domingo, 31 de diciembre de 2006

Balance de 2006

Leo en el blog de Eva que, como ritual de fin de año, escribe en una hoja de papel todos los acontecimientos importantes que le han sucedido y trata honestamente de analizarlos para obtener las adecuadas enseñanzas. Nunca he sido proclive a balances pero, en esta última época de mi vida, estoy escribiendo mucho sobre lo que me pasa y sobre lo que siento (de ahí el blog) justamente para tratar de entenderme, aclararme y, por supuesto, procurar mejorar (o intentar ser lo más feliz posible, que viene a ser lo mismo). Así que voy a intentar copiar el ritual de Eva.

En lo personal, en lo que se refiere a mi estado interior, creo que puedo pensar que el año transcurrido ha significado una progresiva mejora. Desde luego, me siento ahora mucho más en paz y a gusto conmigo mismo y mis circunstancias impuestas que a finales del año pasado. El tiempo lo cura todo (dicen) y, sobre todo, el tiempo va suavizando los acontecimientos, dejándote ver otras perspectivas de los mismos que en su momento no percibías. Pero que haya avanzado no se debe (sólo) al paso del tiempo; ha puesto bastante de mi parte (creo, aunque sea inmodesto decirlo). Hacia el final de la que llaman fase de duelo, el año pasado, me di cuenta de que había de aprovechar el palo recibido para transformar muchas cosas dentro de mí. No fue una conclusión racional; o no lo fue inicialmente, sino en todo caso como reflexión posterior a una serie de fogonazos emocionales, casi a modo de revelaciones sorprendentes (algunas veces me he referido a esos grifos que sentí que se me abrían por dentro). Así que creo que debo estar moderadamente orgulloso de cómo me he portado. Todo lo que nos ocurre en la vida son oportunidades para nuestro crecimiento personal, pero no basta con que ocurran, hay que esforzarse (no es gratis) en aprender de ellas.

Por supuesto el mérito no es sólo mío. Digamos que he tenido suerte en cruzarme con personas que me han acompañado en este año y me han aportado bastante. Las conversaciones con Maricarmen me fueron valiosísimas en la transición del dolor a la ilusión; varios amigos (la mayoría amigas, la verdad) de antes que estuvieron ahí, algunos de ellos sorprendiéndome (y supongo que también yo a ellos) con la nueva relación (más cercana) que se planteaba entre nosotros. Y en abril apareció K, que me ha dado (me sigue dando) tanto, con quien he vivido muchos momentos que -sin cinismos de ningún tipo- he de incluir en el esquivo concepto de felicidad. Y otras personas nuevas que he conocido (que estoy realmente conociendo), algunas de ellas plenas de atractivos y, sobre todo, buenas y honestas.

Así que, gracias a todas ellas porque han contribuido mucho a que ahora me de yo mismo buena nota en este balance anual. La cual no significa que haya llegado a ninguna meta (a donde seguramente no se llega nunca) sino que "progreso adecuadamente".

Ha habido este año también acontecimientos tristes. Ahora me vienen a la cabeza los dos más dolorosos: las muertes de Luis y Ángel ... He dejado de escribir un rato mientras veía sus caras (¡con qué claridad!) en mi mente. Ya no están; no puedo escribir nada más al respecto.

También ha sido triste la retirada de Enrique. Ha sido durante 15 años mi jefe directo, el mejor jefe que una persona como yo podía tener. Es además una excelente persona y un buen amigo. Con su marcha se cierra una etapa en mi trabajo y se acentúa la crisis que vivo respecto al mismo. Todo el año me he debatido entre seguir o irme, pedir una excedencia y probar otros ambientes (tengo algunas ofertas). En materia laboral el balance sería que sigo con parecida confusión a la que estaba a principios de año. Bueno, quizás haya despejado algunas incógnitas, pero permanecen muchas dudas. Imagino que, en un sentido u otro, la cuestión se dilucidará en 2007. Las decisiones son como las manzanas, muchas veces más que arrancarlas conviene dejar que caigan de maduras.

Ha sido este un año de muchas lecturas. Ahora me entran ganas de hacer una lista de los libros devorados, pero es un poco ridículo. En contra de lo que era habitual en mí, seguramente este año los ensayos han superado a las obras de ficción. He leído muy "intencionalmente"; es decir, buscando lo que me iba interesando en cada momento. Soy muy disperso en mis intereses, pero aún así ha habido temas que han acumulado más lecturas, respondiendo a mi etapa psicológica de desconciertos. Pero, además de los libros, este ha sido el año del descubrimiento de los blogs y, sin duda, sus lecturas han llenado muchas de mis horas y avivado mis intereses.

Más cosas; viajes, por ejemplo. No ha estado mal el año. Por supuesto, el viaje más completito fue el del mes de julio: 15 días recorriendo el Lazio (recién hace un mes terminé de ordenar las más de 500 fotos). Pero también varios viajitos cortos a la península (Madrid, Barcelona, Zaragoza), cada uno con su particular motivo al que se sumaban siempre sorpresas, agradables las más. Y además he de contar los saltos a las islas vecinas y las escapaditas de relax de fin de semana. En fin, que (sobre todo comparando con el año anterior), 2006 ha sido bastante más que aceptable en cuanto a mi movilidad. Y me gustaría que la racha continuase o, mejor, se incrementase. Tengo que investigar sobre las ofertas que por ahí pululan (por ejemplo, ir un día al aeropuerto y coger un charter prácticamente gratis al sitio de Europa que sea) y aprovechar de la reciente implantación en mi isla de compañías low cost. Se pasa muy bien viajando; era algo que había ido perdiendo en los últimos años y que he de fomentar.

En el lado de las cosas "malas" que me han pasado tengo que poner el accidente de coche que tuve el 15 de octubre. Por más que me esfuerzo, siguiendo los consejos de Eva, no logro verle el lado bueno. El coche ya ha sido dado de baja (su arreglo costaba más que su valor de mercado), lo cual ha aportado un "argumento" a la rabia de mi ex-mujer. Por suerte, el chaval que conducía el otro parece que ha salido bien parado si pienso en lo que pudo haber sido (fractura de cadera de la que está recuperándose). La ansiedad que sentí durante las dos primeras semanas ya no existe, por supuesto, pero me han quedado algunos efectos: conduzco con cierta tensión e incomodidad y siempre que paso por los semáforos fatídicos me viene el recuerdo desasosegante. La historia no ha acabado porque recibí el viernes una citación para acudir a declarar al Juzgado pasado Reyes. Parece ser que me han denunciado. Obviamente mantendrán que fui yo quien se saltó el semáforo a fin de ser indemnizados por mi seguro (su coche, por cierto, circulaba sin seguro). Procuraré que el trance pase lo más rápido posible y sin que me afecte demasiado en mi tranquilidad anímica. Ya veremos.

Pues me parece que voy a dejar ya esto del balance. Uno empieza a pensar en los acontecimientos del año que se va y, de pronto, se encuentra con que ha escrito demasiado y todavía le quedan cosas por revisar. En fin, como muestra un botón, básicamente porque no tengo más tiempo que hay que hacer otras cosas.

PS: Tendría, por ejemplo, que haber recordado los cines, teatros, conciertos y demás espectáculos de los que he disfrutado este año. Como no hay tiempo destacaré sólo el fantástico concierto del Boss en Las Ventas. Para recordarle ahí va una canción suya en vivo (que, por supuesto, no tocó en Madrid).


Streets of Philadelphia - Bruce Springsteen (Philadelphia, 1994)

CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

sábado, 30 de diciembre de 2006

Carta a mi ex-mujer

Estoy escribiéndote nada más irte. Te he pedido que te vayas porque sé (los dos lo sabemos) a qué situación habríamos llegado de seguir "hablando". Y quiero evitar que nos hagamos más daño; y me gustaría que tú quisieras lo mismo. Te he dicho -y es verdad, lo creas o no- que lo que más me gustaría sería que recuperáramos una relación cariñosa y de confianza. No quiero perderte; no lo he querido desde que decidiste romper nuestra pareja, y sigo sin quererlo.

En agosto del año pasado, en una carta que te envié cuando te ibas de casa, te decía que a mí sólo me perderías si tu quisieras, si te empeñaras en que así fuera (por entonces me habías dicho que tenías miedo de perderme). Esas palabras siguen vigentes, incluso mucho más, porque ahora te diría que trataré de ponerte difícil que quieras perderme. Pero también sé (como te he dicho en varias ocasiones) que en varios aspectos tú eres más fuerte que yo; así que es más que probable que si te empeñas logres matar cualquier atisbo de amor entre nosotros.

Es que tengo la sensación de que te empeñas, de que sigues considerándome alguien malo, alguien que quiere hacerte daño y del cual tienes que defenderte. Nuestra separación la planteaste como un acto de liberación frente a mis opresiones (tengo grabadas en el alma tus palabras en la consulta de Sandra) y, a partir de ahí, cada vez que yo he hecho algo que directa o indirectamente afectase a ambos, lo has juzgado como una agresión o, al menos, así lo he percibido yo. Siempre te las arreglas para darle la vuelta a las intenciones de las cosas que hago, interpretándolas como si tuvieran propósitos malvados, de aprovecharme de ti. De otra parte, sólo mencionas los hechos en los que -desde tu versión- me comporto egoístamente, omitiendo aquellos que tú realizas.

Es muy difícil poder hablar desde esos presupuestos. Y es muy doloroso cuando, ante todo lo que haces, bien o mal, pero siempre sin ninguna intención oculta y con el ánimo de acordarlo entre los dos (me creas o no), uno se encuentra con una actitud como la tuya, empeñada en pintarme como el enemigo que quiere sacar ventaja a tu costa. Y es especialmente doloroso cuando descubro que ese rencor lo llevas a las cosas materiales, porque es en ese aspecto donde veo más claramente que no hay sino rabia hacia mí, el deseo de que yo no saque nada bueno no porque sea a tu costa (no lo necesitas), sino por el hecho en sí.

Yo no quiero sacar ninguna ventaja (me creas o no, de nuevo). Te hice la propuesta de reparto buscando el equilibrio entre nuestras pertenencias y pensando (ingenuamente) que estarías de acuerdo. Pero -por supuesto- para que cambiaras lo que creyeras conveniente. Te pasé la lista de gastos que yo entendía que eran comunes que habían ido a mi cuenta bancaria con la misma intención y tal como habíamos hablado; esperando, naturalmente, que tú hicieras lo mismo. Siempre pensé que nunca íbamos a tener problemas en esto y así se lo he dicho a algunos amigos comunes; y me jode tener que admitir que esos amigos tenían razón.

