.

“Recuperar la nación” implica para Aznar (y para el PP) que solo hay una nación (la española). Al final es una cuestión semántica. Por ejemplo, en el XVI la palabra nación se entendía referida a la patria chica, la comarca en la que se había nacido. A mí siempre me ha gustado la definición de Renan, que hace hincapié en la voluntad de los ciudadanos de constituir una comunidad política. Lo cierto es que en España hay varios sentimientos de pertenencia nacional, no necesariamente excluyentes. Que llamemos a Cataluña nación no implica que España deje de serlo. En todo caso, es probable que, en términos históricos, estemos asistiendo al fin de la ideología de los estados-nación.

Tampoco cabe la amnistía. Pero si se empieza a decir que la Constitución dice lo que no dice, puede pasar cualquier cosa. El Tribunal Constitucional no tiene derecho a erigirse en poder constituyente y hacer decir a la Constitución lo que la Constitución no dice. La Constitución se aprobó rechazando la amnistía. El Constitucional tiene que medir muy bien, y estoy seguro de que lo hará. También puede guardar el tema en un cajón… (Si hay una sentencia favorable a la constitucionalidad de la amnistía) se habrá liquidado de facto la Constitución.

Aznar da lecciones al Tribunal Constitucional. No es verdad que la Constitución se aprobara rechazando la amnistía. Lo que se rechazó (primero en la ponencia y luego en el debate de enmiendas) fue incluir la figura de la amnistía en la Constitución; es decir, ni regularla ni prohibirla. No hay ningún pronunciamiento durante la elaboración de la Constitución en el sentido de que la figura de la amnistía quede fuera del ordenamiento jurídico español. No voy a entrar en el debate sobre la constitucionalidad de la amnistía (de esta o de cualquier otra); basta repasar todo lo que se ha escrito durante los últimos meses (incluyendo la exposición de motivos bastante exhaustiva de la proposición de Ley) para concluir que no es en absoluto evidente que la amnistía es inconstitucional.

Pero lo que me parece más grave es la deslegitimación que hace el expresidente del Tribunal Constitucional si su futura sentencia es favorable a la constitucionalidad de la amnistía. ¿No es esta declaración una descarada injerencia en el Poder Judicial? Nos guste o no, el único autorizado para resolver sobre la constitucionalidad de la amnistía es el TC. Podremos no estar de acuerdo con su fallo, pero será el que valga. En todo caso, es recomendable que, antes de formarnos opinión, leamos la futura sentencia porque, a lo mejor, los argumentos de los altos magistrados nos convencen. Pero me temo que es pedir demasiado. Entre tanto, gente como Aznar contribuye a exacerbar los ánimos, a llevar el país a la confrontación.

sábado, 30 de septiembre de 2023

¿Es constitucional un referéndum de autodeterminación en Cataluña?


 
En su discurso durante el debate de investidura del pasado miércoles 26, Miriam Nogueras, portavoz de Junts, afirmó que no hay impedimentos en la Constitución para la celebración de un referéndum de autodeterminación de Cataluña, acordado y organizado con el Estado, apoyándose en lo establecido en el artículo 92 de la Carta Magna. Dicho artículo reza que “las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos”. En mi modesta opinión, de ese texto no cabe deducir con tanta seguridad como hacen los independentistas el amparo constitucional del referéndum que pretenden. 
 
La primera objeción que se me ocurre es que en el referéndum se consulta a la ciudadanía una decisión política de especial trascendencia. No discuto, por obvio, que lo que quieren consultar los independentistas es de especial trascendencia. Ahora bien, ¿cuál es la decisión política que quiere consultar? Ciertamente, esa decisión (o “predecisión”, toda vez que no se puede asumir como decidida hasta conocer el resultado de la consulta) debe estar dentro de los límites de la Constitución. No puede, por ejemplo, someterse a referéndum la legalización de la esclavitud. La pregunta que se hizo el 1 de octubre de 2017 –“¿Quiere que Cataluña sea un estado independiente en forma de república?”– presupone que la decisión que se consulta es la de constituir Cataluña como república independiente, separada del Estado español. Creo que no hay ninguna duda de que tal “decisión” es inconstitucional porque contradice frontalmente el artículo 2: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles …”. 
 
Por tanto, no cabe un referéndum en el que se consulte a la ciudadanía sobre la independencia de Cataluña, ya que esta “predecisión” es inconstitucional. Esto, que estoy seguro de que lo saben perfectamente los dirigentes independentistas, debería estar claro para todos sus seguidores a los que mienten. La independencia de Cataluña, para acordarse en nuestro marco constitucional, pasa necesariamente por la reforma de la Carta Magna, lo que algún dirigente de Junts y de Esquerra han negado, demostrando, a mi juicio, irresponsabilidad y voluntad de engaño. Muy distinto sería que se sometiera a consulta algo así como ¿quiere que se inicie la reforma de la Constitución para reconocer el derecho de Cataluña a decidir sobre su independencia? A mi modo de ver, un referéndum con esa pregunta no sería inconstitucional porque la Constitución prevé su propia reforma. Ahora bien, me temo que los independentistas no estarían dispuestos a aceptar ese enunciado pues implicaría admitir que sus machaconamente repetidas afirmaciones no encajan en el actual marco constitucional. 
 
La segunda objeción que cabe hacer a la optimista interpretación se la señora Nogueras sobre el artículo 92 es que el referéndum es una consulta “a todos los ciudadanos”. Para que sea constitucional, la consulta debe hacerse a todos los españoles, no solo a los catalanes. Esta conclusión no solo es literal, sino que obedece a la lógica más elemental: si la decisión es de especial trascendencia para todos los españoles (y la eventual independencia de Cataluña sin duda lo es), todos ellos tienen el derecho de ser consultados. Naturalmente, Junts y Esquerra solo admitirían un referéndum circunscrito al censo catalán, lo cual lo convertiría claramente en inconstitucional en base al artículo 92 en el que se apoya Nogueras. Pero, en realidad, lo saben de sobra. Recuérdese que la base argumental del independentismo es la supuesta prevalencia del supuesto derecho de autodeterminación de los pueblos (aplicado a Cataluña), reconocido en tratados internacionales firmados por España, sobre la Constitución. Así han vuelto a dejarlo claro en la reciente propuesta aprobada por el parlamento catalán este jueves 28: “(el parlamento) se reafirma en la defensa del ejercicio del derecho a la autodeterminación, es decir, que Cataluña pueda decidir su futuro colectivo a través de un Referéndum”. Por cierto, sobre el presunto derecho de autodeterminación ya he escrito bastante en este blog (y volveré a hacerlo); basta escribir la palabra en el buscador para encontrar viejos posts al respecto. 
 
Vayamos ahora a la actualidad política española. La citada resolución del Parlamento catalán por la que se aprueba la propuesta transaccional de Junts y Esquerra pronunciándose “a favor de que las fuerzas políticas catalanas con representación en las Cortes españolas no apoyen la investidura de un futuro gobierno español que no se comprometa a trabajar para hacer efectivas las condiciones para la celebración del referéndum”, conduce necesariamente a la repetición electoral. Porque Pedro Sánchez no puede comprometerse a celebrar el referéndum que reclaman los independentistas, ya que se estaría comprometiendo a hacer algo inconstitucional. La cuestión, claro, radica en lo que entendamos (o, mejor, entiendan ellos) por compromiso. Si se trata de una vaga declaración de intenciones sin ninguna concreción (que es lo que ha venido haciendo el PSOE sobre este asunto), vale. Pero si Junts y Esquerra exigen un acto con capacidad vinculante sobre las instituciones (que es lo que yo haría en su caso), el mismo sería, con absoluta certeza, declarado inconstitucional. Lo cual, dicho sea de paso, no me parecería nada mal: despejaría el tablero de juego de engaños y falsedades. 
 
Pero no me creo que eso vaya a ocurrir. No le conviene en absoluto al PSOE y mucho menos aún a los independentistas. De modo que mi pronóstico a corto plazo es que o Esquerra y Junts abandonan la exigencia del referéndum como condición para votar a Pedro Sánchez (encontrando alguna forma de salvar la cara) o tendremos nuevas elecciones en vísperas de Navidad. En esta más que probable opción, Sánchez logra uno de sus objetivos cuando convocó las pasadas generales: aguantar como presidente del Consejo de la Unión Europea hasta el final del mandato. Y ya veremos cuáles serán los resultados de unos nuevos comicios y cuánto rentabilizará el PSOE el no haber cedido a las pretensiones de los independentistas de romper España, en contra de lo que no cesan de asegurar el PP y VOX.

domingo, 24 de septiembre de 2023

La maleta con ruedas

Los cambios los asumimos con normalidad; pasa el tiempo y nos olvidamos de cómo era antes. Hace seis años y medio, en una visita que le hicimos Luisa y yo, mi madre me regaló la primera maleta que tuve: rígida y de color crema, de cincuenta por cuarenta. Debió ser allá por el verano del 71 cuando, con mi hermana, fuimos a pasar un par de semanas de vacaciones a Playa de Aro, donde nos acogieron unos amigos de mis padres (también fue entonces la primera vez que volé). La maleta, incluso vacía, es pesada y, desde luego, no tiene ruedas. Y fue al volver a verla, casi medio siglo después, que me sorprendí de que algo tan sencillo, tan evidente, como ponerle ruedas a una maleta hubiera sido un invento tan tardío. Es más, me pregunté –y pregunté a mi madre y a Luisa– si recordaban cuándo empezaron a venderse las maletas con ruedas. Ni yo ni ellas supimos contestar. Luego, cuando surgía la ocasión, lo he vuelto a plantear y nunca he obtenido respuesta. Sí, todos (los que tienen edad suficiente) se acordaban de cargar pesadas maletas en las estaciones de tren y aeropuertos, pero ninguno guardaba en la memoria en qué momento adquirió una con ruedas. Como si ese cambio apenas hubiera alterado la percepción de nuestra cotidianeidad. Pareciera que las maletas, todas las maletas, tienen ruedas desde siempre. 
 
