lunes, 28 de septiembre de 2009

Calumnia, que algo queda

Sala de espera del dentista, mujer de mediana edad en su papel de maruja enterada. No para de hablar la señora, muy segura de lo que dice, para distraer a los pacientes que esperan la entrada al gabinete de torturas bucales. El tema, los políticos locales; más precisamente, las chorizadas de los políticos locales. Por ejemplo, dice que, cuando se retiraron los adoquines "históricos" de una calle lagunera, éstos fueron apropiados por un conocido cargo público para adoquinar la terraza de su jardín. Los pacientes asienten, claro, ya se sabe, para eso están, para aprovecharse. Y usted cómo lo sabe, pregunta uno. Uuuy, mi niño, de muy buena fuente, te aseguro que es cierto, pero se dice el pecado y se calla el pecador. Y tan pecador porque la calumnia es un pecado, piensa el imprudente preguntón, que conoce al político aludido y su casa, un piso en Santa Cruz, sin terraza ni jardín. La doña repasa a algunos más, sin preferencias partidistas. Así su auditorio se entera de la existencia de un hijo ilegítimo de un parlamentario regional, de la finca que se agenció un concejal del sur de la Isla a cambio de favores recalificadores y de alguna que otra perla por el estilo.

Sorprende la aquiescencia de todos los oyentes. Los únicos comentarios son confirmatorios del tipo "sí, algo de eso ya sabía" o "es que son todos unos desvergonzados". Acallado el que se atrevió a preguntar, a nadie parece importarle un ápice la fiabilidad de lo que cuenta la mujer. "Calumnia, que algo queda", dice el refranero, y también "cuando el río suena, agua lleva" o "piensa mal y acertarás". Supongo que estas frases hechas deben bastar a la mayoría para sustentar la "presunción de culpabilidad" de personas concretas, sin sentir ni la mínima brizna de pudor. Daban ganas de interrumpir a la deslenguada y decirle, con muy buena educación, por supuesto, que su marido, según uno sabía de muy buena fuente, tenía una aventura con su mejor amiga. O preguntarle, para no llegar tan lejos, que pensaría ella si supiera que en la sala de espera de algún otro dentista alguien estaba contando ese chisme.

La maledicencia, que al fin y al cabo no es sino una cara más de la envidia y mala leche tan hispánicas, goza de estupenda salud entre nosotros. Desde las consultas de los dentistas hasta la programación televisiva. Nos encanta saber que el otro, especialmente si ha descollado en cualquier aspecto, es un miserable y, consiguientemente, estas ganas de enfangarlo hacen que no tengamos ningún reparo en dar crédito a cualquier calumnia. Es más, resulta hasta de mala educación interrumpir al "informador" para pedirle cualquier mínima prueba de lo que está diciendo. Lo menos que puede ocurrir es que te diga, como la señora, que lo sabe de muy buena fuente; lo más que se ofenda porque estás insinuando que es un mentiroso. Esta complacencia cómplice tan española va produciendo una degradación ética insidiosa y una subversión surrealista de valores (no hay más que ver a esos "periodistas" de pacotilla que se autoproclaman defensores del derecho a la información). Pero también nos va embruteciendo mediante la anulación de cualquier atisbo de sentido crítico.

Imagino que el escaso sentido crítico de los españoles debe estar relacionado con el autoritarismo tan omnipresente en nuestra historia. Nos encantan los argumentos de autoridad y, de hecho, prestamos más atención a quién lo dice que a lo que dice. Y así nos va, como al idiota del cuento que en vez de mirar la luna, mira el dedo que la señala. Esta tendencia al borreguismo es por supuesto terreno fértil para los manipuladores, especialmente los políticos y los periodistas, con lo cual se refuerza el círculo vicioso de la estupidez nacional. Súmale nuestra mala leche envidiosa y resulta que no nos creemos más que lo que queremos creer de antemano y en vez de dialogar nos insultamos. Pero me estoy saliendo del tema.

Hace ya muchos años, estaba al inicio de la universidad, mi padre me pilló en una afirmación a la ligera con cierto matiz calumnioso. Tras demostrarme que lo que había dicho carecía de fundamento, concluyó con una de esas máximas paternas de vieja escuela que, aunque en ese momento desprecié (maldita adolescencia), he recordado después con frecuencia. No hables si no estás seguro y, además, piénsatelo dos veces si lo que dices se refiere a alguien. Si tal consejo fuera la norma muy distinta sería nuestra sociedad, desde luego.