Lógicamente yo tengo una cocina nueva y tú mantienes la que pusimos hace doce años. Lo que no piensas ahora es que dijimos que, al dividir las casas, había que hacer una cocina en la que yo estoy, independientemente de quién fuera a vivir en este lado; lo que no piensas es que tu lado es mucho mejor, tanto en orientación como en ruidos; de lo que te olvidas es de cómo fuiste planteando la división de las casas (empezaste el 11 de octubre por mail, cuando todavía estabas en el apartamento) y de cómo, al final, te dije que vale, que lo mejor era que tú te quedaras en el lado en que estás.

El coche. Poco tengo que añadir a lo que te dije hará algo más de un mes. Tuve un accidente y nos hemos quedado sin coche; en mi opinión, nada hay que repartir. Tú piensas, en cambio, que como el accidente lo tuve yo he de pagarte la mitad del valor del coche. Y hoy añades que crees que si hubiera sido al revés yo te habría exigido lo mismo. ¿Lo crees de verdad, desde el fondo de tu corazón?

Cosas como esas me has dicho muchas y me hacen mucho daño (que, seguramente, a estas alturas y a diferencia de hace un año, ya no te importa). En mayo, después de una de nuestras conversaciones frustradas, te dije por mail que sentía que entre nosotros había mucha fragilidad y te pedía que, para evitar dañarnos y ahondar rencores, procurásemos ambos tratarnos con cariño. Te aseguro que yo, con mayor o menor éxito, lo intento. Pero me da la impresión de que tú estás intentando devolverme los daños que sientes que te hecho. Y no parece que quieras que eso cambie, parece que quisieras suprimirme completamente. En enero, tras el incidente de mi cama, te escribí que me daba la impresión de que las cosas que hacías en relación a mí obedecían a tu necesidad de afirmarte en mi contra, porque seguías necesitando verme como un enemigo. Ahora me dices que te has dado cuenta de que estoy negociando contigo las cuestiones materiales para sacar ventaja, que no estás dispuesta a admitirlo y que lo mejor sería ponerse en manos de un abogado.

Vuelvo a preguntarte lo mismo: ¿crees eso de mí desde el fondo de tu corazón? Y, ¿es así como quieres que prosiga la relación entre nosotros? ¿No es posible que hablemos desde el cariño, sin dobleces ni desconfianzas?

Yo no soy tu enemigo. No te deseo ningún mal. Todo lo contrario; te deseo la mayor felicidad; deseo que eches de ti todos los sentimientos de rabia, de rencor; deseo que sólo sientas amor hacia fuera. Deseo también que te conozcas y que desde ahí te sientas en paz, y puedas recibir el muchísimo cariño que tanta gente te tiene y no te hagan daño cualesquiera comportamientos malévolos. Creo que, en relación a mí y a nuestra relación de 16 años, debes todavía resolver cosas y -seguramente- perdonarme y perdonarte. En cuanto al daño que, estando juntos, he podido hacerte, deberías saber que nunca fue a propósito sino, en la mayoría de los casos, resultado de mi torpeza afectiva y de mis muchos otros defectos. De muchos de esos defectos, por otra parte, he sido dolorosamente consciente (y, por tanto, me he esforzado en corregirlos) justamente al comprobar que te causaban dolor. Pero, en cualquier caso, también deberías pensar que la ruptura de nuestra pareja no fue sólo un acto defensivo tuyo ante mis "agravios"; deberías pensar en ti, no "usarme" ante ti misma como "excusa". Quizás entonces te vaya desapareciendo la rabia que me tienes y me veas de otra manera (yo creo que mucho más ajustada a la verdad). Y, sobre todo, quizás entonces suprimas un factor negativo hacia tu felicidad.

Hará unos 6 meses leí un artículo (que te adjunto) sobre la necesidad que, para su tranquilidad psicológica, muchos sienten de tener enemigos a quienes echar la culpa. Me pareció que, en gran medida, retrataba lo que yo creo que te pasa conmigo. Supongo que no estarás de acuerdo (ni con el artículo ni con lo que te he dicho hasta aquí), pero creo que debía decírtelo. Si simplemente leyeras estas frases (como todos los mails que te he enviado desde nuestra separación) con una actitud diferente, asumiendo -aunque sea a modo de hipótesis- que soy sincero (y lo soy), a lo mejor te valen para cuestionarte algunas de tus actitudes. Creo que sería bueno, no sólo para mí (que me encantaría), sino para tu propio bienestar interior. Sin embargo, ahora mismo, no puedo sino imaginarte leyendo desdeñosamente mis palabras.

Pese a ello las escribo; el motivo es que te quiero y no quiero que entre nosotros haya rencor. A lo peor ésta es una estrategia errónea para mis objetivos, pero no puedo usar otra, porque soy como soy. En cuanto a las cuestiones prácticas (cuya importancia para mí frente a tus sentimientos es nimia), te sugiero que seas tú la que me propongas el reparto que entiendas justo y te pido que, a partir de ahí, nos esforcemos ambos en acordar lo que acordemos en conversaciones calmadas y ordenadas, sin presuponer que el otro quiere aprovecharse ni nada por el estilo.

A este respecto, me gustaría evitar algo que has hecho repetidamente: echarme en cara como decisiones mías, acuerdos que te he propuesto y a los que, en su momento, diste tu conformidad. Son varios los ejemplos de lo que te dije más arriba de "darle la vuelta" a mis intenciones. Así, pasan los días y lo que yo creía que a ti te parecía bien (porque así lo me lo dijiste), resulta que no, que fue una decisión mía para aprovecharme, para sacar ventaja. Y, como tengo la sensación de que fuera cual fuera la propuesta que yo hubiera hecho posteriormente la ibas a interpretar como resultado de mis malévolas intenciones, es que te digo que hagas tú las propuestas.

En todo caso, haz lo que creas justo y conveniente. Y permite que mis mejores deseos de felicidad te lleguen. Un beso muy grande.

CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
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viernes, 29 de diciembre de 2006

Reunión con 8 mujeres

El pasado jueves 21 me invitaron al almuerzo del estudio de mi amigo J. Comida griega que no estaba nada, pero que nada mal. Por supuesto fue la princesita; es más, ejerció como anfitriona (se levantó un par de veces para saludar brevemente a cada uno de los comensales), porque J estaba casi en un extremo en actitud lánguidamente condescendiente. Durante el almuerzo, bromas y risas políticamente correctas.

Tras los brindis se propuso movernos a algún bar a seguir la marcha. Al final fuimos un grupo de 8 mujeres y yo; ni la princesita ni J (ni unos pocos más) quisieron ir, pretextando cosas pendientes que hacer. Así que me encontré las siguientes 5 horas en compañía exclusiva y abundantemente femenina, con edades que variaban desde los veintipocos de Judit hasta los algo más de cuarenta de Vero; entre medias, Susana, Belén, Elena, Dácil, Bea y Dolo.

La conversación fue avanzando por "áreas temáticas", alcanzando mayores dosis de franqueza y cachondeo (ya nada políticamente correcto) a medida que los rones y whiskis iban haciendo sus efectos. Supongo que mi presencia en el grupo limitaría el desparpajo fluido de las charlas "only women" aunque, de ser así, las autocensuras fueron reduciéndose cada vez más. Siempre he opinado que las charlas entre mujeres son infinitamente más entretenidas que las que mantenemos los tíos; así que, pese a mi abrumadora minoría (o precisamente por eso) estaba encantado. De otra parte, el ser el único hombre del grupo me confería un indudable protagonismo; era algo así como una especie de arbitro o gurú que podía (y que debía) "validar" las distintas opiniones femeninas. Esa cualidad me venía reforzado por ser -ay- el de más edad y también seguramente por mi situación externa al estudio en el que todas trabajaban y, a la vez, conocedor casi íntimo de sus acontecimientos desde hace muchos años.

El primer asunto que se trató fue -cómo no- la influencia de la princesita en el estudio. Confirmé (si es que me hubiera hecho falta, que no) como todas estaban hasta los ovarios de la muchachita. Pero, al mismo tiempo, me percaté de que también estaban muy preocupadas por el futuro del estudio y, consecuentemente, de sus puestos de trabajo. Lo significativo es que nadie se atrevía a hablar con J y explicarle lo mal que se estaban poniendo las cosas, aunque muchas pensaban que, dada la habilidad de la princesita para cargar las culpas a los demás y su ascendiente sobre mi amigo, podrían resultar damnificadas gravemente a corto plazo. Yo opiné que era más que probable que si alguna se quejaba a J sólo agravaría su situación personal, al menos mientras durara su encantamiento. Quizás, si todas conjuntamente le hablaran ... En fin, el tema dio bastante de sí, combinando risas, preocupaciones, chismes, cinismo ... de todo.

Pero la protagonista de la tarde fue Bea, arquitecta de 36 años casada y con dos hijos pequeñitos. Acababa de tomar la decisión de separarse y quería desahogarse, soltar el revoltijo de emociones que la inundaban, oír opiniones ajenas, compartir sus sentimientos (hay que decir que Bea es una mujer -como hay tantas- "excesiva": habla mucho y apasionadamente, siempre acelerada, se vuelca a tope en todo lo que hace; y así sucesivamente). Su separación tiene -como todas- una historia particular previa.

A Salva, su marido, le detectaron un cáncer de hígado hará un año. El pronóstico, al principio, no era nada esperanzador. A él, por lo que ella me ha contado y mis propias percepciones las pocas veces en que coincidimos, la noticia lo apabulló, se quedó en un estado de desconcierto, lleno de miedo y tristeza. Tengo la impresión que, desde los primeros momentos, fue Bea quien tomó las riendas, forzó las acciones precisas para moverse. Esto es bastante corriente en casos de cáncer en pareja; en mi propio caso, con mi ex-mujer, ocurrió algo parecido. El enfermo, al saberlo, recibe un golpe casi paralizante; también su pareja se queda anonadada pero, normalmente a diferencia del otro, se niega a aceptar cualquier pronóstico fatal y, en cierto grado como respuesta a esa negación y para evitar pensamientos depresivos, impone un ritmo frenético de actividad, coge la dirección del proceso. Así hizo Bea, organizando todos los viajes (se operó y trató con quimio y radio en Barcelona), hablando con los médicos, resolviendo las múltiples gestiones ... y, por supuesto, cumpliendo con sus obligaciones laborales (en un Ayuntamiento y en el estudio profesional de mi amigo) y domésticas. A ello hay que sumar que la noticia del cáncer casi coincidió con la del embarazo de su segundo hijo, que nació hace pocos meses.