Pues bien, estos días me he puesto a investigar un poquito en la red y –por fin– me enteró suficientemente de la historia de las maletas rodantes. “Oficialmente” se considera que el inventor fue un estadounidense llamado Bernard D. Sadow. Según contó él mismo en 2010, el chispazo le vino volviendo con su mujer de unas vacaciones en Aruba en 1970 cuando, mientras cargaba dos pesadas maletas, vio en el aeropuerto un operario con un carrito en el que transportaba varios bultos. Sadow, que por entonces tenía cuarenta y cinco años, era vicepresidente de una empresa de Massachusetts dedicada precisamente a artículos de viaje. Imagino que en el taxi le iría dando vueltas a la idea y nada más llegar a caso desmontó el juego de ruedas de un baúl y se lo implantó a una maleta; luego le añadió una correa de cuero y acabado el invento. 
 
El hombre estaba entusiasmado, tal vez pensara que había logrado el pelotazo de su vida. Empezó a ofrecer su invento a varios comercios del ramo pero, para su sorpresa, no interesaba. Parece que en esos tiempos se sobreentendía que una maleta con ruedas solo la usarían mujeres; que un hombre arrastrara una mostraría debilidad, cuestionaría su preciada virilidad. Y tampoco estaría bien visto que una mujer la usara porque sugeriría poca caballerosidad del marido (naturalmente, ni se concebía que las mujeres viajaran solas). Katrine Marçal, una escritora sueca, sostiene en un libro reciente que este invento, como muchos otros, tardó en afianzarse precisamente por la omnipresente cultura patriarcal de la época. No obstante, eran los años setenta y algo estaba cambiando. Sadow finalmente se entrevistó con Jerry Levy, el vicepresidente de Macy’s (los populares grandes almacenes neoyorkinos) y este hombre, seguramente más abierto de mente que el resto de sus colegas, quedó impresionado. Así, en octubre del setenta, Macy’s puso a la venta el primer modelo de maletas con ruedas. El anuncio publicitario de esas primeras maletas es una muestra evidente de que se trataba de un producto dirigido al público femenino; hoy en día sería inconcebible. 
 
Sin embargo, pese que apareció en el mercado norteamericano en esa fecha, no llegó a popularizarse. De hecho, durante la segunda mitad de los setenta, periodo en el que hice unos cuantos viajes trasatlánticos, no recuerdo en absoluto haber visto en los aeropuertos a nadie con maletas rodantes y estoy seguro de que me hubiera llamado la atención; diría incluso que tampoco hasta bien avanzada la siguiente década. Parece que el éxito definitivo de las maletas rodantes se debe a un piloto de la Northwest Airlines llamado Robert Plath (no creo que tuviera parentesco con la poeta Sylvia Plath). Por lo visto, el hombre estaba harto de las largas y frecuentes caminatas aeroportuarias a que están obligados los tripulantes de los aviones y pensó que sería una buena idea poner dos ruedas a sus maletas y además un mango extensible para arrastrarlas (bastante más práctico que la correa de Sadow). El “invento” estaba dirigido hacia sus colegas y, enseguida empezaron a verse por los aeropuertos estadounidenses pilotos y azafatas llevando sus maletas de cabina rodantes. Pronto Bob Plath se dio cuenta de que sus maletas llamaban la atención (y el deseo) de los viajeros y se animó a crear su propia empresa para comercializarlas, Travelpro que, fundada en 1987 todavía continúa vendiendo maletas. Calculo pues que entre los últimos ochenta y hasta la primera mitad de los noventa transcurrió el que podíamos llamar periodo de transición, durante el cual coexistirían maletas con y sin ruedas. Ya en el actual siglo las maletas sin ruedas pueden considerarse una especie extinguida.
 
Asombra desde luego que lo que parece una obviedad –poner ruedas a las maletas para facilitar su desplazamiento– se haya popularizado tan recientemente (en el último cuarto de siglo). Cuando las maletas carecían de ruedas, recuérdese, existían empleados –en los hoteles, las estaciones, los aeropuertos– cuyo trabajo consistía en llevar el equipaje de los clientes, bien con sus brazos o recurriendo a carritos manuales o con motor provistos evidentemente de ruedas. De modo que la posibilidad siempre estuvo presente y, como ya he contado, así se iluminó Sadow. Lo cierto es que antes que él hubo unos cuantos más que patentaron maletas con ruedas sin que sus inventos llegaran siquiera a comercializarse. La primera patente norteamericana que encuentro de una maleta con ruedas es de 1922, registrada a nombre de Theophilus Hokkanen. Casi nada he logrado averiguar sobre este hombre que, de origen finlandés como deja claro su apellido, pero parece que residía en Brooklyn. En Geni (una web de genealogías), encuentro a un Teophilus Hokkanen que se casó con Johanna Kangas (1894-1947) y con la que tuvo un hijo, también llamado Teophilus, que nació en Pittsburgh en 1918. Las fechas cuadran y nos permiten imaginarnos un matrimonio veinteañero de finlandeses que hacia el final de la Gran Guerra emigran a Estados Unidos. En las listas de pasajeros de la isla de Ellis, constan una Johanna (1894), un Teofilos (1886) en una llegada de 1920 (sin fecha precisa); si son éstos, los datos del hijo son erróneos: o nació más tarde en suelo americano o bien lo hizo en Finlandia y venía con ellos en el barco. En todo caso, parece que Johanna se casó en segundas nupcias con un tal Foster y aparece en la Bremen Passenger Lists llegando de nuevo a la isla Ellis con 36 años en agosto de 1930, acompañada de su hijo Teophilus, de 12 años. Deduzco pues que el Teophilus inventor murió no mucho después de patentar su maleta rodante, y que Johanna volvería a Europa con su niño para luego regresar a los Estados Unidos. El hombre probablemente no habría cumplido los cuarenta y no parece que su idea le aportara ningún beneficio. 
 
A partir de esa fecha, constan varias patentes estadounidenses relacionadas. En 1925, un tal Saviour (traducción de Salvatore) Mastrantonio la solicita para un portaequipajes con ruedas, aunque en su descripción también sugiere poner directamente ruedas a la maleta. Nada he descubierto de este señor, sin duda un inmigrante italiano. En 1949, Bernard Quinton –de quien tampoco he averiguado nada– obtuvo la patente para su “maleta móvil” que, tal como puede verse en el dibujo del registro, viene a ser muy similar a la que popularizó Bob Plath a finales de los ochenta. En el 57, un tal Milton Katz (también ignoto) patentó una pequeña plataforma con cuatro rodantes para que sobre la misma se apoyara la maleta; en mi opinión una idea bastante absurda. Finalmente, hay que citar otro antecesor del invento de Sadow, aunque éste no llegó a patentar el invento. Se trata de Joseph Krupa (1915-1989), nacido en Polonia pero que emigró a Croacia en 1943 huyendo de la ocupación nazi. Se instaló en Karlovac y allí se casó y residió hasta su muerte. Fue pintor y profesor de bellas artes, deportista e inventor, todo un hombre renacentista en una época –la de la Guerra Fría– y en un país poco proclive a la creatividad. No obstante, aunque sus inventos no trascendieron a Occidente, no debió irle mal a juzgar por la foto de la casa en que vivía. Hacia 1954 posa ante la cámara con su maleta rodante. 

En este buceo internáutico, indagando sobre los orígenes de la maleta con ruedas, he dado con Anita Willets-Burnham (1880-1958), una pintora impresionista estadounidense además de apasionada viajera. De hecho, su fama la debe a la publicación en 1933 de su libro Round the world on a penny  (la vuelta al mundo con un centavo); por lo visto, esta mujer con marido e hijos (seis personas) llevó a cabo dos grandes giras por docenas de países: en 1921-22 y en 1928-30. Fue antes de la segunda cuando se planteó que tenían que encontrar una solución para no ser, según sus palabras, caballos de carga humanos. Y la solución se le hizo evidente: pongamos ruedas a las maletas. Su hijo Bud se ocupó de instalar dos ruedas de un viejo cochecito de bebé en la parte baja y un mango telescópico de madera, exactamente lo mismo que patentaría Bob Plath en 1987, solo que sesenta años antes. Imagino que quienes vieran a esa señora americana y su familia con maletas rodantes por las estaciones ferroviarias, puertos y hoteles de todo el mundo se quedarían sorprendidos, pero parece que a nadie se le ocurrió copiar la idea con fines comerciales.

