lunes, 26 de febrero de 2007

Cómo satisfacer a una mujer

Debes acariciarla, lamerla, lengüetearla cosquillosamente, pellizcarla suavemente, respirarle su aliento, terciopelarle la piel, agujerearle con soplidos cada poro, comerle los labios, saborearla, beberla a sorbitos, derretir sus durezas, masajearla, absorber sus jugos, besarla de mil y una maneras, abrazarla hasta sentirla dentro y viceversa, frotarla, llenar con tu mirada la suya, dibujar con las yemas de tus dedos sus rasgos, aletearle el aura, abrir todas sus oquedades y saber cómo cerrarlas, montarla y ser montado, ensalivarla toda, untarla, mordisquearla ...

Debes también susurrarla, acurrucarla y acurrucarte, coquetearla, alabarla, mimarla, cantarle (salvo que desafines, ay), encantarla, hablarle en silencio, no contrariarla, felicitarla y apoyarla, decirle que la quieres con gestos y palabras, decirle que la quieres con la mirada, ronronear a su lado y acoger sus ronroneos, adorarla sin remilgos, admirarla ...

Por supuesto has de animarla, aplacarla, complacerla, estimularla, consolarla, excitarla, protegerla, entretenerla, intrigarla (pero no demasiado), entenderla (o hacer ver que lo intentas), aceptarla, halagarla, consentirle, echarle en falta, no agobiarla ...

Y pese a ello, también, a veces y sin pasarse, tienes que ordenarle, discutirle, enfadarte, encelarla, racionalizarla, fastidiarla, resistirla, irritarla, encenderla, enervarla, retarla, apretarla, prevalecer, desintoxicarla, ignorarla ...

Claro que, enseguida, habrás de suplicarle perdón, arrastrarte, congraciarte, complacerla, sacrificarte, asistirla, implorarle su amor, ayudarle, entregarte, darle la seguridad de que eres suyo, rebajarte, prometerle enmiendas absolutas, culparte, abandonar todo por ella, jurarle que nada tiene sentido sin ella ...

Y darle de comer en la boca, llevarla a sitios bellos y entretenidos, fascinarla, vestirla, bañarla con jabones aromáticos y esencias florales, hidratarle la piel, humedecerla y secarla, perfumarla, cepillarle el cabello, depilarla, encender velas antes de que llegue, dedicarle las músicas más dulces, comprarle bombones de nuevos sabores, regalarle flores ...

Y no dejes de telefonearla, ni de recordar las fechas sacras, ni de atender lo que dice, aunque sea sin palabras; anticípate a sus deseos y aprende de sus miradas, calma sus ansiedades, valora sus preocupaciones sin osar solucionarlas, aflígete con sus aflicciones y que te alegren sus regocijos, confía en ella y regálale confianza, corresponde sus detalles, haz que se eleve hasta el cielo, engatúsala hasta el sueño, que se sienta respetada ...

En fin, idolátrala y ríndele culto de diosa (de religión estrictamente monoteista, desde luego), renovando siempre los ritos de tu amor; así pues, asómbrala, deslúmbrala, ámala. Lee todos los libros que explican cómo enamorar a una mujer y practica sus consejos como si los hubieras inventado. Y cuando creas que has llegado ... vuelve a empezar y repite todo de nuevo.

**********

Este post no es más que la manipulación personal de un texto que me ha llegado por correo electrónico. Tras leerlo (y hacerme gracia, la suficiente para ponerme a jugar con él), me he acordado de otro parecido en el que un "pequeño saltamontes" preguntaba a su maestro budista del correspondiente monasterio tibetano qué había que hacer para satisfacer a una mujer. El monje soltaba un larguísimo discurso enumerando los doscientos mil mandamientos que habían de cumplirse para alcanzar tan difícil objetivo hasta que el muchacho se levantaba desesperado para marcharse. El sabio le advierte que todavía no ha acabado y el aprendiz le contesta que da igual, que ya ha entendido el atractivo de la homosexualidad.

Naturalmente, no es necesario renunciar a nuestra orientación heterosexual; si el esfuerzo de satisfacer a la mujer que amamos nos resulta en ciertos momentos agobiante en exceso, uno siempre puede tomarse una cápsula de keledén, este nuevo medicamento tan útil para el stress.



Que te follen - La Cabra Mecánica (Ni Jaulas ni Peceras, 2003)

CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras
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domingo, 25 de febrero de 2007

Aznar me cae mal

De regreso tras seis días dublineses (almost always raining), desecha la maleta y puesta la consiguiente lavadora, leo el periódico de hoy con más ganas de las habituales (un poquillo de mono de prensa española, imagino). En el País Semanal encuentro el habitual artículo de Javier Marías, titulado esta vez "Creencias, intuiciones y embustes" y dedicado -obviamente- a las declaraciones de nuestro ex-presidente Aznar el 7 de febrero pasado en Pozuelo de Alarcón, cuando ¿reconoció? que ahora sabe que en Irak no había armas de destrucción masiva, pero no lo sabía entonces; entonces él, como "todo el mundo", creía que las había.

El artículo me ha parecido un magnífico ejercicio de lógica estricta, que le permite ensamblar hasta nueve conclusiones absolutamente demoledoras para Aznar, en cuanto persona y en cuanto político. Por supuesto el mérito de Marías no estriba en "alumbrar" tamañas verdades, ya que ninguna es nueva, porque han sido más que repetidas y, en todo caso, cualquiera que sume dos más dos alcanzaría idénticos juicios. Lo que me ha gustado del artículo es su exposición clara y sistemática, contundente, dejando que la lógica brille con todo su esplendor por mucho que al hacerlo necesariamente se pisen callos. Pero es que uno hace rato ya que está bastante harto de esos lenguajes torticeros y cínicos (por muy políticamente correctos que resulten).

Por cierto, volviendo a ver grabaciones del acto en el que Aznar "rectificó", compruebo que la grandísima mayoría de los asistentes eran enfervorizados admiradores del ex-presidente. Por ejemplo, cuando dice que (titubeando, por cierto) "tengo la ... problema de no haber sido tan listo de haberlo sabido mmmm antes", el público interrumpe el brillante discurso con un cariñoso aplauso. Qué más da que fueras listo o no, cuando te queremos tanto. Y aquí radica para mí uno de los temas más peliagudos de este y muchos otros asuntos: que carece de toda relevancia la veracidad de cualquier juicio condenatorio para quienes adoran al interfecto; da igual que sea un payaso, un imbécil, un frívolo, un corrupto, un mentiroso, un mal bicho...

Para mí, cómo se llevó el asunto de la participación española en la guerra de Irak fue algo bochornoso y éticamente deleznable. Las consecuencias de aquellas decisiones no han hecho sino mostrar con la más sangrante crudeza lo equivocadas que eran. Y pese a tan apabullante metedura de pata, este señor con bigote sigue tan campante en su postura de rectitud moral, exhibiendo una autoridad que no sé de dónde coño se cree que le viene. Y naturalmente, esa desfachatez soberbia no sólo no molesta a sus admiradores (que no son pocos) sino que creo que es la actitud necesaria para alimentar la borreguera adoración. Carisma, esa es una de las palabritas mágicas. ¿Cuándo la humanidad habrá evolucionado lo suficiente para no necesitar líderes carismáticos? O, al menos, para que no sean las más hediondas cualidades del hombre los ingredientes más sustanciosos de esa cosa llamada carisma.