Bueno, dentro de lo que cabe, todo ha ido muy bien. Extraído el tumor (cortando unos cuantos trozos de vísceras; por cierto, el hígado vuelve a crecer) y pasadas la quimio y la radio con efectos dolorosos y muy debilitantes, aparte de otros secundarios, todas las pruebas indican que no hay señales de células cancerosas. Aún así, Salva habrá de sufrir de por vida una serie de limitaciones, especialmente referidas a su régimen alimenticio. Además, todavía está débil y no debería trabajar, no obstante lo cual, en contra de la opinión de Bea, desde hace un par de meses ha empezado a ir a su bufete (es abogado) media jornada. También asistió a algunas sesiones con una psicóloga, pero decidió dejarlas.

Y ahí está una de las cuestiones fundamentales: en el estado psicológico de Salva. Se siente hundido, asustado, no ha asumido lo que le ha ocurrido y no ha reaccionado en términos positivos ante lo que parecen ser buenos pronósticos. Al mismo tiempo, se ha ido encerrando cada vez más en sí mismo (tampoco creo que nunca haya sido demasiado expansivo, sobre todo si se le compara con su mujer) y se comporta con Bea, si no exactamente hostil, de un modo que se asemeja. Bea siente (esto lo repitió mucho) que le está continuamente reprochando todo, cualquier detalle nimio de su comportamiento; siente como si le estuviera culpando de que ella pueda seguir con su vida y él no, de que él haya tenido el cáncer y ella no. Para colmo, esta actitud de incomodidad sorda entre ambos no se hace explícita porque Salva no quiere hablar, se refugia en una especie de victimismo fatalista, haciendo notar con frecuencia sus dolencias y su estado enfermizo (por ejemplo, a principios de mes cogió una neumonía).

Bea dice que no puede más, que está harta. Que ella se cree capaz de "tirar del carro", pero no sintiéndose sola y -sobre todo- reprochada. Que cada vez le apetece menos volver a su casa, que cada vez le importa él menos, que cada vez tiene menos ganas de compartir nada con su marido. El último viaje a Barcelona (pocos días antes de la reunión que estoy narrando) fue la gota que le colmó el vaso, porque la hostilidad de él aumentó. Así que, nada más volver, con la impetuosidad que la caracteriza, sin demasiada meditación (ella misma lo reconoce) decidió que no podían seguir juntos. Se lo dijo y a él le pareció muy bien; obviamente, sin ningún entusiasmo, como si fuera la consecuencia obligada (y morbosamente deseada) de su victimismo, de sus deseos de hundirse más en su depresión (porque supongo que es lo que él tiene).

Y hasta aquí los antecedentes. Luego vinieron las opiniones, cubriendo una amplia gama, cada una de ellas muy asociada al carácter e historia personal de quien la emitía. En un extremo estaba Vero, desde el principio convencida de que la relación había muerto y que lo que Bea tenía que hacer era olvidarse y volcarse a fondo en una nueva vida; Vero ha tenido muchas parejas y ninguna durante demasiados años. En la otra punta se colocaba Belén, unos treinta y cinco, defensora a ultranza del "romanticismo Corín Tellado", que se resistía a admitir que la relación se hubiera acabado. Bueno, tampoco voy a transcribir aquí el largo debate, bastante caótico, alternando reflexiones "profundas", bromas y cachondeos, sentimientos, diagnósticos tajantes ... Diré que al final hubo casi unanimidad en que no había sido la enfermedad la que había acabado con la relación, que ya antes Bea y Salva habían perdido muchos de sus vínculos afectivos. Los dos o tres años anteriores cada uno había ido separándose del otro, dedicándose cada vez más a su vida propia (básicamente profesional). En esas estaban, siguiendo juntos por la inercia adquirida y ante la ausencia de conflictos explícitos, cuando Bea se quedó embarazada y, enseguida, el cáncer. La enfermedad focalizó toda perspectiva y postergó cualquier otra consideración. Pero también, una vez superada esta primera (y esperemos que única) fase, sirvió para que afloraran en forma de conflictos explícitos las incompatibilidades y pocas ganas de seguir juntos.

Hay en la historia de Bea y Salva muchas similitudes con la mía y, al mismo tiempo, tantas diferencias. Yo me quedé con la impresión de que, dada la situación emocional de mi amiga, la separación es inevitable y debe ser inmediata, sin perjuicio de que, calmados los ánimos, pudieran volver a juntarse. Pero, la verdad, no creo que esto último ocurra; primero, porque es poco frecuente que una vez que se separan las parejas vuelvan; segundo, porque los veo (y desde que los conozco) muy distintos, con poco en común (en todo caso, dos hijos, que ya es bastante). Cuando mi ex-mujer me planteó separarnos (también dijo que temporalmente) y propuso que fuéramos a una psicóloga, ésta opinó que éramos dos personas muy compatibles, que creía que teníamos "mucho camino por delante que compartir". No creo que hubiera dicho lo mismo de Bea y Salva.

Lo que -hago un inciso- me lleva a algo que siempre he pensado: que es muy difícil que se consolide una relación de pareja entre personas sin suficientes "cosas objetivas" en común. Intuyo que es una condición necesaria aunque, obviamente, no suficiente. Pero esto sería otro motivo de otro post.

Y retomo el hilo para ir acabando (no pensaba que fuera a escribir tanto). Sentada la postura rupturista, y todos con suficientes rones en el cuerpo, la conversación se volcó en asuntos sexuales. Porque -también coincidencia casi unánime- Bea tenía rápidamente que follar, como terapia de choque antidepresiva, como la manera más eficaz de desahogarse, de cargar las pilas. Alguna propuso que se enrollara con un compañero del Ayuntamiento en el que trabaja, un chico más joven que ella y bastante pánfilo que -parece ser- es "mono"; pero la propuesta fue descartada porque probablemente esté enamoriscado de ella y de lo que se trataba era de rollitos dulces y cariñosos, pero sin riesgos de ataduras. Diré que yo estaba también entre los candidatos y que, en el cachondeillo premeditadamente ambiguo (que quede la duda de si es o no broma), Bea se sumó al juego.

Y así seguimos un buen rato, cayendo de vez en cuando unas cuantas confesiones sobre gustos y fantasías sexuales que, tras las carcajadas inmediatas por la franqueza impudorosa de la declarante, resultaban ser compartidos muy mayoritariamente. En fin, reunión interesante y, sobre todo, divertida. Todos encantados y nos despedimos prometiéndonos repetir lo antes posible.

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lunes, 25 de diciembre de 2006

Zamba de mi esperanza

Parece ser que el servidor de Castpost está de vacaciones por navidad. Todos los archivos de audio que he ido poniendo en el blog están inaccesibles; pero es que lo mismo pasa en otros blogs por los que he curioseado y a la página web se accede a veces sí y más veces no.

He pasado un rato de esta tarde navideña post-resaca (y sin ganas de dar golpe) intentando aprender las distintas opciones para "subir" archivos de audio, pero entenderlas bien requiere que mis neuronas trabajen más de lo que en estos momentos les apetece. Así, en estos entretenimientos inútiles, he descubierto radio.blog.club, que una base de datos de multitud de canciones que te permite enlazar a la que quieras desde tu blog. He hecho la prueba y sustituido la canción de navideña de Lennon de Castpost por la de este servidor; y funciona!

Lo que pasa es que lo que me interesa es subir mis propias canciones y no todas están en radio.blog.club. Esta tarde he estado recordando músicas hispanoamericanas de mi primera adolescencia, los viejos vinilos de mis padres. Me apetecía volver a oír la que da título a este post, cantada por el barbudo (la "culpa" es de Pablito). Es una canción que, en época ya bastante lejana, se me quedaba pegada y tarareaba continuamente. Como no la tenía, he recurrido al e-mule para volver a disfrutarla. Me acordaba todavía de la primera estrofa, pero no así de las siguientes. Al escuchar la letra, uno se pregunta por qué los militares se la prohibieron cantar a Cafrune en aquel festival folklórico de 1978, ya que no hay nada que suene, ni por asomo, subversivo. Probablemente (no lo sé) la canción debía haber adquirido algún significado popular que molestaba a los nuevos dueños del poder argentino. En todo caso, los censores (y menos los militares) nunca se han distinguido por la inteligencia.

Uno piensa que si esa canción no hubiese sido vetada y Cafrune la hubiera cantado normalmente en Cosquín, no habría pronunciado esas palabras (no está en el repertorio autorizado, pero si mi pueblo me la pide, la canto) que tan mal sentaron a los milicos de Córdoba. Y entonces, quizás el barbudo no habría sido atropellado unos días después, si es que es cierto que fue asesinado por órdenes castrenses. Pero claro, puede que su muerte fuera realmente accidental, que se adelantara a la que estaban preparando los milicos. Y también puede que aunque hubiera callado en ese concierto, hiciera algo más tarde que molestara a los salvadores de la patria. A esos señores bastaba tan poco para irritarles y les sobraba tanta voluntad de escarmentar ...

Así que no tiene sentido hacer historia-ficción. Me consuelo escuchando de nuevo esa zamba y transcribiendo a continuación su letra, tan melancólica como estos días. Como (de momento) no puedo subirla, para quien no la haya escuchado le recomiendo este enlace (es necesario el Real Player):

Zamba de mi esperanza,
amanecida como un querer,
sueño, sueño del alma
que a veces muere sin florecer

Zamba, a ti te canto,
porque tu canto derrama amor,
caricia de tu pañuelo que
va envolviendo mi corazón.

Estrella tú que miraste
Tú que escuchaste mi padecer
Estrella deja que cante,
Deja que quiera como yo sé

El tiempo que va pasando,
como la vida no vuelve mas,
el tiempo me va matando
y tu cariño será, será.

Hundido en horizontes.
soy polvareda que al viento va,
zamba, ya no me dejes
yo sin tu canto no vivo mas.

Actualización (31/12/2006): Esta mañana he descubierto GoEar, otro servidor tipo Castpost que te permite subir tus mp3. Además, resulta que en su base de datos tienen esta canción de Cafrune; así que me ahorro subirla y la enlazo directamente.


Zamba de mi esperanza - Jorge Cafrune (emoción, canto y guitarra, 1964)

Actualización (19/2/2012): Hace ya bastante que he dejado de usar GoEar que, aunque sigue funcionando, te obliga a escuchar un anuncio publicitario previo a la canción. Todas los temas que enlazaban a este servidor (y entre ellos, éste) los he ido progresivamente subiendo a DivShare.

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viernes, 22 de diciembre de 2006

Las cosas de nuestras vidas revisited (aclaraciones al post anterior)

Temía no lograr explicar bien mi idea y que, en cambio, se entendiera este post como una crítica; y me da que mis temores se verifican. Vamos a ver: naturalmente que a cada uno le puede gustar la música (o cualquier otra cosa) de la época que sea; naturalmente que muchas expresiones artísticas son atemporales que, en el fondo, es lo mismo que decir que son siempre “riguroso presente”. No iban por ahí los tiros. Tampoco pretendía para nada dar la impresión de que censuro a los veinteañeros que se “atreven” a “apropiarse” de “mis” grupos musicales; en todo caso, al contrario. Sólo expresaba mi “desconcierto”, me preguntaba a mí mismo (aunque fuera en voz alta) sobre el asunto de las cosas (canciones, entre otras) que convertimos en piezas de nuestra personal historia emocional; y esas cosas, por tanto, tienen durante gran parte de nuestra vida la capacidad de emocionarnos, de activar ciertos sentimientos de identificación (como bien dice Eva).