Acabo ya, una vez que me he aclarado el interrogante que me planteé hace seis años. Subsiste, sin embargo, mi asombro de que una solución tan obvia haya tardado tantísimo tiempo en popularizarse. Quizás haya que darle la razón a Katrine Marçal y concluir que la principal causa del retraso radique en la mentalidad patriarcal del siglo pasado.

miércoles, 6 de septiembre de 2023

Amnistía

Amnistía deriva de amnesia, etimológicamente olvido (del griego αμνησία). Jurídicamente, la amnistía supone una derogación retroactiva de normas, de modo que quienes las incumplieron pasan, en virtud de la amnistía, a no haberlas incumplido. En el caso del procés, los que fueron culpables de delitos pasarían a no serlo. No se les indulta, porque el indulto lo que hace es perdonar la pena, pero mantiene que el indultado cometió un delito. Por eso, el artículo 666 (curiosamente, el número del diablo) de la Ley de Enjuiciamiento Criminal (LEC) establece que la amnistía (y el indulto) son artículo de previo pronunciamiento; es decir, supuestos que imposibilitan entrar a juzgar el presunto delito (porque, en virtud de la amnistía, no se habría cometido) y obliga a sobreseer la causa. 
 
Por cierto, en las discusiones recientes sobre si la amnistía tiene cabida en nuestro marco constitucional, algunos que dicen que sí lo argumentan precisamente en el artículo citado de la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Yo no lo veo tan claro porque ese artículo solo dice que la amnistía es objeto de artículos de previo pronunciamiento, no regula ni admite esta figura jurídica; a ello cabe añadir, que la LEC es de 1882. He encontrado otra norma en la que se menciona la amnistía: el Real Decreto 796/2005 por el que se aprueba el Reglamento general de régimen disciplinario del personal al servicio de la Administración de Justicia. En su artículo 16 se establece que “la responsabilidad disciplinaria se extingue por el cumplimiento de la sanción, el fallecimiento del funcionario, la prescripción de la falta o de la sanción, el indulto y la amnistía”. Ahora sí estamos ante una norma jurídica promulgada en el marco constitucional vigente que, si bien no regula ni admite la amnistía, la contempla como posible, lo que implica que no se entendía contraria a la Carta Magna (y no parece que nadie lo recurriera o se escandalizara de que se mencionara la figura de la amnistía). 
 
Las amnistías tienen una larga tradición en nuestra historia, siempre vinculadas a los que se denominan delitos políticos, entre los que se incluyen intentos de golpe de estado mucho más evidentes que el de los independentistas catalanes en 2017. Recordemos, por ejemplo, la Ley de Amnistía del gobierno Lerroux (bienio de derechas de la II República) que “olvidó” la rebelión de Sanjurjo de agosto de 1932. Excluyendo obviamente las autoamnistías (tan frecuentes en las últimas décadas en Hispanoamérica) promulgadas por los propios Estados para condonarse sus crímenes, lo cierto es que la amnistía es un recurso del poder legislativo (no del gobierno, como los indultos) para “borrar” delitos políticos a fin de calmar o pacificar conflictos sociales. A este respecto, el mejor y más reciente ejemplo es nuestra Ley de Amnistía de 1977, que muchos consideran que fue imprescindible para conseguir la transición a la democracia en este país. 
 
A quienes tanto denuestan la amnistía como algo contrario a los principios básicos del estado de derecho les vendría bien revisar nuestra historia, así como el derecho comparado en países de larga tradición democrática. Estoy convencido de que esos mismos no están en contra del instrumento jurídico en términos generales sino solo en que se aplique a los reos del procés. Ahora bien –siempre suponiendo que tenga encaje en el marco constitucional, lo que no está nada claro–, si el Parlamento entendiera que una amnistía contribuye a favorecer la paz social en Cataluña, estaríamos justamente ante el supuesto clásico (en España y fuera de ella) en que la Ley se justificaría. En el fondo, las invocaciones a principios democráticos o las disquisiciones jurídicas no son más que envoltorios para dignificar los prejuicios emocionales de cada uno. El debate se resume en dos posiciones irreductibles a los argumentos: quienes quieren castigar a los independentistas y están en contra de cualquier medida que minimice sus atroces crímenes y, en el otro lado, quienes consideran que esos señores no hicieron sino lo que debían que fue declarar la voluntad libre del pueblo de Cataluña en ejercicio del sagrado derecho de autodeterminación. 
 
Parece que la posición muy predominante es la de quienes se oponen (a lo mejor me equivoco, confundido por el mayor griterío de éstos). Quizás tengan razón y no es buena estrategia para resolver el conflicto catalán amnistiar a los del procés; hay incluso quienes señalan que ese conflicto ya es casi irrelevante. No lo sé, pero me ha recordado un pasaje de la última novela de David Trueba (Mis queridos niños) que acabo de leer. En ella, la candidata a presidenta del Gobierno español por el partido conservador (trasunto del PP) hace su campaña electoral por todo el país. Cuando llega a Cataluña, lo que quieren (y logran) sus estrategas es que los independentistas les monten una manifestación para reventarles sus actos electorales. El motivo maquiavélico es simple: el rechazo de aquéllos les da votos en el resto de España. Es más que probable que mantener entre el mayor número de españoles el afán de castigo contra los del procés sea una de las bases más fecundas de votos para ciertos partidos. 
 
Naturalmente, no entro en este post en la constitucionalidad de una eventual Ley de Amnistía. Tampoco en si las motivaciones de Sánchez solo obedecen a mantenerse en La Moncloa porque le importa un ápice España. Lo único que he querido señalar es que las leyes de amnistía son un instrumento del que se han dotado las sociedades civilizadas (y democráticas) para resolver conflictos sociales de origen político. Y a mí no me parece mal que existan. Aplicar este instrumento a los reos del procés podrá ser o no una decisión acertada que, en todo caso, corresponderá adoptar al Congreso de la Nación, precisamente donde radica la soberanía popular (salvo, claro está, que sea inconstitucional, pero eso lo ha de decir el TC). Que un Estado (poder legislativo) decida “olvidar” a quienes han intentado atacarlo no muestra, a mi juicio, su debilidad sino todo lo contrario.

jueves, 31 de agosto de 2023

El beso de Rubiales

Luis Rubiales, en su discurso ante la asamblea general de la RFEF del viernes 25 de agosto, afirmó que le preguntó a Jenni Hermoso si se daban un “piquito” y ella consintió. Esa misma tarde, en un comunicado de FUTPRO, el sindicato de las jugadoras, a través de su cuenta de tweeter (25 de agosto a las 6.40 pm), afirmó que “Jennifer Hermoso quiere desmentir rotundamente que consintiera el beso que le propinó D. Luis Manuel Rubiales Béjar en la Final de la Copa del Mundo”. Y el comunicado añade entre comillas y en primera persona, dando a entender que son palabras de la propia Jenni (quien, a su vez, es la primera de las 83 firmantes del comunicado): “quiero aclarar que, tal y como se vio en las imágenes, en ningún momento consentí el beso que me propinó y, por supuesto, en ningún caso busqué alzar al presidente. No tolero que se ponga en duda mi palabra y mucho menos que se inventen palabras que no he dicho”. 
 
Estamos pues ante la muy frecuente situación de dos versiones contradictorias en la que, necesariamente, uno de los dos miente. Lamentablemente, las imágenes a las que se refiere Jenni no aclaran en absoluto si consintió o no el beso. Lo que se ve es que, después de que Rubiales es alzado o se alza (que esto tampoco queda claro), le coge la cabeza a Jenni con ambas manos y le dice algo sin que se vea si ella le contesta o no (en los videos disponibles no hay ningún encuadre mínimamente frontal de la jugadora). Inmediatamente, él le acerca la cabeza (aunque no se percibe que sea un movimiento forzado) y la besa; un beso rápido de presión de los labios, da la impresión que con ambas bocas cerradas. De inmediato se separan y Jenni sigue su camino mientras el presidente, sonriendo y mirando en dirección contraria le da dos palmaditas en la espalda. Desde luego, no se observa ninguna muestra de desagrado por parte de la jugadora, que sigue sonriendo exultante. 
 
He leído que expertos en lectura de labios han dicho que, en el breve instante previo al beso, Rubiales en efecto pregunta a Jenni “¿un piquito?” No sé si será verdad, porque son comentarios de segunda mano. Supongo, en todo caso, que esos expertos pueden ser capaces de descifrar a través de las imágenes de video lo que dijo o no y me extraña (o no) que no haya ningún medio que convoque a alguno de ellos porque, desde luego, sería muy esclarecedor. 
 
En varios videos posteriores al incidente (vestuario, autobús, avión) se constata que tanto Jenni como sus compañeras se toman el incidente a cachondeo, sin darle ninguna importancia. En la entrevista que le hizo la Cope a la jugadora al final del partido, el periodista le pregunta si sabe la que se ha liado en España con el pico que le dio Rubiales, y ella dice que no se lo esperaba (¿el beso o el revuelo mediático?) y que no le había gustado (el beso). Luego, ante la insistencia del periodista en que el pico ha ofendido a mucha gente, Jenni reconoce que “a día de hoy, todo va a estar mal visto” pero asegura que ha sido la efusión del momento y que no hay nada más allá, que se va a quedar en una anécdota sin importancia (como profeta se arruina). En el video del vestuario vuelve a decir que el beso no le gustó pero qué iba a hacer ella. Por último, en otro video ya en el avión, parece entenderse que le dijo “vale” al presidente (aunque no queda claro si se está refiriendo a ese momento). 
 