Me dirán que caigo en lo mismo que critico, porque se me ve a la legua que Aznar me cae mal. Pues sí, me cae mal, muy mal; es más, no lo soporto. Y en realidad, de eso quería escribir este post: no de Aznar, sino de esas sensaciones difusas que sentimos cuando alguien nos cae mal (seguramente de la misma naturaleza que las que producen los efectos contrarios). Pero estoy bastante cansado (apenas he dormido) y aun tengo que hacer algunas cosas; así que postergaré el asunto pese a que me ronda la cabeza.

No obstante, he de aclarar que una cosa es el conjunto de sensaciones vinculadas a la empatía hacia los demás (que alguien te caiga bien o mal) y otra distinta la ceguera intelectual debida al fanatismo. O, mejor dicho, esa podría ser una definición aceptable de fanatismo: cuando tu vinculación emocional hacia alguien te impide el juicio racional sobre sus actos. Yo estoy seguro (aunque por supuesto no voy aquí a argumentarlo) que mi juicio (duro) sobre Aznar no está "cegado" por el hecho cierto de que me cae mal; creo ser capaz de distinguir entre mi juicio ético al personaje político (su actuación en el tema de Irak, por ejemplo) y mi escasa empatía a la persona. Esta última pertenece casi más al plano de la estética que al de la ética (por ejemplo: la foto que saca el suplemento dominical de El País de hoy del individuo en bañador en el yate de Briatore pertenece a este segundo ámbito).

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domingo, 18 de febrero de 2007

La boda que no fue

En un blog que he descubierto hoy, una chica cuenta que siempre había sido de las que pensaba no casarse; sin embargo hace casi dos años se casó casi de pronto con la persona con la que convivía y de la que estaba enamorada. Lo planteó ella misma y le pareció natural, no le asustó nada, se sintió segura de que lo quería hacer. Sólo puso una condición: hacerlo rápido, nada de un bodorrio largamente preparado.

Yo también he sido siempre de los que pensaba no casarme; y de hecho, nunca me he casado. Cuando era joven, la oposición al matrimonio estaba teñida de presuntuosa coherencia ideológica. Con mi ex, como en todas mis relaciones previas, empezamos simplemente conviviendo, organizando nuestras reglas a medida que surgían las necesidades. Ella estaba casada y se divorció; pero esos asuntos a mí como que no me concernían. Al principio, la verdad, yo no tenía nada claro que lo nuestro fuera a dudar. Así pasaba el tiempo, sin excesivas pasiones, ni sobresaltos; y ciertamente cada vez más imbricados (en todos los sentidos) el uno en la otra.

A ciertas alturas de la relación supongo que ambos se consideran tan vinculados el uno con la otra como si estuvieran casados. A los cinco años de vivir juntos compramos dos pisos que unimos (y que ahora han sido separados) y montamos poco a poco nuestra vivienda común. Ella estaba en mi cartilla de la seguridad social; ambos aparecíamos empadronados en el mismo domicilio, lo que permitía que el Ayuntamiento nos facilitase “certificados de convivencia”. A todos los efectos, y desde luego ante los demás, amigos o conocidos, éramos igualito igualito que un matrimonio. Incluso diría que más matrimonio que muchos otros que sí lo eran.

De vez en cuando, inevitablemente, surgía la cuestión de casarse. No creo que ella tuviera especial interés (¿o sí?) y yo, aunque ya sólo fuera por nostalgia, seguía manteniendo mis endebles “declaraciones de principios”. Para no exhibir posturas pomposas que ni yo mismo me creía prefería sostener que me casaría cuando de ello resultara alguna ventaja práctica. Pero nunca se nos ocurría ninguna.

En los primeros meses de 2004, los más duros de su cáncer de mama, llegó a decirme que si la quisiera me casaría con ella. Me dejó un poco fuera de juego, no me lo esperaba, no sabía a cuento de qué venía eso (aunque entendía sus angustias de esos momentos, su necesidad de sentirse arropada aunque fuera por vínculos en los que no creía). Le dije que por supuesto, que nos casábamos. Esperaríamos a que pasaran los efectos de la quimio (ella quería casarse una vez recuperado el pelo), invitaríamos sólo a un pequeño grupo de amigos. A finales de ese año, hablé con el alcalde del pueblo en que quería la boda. Era el alcalde que mejor me caía y se trata de uno de los pueblos más bonitos y menos destrozados de esta isla; además es la zona de donde provienen las raíces de mi ex. Por supuesto, el hombre aceptó y quedamos en concretar la fecha en una próxima reunión. El caso es que puede decirse que, una vez asumido que iba a casarme, hasta me hacía gracia (¿ilusión?).

No hubo más trámites. Enseguida vinieron los problemas de su segunda operación, el alejamiento, la crisis definitiva … Así que no sólo no me casé, sino que sin necesidad de estarlo, me separé. Puedo seguir manteniendo mis principios.

PS: Acabo de darme cuenta de que el martes este blog cumplirá un año. ¿Quién me iba a decir hace un año, cuando haciendo el tonto lo inicié, que iba a seguir escribiendo por estas fechas? Poz zí. El martes confío en estar en Dublín, así que tendré que postergar la tarta y la velita para la próxima semana, a mi vuelta.


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sábado, 17 de febrero de 2007

Números perfectos

Buscando hace un rato en mi biblioteca un libro que sé que tengo pero que quiere seguir oculto, me encontré con uno de Martin Gardner dedicado, como infinidad de los suyos, a la matemática divulgativa o recreativa. He estado hojeándolo unos minutos y he vuelto a leer las historias de los números perfectos, que ya en su día me sorprendieron y divirtieron. No voy a dedicar este post a disertar sobre los números perfectos; basta a los interesados buscar en internet para encontrar infinidad de páginas. Aclararé sólo que un número perfecto es un entero igual a la suma de sus divisores propios (excluyendo él mismo). Los tres primeros números perfectos son 6 (=1+2+3), 28 (=1+2+4+7+14) y 496 (=1+2+4+8+16+31+62+124+248).