En mi modesta opinión (basada en mi propia historia), esas “cosas” que hacemos nuestras son, sobre todo, las que vivimos en la adolescencia y primera juventud. En esos años, somos (o deberíamos ser) esponjas ávidas de absorber, justamente porque estamos en un proceso de individualización, de construcción de nuestro yo, de autodefinirnos. Ese proceso, con mucha frecuencia, se hace desde dos voluntades simultáneas: la de distanciamiento (normalmente de los valores y gustos de nuestros mayores) y la de identificación (con nuestros amigos). Normalmente, además, cuanto más intensamente vivimos los azarosos revoltijos de nuestra adolescencia, más radicales solemos ser en la expresión de nuestros rechazos e identificaciones; radicalidad que –ley de vida- va mermando con el paso de los años (afortunadamente).

Pasan pues los años y uno va incorporando muchas otras vivencias y, por tanto, muchas otras “cosas” a su historia personal. Pero esas posteriores construcciones de nuestra personalidad (habría que decir que ese proceso es continuo, hasta que la palmamos) ya no son como la tormentosa iniciación adolescente. Ampliaremos nuestros gustos, matizaremos nuestros valores, maduraremos, en suma. Incluso, como a mí me ocurre, sentiremos muy ajenos los pensamientos, sentimientos, inquietudes, que nos absorbían en esos años de descubrimientos, de autoafirmación. Pero hay una diferencia esencial –que me resulta difícil de precisar- entre las cosas que hicimos nuestras en la adolescencia y primera juventud y las posteriores. Y a esas primeras me refería.

Esas cosas –ya lo he dicho- tienen que haberse vivido en primera persona; es decir, nuestro conocimiento de las mismas (su incorporación a nuestra mente) debe haberse producido a través de la emoción no sólo de la inteligencia (una amiga decía que es la diferencia entre aprehender y aprender). Por tal razón, lo normal (no lo obligatorio) es que esas cosas estén “vivas”, sean actuales, en el entorno contemporáneo de nuestra adolescencia. Schubert, por ejemplo, podría ser parte de mi historia personal si, en esa etapa de mi vida, hubiera sido lo que escuchaba; y tanto más, si lo compartiera con un grupo de amigos como seña de identidad; y todavía más, si la música de Schubert fuera para mí (para nosotros) un elemento diferenciador respecto a los gustos de mis padres. Podría haber sido así, pero no fue ... Y la verdad, parece poco probable que lo haya sido en casi nadie de mi generación; lo que no obsta para que pudiera gustarme muchísimo Schubert, incluso más que las canciones de Santana. Pero, entre las múltiples sensaciones que pueden embargarme oyendo La Muerte y la Doncella, no se encuentran esas tan específicas, personales y evocadoras que me traen los acordes de Samba Pa Ti.

Desde este planteamiento (que no creo que sea nada extravagante), me sorprendía que una persona de veintitantos dijera que a él le gustaba de siempre Santana porque entendí que con ese “gustar de siempre” se refería a las canciones que forman parte de su historia. Por supuesto, pude entenderlo mal ya que puede que las canciones de Santana no hayan sido para Pablito de las “cosas” a que yo me refiero. Pero, en el fondo, eso no me importa nada; el texto de ese post tiene para mí valor en tanto me sugiere una reflexión sobre las “cosas que forman nuestra historia personal”, independientemente del acierto o desbarre de mis apreciaciones en cuanto a una persona real concreta (esto ya lo aclaraba en mi post anterior).

Así que, establecida la irrelevancia de que sea verdad o no, voy a suponer que mi Pablito virtual (probablemente muy ajeno al real) cuenta entre las cosas de su historia las canciones de Santana; es decir, que al oír Samba Pa Ti, se le disparan recuerdos emocionados de su adolescencia. Y, por supuesto, puede ser, pero no deja de ser raro que hace algo más de diez años la música vieja de Santana “funcionara” entre los chavales de forma análoga a como lo hacía en quienes hacia 1974 aprovechábamos esa canción para besar en el cuello a una morenita mientras bailábamos abrazados.

Esa misma impresión de extrañeza me surgió al leer los recuerdos sobre Víctor Jara. Como aclara en un siguiente post, la muerte de Víctor (como la de Cafrune) ocurrió cuando Pablito aún no había nacido, en 1973. Vuelvo a decir que no tengo nada que objetar a que nadie “traiga” a su vida acontecimientos no vividos; al contrario, me parece muy enriquecedor. Pero, salvo como licencia poética alusiva a su canción más famosa, esos no son recuerdos.

Yo tenía 14 años en septiembre del 73; acababa de empezar 5º de bachillerato. Ese verano, dos buenos amigos míos habían ido “hacer la vendimia” a las Landas francesas. Uno de ellos, con la radical ingenuidad de aquellos años, se consideraba “muy de izquierdas” (pocos meses después, cuando ETA mató a Carrero, tuvo el “valor” de decir, en un entorno adulto nada receptivo, que le parecía justo). Este amigo había traído algunos discos de lo que entonces se llamaba la Nueva Canción Chilena, un movimiento surgido en la segunda mitad de los 60 y que enlazaba con corrientes similares en otros muchos sitios. Pese a su tinte izquierdista, muchos de esos discos podían conseguirse en la España de entonces (mis propios padres tenían varios de Violeta Parra, de Quilapayún y del propio Víctor Jara) y, en ese último trimestre del 73, era un descubrimiento reciente para unos críos como nosotros. Enseguida, el escucharlos adquirió una connotación especial, cuando supimos que en Chile habían sido prohibidos y que Jara había sido asesinado. Pero el golpe de Pinochet, la heroica y numantina resistencia de Allende, la barbarie de los primeros días (los 5.000 del Estadio Nacional) ... todos esos acontecimientos contemporáneos no fueron percibidos por nosotros con toda su carga de tremenda realidad, por más que nos sintiéramos muy “concienciados” y “solidarios” oyendo esas canciones (muchas de las cuales, aun hoy, me erizan la piel). Sería unos pocos años después, en un país vecino de Chile, donde ese conocimiento “teórico” de la infamia chilena se encarnaría en personas reales que, hasta cierto punto, me harían partícipe de sus vivencias, logrando que nombres, músicas y acontecimientos pasaran en algún grado a ser parte de mi historia personal.

Me temo que no debo haber aclarado nada. Tampoco importa mucho, baste añadir sólo que no trato en absoluto de cuestionar a nadie. Que cada uno piense y viva como quiera. Faltaría más. Pero dejémonos de palabras y oigamos la maravillosa guitarra de Carlitos Santana (Va por Pablito, que sé que le gusta).


Samba Pa Ti - Santana (Greatest Hits, 1974)

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miércoles, 20 de diciembre de 2006

Las cosas de nuestras vidas

Ayer, en la charla del desayuno, no recuerdo bien a cuento de qué, una compañera que tiene 35 años rememoró cuando fue a ver el estreno de Star Wars y lo mucho que le influyó esa peli. Me quedé sorprendido porque esa primera entrega (posteriormente denominada Episodio IV) es de 1977, fecha en que esta chica tenía 6 añitos. Ella, sin embargo, insistía en que fue a verla cuando se estrenó y que luego también las dos siguientes (en el 80 y en el 83; teniendo ella 9 y 12 añitos respectivamente).

El caso es que me quedé pensando sobre las cosas que vivimos y que se convierten en parte de nuestra historia personal: películas, libros, canciones, series de tv, acontecimientos públicos diversos, etc. Excluyendo lógicamente los sucesos de índole privada o familiar, esos otros conformarían una suerte de bagaje común que compartimos con quienes identificamos como miembros de nuestra misma generación. Normalmente, además, esas cosas a las que me refiero tienden a convertirse en objeto de nuestro interés y por eso solemos construirnos un cierto conocimiento sobre las mismas; conocimiento, que a diferencia de otros que podamos poseer, está tintado con una carga emotiva personal, es algo nuestro.

La música, por ejemplo, es una de esas cosas que más calan en nuestra historia personal. No sé si todos, pero creo que bastantes nos "vinculamos" (a veces con ciertas dosis de radicalismo que el tiempo se encarga de ir puliendo) a grupos, géneros, canciones concretas que escuchamos y hacemos nuestras en torno a la primera adolescencia y a los cuales seguimos siendo "fieles" durante casi toda la vida. En mi historia personal, empecé a oir "mi" música hacia los 13 años, en 4º de bachiller. Fuera por los amigos de entonces, fuera por las simplonas rebeldías adolescentes, el caso es que me "tocaron" cantantes ingleses y norteamericanos del rock, blues y folk que se hacía en aquellas épocas. Ahora, por curiosidad, me pongo a revisar fechas y compruebo que, efectivamente, las fechas de los albumes que yo oía se corresponden con aquellos años: Eric Clapton y su 461 Ocean Boulevard de 1974; los Rolling y su Goat's Head Soup (con la maravillosa Angie) de 1973; Pink Floyd y su Dark Side of the Moon de 1973; Simon&Garfunkel y su disco de Grandes Éxitos de 1972 (los cogí cuando ya se habían separado); Led Zeppelin y su Houses of the Holy de 1973 (este disco creo que fue el primer objeto que robé; lugar: una tienda de la calle Mayor de Madrid); Bob Dylan y su Planet Waves de 1974 (aunque Dylan es un caso especial ya que enseguida me enganché y me dediqué a rastrear a toda prisa hacia atrás). Podría decir muchos más discos, pero éstos me han bastado para volver a ver en mi cabeza las portadas de aquellos vinilos (entonces no recuerdo que se llamaran así, simplemente eran elepés) y evocar a los amigos de entonces, los intercambios, las revistas de música que leíamos, las grabaciones con cassettes portátiles (a veces poniendo el micrófono delante del altavoz). Luego vino la universidad y una ampliación y profundización en esas músicas (y otras análogas), proceso que envolvía las vivencias compartidas con amigos, casi como señas de identidad común.

Han pasado los años y he ido cogiendo gusto a otras músicas pero, salvo contadas excepciones, la mayoría de mis preferencias se han ido ensamblando sobre la estructura básica que se consolidó entre mis 13 y mis 20 años. Por eso, mis canciones, mis cantantes, son sin ninguna duda los que estaban en activo en la segunda mitad de los 70 y ha sido, en el marco musical que con ellos esbocé, que he ido integrando otros nombres. Por ejemplo, cuando recuerdo los primeros 80 en Madrid, en plena efervescencia de lo que ahora se ha dado en llamar el pop-rock español, me doy cuenta de que prefería aquellos grupos que más encajaban con las pautas que me habían formado.