Llegados a este punto, preguntémonos: ¿le propuso Rubiales que se dieran un besito, como él afirma? La jugadora lo ha negado, pero bastante después y cuando ya era consciente de la repercusión del asunto y de las consecuencias que podía implicar; en mi opinión, esta negación “oficial” hay que cogerla con pinzas. En los videos y audios inmediatos al incidente encuentro dos frases de Jenni al respecto. Que no se lo esperaba, lo que significaría que Rubiales no le dijo nada; pero también es verdad que en el contexto de esa pregunta lo que pudo haber sorprendido a la jugadora no fuera el beso, sino el revuelo que causó el mismo en España. La otra frase es cuando, en el avión, una compañera le pregunta “¿qué has dicho?” y ella contesta “pues vale”. Parece que están hablando de lo que respondió a la pregunta de Rubiales, pero tampoco puede afirmarse con seguridad. Si así fuera, se confirmaría la versión del presidente: le preguntó si podían darse un piquito y ella lo consintió. 
 
En resumen, no soy capaz de contestarme, no puedo saber con mínima seguridad si es verdad o no que Rubiales le pidió permiso a la jugadora y mucho menos si ésta lo consintió. Pero admitamos, por eso de la presunción de inocencia, que Rubiales no miente, que, en efecto, le preguntó y ella concedió. Ahora bien, en ese supuesto estaríamos, en mi opinión, ante un consentimiento viciado porque quien lo solicita es un superior jerárquico. A tal respecto, es muy ilustrativa una de las frases de Jenni en el vestuario: “Pero, ¿qué hago yo?”. Es decir, qué hace una persona cuando en ese contexto de urgencias (sin tiempo para pensar) y de subidón triunfalista, va el presidente y le propone que se besen. Alguien dirá que tenía que haberse negado, pero supongo que casi todos admitiremos que la jugadora no estaba en las condiciones adecuadas para decidir libremente. En ese momento lo más natural es decir que vale, total, como ella misma dijo, no le daba ninguna importancia al pico, una simple anécdota fruto de la efusión que, desde luego, no percibió como un acto de agresión sexual. 
 
Por eso, para mí, es completamente irrelevante dilucidar si Rubiales pidió permiso a Jenni y si ella se lo concedió. Simplemente, el presidente de la RFEF no puede dar un beso a una subalterna, se lo pida o no. A estos efectos me parece, aun a riesgo de exagerar, que estamos en una situación similar a la realización de actos de carácter sexual con menores de dieciséis años. El consentimiento de éstos no es válido porque se presupone que no es libre. A mi modo de ver, si Rubiales realmente le solicitó el beso a Jenni, ésta no contaba con el grado de libertad mínimo para poder dar su consentimiento. Por lo que, si lo hubo, éste no fue libre, sino forzado por las circunstancias del momento y del cargo de Rubiales. 
 
Lo de menos en este asunto es el beso en sí. Total, como se ha repetido por muchos en las redes, es un acto nimio que se ha sacado de madre. Lo que, en cambio, me parece gravísimo es que al presidente de la RFEF se le ocurra pedirle un beso a una jugadora y se lo dé. Puede admitirse como atenuante que la exaltación del momento pudo nublarle la inteligencia. Pero, como argumento contrario, hay que afirmar que una persona que tenga interiorizado el respeto hacia sus empleados y hacia las mujeres jamás, por muy exultante que éste, se le ocurriría hacer eso. Hay abundantes indicios de que Rubiales, como la mayoría de miembros de la RFEF, no tienen en absoluto interiorizado ese respeto y eso es lo que su comportamiento durante la entrega de medallas ha quedado demostrado. Pues bien, una persona así no puede ser presidente de la Federación de Fútbol ni representar a España. Y, en el fondo, creo que eso es lo que las jugadoras de la selección femenina (incluyendo a las que se negaron a formar parte) vienen reclamando desde hace tiempo: respeto (como diría Aretha Frankiln). El bochornoso incidente del pico a Jenni, de escasa importancia en sí mismo, debe servir para que los dirigentes deportivos (y no solo ellos) se enteren de que deben cambiar, más allá de sus actos, su forma de pensar. Porque lo cierto es que parece que no se han enterado aún.

sábado, 8 de octubre de 2022

¿Hay que probar que hubo consentimiento para no ser condenado por agresión sexual?

La disposición final 4.7 de la Ley Orgánica 10/2022, de 6 de septiembre (la conocida como Ley del solo sí es sí) modifica el artículo 178 del Código Penal (el primero del Título relativo a los delitos contra la libertad sexual) añadiéndole dos nuevos epígrafes y cambiando el texto del primero, que pasa a decir lo siguiente: “Será castigado con la pena de prisión de uno a cuatro años, como responsable de agresión sexual, el que realice cualquier acto que atente contra la libertad sexual de otra persona sin su consentimiento. Sólo se entenderá que hay consentimiento cuando se haya manifestado libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona”. 
 
Me llama la atención que se rebaja la pena máxima vigente, que pasa de cinco a cuatro años pero, obviamente, lo importante es la exigencia del consentimiento expresado de manera clara. Desde luego, incluir en la primera frase “sin su consentimiento” era absolutamente innecesario porque la falta de consentimiento es requisito definitorio del atentado contra la liberta sexual. Si se introduce esta obviedad es solamente para definir a continuación cuando ha de entenderse que hay consentimiento. Y aquí viene el problema sobre el que se ha escrito hasta la saciedad. 
 
La cuestión radica es que el legislador parece exigir que en el juicio sobre una presunta agresión sexual quede probado que la presunta víctima del delito expresó de manera clara su consentimiento. La práctica totalidad de las relaciones sexuales consentidas entre dos personas se realiza en la intimidad y, desde luego, finalizadas éstas, no queda ninguna prueba de ese consentimiento, salvo la palabra de ellos. ¿Qué pasa si posteriormente uno denuncia al otro de agresión sexual, asegurando que no dio el consentimiento? Parece muy poco probable que en el juicio se pueda demostrar que hubo consentimiento, por lo que habría que concluir que no lo hubo. 
 
Naturalmente, esta forma de proceder es frontalmente contraria al principio básico de la presunción de inocencia. La culpabilidad del reo hay que demostrarla y, por tanto, si dice que mantuvo relaciones sexuales consentidas hay, en principio, que asumir que así fue. La ausencia de constancia del consentimiento no puede llevar a concluir que no lo hubo; el tribunal habría de tener elementos de convicción suficientes para establecer que la víctima no dio su consentimiento. Si no es así, el denunciado debe ser absuelto. Conviene recordar que –en palabras del Tribunal Supremo– “mientras la condena presupone la certeza de la culpabilidad, neutralizando la hipótesis alternativa, la absolución no presupone la certeza de la inocencia sino la mera no certeza de la culpabilidad”. Que una persona haya sido absuelta de un delito no quiere decir que no lo haya cometido, sino simplemente que no se ha podido probar más allá de toda duda razonable. 
 
Durante las demagógicas discusiones de la Ley del solo sí me quedé con la impresión que sus impulsores pretendían que, en el caso de las agresiones sexuales, se partiera de la presunción de culpabilidad del denunciado. Pareciera que ponían por delante la credibilidad del denunciante (de la denunciante, porque solo se hablaba de agresiones a mujeres) frente al principio básico de la presunción de inocencia. Pero por más que esa intención se haya plasmado en el Código Penal, me resulta imposible de creer que se traduzca, durante los procesos judiciales, en que para la absolución del denunciado éste haya de probar el consentimiento. Para condenar, los jueces tendrán que convencerse, sin albergar dudas razonables, de que no hubo tal consentimiento; de no ser así, habrán de asumir que lo hubo y, consiguientemente, absolver. Como en cualquier otro delito, es preferible que los culpables sean absueltos a que un inocente sea condenado. 
 
Hay que decir que el texto vigente en el CP no es exactamente el mismo que el que inicialmente redactó el Ministerio de Igualdad, en el que se decía “que no existe consentimiento cuando la víctima no haya manifestado libremente por actos exteriores, concluyentes e inequívocos conforme a las circunstancias concurrentes, su voluntad expresa de participar en el acto”. Esa redacción provocó un rechazo generalizado del mundo jurídico (empezando por el Consejo General del Poder Judicial). Si se corrigió fue porque el propio Gobierno se dio cuenta de que chocaba frontalmente contra nuestro marco jurídico y, sería fácilmente tumbada por el Tribunal Constitucional. Aún así, no descartemos que alguno de los grupos opositores a la Ley la recurran ante el Constitucional. Entre tanto, habrá que ver cómo influye (si es que lo hace) en las sentencias de delitos de agresión sexual.

miércoles, 27 de julio de 2022

Xabiertxo

He estado, durante las dos últimas semanas, trayendo libros desde mi casa de Santa Cruz a la de Tacoronte. A ver si, antes de que acabe agosto, consigo vaciar la primera para ponerla en alquiler. Tengo la sensación de que, año y medio después, eso podría marcar una especie de cierre a este periodo de aturdimiento triste en que vivo desde la muerte de Luisa, que no termino de asumir del todo. Hace dos sábados, desmontamos los ocho módulos delanteros de mi librería chicharrera, los trajimos aquí en la furgoneta de la empresa de Héctor y los montamos sobre la pared del pasillo. Luego, casi todos los días, viajes de ida y vuelta a Santa Cruz para llenar en cada uno seis pesadas cajas y pasar no poco rato colocándolos ordenadamente. Ya están en sus nuevos sitios todas las novelas y la librería se ha llenado. Aún me queda un número similar de volúmenes por mudar, los que no son literatura de ficción. Para éstos habré de encontrar otros lugares: en los módulos de mi despacho o en los del cuarto que construí a unos cincuenta metros de la casa, junto al gallinero. ¿Para qué tanto esfuerzo? Lo más probable es que no vuelva a leer casi ninguno de estos libros que he ido acumulando casi desde la niñez (además, desde hace ya varios años prácticamente solo leo en formato electrónico). En la última novela de Fernando Aramburu –Los vencejos, 2021–, el protagonista ha decidido suicidarse en un año y durante ese plazo va dedicándose a deshacerse de sus pertenencias, especialmente de los abundantes libros que posee, abandonándolos en las calles de Madrid. Confieso que me tentó la idea aunque, desde luego, no tenga ninguna intención suicida. Pero no soy capaz de renunciar al fetichismo libresco que he padecido toda mi vida. Que quienes queden hagan lo que quieran con estos kilos de papel viejo. Además, lo cierto es que mi nueva librería ha quedado muy bonita en su nuevo emplazamiento. 
 