La búsqueda de los números perfectos es un ejemplo particular de esa capacidad mágica de las matemáticas para intrigarnos, y que se vincula con multitud de movidas esotéricas. Hay toda una rama de las matemáticas, la teoría de números, que se dedica a estudiar las propiedades de los números y, según cuenten con tales o tales otras propiedades, los números se denominan de determinadas maneras. Es como si la infinita población de los números se agrupara en distintas familias (o según el oficio en el que trabajan, o la ciudad en la que viven, etc). Así, los asépticos números resultan estar llenos de características diferenciales, como si cada uno tuviera una personalidad muy definida y, por tanto, nos dijera algo propio (y ya nos metemos en la numerología esotérica).
Es sabido que una distinción elemental separa a los números primos de los restantes. Ser primo es una nota de aristocracia, me parece a mí, aunque tampoco lo más de lo más, no vayamos a exagerar. El club de los primos es obviamente infinito, lo que pasa es que a medida que los números van siendo mayores es cada vez más difícil identificar nuevos miembros. Lo curioso es a muchísima gente le resulta apasionante encontrar nuevos números primos (como cualquier nuevo número con cualquier otra propiedad). No es otra cosa que la obsesión por batir records (y como en muchas otras cosas, los gringos son los más apasionados en esto).
En 1642, un monje franciscano francés llamado Marin Mersenne "inventó" una categoría especial en el club de los primos; así, los "primos de Mersenne" son aristócratas entre los aristócratas. Un primo de Mersenne es un número primo que va justo antes que una potencia de 2; los bajitos se ven enseguida: el 3 que va justo antes de la segunda potencia de 2, el 7 que va justo antes de la tercera potencia, el 31 que va justo antes de la quinta potencia, el 127 que va justo antes de la séptima potencia... Como es fácil entender, los primos de Mersenne se van haciendo enormes enseguida (no se sabe si hay un número infinito de ellos). Es más, los mayores primos de Mersenne son los que lideran el ranking de los primos. Así que, a efectos de lograr records en ese ranking, lo mejor es encontrar nuevos primos de Mersenne. De hecho, hay un proyecto de "computación compartida" que funciona por internet coordinando unos 70.000 ordenadores en paralelo. Uno de los equipos participantes, dirigido por profesores de la Universidad de Missouri, descubrieron el cuadragésimo cuarto primo de Mersenne en septiembre pasado (el mismo equipo había descubierto el 43º a finales de 2005). Este número contiene 9.808.358 cifras (para hacerse una idea: si lo imprimiésemos requeriríamos unas 2.800 páginas A4 todas llenas de cifras). Así que es un primo impresionantemente grande (un cacho primo, vaya), pero no lo suficiente; si hubiera alcanzado los diez millones de dígitos, la Electronic Frontier Foundation habría pagado un premio de 100.000 dólares.
Hágamos un paréntesis: ¿Qué es la Electronic Frontier Foundation? Pues según se definen ellos mismos es un grupo sin ánimo de lucro formado por personas apasionadas (abogados, tecnólogos, voluntarios y visionarios) que trabajan para proteger nuestros derechos digitales. Con esta presentación no tengo claro si darles las gracias o acojonarme. En fin, ya procuraré enterarme de algo más sobre estos señores (me ha picado la curiosidad). Por cierto, conjeturo que lo de premiar a quienes encuentren primos cada vez más grandes debe tener que ver con las utilidades criptográficas de estos números y por ahí nos vamos relacionando con los temas de la protección en Internet y afines. Lo dicho: no sé a qué carta quedarme.

En fin, el caso es que los primos de Mersenne tienen mucho que ver con los números perfectos. Euler demostró que los números perfectos se "generan" como el producto de un primo de Mersenne por la potencia de 2 anterior (supongo que no lo he dicho bien, pero es complicado poner la fórmula y, además, seguro que no interesa a casi nadie). En la práctica, esto quiere decir que, dado un primo de Mersenne tenemos inmediatamente un número perfecto (por ejemplo, si el segundo número de Mersenne que es el 7 (anterior a la tercera potencia de 2) se multiplica por la anterior potencia de 2 (que es 4) el resultado es 28 que es justamente el segundo número perfecto. Así que es fácil deducir que se conocen 44 número perfectos y que el cuadragésimo cuarto es el producto del último mersenne descubierto por 2 elevado a 232.582.656. El resultado no puedo calcularlo con mi modesto ordenador (que alguien trate de pedirle a Excel que calcule una potencia de 2 grandecita), pero he estimado que debe andar por algo más de los 140 millones de dígitos; o sea, que para imprimirlo necesitaríamos más de 40.000 páginas: ¡menudo libraco con todas sus páginas llenas de cifras!
Bueno, pues para no resultar casi tan aburrido como sería ese libraco, voy a lo de la simbología de los números perfectos, que es lo que me vino a la memoria cuando reencontré los textos de Gardner. Y para ello hay que remontarse a Pitágoras que es el primero que parece referirse a estos números. A todo esto, hay quienes piensan que Pitágoras no fue una persona, sino una escuela o un grupo de seis iniciados (6 es el primer número perfecto). Lo cierto es que Pitágoras creía que los números mostraban los secretos de la naturaleza, de la realidad; así que el hombre estaba obsesionado e hizo de la numerología una especie de disciplina litúrgico-religiosa, en la que sólo admitía a ciertos iniciados.

El número perfecto era perfecto para estos chicos porque era la suma exacta de todas sus posibles partes (que eso son los divisores propios). Intuyo que lo de los números perfectos debió descubrirse como una sublimación de los triangulares, los que son la suma de una serie consecutiva de números naturales empezando siempre desde el 1 (por ejemplo, el 15 que es igual a 1+2+3+4+5). Los números triangulares son muy bonitos (forman triángulos equiláteros como las quince bolas del billar americano al empezar una partida); ahora, hay que imaginar el orgasmo de Pitágoras cuando descubrió que algunos de esos triangulares no solo se formaban sumando consecutivamente los primeros naturales sino que eran también la suma de sus partes (porque todos los perfectos son triangulares). Comprendo que le parecieran perfectos.

Pitágoras no conoció más que los cuatro primeros números perfectos: 6, 28, 496 y 8.128 (el quinto, 33.550.336, lo descubrió en 1536 Hudalrichus Regius), así que le tenía que parecer un club bastante selecto (y de hecho lo sigue siendo). Para indagar en los significados de estos números (como de cualesquiera otros) hay que meterse en escabrosos terrenos en los que se han sembrado muchas teorías de las que han florecido muchas disciplinas esotéricas. La admiración por la "perfección" de estos números dio lugar desde la antigüedad a explicaciones divinas. Así, en el ámbito judeocristiano llamó la atención que Dios hubiera creado la tierra en seis días. ¿Por qué en ese tiempo pudiendo haber empleado cualquier otro? Pues porque, siendo el 6 un número perfecto, así quiso Dios expresar la perfección de su obra, del universo (esto lo dice San Agustín en "La Ciudad de Dios"; poz vale). Y, por supuesto, el 28 representaría la "perfección" de la circunvalación lunar. Sin embargo, no he encontrado los perfectos significados de 496 y de 8.128, los otros dos números que se conocían. Y habría que ver a estos exégetas buscando significados a los siguientes números perfectos (seguro que las encontrarían).

jueves, 15 de febrero de 2007

Recordando pérdidas (título semiplagiado)

Hoy he leído en el blog de Reich sobre la pérdida de recuerdos. Luego (casualidad) me he topado con un escrito de alguien mayor que yo que rememoraba su militancia política y cómo la había abandonado tras la victoria electoral socialista de 1982. Describía este hombre el ambiente festivo de la tarde noche madrileña del 28 de octubre. Era jueves (¿por qué las elecciones generales en jueves?) y Madrid, efectivamente, fue una fiesta hasta altas horas de la noche.