La música no es más que un ejemplo, aunque de los más significativos, para explicar lo que antes decía de las cosas que construyen nuestra historia personal. Así, cuando descubro referencias propias en otras personas tiendo a pensar que pertenecen a mi generación. Sin embargo, a veces son engañosa, como cuando mi compañera me sorprendió "apropiándose" de la primera de las películas de Star Wars. En mis lecturas de blogs a veces me pasa lo mismo. En un post reciente leo que el autor estaba con unos amigos discutiendo sobre si eran mejores los Beatles o los Rolling, polémica que ni siquiera yo viví en mi época de formación (los Beatles ya no existían); más adelante añade que, en todo caso, a él los que le gustaron de siempre fueron Santana, Jethro Tull y The Who. Obviamente, pienso que este hombre debe ser poco más o menos de mi edad, toda vez que estamos hablando de los 70, sin perjuicio de que estos grupos continuaran en plan revival incluso hasta hoy (la época "genuina" de Santana se cierra con Greatest Hits de 1974, el famoso LP de un negro sosteniendo una paloma blanca; siendo muy generosos, podemos dar por cerrada la etapa gloriosa de los chicos de Ian Anderson hacia finales de los 70; en cuanto a los Who el cierre "real" hay que echarlo tras la muerte de Keith Moon y los contemporáneos cuelgues de Townshend, también a finales de los 70). Pues no, me equivoqué; a medida que iba leyendo otros posts anteriores iba comprobando que la hipótesis no cuadraba, lo que se confirmó definitivamente cuando pude calcular que debe de andar algo por debajo de los 30. Es decir, nacido a finales de los 70 (unos veinte años después que yo), cuando esos grupos cerraban sus épocas míticas.

A cuento de esto (y de la conversación de ayer) no puedo sino desconcertarme un poquillo más de lo que es mi nivel habitual. A lo mejor vivimos una época de revivals incluso de los recuerdos, a lo mejor nos podemos construir nuestras historias personales con "cosas" (acontecimientos, músicas, películas, etc) de segunda mano. También puede ser síntoma del eclecticismo dominante, del gusto por crearse un bagaje "cultural" amplio y casi atemporal. En fin, no tengo ni idea; sólo dejo constancia de mi asombro. Es como si algunos quisieran vivir lo que no han vivido y no sé si, en ese afán, se pierden vivir lo que deben. Naturalmente, es más que posible que todo esto que digo no vaya para nada con el autor del blog que he leído; su lectura, simplemente, ha despertado en mí estas ideas.

Pero sin particularizar en personas concretas, lo que sí es verdad es que, a medida que nos hacemos mayores, se descubre con cierta frecuencia que gente bastante menor se refiere a acontecimientos que uno ha vivido con un aplomo sorprendente. Y uno se admira porque hablan como si lo hubieran vivido, con una seguridad que ni siquiera quienes consideramos esas cosas como parte nuestra (las tenemos interiorizadas) somos capaces de sentir. Quizás es que a medida que nos hacemos mayores uno va perdiendo o poniendo en crisis las viejas seguridades.

De todas maneras, salvo porque es melancólicamente agradable, me parece bastante ocioso darle vueltas a nuestros pasados (y bastante peligroso pontificar sobre ellos, máxime cuando no los hemos vivido). El tiempo va tan deprisa que los esfuerzos los debemos concentrar en aprovechar el presente. Ya sé que es una obviedad, pero me da que no la tenemos en cuenta tanto como debiéramos. Ayer, en la charla del desayuno, no recuerdo bien a cuento de qué, una compañera que tiene 35 años rememoró cuando fue a ver el estreno de Star Wars y lo mucho que le influyó esa peli. Me quedé sorprendido porque esa primera entrega (posteriormente denominada Episodio IV) es de 1977, fecha en que esta chica tenía 6 añitos. Ella, sin embargo, insistía en que fue a verla cuando se estrenó y que luego también las dos siguientes (en el 80 y en el 83; teniendo ella 9 y 12 añitos respectivamente).

El caso es que me quedé pensando sobre las cosas que vivimos y que se convierten en parte de nuestra historia personal: películas, libros, canciones, series de tv, acontecimientos públicos diversos, etc. Excluyendo lógicamente los sucesos de índole privada o familiar, esos otros conformarían una suerte de bagaje común que compartimos con quienes identificamos como miembros de nuestra misma generación. Normalmente, además, esas cosas a las que me refiero tienden a convertirse en objeto de nuestro interés y por eso solemos construirnos un cierto conocimiento sobre las mismas; conocimiento, que a diferencia de otros que podamos poseer, está tintado con una carga emotiva personal, es algo nuestro.

La música, por ejemplo, es una de esas cosas que más calan en nuestra historia personal. No sé si todos, pero creo que bastantes nos "vinculamos" (a veces con ciertas dosis de radicalismo que el tiempo se encarga de ir puliendo) a grupos, géneros, canciones concretas que escuchamos y hacemos nuestras en torno a la primera adolescencia y a los cuales seguimos siendo "fieles" durante casi toda la vida. En mi historia personal, empecé a oir "mi" música hacia los 13 años, en 4º de bachiller. Fuera por los amigos de entonces, fuera por las simplonas rebeldías adolescentes, el caso es que me "tocaron" cantantes ingleses y norteamericanos del rock, blues y folk que se hacía en aquellas épocas. Ahora, por curiosidad, me pongo a revisar fechas y compruebo que, efectivamente, las fechas de los albumes que yo oía se corresponden con aquellos años: Eric Clapton y su 461 Ocean Boulevard de 1974; los Rolling y su Goat's Head Soup (con la maravillosa Angie) de 1973; Pink Floyd y su Dark Side of the Moon de 1973; Simon&Garfunkel y su disco de Grandes Éxitos de 1972 (los cogí cuando ya se habían separado); Led Zeppelin y su Houses of the Holy de 1973 (este disco creo que fue el primer objeto que robé; lugar: una tienda de la calle Mayor de Madrid); Bob Dylan y su Planet Waves de 1974 (aunque Dylan es un caso especial ya que enseguida me enganché y me dediqué a rastrear a toda prisa hacia atrás). Podría decir muchos más discos, pero éstos me han bastado para volver a ver en mi cabeza las portadas de aquellos vinilos (entonces no recuerdo que se llamaran así, simplemente eran elepés) y evocar a los amigos de entonces, los intercambios, las revistas de música que leíamos, las grabaciones con cassettes portátiles (a veces poniendo el micrófono delante del altavoz). Luego vino la universidad y una ampliación y profundización en esas músicas (y otras análogas), proceso que envolvía las vivencias compartidas con amigos, casi como señas de identidad común.

Han pasado los años y he ido cogiendo gusto a otras músicas pero, salvo contadas excepciones, la mayoría de mis preferencias se han ido ensamblando sobre la estructura básica que se consolidó entre mis 13 y mis 21 años. Por eso, mis canciones, mis cantantes, son sin ninguna duda los que estaban en activo en la segunda mitad de los 70 y ha sido, en el marco musical que con ellos esbocé, que he ido integrando otros nombres. Por ejemplo, cuando recuerdo los primeros 80 en Madrid, en plena efervescencia de lo que ahora se ha dado en llamar el pop-rock español, me doy cuenta de que prefería aquellos grupos que más encajaban con las pautas que me habían formado.

La música no es más que un ejemplo, aunque de los más significativos, para explicar lo que antes decía de las cosas que construyen nuestra historia personal. Así, cuando descubro referencias propias en otras personas tiendo a pensar que pertenecen a mi generación. Sin embargo, a veces son engañosa, como cuando mi compañera me sorprendió "apropiándose" de la primera de las películas de Star Wars. En mis lecturas de blogs a veces me pasa lo mismo. En un post reciente leo que el autor estaba con unos amigos discutiendo sobre si eran mejores los Beatles o los Rolling, polémica que ni siquiera yo viví en mi época de formación (los Beatles ya no existían); más adelante añade que, en todo caso, a él los que le gustaron de siempre fueron Santana, Jethro Tull y The Who. Obviamente, pienso que este hombre debe ser poco más o menos de mi edad, toda vez que estamos hablando de los 70, sin perjuicio de que estos grupos continuaran en plan revival incluso hasta hoy (la época "genuina" de Santana se cierra con Greatest Hits de 1974, el famoso LP de un negro sosteniendo una paloma blanca; siendo muy generosos, podemos dar por cerrada la etapa gloriosa de los chicos de Ian Anderson hacia finales de los 70; en cuanto a los Who el cierre "real" hay que echarlo tras la muerte de Keith Moon y los contemporáneos cuelgues de Townshend, también a finales de los 70). Pues no, me equivoqué; a medida que iba leyendo otros posts anteriores iba comprobando que la hipótesis no cuadraba, lo que se confirmó definitivamente cuando pude calcular que debe de andar algo por debajo de los 30. Es decir, nacido a finales de los 70 (unos veinte años después que yo), cuando esos grupos cerraban sus épocas míticas.

A cuento de esto (y de la conversación de ayer) no puedo sino desconcertarme un poquillo más de lo que es mi nivel habitual. A lo mejor vivimos una época de revivals incluso de los recuerdos, a lo mejor nos podemos construir nuestras historias personales con "cosas" (acontecimientos, músicas, películas, etc) de segunda mano. También puede ser síntoma del eclecticismo dominante, del gusto por crearse un bagaje "cultural" amplio y casi atemporal. En fin, no tengo ni idea; sólo dejo constancia de mi asombro. Es como si algunos quisieran vivir lo que no han vivido y no sé si, en ese afán, se pierden vivir lo que deben. Naturalmente, es más que posible que todo esto que digo no vaya para nada con el autor del blog que he leído; su lectura, simplemente, ha despertado en mí estas ideas.

Pero sin particularizar en personas concretas, lo que sí es verdad es que, a medida que nos hacemos mayores, se descubre con cierta frecuencia que gente bastante menor se refiere a acontecimientos que uno ha vivido con un aplomo sorprendente. Y uno se admira porque hablan como si lo hubieran vivido, con una seguridad que ni siquiera quienes consideramos esas cosas como parte nuestra (las tenemos interiorizadas) somos capaces de sentir. Quizás es que a medida que nos hacemos mayores uno va perdiendo o poniendo en crisis las viejas seguridades.