Pero de lo que quiero hablar es de un librito concreto. Se llama Xabiertxo y está escrito en euskera. Me lo regaló mi abuelo en algún veraneo donostiarra, calculo que en la primera mitad de los sesenta. Desde entonces lo he conservado aunque jamás pude leerlo (no sé euskera), ni supe nada acerca del mismo, hasta hoy cuando, junto a mis entrañables recuerdos de Papa Salva me ha invadido la curiosidad. Descubro así que el autor fue Isaac (Ixaka en vasco) López Mendizábal (1879-1977) y que lo publicó en 1925, durante la dictadura de Primo de Rivera. López Mendizábal fue un impresor y escritor tolosarra, de intensa vocación nacionalista y militante desde joven el partido nacionalista vasco. Su mayor empeño fue la promoción del euskera, lo que le empujó a publicar varias obras didácticas sobre la lengua. Además valoraba muy especialmente la enseñanza del euskera a los niños; por eso escribió diversos textos infantiles y fundó varias ikastolas en los años treinta, considerándosele un pionero a este respecto. Fue presidente del Euskadi Buru Batzar y concejal en su Tolosa natal tras las elecciones de 1931. Señalado por los franquistas, pasó a Francia al inicio de la Guerra Civil (su magnífica biblioteca fue quemada públicamente en una plaza de Tolosa) y de ahí se exilió en Buenos Aires donde fundó, en 1941, la editorial vasca Ekin. Hacia mediados de los sesenta, octogenario, regresa a Tolosa y vuelve a instalar una imprenta. Murió a los 97 años. 
 
Como ya he dicho, nada sabía de este buen señor. Hacia finales de los sesenta y principios de los setenta, cuando en los veranos iba con mi abuelo a su librería de Eibar, no pocas veces me llevaba a comer a Vergara, Azpeitia o, aunque está algo más lejos, a la propia Tolosa. Fantaseo ahora que descubro a este buen señor que quizá, en alguno de los paseos por esa ciudad pudiéramos habernos cruzado con un viejito de mirada triste, de vestimenta formal y algo anticuada. Sigo desvariando y me imagino que mi abuelo, señalándolo, me habría dicho: “mira, es el autor de Xabiertxo, el librito que te regalé hace unos años”. No ocurrió ese encuentro tan improbable; además, dudo mucho que mi abuelo, que se instaló en San Sebastián al finalizar la Guerra, conociera a López Mendizábal o a nadie del mundo nacionalista, poco visible por entonces y contrario a su forma de pensar. 
 
La edición que tengo de Xabiertxo es de 1959, año en que nací. Por lo visto, fue publicada por fascículos grapados en el interior de la revista Karmel entre 1960 y 1961, la cual también desconocía completamente. Se trata de la revista en vasco de los carmelitas de Markina (Vizcaya) que se viene publicando desde y que actualmente está disponible en internet. Creo que nunca he estado en Markina (Vizcaya la conozco mucho menos que Guipúzcoa) pero pasare por ella cuando retome el Camino de Santiago por el Norte (el pasado septiembre hice las tres primeras etapas, hasta Deva; la siguiente acaba justamente en Markina). El conjunto formado por la iglesia, convento y fuente del Carmen es, por lo visto, uno de los principales atractivos del pueblo (declarado conjunto monumental por el Gobierno vasco). Allí han estado los padres carmelitas descalzos desde finales del XVII (con algunos periodos de ausencia por motivos políticos) y desde principios del pasado siglo se convirtió en uno de los centros más relevantes en la promoción de la cultura vasca, incluyendo especialmente el fomento del euskera. Seguramente, las actividades de estos frailes no serían muy del agrado de las autoridades franquistas, pero lo cierto es que la revista Karmel se publicó durante el pasado Régimen, si bien fue prohibida entre 1961 y 1970. Supongo que la tolerarían por su cariz religioso y además imagino que no preocuparían demasiado los eventuales tintes nacionalistas debido a su escasa difusión. En todo caso, habría gente que la leería por más que el idioma vasco estuviera muy sofocado en aquellos tiempos. 
 
Xabiertxo
fue elaborado para que los niños vascos aprendieran a leer en euskera y desde su publicación se convirtió en el libro más popular en las ikastolas anteriores a la Guerra Civil. En un programa de la televisión vasca con motivo de los noventa años de la primera edición, escucho que en el franquismo fue prohibido (no del todo cuando mi edición es de 1960) pero aun así se utilizaba en las ikastolas clandestinas. En ese mismo 2015 se organizó en Bilbao una exposición conmemorativa bajo el título Gure Xabiertxo (Nuestro Xabiertxo). Descubro así que este pequeño libro, que nunca he podido leer pero que he guardado siempre como amuleto sentimental, es algo así como un tesoro afectivo para muchos vascos, símbolo amado de sus infancias. López Mendizábal lo planteó a modo de sencilla enciclopedia que va paseando en brevísimos capítulos por las distintas materias del mundo y la vida cotidiana. Son fundamentales en la obra los dibujos que ilustran la mayoría de los epígrafes, cuyo autor fue John Zabalo Ballarín, Tkiki, uno de los mejores grafistas anteriores a la guerra, que también se exilió al finalizar aquélla (él a Inglaterra). Los dibujos son sencillos, de trazos nítidos y colores vivos, aunque en mi edición (que se realizó bastante austeramente) están todos impresos en monocromía verde. Me entero, gracias a un exhaustivo artículo de Koldo Ordozgoiti, que López Mendizábal presentó Xabiertxo a un concurso para seleccionar libros para enseñar a leer en las ikastolas. Por lo visto, la obra asombró al jurado que “encuentra en esa obra un euskera limpio y fácil, muy propio para niños; gradaciones de materias y textos, desde las más sencillas hasta otras más difíciles y que requieren mayor esfuerzo; fondo ameno y variado que hace el libro agradable e interesante, y en una palabra, esas condiciones especiales de divulgabilidad y de facilidad de comprensión”. 
 
Por supuesto, el libro responde a una visión claramente propia del humanismo católico, como correspondía al nacionalismo vasco de la época. El primer capítulo ya marca la orientación pedagógica; reza más o menos así (me apoyo en Google para traducirlo): “Dios es el autor de todas las cosas. Él hizo la tierra, el sol, la luna y todas las estrellas. La tierra, los ríos, las montañas, los mares, los ríos, las aves, los animales y todo lo que vemos en la Tierra está hecho por Él. Nos hizo suyos. Dios nos hizo para ser buenos, y luego, después de la muerte, para ser eternos. A él le debemos nuestra vida y todo lo que tenemos. Debemos amar a Dios con todo nuestro corazón”. A continuación viene la presentación de Xabiertxo, el niño protagonista (Xavier era el nombre del hijo de López Mendizábal) y la piadosa exaltación de la familia: “Este niño pequeño es Xabiertxo.- ¡Buenos días, mamá! ¡Buenos días padre! - Buenos días, Xabiertxo. Los buenos días se deben dar al despertar. Padre y madre quieren mucho a Xabiertxo. Xabiertxo es muy bueno. Su hermana, Iziartxo, lo quiere mucho. Un buen hijo es la alegría de sus padres. Los buenos niños no se enojan entre ellos. Dios no quiere que nadie sufra daño. Todos somos hermanos y Dios quiere que todos nos amemos”. Y en ese tono se mantiene el resto del libro (aunque apenas he podido traducirme hasta ahora las primeras treinta páginas); como se decía hace años, una lectura edificante que hoy podría parecernos ñoña. En fin, me he entretenido un buen rato redescubriendo la historia de este pequeño libro, del que nada sabía. Y, de paso, me ha traído recuerdos viejos, de mi infancia donostiarra y de mi muy querido abuelo.

sábado, 2 de abril de 2022

Conferencia de Vladimir Pozner en Yale (2)

Ahora voy a leerles algo. Thomas Friedman, viejo columnista del New York Times, cuando sucedió esto, en 1998, llamó a George Kennan. No sé si todos ustedes saben quién fue George Kennan pero les diré que, en mi opinión, fue una de las mentes más excelsas en la política estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, el hombre que concibió la idea de la contención a la Unión Soviética en vez de la guerra y esta idea tuvo éxito, un hombre brillante que puso los cimientos de la política de EEUU respecto de la Unión Soviética. Así que Thomas Friedman lo llamó y tituló su artículo en el New York Times “Asuntos Exteriores; ahora una palabra de X”. ¿Por qué X? Porque en 1947, en la revista Foreign Affairs, George Kennan había publicado su artículo acerca de la contención y lo firmó con una X. Así que Friedman llamó a Kennan y le preguntó qué opinaba sobre la ampliación de OTAN. La fecha es 2 de mayo de 1988; cito: “Creo que éste es el comienzo de una nueva Guerra Fría. Creo que los rusos reaccionarán gradualmente de modo bastante adverso y eso afectará sus políticas. Creo que es un error trágico. No hay en absoluto razón que lo justifique”. Esa decisión –y ahora estoy dándoles mi opinión– es la que marca realmente el comienzo de la relación ruso-norteamericana, el giro en la relación, si lo prefieron. Así es cómo comenzó. 
 