Yo estuve esa noche celebrando la victoria en la Plaza Mayor y en varios otros sitios del centro de la capital (incluyendo un acercamiento al Palace) en compañía de una chica de cuyo nombre no logro acordarme. Recuerdo perfectamente cómo era mi vida en aquella época, también "veo" (aunque algo borrosamente) el rostro y la figura de aquella chica, sé de qué la conocía, guardo las imágenes de los momentos que vivimos juntos durante los siguientes tres meses; pero no recuerdo su nombre.

Este olvido me molesta, me deja una sensación incómoda y también inquietante. Como si a partir de ese agujerito se fuera a ir descosiendo el tejido completo y el rescuerdo se desvanezca. Y claro, cuanto más me esfuerzo menos me viene su nombre a la cabeza. Hace un rato llamé al amigo que en esa época me acompañaba con mucha frecuencia. Tampoco él se acuerda del nombre de aquella chica (en cierto modo, menos mal).

Trabajaba como auxiliar administrativa en un estudio de tres arquitectos afiliados hacía pocos años al PSOE (con la descarada intención de chupar del poder que ya se veía venir). Ella vivía en el Puente de Vallecas, se definía "socialista de cuatro generaciones" (su abuelo había muerto en la guerra defendiendo Madrid) y miraba con cierta condescendencia irónica a sus jefes. Tendría entonces más o menos la misma edad que yo, 23 años, pero no era, ni mucho menos, tan cría como yo.

¿Y quién era yo? Un chaval con la carrera recién terminada y que seis meses antes, a través de una amiga, había entrado a colaborar con ese estudio de arquitectura en la redacción del plan general de urbanismo de un municipio del área metropolitana madrileña. Era una época en que se reivindicaba el urbanismo desde la izquierda; de hecho, pese a que todavía gobernaba la UCD y no había finalizado el montaje autonómico del Estado, el casi generalizado pacto de comunistas y socialistas había permitido que la mayoría de los municipios españoles fueran de izquierda. Y desde los ayuntamientos, muchas veces espoleados por pujantes asociaciones de vecinos (en las que desde el franquismo se habían infiltrado "peligrosos profesionales rojos"), se empezó a hacer de verdad política urbanística (aún faltaba mucho para las Marbellas).

En esos días de octubre yo estaba aprendiendo a superar el dolor de una ruptura. Una novia que había durado lo que un embarazo y que me había dejado porque creyó que le tocaba uno de verdad (yo me entiendo). El nombre de esa otra chica sí lo recuerdo, como también recuerdo las historias surrealistas que viví mientras estuvimos juntos e incluso años después. En esos días de octubre, lo único que podía hacer para no ahogarme en el sufrimiento del enamoramiento no correspondido (qué estúpdo e infantil era entonces) era volcarme en el curre y en el momento político que vivía (venía el "cambio"). Y lógicamente, en el refugio de aquel estudio, la compañía más atractiva era aquella chica cuyo nombre no recuerdo.

Fue ella la que me sugirió que saliéramos juntos esa tarde y nos fuéramos al centro a vivir "en directo" los resultados. Lo pasamos de maravilla; nos fuimos emborrachando progresivamente, tanto de vinos como del alborozo de tantos y tantos. Bailamos y cantamos a voz en grito, nos abrazamos con desconocidos, nos sentimos (pocas veces me he sentido así) parte de un grupo, del pueblo, de un conjunto de seres humanos fraternalmente unidos. Aunque suene tonto: nos sentíamos felices de una felicidad que era común, no individual.

Era ya muy tarde cuando cogimos en Cibeles un autobús nocturno. No hablamos nada, simplemente nos subimos juntos y nos sentamos en la última fila. Ya nos habíamos abrazado varias veces durante las horas previas, pero habían sido abrazos celebratorios. Ahora nos buscamos las bocas y nos besamos apretándonos cuerpo contra cuerpo; así hasta bajarnos en la parada más cercana a su casa, subir a una segunda planta, entrar en una vivienda pequeña, de un solo dormitorio, y dejarnos caer, todavía abrazados, sobre la cama. Al día siguiente llegamos tarde a currar, muertos de sueño y yo sin haberme mudado de ropa.

Salimos juntos durante unos tres meses; íbamos al cine o a pasear y de copas por la zona de Huertas y solíamos acabar en su casa (yo todavía vivía con mis padres; me iría unos meses después), aunque rara vez me quedaba toda la noche. Nunca estuve enamorado de ella e imagino que ella tampoco de mí. Pero me parece que nos tuvimos cariño, que en esa época cada uno necesitaba del otro lo que obtenía: sexo muy tierno (así recuerdo esos polvos) y no demasiado ambicioso, compañía serena, ausencia de riesgos emotivos ...

Los primeros días del 83, en compañía de otra pareja amiga, pasamos unos días en una casa que su familia tenía en un pueblo semiabandonado de la provincia de Guadalajara, cerca de la central nuclear. Pocas veces he pasado más frío que entonces, especialmente cuando nos metíamos en las heladas camas, por más que intentáramos calentarlas con ladrillos puestos previamente en la chimenea. Lo pasamos muy bien y, sin embargo, creo que ambos notábamos que esa estancia invernal era una especie de cierre. Al volver a Madrid, poco a poco fuimos dejando de quedar, sin necesidad de darnos explicaciones. Al final de enero dejé el estudio de esos arquitectos y, lógicamente, dejé de verla. Poco tiempo después entró Ana en mi vida y esa es ya otra historia (de las fuertes)

Aquella chica fue un regalo oportuno en mi vida, un intermedio dulce entre dos relaciones intensas. Nos juntamos gracias a Felipe (¿quién nos iba a decir entonces ...?) y a nuestras circunstancias. No nos hicimos daños pero espero que sí nos diéramos mutuamente cosas buenas. Y sin embargo, no me acuerdo de su nombre. ¿Se acordará ella del mío?

 
Zamba del olvido - Jorge Drexler (Vaivén, 1996)

Esta es la segunda zamba que pongo en el blog. Dudé si enlazar "Donde habita el olvido" de Sabina, pero quizá los textos de Drexler se acerquen más a la nostalgia tierna que me ha suscitado escribir este post.

martes, 13 de febrero de 2007

En el mar dormido me asalta tu recuerdo

Los acordes silenciosos del violín del horizonte
engañaban mis recuerdos, los volvían vaporosos.

Apenas quedaba tiempo, apenas quedaba nada.

Pero bastaba ese lapso de bruma de la mañana
ante las aguas dormidas, ante el mar que enamoraba,
para hablarte callado, para hundirme en tu mirada,
para besarte los labios, para tocarte la cara.

Las estrellas ya dormían, tus ojos lagrimeaban.