De todas maneras, salvo porque es melancólicamente agradable, me parece bastante ocioso darle vueltas a nuestros pasados (y bastante peligroso pontificar sobre ellos, máxime cuando no los hemos vivido). El tiempo va tan deprisa que los esfuerzos los debemos concentrar en aprovechar el presente. Ya sé que es una obviedad, pero me da que no la tenemos en cuenta tanto como debiéramos.

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martes, 19 de diciembre de 2006

Certezas contradictorias

Entonces, .... , tomó conciencia de dos cosas: primero, de que no podría vivir sin ella, y, luego, de que se equivocaba, de que sí, de que sin duda podría vivir sin ella. No supo cuál de estas dos certezas le resultó más dolorosa (Jorge Volpi en la página 69 de “No será la Tierra”).

Dos certezas contradictorias que asaltan frecuentemente a quien finaliza una relación. Sobre todo, si el fin le viene impuesto por la otra persona, si uno no se lo espera porque está asentado en la seguridad abrigadora de una estabilidad cotidiana que, de pronto, te desmoronan.

¿Se trata en ambos casos de certezas? Sí, porque uno siente, a la vez, que ambos enunciados son ciertos y lo siente con una seguridad clara. Y, sin embargo, son proposiciones contradictorias, no pueden ser ambas verdad. De lo cual debe concluirse que nuestra mente (¿nuestra mente emocional?) es capaz de escapar de las reglas de la lógica.

Quizás puedan compadecerse sentimientos y lógica; quizás las dos proposiciones puedan ser ciertas si el yo que es sujeto en ambas se desdobla. Hay un yo, el que en gran medida está construido desde la relación que acaba, que no puede seguir viviendo sin ella; pero hay otro yo, el agazapado y presto a crecer, que sabe que sí puede, que incluso necesita salir de la relación para adquirir su plena naturaleza.

En esta hipótesis explicativa un yo muere para que nazca otro. Y ese yo actual sabe que no podrá vivir sin ella, y por eso ha de morir; pero ese mismo yo actual sabe también que, una vez muerto, habrá otro yo distinto que seguirá viviendo, sin duda.

Ambas certezas resultan dolorosas. Fácil entenderlo respecto a la primera: perderla es que el yo actual muera; el dolor de todo final, de dejar de ser. Pero, ¿y en el caso de la segunda? Sólo se me ocurre que es el dolor del miedo a lo que todavía no es, al nuevo yo que habremos de construir.

Hace varios años, con motivo de una crisis de pareja, le dije a mi ex-mujer que dejándome me mataría. Por supuesto exageraba, pero no tanto en términos metafóricos. Años después me dejó y sentí las dos certezas que ahora descubro en una novela. Quizás, sin embargo, las muerte y nacimiento de los dos yoes sucesivos no sea algo instantáneo, sino un proceso de transición que lleva su tiempo. Pero, en mi caso al menos, es (está siendo) así.

De cualquier modo, hay dolores fecundos; y los dos que he comentado deberían serlo. Quiero decir, vivir esos dolores y encontrar en ellos las fuerzas para el cambio, para la muerte y el nacimiento, para el re-nacimiento. Joder, ¡qué cursi!

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lunes, 18 de diciembre de 2006

Pecados capitales

Hoy leo en un blog la lista de los 7 pecados capitales con un octavo añadido: la estupidez. Es un post breve que, curiosamente, me ha disparado el pensamiento hacia el tema de la estupidez, uno de mis favoritos. Avanzo que no la considero un pecado capital; no me parece pecado y, en todo caso, sería degradar su importancia ponerla al nivel de cosas como la soberbia, la ira y demás; la estupidez es mucho más potente y peligrosa, una -si no la más- fuerza de la historia humana.

Sin embargo, prefiero dejar el tema de la estupidez para otro rato (así como la discusión sobre su esencia no pecaminosa) y escribir algo sobre los 7 capitales. El caso es que, al leer la lista, me vino a la cabeza el recuerdo de la tediosa memorización del Catecismo, hacia finales de los 60. Era el viejo catecismo, desde luego no el que aprobó hace pocos años el papa Wojtyla. Me acordaba de dos preguntas: ¿Cuáles son los pecados capitales? (Los pecados capitales son siete: y se decían) y ¿Por qué se llaman pecados capitales? La respuesta era interesante (aunque seguro que al crío que yo era no le interesó demasiado): se llaman capitales porque son origen de todos los demás pecados (o, al menos, de muchos).

Descubro en Internet que la actual relación de los pecados capitales es de Santo Tomás de Aquino (por cierto, este verano estuve en Aquino y me enteré de que allí no nació Santo Tomás, aunque su familia provenía de esa pequeña ciudad del Lazio), si bien no hizo sino mejorar la lista y las ideas de San Gregorio Magno. Es decir que el tema es viejo, del siglo XIII o incluso del VI; de hecho, el afán catequístico del siglo XVII (supongo que como consecuencia del Concilio de Trento y los esfuerzos de la Iglesia para fijar el dogma frente a la eclosión de protestantes que les habían salido) parece que no añade apenas nada a lo fijado por el Doctor Angélico. Así que el tema está claro desde hace unos 750 años ... No sé, no sé: quizás convendría una revisioncilla.

Parece que la confección de la lista de los pecados capitales (como la de sus especulares 7 virtudes cardinales), obedecía a la preocupación medieval de crear un "código de conducta", de sistematizar lo que era moral o éticamente correcto. No está mal pensado: concéntrate sólo en no caer en 7 pecados y evitarás todos los demás, ya que derivan de alguno de los primeros. El fallo estriba en que estos pecados son demasiado ambiguos en la práctica y, sobre todo, muy poco cuantificables. La soberbia, por ejemplo (el principal de los capitales); la define Santo Tomás como un apetito desordenado de la propia excelencia; pero el amor a uno mismo no es, en sí mismo, malo; al contrario, es bueno y necesario. Entonces, ¿en qué momento ese amor propio se convierte en soberbia? O, tomando los llamados vicios menores emparentados: ¿cuando la ambición o la vanidad dejan de serlo y pasan a ser soberbia? En fin, que muy complicado.

Pero decía que me parece interesante eso de los pecados capitales como fuente de otros pecados porque lleva a considerarlos, más que como pecados, sentimientos negativos básicos, algo así como las piezas elementales con las que construir la estructura psicológica del ser humano (habría que añadir las piezas positivas, claro). Así que intuyo que todos tenemos, como parte de nuestra compleja estructura psicológica, pulsiones soberbias, envidiosas, lujuriosas (¡gracias a Dios!), airadas, gulosas (¿cuál es el correspondiente adjetivo?), codiciosas y perezosas. En fin, tampoco estoy en capacidad de andar mucho por esta senda, pero el tema me suscita interés.

Y, ya puestos, también sería interesante indagar hasta qué punto la concepción negativa que de estos pecados / sentimientos básicos ha hecho la moral cristiana ha podido influir en nuestras psiques y, consecuentemente, condicionar nuestras emociones. El ejemplo obvio es la lujuria o el apetito desordenado de los placeres carnales (en latín suena chulísimo: appetitus inorditatus delectationis venerae). Naturalmente, hoy habríamos de preguntarnos qué se entiende por desordenado o, dicho de otra forma, hasta cuánto es el apetito erótico ordenado. Pero, lamentablemente, me temo que no es cuestión de grado sino, para la tradición católica, una distinción radical entre amor y sexo, siendo este último algo añadido al amor y casi casi como mal menor (desde luego, prescindible). Sea como se quiera (el tema da para infinitas sutilezas teológicas, a veces tan absurdas como los cursillos prematrimoniales de los curas), lo cierto es que el deseo sexual es en sí mismo pecaminoso y, de esta concepción cristiana ... ¿cuantos desajustes emocionales derivan?

Se dice que la moral católica del pecado está ya periclitada. Imagino que anda muy tocada, pero no me atrevería yo a darle el certificado de defunción. Son muchos siglos de lavados de cocos, tantos que hasta es posible que algo de todo ello se haya codificado genéticamente. Quizás no tengamos miedo al infierno, pero la idea cristiana de pecado sigue enraizada por debajo de nuestros pensamientos conscientes. Y no olvidemos que el primer pecado (el original) es el que explica que esta vida sea un "valle de lágrimas" ... y de ahí a las imposibilidades (o dificultades) personales de ser feliz. Mientras escribo estoy pensando en personas muy cercanas. Que no, coño, que esto no es un valle de lágrimas (o, al menos, no tiene por qué serlo) y que por sufrir nadie se gana el cielo.

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lunes, 11 de diciembre de 2006

Una casada infiel

Uno de los blogs que sigo es el de Eva, una argentina residente en NY, que se califica como "casada infiel". Obviamente, apenas sé nada de ella, sólo lo que cuenta en sus posts, registros amenos de sus vivencias y sentimientos; no sé ni siquiera su edad, por citar algo muy básico, aunque imagino que andará por la treintena escasa.

Los blogs de Eva (porque mantiene en la red uno anterior al actual) cubren desde el 18 de junio hasta ahora; es decir, casi medio año. El hilo conductor de este periodo ha sido su relación enamorada con un tal Nahuel, un egipcio también residente en NY, también casado, al que conoció en Hong Kong (qué exótico, ¿verdad?). El 10 de agosto Eva escribe que Nahuel es el gran amor de su vida, aunque sabe (y parece que prefiere) que la suya ha de ser una relación de amantes. En ese mismo post, significativamente titulado "Claridad" (hay que tener las cosas claras en materia de relaciones), declara que su marido es su gran compañero de viaje, quien le da la estabilidad emocional necesaria y que, aunque ya no está enamorada de él, quiere estar a su lado.

En su blog, Eva habla poco de su marido (a diferencia de otros protagonistas, carece de nombre). Trato de imaginarme su relación y se me escapa (falta de datos y falta mía de imaginación). Pero ese ejercicio me lleva a la frase que ayer leí en el blog de Wendeling y que me dejó pensando: "sería capaz de compartir mi vida con alguien a quien no amo, pero soy incapaz de compartir mi vida con alguien que precisamente no hace eso". La propia Wendeling tuvo la amabilidad de explicarme que ella, durante varios años, intentó compartir su vida con su ex marido, al que había dejado de amar hacía mucho tiempo, pero la actitud de él no era recíproca, él no hacía nada por compartir; así que se separó. Sin embargo, Wen dice que si él hubiera puesto lo mínimo de su parte para compartir su vida con ella, aunque no lo amara, hubiera seguido viviendo con él.