(Paréntesis: Kenan fue el autor del famoso "telegrama largo" que, como recuerda Pozner en esta conferencia, definió las bases de la política de Estados Unidos hacia Rusia durante la Guerra Fría. Hace ya más de diez años escribí sobre ese tema en este blog, aunque -como suele ocurrirme– la serie quedó inconclusa. Para quienes quieran consultar esos posts: 1, 2 y 3).
 
La reacción rusa a la ampliación de la OTAN en 1998 la expuso Yeltsin, el último Yeltsin, quejándose de que les habían prometido no hacer eso y añadiendo que cómo iba Rusia a creer a Estados Unidos cuando hacía una promesa. Ahora me gustaría plantearles un pequeño problema, una especie de cuestión matemática. Tomen el periodo desde que Gorbachov accedió al poder –marzo de 1885– hasta que Putin, en 2007, llevaba ya siete años en el cargo. Son 22 años. Les voy a preguntar una sola cosa: tanto en política interior como exterior, ¿qué hizo la Unión Soviética o luego la propia Rusia que molestara, enfadara o disgustara a los Estados Unidos? Déjenme responder: nada, ni una sola acción durante todo ese periodo. Pues bien, ¿qué logró Rusia como resultado de su comportamiento? Primero, la ampliación de la OTAN. Luego, el bombardeo de Yugoslavia desde el 24 de marzo de 1999 al 10 de junio, realizado por la OTAN que es fuertemente dependiente de Estados Unidos, operación que no fue autorizada por la ONU. Después, el reconocimiento de Kosovo, a pesar de que había sido parte de Serbia durante siglos. Ya por entonces hubo gente en Rusia que advirtió a Estados Unidos que estaban dejando salir al genio de la botella, porque si hacían eso habría otros países que harían lo mismo. Y Rusia hizo lo mismo.
 
Yeltsin estaba muy enfadado. En un discurso, muy de su estilo, dijo “no somos Haití, no pueden tratarnos como a Haití. Somos un gran país. Rusia tiene un gran pasado y volverá a ser grande, volverá”. Estaba verdaderamente muy enfadado. No usó un lenguaje políticamente correcto pero dejó ver claramente lo que pensaba. Finalmente, en 2000, Putin se convirtió en presidente de la Federación Rusa y una de las primeras cosas que hace es solicitar la entrada de Rusia en la OTAN. ¿Por qué no podría ser Rusia miembro de la OTAN? La OTAN fue creada para defender Europa –y quizás no solo Europa– de una invasión soviética; pero ya no existía la Unión Soviética bi tampoco el Pacto de Varsovia. ¿Por qué no crear una organización de la que seamos parte –dijo Putin– y actuar conjuntamente para protegernos de cualquier tipo de agresión? Se le respondió: “vete a paseo”, por decirlo brevemente. ¿Qué tal algún tipo de asociación o integrarse en la Unión Europea? De nuevo –todo lo que cuento está documentado– se lo negaron, eres demasiado grande, le dijeron; pero, al mismo tiempo, se le recordaba continuamente que Rusia ya no era un país importante. Ahora bien, una cosa que deben entender es que, incluso más que los estadounidenses, los rusos creen que tienen una misión, que su país ha sido elegido por el destino. De modo que la sensación de haber perdido su aura de grandeza, que les digan “ustedes no nos importan”, provoca en el ruso medio la reacción de sentirse insultado, de que no se le respeta. Así que el enfado fue gradualmente creciendo y enfocándose primero hacia Gorbachov; acusándole de haber vendido el país, de no haberse enfrentado a los norteamericanos. Y luego, lo mismo con Yeltsin. Les sorprendería saber lo impopulares que Gorbachov y Yeltsin son actualmente en Rusia, apenas un 5% los apoya. Precisamente por esta razón –hay también otros motivos de índole económica, pero no son los principales–. 
 
Así que ya tenemos a Putin quien, como es sabido, nada más ocurrir el atentado del 11 de septiembre, llamó a Bush hijo y ofreció su ayuda; y también dio ayuda en Afganistán. Les dijo a los americanos que si querían desplegar sus tropas en Asia Central, justo al lado de las fronteras rusas, que estaban invitados a hacerlo. No eran solo palabras: Putin quería combatir el terrorismo junto a Occidente. Pero no consiguió nada a cambio. Finalmente, el 10 de febrero 2007, en la Conferencia de Seguridad de Munich, dirigiéndose al G20 Putin dijo lo siguiente: “Creo que es obvio que la expansión de la OTAN no guarda ninguna relación con la modernización de la Alianza o con fortalecer la seguridad en Europa. Por el contrario, representa una seria provocación que reduce el nivel de confianza mutua. Tenemos el derecho de preguntar contra quién va dirigida esta expansión así como qué ha sido de las garantías que nos dieron nuestros socios occidentales tras la disolución del Pacto de Varsovia. ¿Dónde están hoy aquellas declaraciones? Nadie las recuerda. Pero me voy a permitir recordar a esta audiencia lo que se dijo entonces. Me gustaría citar al Secretario General, el señor Berner, quien en su disurso en Bruselas el 17 de mayo de 1990 dijo que el hecho de que no estuvieran listos para colocar el ejército de la OTAN fuera del territorio alemán le daba a la Unión Soviética una firme garantía de seguridad. ¿Dónde están esas garantías?” ¿Saben qué se le contestó a Putin? Sí, le dijeron, se dieron esas garantías, pero a la Unión Soviética y tú eres Rusia. Ante eso, ¿Qué tipo de reacción esperarían? 

 
 
El año pasado, en un discurso sobre política exterior, Putin dijo: “nuestro error fue confiar demasiado en ustedes y vuestro error intentar aprovecharse de ello”. Esta es la situación actual. Puede parecer que estoy culpando a los Estados Unidos; no quiero usar la palabra culpa. Ha sido una decisión política errónea. Ha sido esta decisión errónea la que ha conducido a este cambio en la actitud de Putin hacia Occidente y particularmente hacia los Estados Unidos. Lo que quiero decir es que ha sido la política estadounidense la que ha creado al Putin de hoy. Y lo realmente peligroso es que el que Vladimir Putin no confíe en Occidente, no confíe en Estados Unidos, hace muy difícil que salgamos de la situación en que nos encontramos. Quiero subrayar que estamos en una carrera armamentística, lo cual es terrible; que estamos en una nueva Guerra Fría que nos amenaza a todos; que el riesgo de un intercambio nuclear accidental ha crecido. Pero parece que ahora no tenemos miedo. Antes había manifestaciones en contra de las armas nucleares; ya no. La posibilidad de que una organización terrorista se haga con armas nucleares también ha crecido, y de que las usen haciendo que parezca que ha sido una de las potencias, no ellos.
 
Los principales medios rusos (mainstream), controlados directa o indirectamente por el gobierno, muestran una imagen extremadamente negativa de los Estados Unidos, de su política y demás aspectos. Pero para mi sorpresa, los principales medios norteamericanos hacen exactamente los mismo respecto de Rusia. Y me resulta sorprendente porque se supone que los medios estadounidenses son libres, a diferencia de los medios rusos que no pueden calificarse de libres (y lo dice alguien que ha trabajado en ellos); hay algunos medios opositores, emisoras de radio y periódicos, pero en absoluto tienen difusión relevante, se dirigen a un pequeño número de personas. De modo que las personas que en mi libro se llaman a sí mismas periodistas, no lo son. Esas personas han jugado y siguen jugando un papel destructivo creando el miedo, el rechazo y la desconfianza entre la gente de ambos países. Y el hecho de que no cuestionemos nuestros medios me parece realmente interesante; pero así es.
 
Me gustaría terminar con una cita de un hombre llamado Herman Goering. ¿Saben quién es? Quizá haya gente demasiado joven que no lo conozca. Bueno, fue la mano derecha de Hitler y mandó la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana. Fue juzgado en Nuremberg y sentenciado a morir ahorcado pero consiguió veneno –probablemente se lo facilitaron los soviéticos, desde luego, pues son gente venenosa, como es sabido–. Fue entrevistado por un periodista americano poco antes de suicidarse y dijo algo que creo que todos deberíamos recordar: “naturalmente, la gente corriente no quiere la guerra. No la quieren en Rusia, ni en Inglaterra ni tampoco en Alemania; es comprensible. Pero después de todo, son los líderes de los países quienes determinan la política. Siempre es un asunto sencillo arrastrar al pueblo, sea en una democracia parlamentaria o en una dictadura fascista o comunista. Con voz o sin ella, siempre se puede hacer que el pueblo siga las órdenes de los líderes. Es fácil. Todo lo que tienes que hacer es decirles que están siendo atacados y denunciar a los pacifistas como antipatriotas que exponen al país al peligro. Funciona igual en cualquier país”. Esto fue lo que dijo Goering y yo pienso que estaba completamente en lo cierto. 
 