No eras tú, sino tu sombra, destellos de pasado
liberando con el sueño, el deseo de tus labios.

Apenas quedaba tiempo, apenas quedaba nada.

Y el beso quedó borrado al callarse el silencio,
al traer las olas viento, al volver el color
al aire, al recuperar su trono el tiempo ...
Y al mar le lloré porque te olvidaba, amor.

Se había acabado el tiempo, ya no quedaba nada.

Tus mil añicos fundidos en el rojo de sus rayos,
el sol matando mi sueño en la cubierta de un barco.



Escrito hace más de diez años, viendo el amanecer, en un barco que me llevaba de Tenerife a Gran Canaria. Y para rememorar la explosión de colores del cielo no tengo a mano más que esta maravilla musical.

Empezar a practicar desde pequeñitas

Hoy he almorzado con una amiga que es madre de una niña y un niño, de tres y casi dos años respectivamente. Hablábamos de la pérdida o degradación de los vínculos en una pareja, comparando vivencias propias (ella está en trance de separación); de ahí pasamos a la desaparición (¿definitiva, temporal?) de la atracción sexual; luego directamente a temas de sexo. En esta materia la conversación fue derivando hacia las diferencias en la búsqueda-obtención del placer (del orgasmo) entre los hombres y las mujeres, conviniendo que, probablemente, las cosas debían ser bastante distintas según las edades (por cierto, mi amiga media la treintena; significativamente más joven que yo, vamos). Ella sostiene que toda mujer, salvo que no conozca su cuerpo (que no se masturbe), ha de saber guiar la relación sexual para obtener el máximo placer.

Y así, al referirnos a la masturbación femenina, me ha contado cómo su hija, desde hace unos seis meses, se ha convertido en una asidua practicante. Parece ser que el descubrimiento fue debido al roce del arnés del asiento infantil del coche. A partir de ahí, todos los días, especialmente antes de dormirse, se hace su pajita con la mayor naturalidad del mundo.

Por supuesto, en esto de la naturalidad mucho han tenido que ver sus padres. Los primeros días la niña estaba entusiasmada con su descubrimiento y, en cuanto no tenía las manos ocupadas, se dedicaba al asunto. Lo hacía delante de quien fuese, lo que enseguida supuso que la abuela se escandalizara y le dijera que eso no se hacía. Entonces los padres le explicaron que no era nada malo pero mejor no hacerlo delante de personas extrañas.

El caso es que, con el pasar de los días, ha empezado a integrar la práctica en su cotidianeidad y a ir enriqueciéndola. Le gusta masturbarse cuando han acabado los jaleos del día y no hay "obligaciones" por delante. Así, poco antes de que sea el momento del "niños a la cama", la muchachita se acurruca con sus padres y les va pidiendo que le hagan cariñitos, especificando con absoluta precisión dónde y cómo quiere cada caricia. Para su madre está clarísimo que lo que hace es irse calentando, recrearse con los preliminares, tan importantes en una relación sexual adulta. Luego es llevada a la cama y sigue los jueguecitos con alguno de los padres hasta un momento en que ella misma le dice al progenitor de turno: ¡váyate ya! La fase final de la masturbación, consistente en el frotamiento y presión de la mano completa (no el dedo) sobre el clítoris, prefiere hacerla a solas.

Parece ser que, según los pediatras, el descubrimiento de la autoprovocación del placer sexual a tan temprana edad no es algo anómalo. También que lo más frecuente es que la afición se pase en poco tiempo para volver a recuperarse en la preadolescencia. No tengo ni idea, porque nunca he sido niña ni supe nada de esta parte de las vidas de mis hermanas ni he tenido hijas. Quizá por esta ignorancia personal, me ha sorprendido lo que me ha contado mi amiga, quien está convencida de que su hija, cuando le toque, será una mujer que sabrá disfrutar de sus relaciones sexuales. Así sea.

 
Con mis manos - Bebe (Pafuera Telarañas, 2004)
 
Masturbación - Facundo Cabral (Cortezias y Cabralidades, 1998)

En estos días estoy especialmente sensible auditivamente; de ahí que me apetezca subir canciones, vengan o no vengan demasiado a cuento. Dado el tema de este post, la cancion que enlazo de Bebe resulta bastante obvia, además de conocida por reciente. Seguro que el otro archivo de audio (no es una canción) es menos conocido, pero pensé que había que compensar con el lado masculino y además me divierte lo que cuenta Facundo.

lunes, 12 de febrero de 2007

Postergadas apostillas postreras al pastoso post pasado

No estoy convencido del todo, pero quizás no debería haber escrito el post anterior. En todo caso, lo que en ese post está escrito ya había sido oído por la persona que es su destinataria. El post, además, no da todos los datos, no concreta los detalles de lo que pasó, aunque imagino que no son muy necesarios. Aun así, en la medida en que el incidente que lo motiva afecta a las emociones y sentimientos de una persona que accede a mi blog, quizás no debería haberlo escrito.

Sin embargo, este blog lo escribo principalmente para mí mismo; para dejar constancia de las cosas que vivo, para verlas un poco "desde fuera". Por eso, no escribir sobre lo que ocurrió ayer habría sido una especie de traición a mí mismo. Hoy he intuido que la publicación de este post puede no haber agradado a quien lo ha motivado. Si es así, discúlpame; pero sé que sabes que no quiero hacerte ningún daño.

También hoy me han dicho que el post era muy duro. Parece ser que el haberme apenado en vez de cabreado resulta mucho más duro. Parece ser que, cuando metemos la pata, esperemos que se enfaden con nosotros y ansiamos esa reprimenda como forma de expiar nuestra conciencia de culpa; sí, me he portado mal, pero ya estoy en paz porque me he llevado la bronca que me merecía. Puede que sea así, pero eso es muestra de un comportamiento infantil y, aunque sea poco inteligente por mi parte, no quiero jugar a esos juegos.

De todas formas, es verdad que tampoco me parece grave lo que ha ocurrido y no creo que haya que darle muchas vueltas. Más grave me parecería no aprovecharlo para madurar en el conocimiento propio y mutuo, y eso es incompatible con concesiones infantiles.

Y como apostilla final algo que no dije en el post y que es de justicia decir. Has sido valiente no callándote, máxime cuando era tan fácil callarte y con casi toda seguridad yo nunca me habría dado cuenta. Y sé que lo has afrontado porque eres buena (y se te habría dado fatal mantener el disimulo) y también porque me quieres. Y por eso (es el "cierto aspecto" al que me refería veladamente en el post anterior) no sólo no he dejado de amarte sino al contrario.