No sé si Eva suscribiría esta opinión. No sé si, aun no estando enamorada de su marido, lo sigue amando (y aquí marco a propósito diferencias entre el enamoramiento y el amor) o, al menos, tienen una vida común que les merece la pena seguir compartiendo. Tampoco sé si merece la pena seguir compartiéndola porque no tiene la alternativa real de compartirla con Nahuel; en este supuesto no sería tan verdad que prefiere un amor "infiel". Como se ve, no sé nada, pero lo cierto es que me interesa porque a mi relación le ocurrió algo parecido, sólo que los resultados fueron diferentes. Mi ex-mujer se enamoró de otro, también casado; inició una apasionada y breve relación; y decidió separarse aunque tenía claro, desde el principio, que nunca viviría con él. Yo creo que nosotros sí compartíamos, a diferencia de lo que le pasaba a Wen; sin embargo, mi ex-mujer no suscribiría (seguro) su frase; tampoco podría vivir como Eva lo hace. Ciertamente mi ex-mujer es bastante mayor que Eva y, además, hay muchos más factores que no cuentan en nuestra crisis (que, con toda probabilidad, aumentan las diferencias de personalidad y modo de entender las cosas).

Pero vuelvo a la historia de Eva. Aunque no da fechas concretas, de uno de sus posts se deduce que mantiene su amor con Nahuel desde (aproximadamente) la primavera de 2004. Ese amor es intenso, pleno de erotismo, generador de felicidad, absorbente ... durante todo el primer blog y gran parte del segundo. Sin embargo, hacia noviembre empieza a publicar posts que insinuan el declive de su enamoramiento. Además, desde esa fecha, los posts en los que Nahuel no es protagonista comienzan a abundar, reflejando otras vivencias (por cierto, una vida nada aburrida). Así, el 1 de noviembre dice desear confiar en lo desconocido porque se siente vacía; el 5 de noviembre publica un poema (Amor Genuino), en el que le pide (¿a Nahuel?) que abandone sus resistencias, sus corazas y que sienta tu amor; el 11 de noviembre otro bello poema (Hastío): "Todo parece que ya no te amo ..."; el 12 de noviembre publica una vieja carta escrita a Nahuel tras una primera separación (hacía entonces 10 meses) que, al releerla, ve que seguía vigente en muchos aspectos y que eso no le hacía feliz; el 18 de noviembre, con el título "Cómo Decirte", un montón de frases cortas, unas reclamando riesgos y adrenalina, otras constatando que se estaban perdiendo, que ella se estaba cansando ... Y Nahuel no vuelve a aparecer hasta ayer domingo. Nos cuenta que se han encontrado, que ha habido pasión, pero que puede ver que ya no le hace completamente feliz, que ya no le ilusiona, aunque desesperadamente quisiera que no fuera así.

¿Estamos ante el final del amor de su vida? Pienso en lo que siempre se dice sobre la caducidad de la pasión. También en lo necesariamente breves (aunque casi tres años no es corto plazo) que se dice que son las relaciones de "infidelidad", quizás justamente por la ausencia de referencias cotidianas compartidas que podrían ser los anclajes que permiten la evolución del amor cuando la pasión (¿la ilusión?) declina. No lo sé y me interesaría saber más sobre ello. La pena es que Eva no describe demasiado los recorridos de sus sentimientos y emociones. A ver si con este post la animo a hacerlo.

Bueno, en todo caso, tengo la intuición de que en estos momentos el eventual debilitamiento de ese tan gran amor no genera pulsiones deprimidas en Eva. Como ella misma dice, está cerrando el año con calor y entusiasmo (y eso es fantástico). Supongo, no obstante, que sentirá la pena de lo que ya no siente (o no siente tanto); esa pena que es una emoción tierna, melancólica (si hasta a mí me la produce al leerla). Pero eso no es grave. Lo que desde luego sí me gustaría es que no dejara de contarnos sus "aventuras" neoyorquinas. Y si se anima a profundizar en cómo y porqué siente lo que siente ... seguro que aprenderé mucho.

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domingo, 10 de diciembre de 2006

Religiosidad y laicismo

Leo en El País de ayer sábado un artículo de Juan José Tamayo (Estado laico, ¿misión imposible?) que me remite a una conversación de este puente. Hablábamos de los problemas de integración en Europa occidental de los musulmanes debidos a las características fuertemente totalitarias del Islam. Califico como totalitaria una religión cuando la misma pretende imponer sus preceptos sobre la totalidad de la vida humana, cuando pretende ordenar los comportamientos sociales.

Es bastante evidente (para mí) que una de las grandes conquistas de la civilización ha sido el Estado laico, basado en la separación, lo más radical posible, entre las normas de convivencia civil y los preceptos religiosos. En muchos países de religión islámica, el proceso de las últimas décadas ha sido justamente el contrario: la organización de la sociedad (del Estado) en base a los dictados de la religión (interpretada, cuando es necesario, por los ulemas). El Islam implica un código detallado de conducta impuesto como Ley directamente por Dios (la Sharia); una Ley que abarca casi todo, que es infalible y que, por tanto, no admite el más mínimo cambio. Todos conocemos multitud de ejemplos de la cruel aplicación de la Sharia en las sociedades islámicas (e incluso en las occidentales). Pero, siendo terribles, no son más que las consecuencias radicalmente lógicas (llevadas quizás a sus últimos extremos) de un planteamiento vital que quizás a muchos no les parezca tan rechazable: que los preceptos de la "moral religiosa" deben estar en la base de la sociedad civil.

Lo religioso debería limitarse siempre al ámbito de lo privado, en coherencia con el origen etimológico del término. Nada habría que objetar a la relación que cada uno establezca con su Dios, al "edificio trascendente" que se construya para dar sentido a su vida, para explicarse el mundo y a sí mismo ... Nada, salvo cuando de ese sistema de creencias deriven imposiciones sobre los demás. Lamentablemente, las religiones del Libro han tendido históricamente a enfatizar mucho más en las consecuencias sociales de sus creencias que en la "espiritualidad" personal de los creyentes. Eso inevitablemente va unido a la institucionalización de la religión. Y por eso veo muy improbable que, mientras existan religiones institucionalizadas, pueda alcanzarse de verdad un Estado laico.

Aún así, parece claro que hay diferencias de grado en la compatibilidad entre religiones y sociedad laica y que el Islam se encuentra, hoy por hoy, en el extremo más intolerable. Decía el amigo con quien conversaba el otro día (un hombre que conoce bien las sociedades musulmanas) que ello deriva de la propia radicalidad totalitaria de sus preceptos. Puede ser que la doctrina islámica sea en sí misma mucho más monolítica que la cristiana, pero el argumento no me convence del todo porque, al final, son los hombres quienes establecen la rigidez de sus preceptos. Baste recordar el "literalismo" interpretativo de las escrituras cristianas en otras épocas (con consecuencias criminales) frente a las actitudes mucho más tolerante de las sociedades islámicas contemporáneas. Sin necesidad de retrotraerse varios siglos, las sociedades musulmanas de los años cincuenta eran mucho más "laicas" que las actuales.

Me parece pues que en esta época asistimos a un debilitamiento del laicismo a favor de la exaltación de los fundamentalismos religiosos. Obviamente, el ejemplo más llamativo (y peligroso para la convivencia) es el Islam, pero sería erróneo pensar que es el único. Creo que es muy difícil (tentado estoy de decir que imposible, pero no me atrevo) admitir en Europa occidental valores islámicos, cuando éstos requieren imponer unos comportamientos que chocan frontalmente con derechos que entendemos básicos. Y, por tanto, creo que la integración de los musulmanes sólo puede producirse a medida que se vayan abandonando los componentes más totalitarios de su religión; aunque eso, para muchos de ellos desde su radicalidad, implique dejar de ser musulmanes. No tengo nada claro cuáles han de ser las respuestas que debe dar la sociedad occidental, aunque imagino que, como siempre ocurre con los extremos, no pueden ser muy buenos ni el enfrentamiento tipo cruzada ni una especie de todo vale políticamente correcto.

En todo caso, como provengo de la cultura religiosa católica y no de la islámica, prefiero mirar a mis "correligionarios" y advertir de la filtración entre nosotros de ese fundamentalismo, si bien -justo es reconocerlo- no tan radical y, sobre todo, derivado de los valores de la "religión verdadera". Quiero decir que a muchos españoles (con nutrida representación política, por cierto) les gustaría que los preceptos religiosos condicionaran la vida social, que la Iglesia tuviera más influencia (¿más todavía?) en la dirección comunitaria y, ya puestos, que esta sociedad fuera más homogénea de lo que es y "recuperara" una "cohesión moral", que se respetaran los "principios cristianos", etc, etc.

Tales "apetencias" son síntomas del debilitamiento del laicismo, como también lo son las decisiones (o ausencia de decisiones) políticas que señala Juan José Tamayo en su artículo de El País. Yo creo que el debilitamiento del laicismo responde, en el fondo, al miedo. Al miedo del ser humano a su soledad esencial y, por tanto, a sí mismo; al miedo, en suma, a ser libre, a ser él mismo. Al fin y al cabo, el miedo es la piedra angular sobre la que se fundan las religiones institucionalizadas ; el miedo es lo que nos lleva a reclamar (a acogernos como corderitos) explicaciones trascendentes. Y no hay nada más peligroso que masas miedosas, que hombres y mujeres renunciando a su individualidad; porque siempre quieren "salvar" a otros, siempre pretenden imponer sus verdades ya que no admiten comportamientos contra sus creencias (las que les han inoculado) para evitar que tambaleen sus "seguridades" (y les muestren sus miedos).

La evolución histórica gusta de ser pendular. Y lo que hace que el péndulo cambie de sentido suelen ser batacazos trágicos que conmocionan las conciencias de la gente. Ciertamente, las religiones, como muchas otras ideologías institucionalizadas (entre ellas, los nacionalismos, pero eso no toca hoy), están ahí para ser aprovechadas en los periodos de "reacción" pendular. Pero yo quiero creer (y de hecho así lo creo) que, pese a estas oscilaciones, el ser humano avanza (demasiado lentamente, eso sí) en el sentido de una mayor liberación individual, de una superación progresiva de sus miedos. También creo que ese progreso, fundamental para el futuro de nuestra especie, exige de cada uno de nosotros esfuerzos personales, no abandonarnos en nada a la renuncia de nuestra libertad. En fin ...

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martes, 28 de noviembre de 2006

Cuerpos desnudos en la playa (Francia)

Hoy, uno de los múltiples correos que se reenvían infinitas veces me ha traído unas fotos aéreas preciosas. Provenían de una web que me ha tenido casi toda la tarde entretenido (y lo que me queda). Este no es un blog de fotos, no obstante no me resisto a cargar una de ellas que me ha impactado (hay muchas más que también lo han hecho).

Miro esta imagen y se me ocurren multitud de ideas. De hecho, he empezado a escribir algunas de forma inconexa, pero prefiero no pasarlas aquí. No siempre es verdad es que una imagen vale más que mil palabras, pero en este caso lo cierto es que sugiere muchas más de mil. Que cada uno obtenga las suyas.