Estamos siendo guiados por nuestros medios, por nuestros políticos en esa dirección en ambos países. Recuerdo un anuncio que vi en el que Morgan Freeman dice “estamos en guerra” y debemos tacatá tacatá tacatá … Freeman es un gran actor y por supuesto logra asustar al espectador. No hay nada que pueda yo hacer salvo hablar. Estoy contento de haber hablado aquí hoy como lo hago también en Rusia y seguiré haciéndolo mientras pueda. Porque tiene que haber voces que se levanten contra lo que está sucediendo. Estamos siendo manipulados. La forma en que se retrata a Putin es como si fuera peor que Hitler; la propia Hillary Clinton lo ha comparado con Hitler. No soy ningún admirador de Putin, créanme, pero no es así. Y desde luego, el presidente Trump … Bueno, incluso la prensa norteamericana no es nada positiva con él, en fin. Bueno, esto era básicamente lo que quería compartir con ustedes. Ahora estaré encantado de discutir con ustedes. Seguro que tienen preguntas. Lo que yo he contado de lo que ha pasado no puede ser discutido en el sentido de que son hechos. Pero cómo se interpreten es otra cuestión. Gracias de nuevo por escucharme y pasemos ahora a conversar.
 

viernes, 1 de abril de 2022

Conferencia de Vladimir Pozner en Yale (1)

El 27 de septiembre de 2018, el Programa de Estudios de Rusia, Europa del Este y Eurasia de Yale y la Beca de Periodismo Poynter recibieron a Vladimir Pozner, prestigioso periodista y locutor ruso-estadounidense. Pozner habló sobre el impacto de la política exterior de EEUU hacia Rusia después de la disolución de la Unión Soviética y compartió sus opiniones sobre una variedad de temas planteados por la audiencia. El video de ese acto está disponible en Youtube; lo he visto en estos días y me ha resultado muy interesante, especialmente para contextualizar –más allá de la propaganda simplista que recibimos desde los mass media– el "actual" conflicto de Ucrania (hay, desde luego, muchos otros textos y videos que conviene revisar para estos fines). Téngase en cuenta que, para aquellas fechas, si bien la hostilidad entre Rusia y "Occidente" ya era manifiesta, y también la situación en Ucrania (en su parte oriental) era de guerra civil con participación –directa o no– de Putin y salvajadas por ambas partes, la mayoría de nosotros apenas nos enterábamos (diríase que quienes deciden qué asuntos nos conciernen no se preocuparon por Ucrania hasta la invasión del pasado 24 de febrero). Por eso, la preocupación de Pozner por la gravedad de la situación resulta, vista en retrospectiva, más relevante. De modo que recomiendo que vean el video pero, para quienes se resisten al inglés, he traducido (con algunas licencias) y transcrito a este blog el contenido de la charla, aprovechando para hacer algunas digresiones a las que soy tan aficionado. Ahí va:
 
Quisiera decir un par de cosas sobre quién soy. Es importante que comprendan que no represento a nadie ni a nada, a ninguna organización política, social o de cualquier clase. Me represento a mí mismo. Soy un periodista independiente. Y esa es una especie que está desapareciendo en Rusia … y no solo en Rusia. Para mí es importante decir algunas cosas antes de la conversación abierta que tendremos luego. En primer lugar que estamos en un momento extremadamente peligroso. Nunca las relaciones entre Rusia –o la Unión Soviética– y los Estados Unidos habían estado a este nivel. Durante los peores tiempos de la Guerra Fría –tiempos que recuerdo muy bien porque yo vivía en la Unión Soviética– los rusos eran anti-Casa Blanca, anti-Wall Street, pero en su gran mayoría no eran anti-americanos. De hecho, había una especie sentimiento cálido hacia los americanos. Hoy es distinto. Hoy el antiamericanismo está enraizado en el pueblo ruso. Y eso obedece a una razón.
 
Otra cosa que me aterra es que ninguno de los dos lados parece tener miedo de las armas nucleares. Hace 30 años, muchos de los que tienen mi edad seguro que recuerdan la película americana “The Day After” que trataba sobre lo que te pasaba a ti y a tu país después de un ataque nuclear. Había miedo en los Estados Unidos, y también en la Unión Soviética; había un convencimiento de que si esas armas se usaban destruirían nuestros países. Hoy, cuando hablas con la gente, pareciera que no hubiese armas nucleares, pareciera que éstas no fueran un factor a tener en cuenta en cómo actuamos. Y el peligro de un intercambio nuclear no deliberado sino accidental ha crecido porque también ha crecido el nivel de desconfianza entre los dos países. En el pasado ha habido varias ocasiones en las que las computadoras alertaron ataques nucleares, pero nunca ocurrieron porque la gente se tomó el tiempo para comprobar esas alarmas. Si hoy se dispara un misil balístico intercontinental desde Rusia tardará unos diez minutos en llegar a los EE. UU (y viceversa, obviamente). Por tanto, no hay mucho tiempo para comprobaciones. Si hoy esas mismas computadoras erróneamente advierten en cualquier lado que se ha lanzado un ataque, creo que la respuesta sería inmediata.
 
No hace demasiado tiempo éramos optimistas, ¿recuerdan? Gorbachov, Gorby, Gorby, rusos, vamos a ser amigos … Y en un corto periodo de tiempo eso cambió, ¿qué pasó? ¿Por que hemos llegado a la situación actual? No estoy preguntando quién tuvo la culpa porque eso no conduce a nada. Pero deberíamos intentar entender qué sucedió exactamente. La Unión Soviética, a partir de Gorbachov, no duró demasiado. Gorbachov asumió el cargo en marzo de 1985 y en diciembre de 1991 la Unión Soviética dejo de existir. Algunos dicen que colapsó; no colapsó. En un lugar llamado Belavezha, que es una especie de bosque, tres presidentes, el de Ucrania, el de Bielorusia y el de la propia Rusia, Yeltsin, decidieron romper la asociación, disolver la Unión Soviética. Cada uno tenía sus propias razones, desde luego. Si nos fijamos en Yeltsin, su razonamiento era muy evidente: era el presidente de Rusia, de modo que era el número dos de Gorbachov, porque Gorbachov era el presidente de la Unión Soviética, de la que Rusia era parte, la parte más grande, pero solo parte. Si se deshacía de la Unión Soviética, ya no habría presidente y se habría deshecho de Gorbachov. Y eso es exactamente lo que hizo. De modo que se acabó la Unión Soviética y enseguida también el Pacto de Varsovia, lógicamente; es decir que la alianza militar con la URSS de los países que se llamaban satélites soviéticos dejó de existir.
 

Por cierto, recuerdo que el Tratado de Belavezha se firmó nueve meses después de que se celebrara un referéndum en toda la Unión Soviética en el que, con una participación del 80%, un 78% de los votantes se pronunciaron por la continuidad de la Unión. De hecho, bastantes personas –el propio Gorbachov entre ellas– cuestionó la legalidad del acuerdo de estos tres presidentes, pero ya se sabe que pocas veces la historia se mueve acorde a la legalidad.

 
En ese punto, los Estados Unidos tuvieron que plantearse cómo tratar con esta nueva entidad llamada Rusia. ¿Cuál había de ser la política de los US hacia este nuevo país? Por supuesto, Yeltsin también tuvo que pensar sobre cuál iba a ser la actitud rusa hacia los Estados Unidos. Recordarán que muy pronto después de que la Unión Soviética dejara de existir, creo que fue en febrero de 1992, Yeltsin viajó a los EEUU y se dirigió a la sesión conjunta del Congreso, donde dijo que el pueblo de Rusia estaba ofreciendo la mano al pueblo norteamericano en gesto de amistad para construir un mundo mejor sin guerra, un mundo en paz. Y eso es exactamente lo que quería la amplísima mayoría de los rusos. Y yo diría que incluso hoy la gran mayoría de los rusos querría tener, si no una relación de amistad, sí al menos de asociación. No tengo ninguna duda sobre esto. 
 
De modo que eso era lo que Yeltsin quería pero, ¿qué tipo de respuesta recibió? ¿Qué tipo de respuesta recibió Rusia? Los Estados Unidos podían escoger entre dos formas de tratar a Rusia. Una forma habría sido decir: vamos a tratar a Rusia como hicimos con nuestros enemigos después de la Segunda Guerra Mundial, con Alemania, Italia y con algunos de los países que fueron ocupados, como Francia, o que no fueron ocupados pero sí muy dañados, como el Reino Unido. Encontremos una manera para asegurar que en esos países no vuelvan los nazis ni los fascistas y que los comunistas no lleguen al poder (y hay que recordar que en aquellos días los partidos comunistas de Francia y de Italia eran muy poderosos). Y ese plan pasó más tarde a llamarse el Plan Marshall, que básicamente era una idea financiera consistente en gastar mucho dinero pero con un objetivo muy preciso: desarrollar ciertas cosas e impedir que otras se desarrollasen. Pues bien, podría haberse adoptado esa política hacia Rusia. Buscar que la democracia empezase a desarrollarse en ese país. Y déjenme decirle, solo para que conste, que nunca, en toda su milenaria historia, ha tenido democracia; ha estado completamente ausente. No saben lo que es. Así que in-vertir dinero en fomentar la democracia en Rusia y también en impedir que volvieran los comunistas habría podido ser una primera política. La otra opción era decir: durante cuarenta años habéis estado amenazándonos con bombas nucleares, ahora habéis perdido la Guerra Fría de modo que vais a pagar, vais a ser castigados por lo que hicisteis. En Estados Unidos ha habido gente que defendía el primer punto de vista y gente que defendía el segundo.
 