Y basta del tema y oigamos una canción fantástica. Me había olvidado que tenía un recopilatorio con los mejores temas de los Kinks. Aquí va el temazo que Ray Davies le compuso a Lola y que oía a mis diecisiete años en primero de carrera. Por cierto, la protagonista del post anterior y de estas apostillas no se llama Lola. Y, más por cierto, la Lola de la canción resulta que es un travesti y yo me entero ahora (eso me pasa por no haber tratado de entender la letra en su momento: ayyy el inglés).

domingo, 11 de febrero de 2007

Confianza e intimidad

Dice Bucay que uno de los ingredientes imprescindibles en toda relación íntima es la confianza; los otros dos son el amor y la atracción. De esas tres "patas" quizás la confianza sea la más frágil: es tan fácil perderla. Por eso deberíamos ser muy cuidadosos con cualquier comportamiento que pueda erosionar la confianza del otro en nosotros. Porque además (como también dice Bucay) el sentir o no confianza en el otro (como el sentir amor o atracción) no depende de uno, es ajeno a su voluntad. O sea, que yo no puedo hacer apenas nada para recuperar la confianza en ti; tú, sin embargo, sí puedes.

Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio; son palabras de Serrat que suscribo y, en este caso, significarían que es inútil sentirse culpable por haber metido la pata. Ojalá que no hubiera ocurrido, pero ha ocurrido y lo cierto es que la confianza se ha debilitado. ¿Qué va a pasar ahora? No lo sé. Sólo puedo decir que cada uno habrá de aprender de lo ocurrido. Y dejar que el tiempo vaya pasando y evitar actuar de modo tal que lo que, en el fondo, no es sino un incidente menor, erosione más cosas de las que debería. Se me ocurre que si la confianza se resiente, no necesariamente (al menos no enseguida) han de resentirse la atracción y el amor.

Todos somos distintos y, aunque mantengamos un vínculo íntimo, siempre, en mayor o menor grado, guardamos una parcela de nuestra individualidad. No se trata de que quiera ocultártela, sino de que quiero ser yo quien decida cuándo y cómo mostrártela. De otra parte, a medida que la confianza entre dos aumenta, más se abren el uno al otro, más están dispuestos a desnudarse. Uno se expone y queda vulnerable ante el otro (y viceversa) pero, al mismo tiempo, es la forma de vivir una relación auténtica (de ser yo auténtico). Desde luego que sé que no quieres hacerme daño; en ese aspecto mi confianza no ha sido mermada. Pero, al querer entrar donde no habías sido invitada, has violentado algo la naturalidad con que me sentía ante ti.

Sabes que lo mismo que has hecho lo he hecho yo (en bastante mayor grado) con mi ex-mujer. También lo hizo ella conmigo. Así que no voy a ser tan hipócrita de escandalizarme ni tampoco a darle más importancia de la que tiene. Caíste en una tentación fácil, sin darle más vueltas. Lo hiciste motivada por tus miedos, por tus necesidades, por celos ... por cualesquiera de esos sentimientos que vienen en la "ensalada" de la mayoría de las relaciones de pareja y que confundimos con el amor (cuando son aditivos al mismo). Así que, por favor, no le des más vueltas al asunto.

Me has dicho que no te parecía que te perdonara. Es que no siento que tenga nada que perdonarte. Entiendo muy bien por qué lo hiciste; no me siento agraviado (para perdonarte). Siento, eso sí, pena por el hecho de que haya ocurrido; porque soy consciente (no puedo evitarlo) de que esto es un paso atrás en la evolución de mi confianza. Pero nada más. No pienso que han sido desvelados mis secretos inconfesables, ni que nada de lo que hayas podido descubrir sea vergonzoso o contrario a mis ideas (que conoces). No he dejado de amarte (en un cierto aspecto te diría que casi al contrario) ni has dejado de atraerme. Así que, por mi parte, no siento que tenga nada que hacer, salvo tratar de hacer (de que hagamos) como si nada hubiese pasado.

Por tu parte, en cambio, sí quizás deberías meditar si esos otros sentimientos que van con tu amor son tan importantes para ti; porque a lo peor hay cosas que no puedo darte.




El amor no es una condena (rompamos todas las cadenas); pero estate segura de que puedes contar conmigo.

viernes, 9 de febrero de 2007

Azar mágico

Esta mañana he asistido a una reunión de trabajo. Nada distinta a tantas otras que a lo largo de ya demasiados años he vivido. Y sin embargo, al acabar, a raíz del comentario de un chaval joven que lleva poco tiempo trabajando con nosotros, me he dado cuenta de que he cambiado; también de que los demás me perciben de otra forma. Pero lo más curioso es que veo el panorama con una absoluta indiferencia, como si no fuera conmigo; seguramente ese es el cambio que más me impresiona. Pero tengo que pensar sobre lo ocurrido y sobre las sensaciones e ideas que me ha suscitado; así que, en vez de hablar de esa reunión, contaré algo más reciente, de hace apenas cuatro horas.

Pues érase que estaba yo sufriendo en el gimnasio (aunque reconozco que me sienta bien) y con mi Ipod a toda máquina. En esta semana lo he puesto siempre en aleatorio; es decir que va reproduciendo al azar una cualquiera de las casi mil canciones que tengo grabadas. Pues bien, todas las veces que estoy en el gimnasio sigo la misma rutina: primero corro en la cinta, luego pesas, luego estiramientos y acabo echándome unos diez minutos y procurando respirar y desconectarme. El caso es que tenía la vaga sensación de que la música que sonaba parecía acompañar adecuadamente al tipo de ejercicio que hacía en cada momento; hoy quise verificar esa impresión.

Y me he quedado alucinado. Mientras corría en la cinta han sonado Up! (Shania Twain), Rock and Roll Music (Beatles), Pulled Up (Talking Heads), Dressed for Success (Roxette), Jones Crusher (Frank Zappa) y Saturday Night's Alright (The Who); es decir, todas canciones bastante marchosas (sobre todo con el volumen a tope) y, además, sucediéndose en orden creciente como si la música fuera ajustándose al incremento de la velocidad de la cinta (desde luego se corre mejor así).

Durante el tiempo de las pesas ha habido un poco de todo: varias de Dylan, otra de Amaral, Demasiado Corazón de Willy Deville, una de los Rolling y la genial 7 seconds de Neneh Cherry con Youssou N'Dour. Digamos que en general movidillas pero no tanto como mientras corría, más cambio de estilos y de ritmos ... como había cambios de aparatos y de grupo muscular.

En los estiramientos va y me suena la Overture (instrumental) de Tommy de los Who que me pareció que ni a propósito mientras me flexionaba tratando de agarrarme los pies. Completé esta parte con Madness de Marlango, quizás no tan ajustada pero tampoco puede decirse que no fuera adecuada para esos ejercicios.

Pero el summun fue lo que ocurrió durante la relajación. Mientras empezaba a concentrarme en la respiración apareció la voz tranquila de Aute con nada más que un piano cantando Volver a verte; a continuación, cuando ya estaba casi dejando mis pensamientos en el stand-by tan perseguido, oigo entre brumas la espléndida voz de Norah Jones (otro piano) cantando Don't miss you at all; y para acabar mi ratito de desconexión (los diez minutos los aproximo con tres canciones) me llega otra mujer, la argentina Sandra Mihanovich y la maravillosa Te Quiero (poema de Benedetti), nuevamente (y van tres seguidas) sólo voz y piano.