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domingo, 26 de noviembre de 2006

Las infidelidades conyugales estadísticamente hablando

El otro día, conversando con una amiga, salió el tema de las infidelidades conyugales. Ella sostenía que el número de casados infieles es bastante mayor al de casadas. Aclaro que no nos referíamos a canitas al aire ocasionales (si las contáramos todavía aumentaría más el desequilibrio cuantitativo, según ella), sino a relaciones con cierta durabilidad, lo que suele llamar un lío (o tener un amante). Pues bien, yo enseguida le dije que no podía ser, porque si hay más o menos el mismo número de hombres que de mujeres a cada casado infiel le debe corresponder una casada infiel. Pues no, me replicó, porque mientras que el hombre casado mantiene líos tanto con casadas como con solteras, la mujer tiene muy mayoritariamente amantes casados.

Este fin de semana, en un rato tonto, me puse a juguetear algebraicamente con la tesis de mi amiga. Efectivamente, y suponiendo que quien tiene un amante no tiene más de uno (o, al menos, los casos en que hay entrecruzamientos de amantes son poco significativos a efectos estadísticos, lo cual parece creíble), si es verdad que las casadas tienen menos líos que los casados, entonces también es cierto que la proporción de amantes casados es mayor en las mujeres que en los hombres. Es fácil de entender: llamemos m y h, respectivamente, al porcentaje de mujeres y de hombres casado/as infieles; cada uno de estos porcentajes puede expresarse como la suma de otros dos (m1/h1 y m2/h2) que se corresponderían, respectivamente, al porcentaje de mujeres/hombres cuyo amante es casado y al de mujeres/hombres cuyo amante es soltero. Obviamente, m1 y h1 son iguales (o, al menos, las diferencias no son significativas estadísticamente), luego para que m (el porcentaje de esposas infieles) sea menor que h (el porcentaje de maridos infieles), necesariamente m2 tiene que ser menor que h2.

En este esquema elemental llamo casado/as a cualquier persona que tiene una relación de pareja (esté o no oficializada). Es decir, que los solteros son hombres y mujeres sin ningún compromiso de fidelidad. Suponiendo una población con el mismo número de hombres y mujeres en disposición de tener relaciones sexuales (lo cual es suficientemente aproximado), hay el mismo número de casados que de casadas (no vale la poligamia/andria) y también de solteros que de solteras. Por tanto, si la tesis de mi amiga es cierta, también ha de ser verdad que hay más mujeres solteras enrolladas con casados que hombres solteros enrollados con casadas. Por otro lado, el número de solteros (y solteras) existente en una población puede limitar la supuesta "ventaja" de los casados. Nótese que si casi todos tuvieran pareja, los casados tendrían difícil "encontrar" solteras y las infidelidades serían mayoritariamente casado - casada, disminuyendo consiguientemente la teórica diferencia a favor del hombre. Pero en cambio, no influiría demasiado en las mujeres infieles si es verdad que la mayoría rechaza amantes solteros (a lo mejor habría más mujeres infieles al ser más presionadas por los casados que no encuentran solteras). En todo caso supongo que el número de solteros/as no influye demasiado en la práctica, salvo que, en mismo periodo de tiempo, el porcentaje de maridos que mantiene relaciones extraconyugales sea muy alto y el porcentaje de personas sin pareja sea significativamente inferior al de casadas.

Bueno, todo el rollo que he soltado no es más que un divertimento que explica la tesis de mi amiga. Pero, aunque se refiere a su verosimilitud, no aclara para nada si es o no verdad. Una pista en tal dirección la puede dar pensar no en los casado/as que sabemos que tienen amante, sino en las personas solteras que conozcamos que mantienen una relación con alguien casado. De estos yo, desde luego, conozco más mujeres que hombres, lo cual avalaría la tesis de que los casados son más infieles que las casadas.

Y, por supuesto, si se pudiera confirmar la tesis, faltan las respuestas claves que siempre son los porqués. ¿Por qué la mayoría de las mujeres, cuando son infieles, prefieren serlo con hombres casados? ¿Por qué, en cambio, en los casados no hay esta preferencia tan marcada? ¿Por qué tantas solteras se deciden a tener una relación con un hombre casado? ¿Y por qué los hombres solteros apenas se enrollan con casadas: porque ellas no los aceptan o porque ellos no están dispuestos? Se me ocurren muchas respuestas (de cachondeo la mayoría) que, además, deberían funcionar combinadamente (desde la óptica de cada uno de los amantes). Pero no es este el momento.

Y para acabar, aunque todo el post se mantiene en el plano frío y generalista de los grandes números, uno no puede menos que pensar en comportamientos individuales y, especialmente, en los que le ha tocado vivir. Aunque no debamos olvidar que los ejemplos concretos no hacen estadística, pese a que solemos encajar en la regla mucho más de lo que nos gustaría.

CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras
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sábado, 25 de noviembre de 2006

Ya viene la Navidad (y yo con estos pelos)

Anteayer, jueves 23 de noviembre, el autobús en el que casi todas las tardes subo a mi casa llegó a la parada mostrando el texto "Feliz Navidad" en la pantallita frontal donde otros días aparece el número de línea. Esa misma noche me llegó un mail publicitario en el que me deseaban lo mismo. Ayer, volviendo de cenar en coche, vimos que en la glorieta donde empieza mi calle habían colocado 5 o 6 renos hechos de bombillas (muy bonitos, por cierto; aunque no sean precisamente ejemplares de la fauna autóctona de estas latitudes).

Así que ya han aparecido los primeros síntomas de la navideñitis. Todos los años me sorprendo cuando, con tanta anticipación, empiezan a aparecer estos símbolos; así que, aprovechando este blog, dejo ahora constancia de la fecha para verificaciones posteriores. En mi ciudad la navidad ha empezado a empezar 31 días antes de Nochebuena. Apuntar el final será más difícil, máxime porque bastantes de estos adornos se reconvierten a anuncios del Carnaval. En todo caso, no creo exagerar si cuento todo enero como mes navideño, de modo tal que el clima pascual duraría unos 70 días. No está mal.

He leído en el blog de Eva que en los USA el Día de Acción de Gracias (que fue este pasado jueves) marca el inicio de los festejos navideños y del consiguiente ambiente festivo con su vorágine consumista asociada. Es decir que, por estos lares, vamos bastante bien sincronizados con los usos del imperio (¿globalización?) aunque todavía no celebremos el zansguivin (pero sí el jalogüin).

Pues nada, que ya se ha dado el banderazo de salida; así que habrá que sobrellevar con buen ánimo los ritos inevitables así como las molestias colaterales. Yo no soy demasiado aficionado a estas fiestas, la verdad; incluso he de reconocer que este año me han pillado un poco de sorpresa. Como últimamente estoy poco previsor (siento una especie de rechazo perezoso a planificar actos futuros) no me adelanté a organizar ninguna escapada y, a estas alturas, los precios de los aviones son prohibitivos (comprobación de ahora mismo). Así que, me temo, por aquí me quedaré.

De momento ya tengo dos participaciones de la lotería y cuatro "almuerzos de empresa". Y a esperar a ver qué me traen los Reyes.


Happy Xmas (War is over) - John Lennon (Happy Xmas (War is over), 1979)

PS: Aprovecho para desear feliz navidad con una de los pocos "villancicos" que me gustan. De paso me acuerdo de que en pocos días, el 8 de diciembre, se cumplen 26 años de aquella tarde en la que Lennon recibió cuatro balazos mortales. Esa misma fecha es también la de la muerte de mi padre; seis años hará. Lo dicho: feliz navidad y que Dios nos coja confesados.

CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas
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viernes, 24 de noviembre de 2006

Lali y Lolo ... (y Tato)

Lali vivía con Lolo. Lali quería mucho a Lolo y Lolo también quería mucho a Lali. Pero Lolo no sabía o no podía enseñarle a Lali su amor. Lolo, además, estaba enfermo, muy enfermo. Y la enfermedad encerraba más a Lolo en sí mismo, por más que Lali pugnaba por que se abriera.

Al final, después de tres años juntos, Lali sentía que no podía seguir con Lolo y se lo dijo. Lolo se fue. Luego, poco después, Lali le pidió que volviera, pero Lolo creyó que, en su estado, era mejor seguir solo. Así que, aunque la quería, prefirió mantener cerrados sus sentimientos, pasar solo su enfermedad.

Lali pasó unos meses muy triste. La tristeza, no obstante, fue poco a poco mitigándose y Lali pensó que era mejor que se hubieran separado. Entonces conoció a Tato y enseguida se quisieron. Ambos querían, en esos momentos de sus vidas, aprender a dejar salir sus sentimientos. Así que Lali descubrió en Tato cosas que no vivía con Lolo y Tato, por su parte, encontró en Lali alguien que le permitía, le propiciaba, dar los pasos que necesitaba.

Lali y Tato siguen juntos desde entonces. No viven en pareja, pero se ven con frecuencia, salen y se divierten, viajan y van al cine, hablan (a veces discuten) y ríen, se quieren el uno al otro procurando no encorsetar sus sentimientos con etiquetas o comportamientos preestablecidos. Yo creo que Lali y Tato están a gusto juntos y, sobre todo, están ayudándose mutuamente a ser mejores, a crecer cada uno entre dudas y titubeos.

Y un año después de la separación, Lolo ingresa en un hospital, muy grave. Lali cree que va a morir y va a su lado. Lolo, con medias palabras, le dice (sin decir) que la quiere, le da a entender que cree haberse equivocado. Lali sabe que no siente igual que hace un año, pero calla porque tiene miedo de hacerle daño; querría que muriera sintiéndose acompañado.

Tras casi un mes internado, con pruebas y más pruebas, a Lolo le dan el alta. Puede que todavía haya una esperanza; puede que lo que se descartó hace dos años sea posible. Lolo habrá de ir a otra ciudad a someterse a una operación importante y si todo va bien ... Lolo, tras esta estancia y tras esta noticia, está ilusionado, con ganas de vivir, de poder dejar salir sus sentimientos como antes no lo hizo.

Y Lali está esperanzada y alegre porque -ojalá- todo puede ir bien y Lolo cambiar la muerte por un nacimiento. Pero, a la vez, tiene miedo y dudas de conversaciones que pueden ser inminentes. Y no sabe qué es lo correcto.

Tato, mientras tanto, no quiere influirla. Quiere que sea ella quien decida, desde la honestidad consigo mismo y desde el amor hacia Lalo. Pero es difícil saber dónde se equilibra el fiel de esa balanza. Tato también querría no ser un factor en esa ecuación; que la decisión de Lali no viniera condicionada por él, sino por sus sentimientos hacia Lalo. Aunque Tato sabe que por más que queramos dejar libres a quienes amamos ...

Siempre la teoría es más fácil.

CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
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