En 1992, Paul Wolfowitz (por entonces subsecretario de Defensa) elaboró un documento que extraoficialmente fue conocido como “Doctrina Wolfowittz”; el contenido de ese documento fue luego incorporado en la que fue llamada –esta vez sí oficialmente– “Doctrina Bush”. Ese documento fue filtrado al New York Times y pasó a ser público. Lo que básicamente sostenía era que los Estados Unidos no debían permitir nunca que cualquier país pudiera desafiarlos, debían mantenerse siempre como el país superior. Y los EEUU teníamos que decir a los aliados que no se preocupasen por desarrollar su propio armamento porque ya lo haríamos nosotros por ellos. Además, había que tener cuidado con Rusia porque no sabíamos cómo iba a evolucionar; el oso podría volver a levantarse sobre sus patas traseras y gruñir. Cuando el New York Times publicó el documento levantó protestas entre los liberales (en Estados Unidos las palabras liberal y conservador han perdido el significado que antes tenían de modo que cuando digo liberales no estoy seguro de usar la palabra correcta: digamos que mucha gente se indignó). Edward Kennedy dijo que se trataba de un documento imperialista que ningún país podría ni debería aceptar. Enseguida fue retirado y reescrito por Dick Cheney (quien desde ningún sentido podía calificarse de liberal) y por el Secretario de Defensa, Colin Powell. Pero se mantuvo el enfoque básico: Rusia y Estados Unidos debían seguir siendo las dos únicas superpotencias. Ese punto de vista fue el único aceptado y la actitud hacia Rusia fue: has dejado de ser una superpotencia, has pasado a ser un país de segunda categoría, de modo que estate calladito, por favor. 
 
Lo anterior se hace evidente al observar la política de Estados Unidos. Comencemos volviendo a Gorbachov y a las reuniones que tuvo en las que varias personas, algunas muy importantes, le pidieron que permitiese la reunificación de Alemania y el derribo del muro de Berlín. James Baker (cuando era Secretario de Estado con Bush) le dijo que si eso sucedía la OTAN no avanzaría ni una pulgada hacia el Este. Hay quienes dicen que esto es falso; sin embargo, no hace mucho, el 12 de diciembre de 2017, El Archivo de la Defensa Nacional de la Universidad George Washington desclasificó las minutas de las conversaciones entre Baker y Gorbachov y ahí aparece esta afirmación. Pero no fue Baker el único que le dijo esto a Gorbachov; había más personas ahí: los líderes de Alemania Occidental de aquellos días lo dijeron, y más gente. No estoy diciendo que Gorbachov hubiera podido impedir la reunificación alemana –no lo sé–, pero el hecho es que dijo sí. Y la OTAN se estuvo quieta en esos días, se estuvo quieta durante el mandato de Bush padre, se estuvo quieta durante los cuatro primeros años de Clinton … Pero en los siguientes cuatro años, en 1996 aproximadamente, se tomó la decisión de ampliar la OTAN con la incorporación de tres países: Polonia, la República Checa y Hungría.
Continuará ...

lunes, 14 de marzo de 2022

Crimea y Cataluña

La singularidad geográfica –una península avanzada en el Mar Negro y conectada por un estrecho istmo al continente– ha hecho de Crimea un territorio singular en el que sus habitantes han desarrollado a lo largo de los siglos una fuerte conciencia de identidad. No fue sino hasta finales del siglo XVIII, bajo el gobierno de Catalina la Grande, que la península fue incorporada al imperio ruso, arrebatada del dominio turco y trasladada a la esfera occidental, con todos los matices que queramos en lo que se refiere a la occidentalidad de los rusos. Al constituirse la URSS (1921), Crimea se convierte en una república autónoma, aunque integrada en la República Socialista Federativa Soviética de Rusia. Stalin se cepilló la autonomía después de la Segunda Guerra Mundial (también de paso a numerosos tártaros) y pocos años después, en 1954, siendo secretario general del PCUS Nikita Jrushchov (muy vinculado a Ucrania), Crimea fue cedida a esta Republica. Se trataba de una decisión poco más que meramente administrativa; al fin y al cabo, el Estado común era la Unión Soviética. La disolución de la URSS supuso, como es sabido, la independencia de las quince repúblicas que la conformaban –entre ellas Ucrania– cada una con los límites territoriales de la administración soviética. Ahora bien, en el nuevo estado ucraniano, Crimea gozaba de un régimen de autogobierno (reconocido en 1991 y limitado pero no suprimido en 1998). En términos étnicos –no me gusta nada esta referencia pero es obligada– la mayoría de Crimea era (y sigue siendo) rusa así como es el ruso el idioma más hablado. No obstante, parece que durante las dos primeras décadas de vida de Ucrania, los habitantes de Crimea no se sintieron incómodos como parte del nuevo estado. 
 

Sin embargo, las cosas se pusieron feas en 2013, a partir del Euromaidán (las manifestaciones europeístas de Kiev) y la posterior abolición de la ley de lenguas cooficiales, interpretada en Crimea como un intento de “ucranizar” la península. Durante los primeros meses de 2014 hubo varios incidentes en Crimea en contra del gobierno de Kiev que derivaron rápidamente hacia proclamas secesionistas. El 6 de marzo el Parlamento de Crimea aprobó por unanimidad la futura anexión a Rusia en calidad de república federada y la celebración de un referéndum. Naturalmente, ese referéndum fue declarado ilegal por las autoridades ucranianas. No obstante, el 16 de marzo se celebró el plebiscito en el que se hacían dos preguntas: la 1, si se estaba a favor de la unificación de la península de Crimea con Rusia como sujeto de la Federación; la 2 si se estaba a favor de la restauración de la constitución de Crimea de 1992 y del estatus de la península de Crimea como parte de Ucrania. Según las autoridades de Crimea, la participación fue del 83% y ganó la primera opción con la abrumadora mayoría de casi el 97% de los votantes. El 17 de marzo, a la vista de los resultados, el Parlamento de Crimea declaró el «Estado soberano independiente República de Crimea» y votó su anexión a Rusia. El mismo día, Putin reconocía la independencia. 
 

Lo acaecido en Crimea hace unos años y que acabo de narrar me pasó desapercibido en su momento. Ahora, con motivo de que la crisis ucraniana ha adquirido absoluto protagonismo mediático, me ha picado la curiosidad de bucear en unos antecedentes cercanos que tengo la sensación de que no fueron suficientemente informados por los medios occidentales. Al hacerlo, me ha llamado la atención las marcadas similitudes entre el proceso separatista crimeo y el catalán. De hecho, el llamado “procés” empezó en diciembre de 2012 cuando Artur Mas y Oriol Junqueras acordaron celebrar una consulta de autodeterminación en Cataluña; de modo que es bastante contemporáneo de la crisis de Crimea. Sin embargo, entre el aluvión de argumentos que usaron los independentistas catalanes para justificar el derecho de autodeterminación, no recuerdo que alguna vez se hiciera referencia a Crimea. Obviamente, no interesaba mencionar una situación motivada en gran medida por el antieuropeísmo y en la que los que apoyaban eran los malvados rusos (en cambio, Putin no tuvo inconveniente en “apoyar” el procés justamente porque le convenía debilitar a Occidente y defender el derecho de autodeterminación de Crimea). Tampoco durante estos años ni ahora en la crisis bélica he escuchado a ningún líder catalán justificar o al menos empatizar con los movimientos independentistas en las regiones prorusas de Ucrania. Mucha hipocresía. 
 

Pero, sobre todo, lo que más llama la atención es que cuando insistían en que el derecho de autodeterminación estaba reconocido internacionalmente (interpretando sesgadamente resoluciones de naciones unidas, como ya conté en este post) nunca se refirieron a la Resolución 68/262 sobre la integridad territorial de Ucrania, aprobada por la Asamblea General el 27 de marzo de 2014, apenas diez días después de que el parlamento de Crimea declarase la independencia. En esa Resolución se declara que, debido a que “el referendo celebrado en la República Autónoma de Crimea y la ciudad de Sebastopol el 16 de marzo de 2014 no contó  con la autorización de Ucrania” no tiene validez y, por tanto, “no puede servir de base para modificar el estatuto de la República Autónoma de Crimea o de la ciudad de Sebastopol”. De la existencia de esta Resolución me acabo de enterar, pero sin duda Puigdemont y sus colegas la conocerían de sobra cuando convocaron y celebraron el referendo del 1 de octubre de 2017. Es decir, sabían perfectamente que, al no contar con la autorización del Estado español, dicho referéndum habría de ser declarado nulo por Naciones Unidas (ni siquiera hizo falta). ¿Empujaban a los catalanes por una vía sin salida o alguno de ellos pensaría –no sin motivos– que la legalidad internacional es flexiblemente adaptable a los intereses de cada momento? En todo caso, lo cierto es que de ese plebiscito crimeo no se habló durante el tumultuoso periodo del secesionismo catalán.