Habrá quien no me crea, pero aquí estoy dándole al Ipod hacia atrás y comprobando que éstos, efectivamente, han sido los temas que "aleatoriamente" me han acompañado los 80 minutos de gimnasio de esta tarde. Si los hubiera programado no habría conseguido acertar tanto como el azar. ¿Será que habremos de dejar que sea él quien tome las decisiones?


Te quiero - Sandra Mihanovich & Celeste Carballo (Mucho más que dos, 1988)

PS: Aquí pongo la última canción que sonó; es una versión distinta de la que tengo en el Ipod: a dos voces y alguito más llena de instrumentación, pero sigue siendo fantástica. Espero que una argentina que vive en Nueva York disfrute oyéndola.

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martes, 6 de febrero de 2007

Estamos huecos y vibramos

Hay muchas muchas cosas que no te enseñan en el colegio y, sin embargo, son bastante básicas. Por ejemplo, me pongo a recordar la física y la química de los últimos años del bachillerato y me da la impresión de que no pasaba del esquema de Newton. A lo mejor es que la relatividad y la física cuántica eran muy difíciles para críos de 16 años, pero al menos podían haber insinuado algunos fundamentos mínimos; pues no.

Todos somos materia; la materia está hecha de átomos; los átomos consisten en un núcleo más o menos compacto de protones y neutrones y unos electrones dando vueltas en órbitas o bien formando una nube difusa. Hasta ahí.

Los electrones van a toda hostia; a siete mil billones (7.000.000.000.000.000 = 7x1015) revoluciones por segundo. A esa increíble velocidad casi puede decirse que cada electrón está simultáneamente en todos los puntos de su órbita. Tienen que ir a esa leche para generar la suficiente fuerza centrífuga que contrarreste la también fortísima fuerza de atracción eléctrica del núcleo (los protones tienen carga positiva, los electrones negativa).

Los protones y neutrones son de tamaño más o menos parecido; un protón tiene una masa de 1,6726x10–27 kg. ¿Verdad que no es fácil hacerse una idea? Pues (si no me he equivocado con el Excel) eso equivale a que para tener un gramito de protones habría que juntar 597.871.577.185.221.000.000.000 de ellos; es decir, casi seiscientos mil trillones de neutrones. ¿Y qué coño de cantidad es esa? Es imposible atisbar esas dimensiones tan ínfimas.

Pero eso no es nada, porque siendo tan pequeñajo, el protón (y el neutrón) es un gigante al lado del electrón. La masa de este es 1.836 veces más pequeña que la del neutrón (ni intentemos expresarla en kilos o calcular cuántos electrones hay en un gramo). Esta proporción implica que el 99,97% de la masa del átomo está en el núcleo (entre los protones y los neutrones); vamos que los electrones son, en cuanto a participación en nuestras unidades elementales de materia, prácticamente irrelevantes.

Y ahora vamos a las dimensiones métricas y, como no todos los átomos son iguales, escojamos el más sencillito, el hidrógeno. El diámetro de la órbita del electrón en nivel inferior de energía es de 0,1058 nanómetros; redondeando: necesitaríamos diez mil millones de átomos de hidrógeno puestos pegaditos uno a otro para cubrir la distancia de un metro. Otra vez parecen dimensiones mínimas y, sin embargo, el diámetro del núcleo es unas 100.000 veces menor. Como es imposible concebir la escala de las dimensiones atómicas, pongo el ejemplo de Wikipedia que es el mejor que he encontrado: si un átomo tuviese el tamaño de un estadio, el núcleo sería del tamaño de una canica colocada en el centro, y los electrones, como partículas de polvo agitadas por el viento alrededor de los asientos.

Pues sí, es alucinante. Cada una de las mínimas piezas de que estamos compuestos (y el nosotros incluye toda la materia) es un volumen ocupado sólo en su centésimomilésima parte (¿se dice así?); es decir, prácticamente vacío. Pero, para colmo, los átomos se agrupan en moléculas dejando también enormes espacios vacíos ... y así sucesivamente. En resumen que estamos hechos fundamentalmente de vacío que vibra a toda velocidad (las nubecillas de electrones).

Y el vacío ... ¿qué es? El escenario de las fuerzas subatómicas (y eso exige intentar entender algo de física de partículas: imposible). Ese espacio no es materia (no hay masa), pero es necesario para que exista la materia, para que se mantengan unidas nuestras ínfimas piezas vibrantes. Y a partir de aquí metemos a la energía en juego y luego al tiempo (perdiendo su carácter absoluto) ... La leche.

Trataré de rellenar mis enormes lagunas poco a poco. Pero mientras tanto no puedo evitar imaginarme como un gruyere vibrando a toda velocidad para no disgregarme en la nada. Repito: alucinante.

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domingo, 4 de febrero de 2007

Lilith

Tras leer el post de hoy de Marguerite sobre mitología egipcia, me ha apetecido rondar yo también esos lares; así que he ido a rebuscar en viejas carpetas informáticas, de cuando me dio por leer y escribir sobre tales asuntos. Encuentro así la historia de Lilith que no me resisto a pasar a este blog.

Como es sabido, Dios creó al hombre en el sexto día de la creación, haciéndole dueño de la tierra y de todo lo que ésta contenía. Adán empezó a dar nombre a los animales, que es forma primigenia de tomar posesión. Los animales desfilaban ante Adán sometiéndosele, siempre en parejas de macho y hembra. Adán, en su unicidad, sintió celos de ellos y, tras intentar sin suficiente éxito de explorar las posibilidades de acoplamiento con la mayoría de las hembras animales, rogó a Dios que le diera una compañera.

Dios entonces formó a Lilith. Y lo hizo de la misma manera que había hecho con Adan, es decir, modelándola a partir del polvo terrenal e insuflándole la vida. El caso es que, una vez juntos, la relación de pareja no fue demasiado bien, ya que Lilith no resultó lo sumisa que Adán deseaba. Los mosqueos eran especialmente importantes a la hora del triqui-triqui, porque Adán se empeñaba en montarse sobre ella y Lilith se negaba; la chica opinaba que, al estar hecha de la misma materia que el hombre, era su igual y no debía estar debajo. El Adán del mito no debía gustar mucho de la negociación ni tampoco tendría ganas de experimentar nuevas posturas, así que, aprovechando que era más fuerte que su compañera, la forzó a ponerse debajo y santas pascuas. Lilith, indignada, se rebeló, tanto contra Adán como contra Dios a quien debía considerar bastante parcial en favor de su compañero (y no le faltaba razón). Así que reveló en voz alta el nombre mágico de Dios (Dios es el innombrable en la religión judía) y, aprovechando sus poderes mágicos, se escapó volando de Adán.

Adán se quedó muy jodido: su juguete se le había escapado y volvía a estar solo. En vez de ir a buscarla y pedirle perdón (algo que no encajaría con la línea ideológica del mito), llamó a Dios y le reclamó que interviniera. Dios (para eso estamos) envió tres ángeles a buscarla y éstos la encontraron junto al Mar Rojo, una región plagadita de demonios lascivos. Allí estaba la Lilith retozando como loca con los demonios, beneficiándose diariamente a más de un centenar (parece un poco exagerado, pero ...). Y además, se dedicaba a parir hijitos, que se llaman Lilim y que han seguido existiendo durante toda la historia. Los tres ángeles la amenazaron de muerte si no volvía, pero ella, tras explicarles que carecía de sentido que después de su estancia en el Mar Rojo volviera a vivir como Adán en plan de sumisa ama de casa, les devolvió la pelota con otra amenaza: si la mataban, sus descendientes asesinarían a los hijos varones de los hombres por toda la eternidad. La circuncisión judía está relacionada con esta amenaza: con tal ritual se protege a los bebés del poder de Lilith mediante la invocación de los tres ángeles que pactaron con ella.

Así que Adán se tuvo que fastidiar, al menos hasta que Dios le hizo a Eva. Esta vez, escarmentado, la formó a partir de la costilla del hombre, para que estuviera sometida a él y no le saliera respondona.

El mito, tal como lo he resumido, no está en la Biblia. De hecho, al hablar de la creación hay dos versiones ligeramente diferentes en Génesis 1 y 2. En Gen 1, 26-27 dice que Dios creó al hombre macho y hembra, pareciendo que los hizo a la vez, ambos a su imagen y semejanza, ambos para mandar sobre toda la tierra. En Gen 2,18-25 se cuenta la creación de Eva a partir de la costilla de Adán. Y cuando Adán despierta de su sueño y conoce a Eva dice: “ésta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne ...” Parece que hubiera habido una vez anterior en la que la compañera no era hueso de sus huesos y carne de su carne. El caso es que parece que de estas divergencias nace el mito de Lilith.

Cuando digo que el mito no está en la Biblia me refiero a que no aparece contado como un relato; sin embargo, sí aparecen menciones a Lilith, así como a diversos demonios que son parientes suyos; lo que pasa, es que sólo con la Biblia no se puede entender de dónde salen. En el Talmud tampoco hay una narración del mito, pero el nombre de Lilith es el de los demonios hembras, y se usa profusamente. En todo caso, la historia forma parte de la mitología judía y puede encontrarse en el libro de Robert Graves sobre los mitos hebreos (creo que lo escribió en colaboración, ahora no lo tengo a mano).

De otra parte, hay quien sostiene que ese mito no está incluido en ninguna fuente hebrea ni en la tradición rabínica, sino que tiene su origen en la literatura mística judía, concretamente, en el "Alfabeto de Ben Sira" del siglo X, de donde pasa al Zohar y a otros textos de la tradición hebrea. Parece que este libro es una especie de reinvención de historias bíblicas, tratando a los personajes sagrados de forma irreverente y blasfema. No se conoce su autor ni tampoco las motivaciones que tuvo al escribirlo. En cualquier caso, parece que fue aceptado por bastantes comunidades judías, especialmente centroeuropeas, lo que explicaría la gran profusión entre ellos de amuletos anti-Lilith para proteger a los recien nacidos. Por cierto, esta Lilith de origen medieval proviene, a su vez, de un demonio femenino (un súcubo) del panteón sumerio-babilónico.

De cualquier modo, la historieta de Lilith tal como la he contado ha sido muy divulgada, especialmente en el mundo occidental y se asocia en esos términos con la cultura religiosa judía y, especialmente, como explicación de la actitud profundamente antifeminista de las doctrinas rabínicas. Como siempre, la veracidad no es muy relevante en cuanto al éxito de público; y Lilith ha tenido su cuota propia (símbolo feminista, vampirismo, magia, etc). Estamos en el mundo de la magia y de la poesía tan sugerente en sí mismo como para obsesionarse por rigores eruditos.

viernes, 2 de febrero de 2007

Por si te roban el móvil

Desde que se ha popularizado el correo electrónico, consultar el buzón (o los buzones) se ha convertido en una tarea que ocupa diariamente un buen ratillo. Naturalmente, está el problema del spam, pero de momento lo tengo bastante controlado. Hace un tiempo leí que, para contribuir a reducir el spam, al reenviar un correo deben borrarse las direcciones previas que vienen en el mensaje recibido. Ciertamente esto es algo que poca gente hace, a la vista de la cantidad de direcciones de correo que me llegan en muchos mensajes. Comprobarlo me hace pensar en la enormidad de la red que se va formando a ritmo exponencial, ligando mi cuenta de correo con muchísimas otras de personas de quienes nada conozco.

En todo caso, para mí y de momento, las ventajas del correo electrónico superan con creces sus inconvenientes. Aparte de las obvias de haber permitido un contacto casi inmediato y muy directo entre personas, también está la de convertirse en una fuente de sorpresas, cuando te llegan mensajes realmente interesantes, divertidos, útiles, etc. Tengo una "corresponsal" que casi todos los días me envía una media de 10 correos, la mayoría de ellos dignos de ser calificados con buena nota (según mis personales criterios, claro). Teniendo en cuenta la cantidad de chorradas que circulan, esta amiga tiene que dedicar un buen tiempo diario a labores de selección, aparte de ser un potente nodo receptor (y reemisor) en esa red virtual de cuentas de correo. Además, debe ser uno de los nodos que se activa antes en el tiempo, porque la mayoría de sus mensajes me resultan novedosos (días después suelen volverme a llegar desde personas que, obviamente, se corresponden con nodos secundarios de esa red virtual).

Bueno, todo este rollo previo no es más que para dar apariencia de reflexivo al post este (vana pretensión, lo sé, pero uno es como es). Lo único que quería hacer era transcribir uno de los mensajes recibidos ayer de esta amiga que da una información potencialmente útil sobre los móviles. Lo he comprobado en mi aparato y funciona. Supongo que muchos de quienes la lean ya la conocerán (no estoy precisamente muy puesto en novedades en esta materia), pero también imagino que habrá alguien a quien le sirva. Ahí va:

Los comerciantes de móviles mantienen oculta esta información para que el ladrón siga utilizando el servicio y consumiendo, y a su vez la víctima del robo compre otro teléfono y siga consumiendo también.

Necesitas obtener el número de serie de tu equipo. Para obtener el número de serie marca *#06# y sin más, en el visor aparece un código. Este código, único en todo el mundo, es el número de serie de tu equipo.

Toma nota del mismo y consérvalo en un lugar seguro. Si te roban el móvil, avisa al operador de tu compañía y dale este código. Esto va a permitir que el móvil sea bloqueado completamente, aunque el ladrón cambie la tarjeta SIM.

Probablemente no recuperes tu móvil... pero por lo menos vas a tener la seguridad de que quien lo haya robado no va a poder utilizarlo nunca.

LO MÁS IMPORTANTE de esto es que si toda la gente conociera este truquito, el robo de móviles seria inútil. Así que reenvíalo a todos tus conocidos.

¡Y no olvides anotar tu número de serie en un lugar seguro!

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