La canción quizá no sea la más adecuada al post (aunque no chirría demasiado), pero me trae recuerdos de mis trece-catorce años, incluyendo los crujidos de la aguja de mi pick-up de entonces. Cuando la oía todavía no había llegado Pinochet, pero ya faltaba muy poco.

CATEGORÍA: Política y Sociedad

sábado, 26 de septiembre de 2009

Mi finca es mía y en ella hago lo que quiero

Decía en mi aburrido post anterior (éste lo va a seguir siendo, advierto) que en España predomina una concepción privatista de la propiedad inmueble. O sea que hay mucha gente, yo diría que la mayoría, que piensa que todos los incrementos de valor económico de su finca, independientemente de los factores que los produzcan, le pertenecen legítimamente y que quienes sostienen lo contrario son rojos diabólicos que quieren demoler los pilares básicos de nuestra sacrosanta civilización. Esta manera de entender el derecho de propiedad viene avalada por muchos siglos de historia, tantos que es comprensible que casi la tengamos inscrita entre nuestros "dogmas" inconscientes. Al fin y al cabo, la institución de la propiedad privada es, ciertamente, uno de los pilares básicos de nuestras sociedades y ha condicionado fortísimamente (para bien y para mal) el desarrollo de la historia occidental. Los tres modelos clásicos de civilización de acuerdo al clásico análisis marxista (esclavista, feudal y capitalista) no son sino estadios evolutivos que se engarzan sobre el alcance real de la propiedad privada, y también ésta es el meollo en el que se sintetizan y resuelven las relaciones de clase y las consiguientes luchas por el poder. Los defensores de la primacía de la propiedad privada sostienen que sin ella no habríamos evolucionado (culturalmente) para llegar a ser lo que somos y tienen razón; de lo cual, sin embargo, no se desprende cómo habría sido nuestra sociedad sin esta institución jurídica.

Pero no nos elevemos a los planos más abstractos y centremos la discusión teórica (o ideológica, si se prefiere) en relación a la propiedad del suelo y su valor derivado del mercado inmobiliario. Como no puede negarse lo evidente, todos admitimos que el precio de los terrenos (de la propiedad inmueble) depende de lo que se pueda hacer (construir y luego vender) en ellos. Los fieles de la diosa Propiedad defenderían el derecho sacrosanto de que en mi finca yo puedo hacer lo que quiera (por ejemplo, construir un rascacielos con cien viviendas) y, por supuesto, venderlas a quien me dé la gana y al precio que los compradores estén dispuestos a pagarme. Como esa potestad (la de hacer con y en mi finca lo que desee) es intrínseca a mi derecho, el valor económico de mi propiedad depende del grado de mi ambición e iniciativa. Como el precio de mi finca será el resultado de restar de los ingresos de las ventas de las viviendas los costes de construirlas (incluyendo en éstos los beneficios de promoción y demás), está claro que cuantas más viviendas construya más valen mis terrenos. De otra parte, los límites a las avaricias pecaminosas vienen impuestos por otro de los dioses ideológicos, el Mercado. El Mercado, con su mano invisible en la metáfora de Adam Smith, garantiza que en mi finca haga el número justo de viviendas y no más, porque en caso contrario me penaliza obligándome a bajar el precio de éstas o impidiendo que se vendan; en cualquier caso, el límite económico de mi propiedad (cuánto vale) lo fija el Mercado. Por eso, partiendo del principio de que mi potestad como propietario es absoluta, el ejercicio del derecho se desenvuelve en unas condiciones específicas de mercado; dado que el mercado es un "orden natural", ajeno como cualquier dios a las miserias humanas, la riqueza que obtenga de mi patrimonio depende únicamente de mi ambición y de mis aptitudes para desenvolverme en el marcado (saber cuánto puedo construir, cuándo debo vender, etc).

De más está aclarar que ni el mercado es un Dios ajeno e independiente de los intereses humanos (sino, quizá como todos los dioses, un constructo de éstos que algunos saben manipular en su provecho) ni que, incluso los más creyentes en los presupuestos de la economía liberal reconocen que el suelo (especialmente el suelo destinado al mercado inmobiliario) admiten que tiene un comportamiento que no responde a sus sacrosantas leyes de oferta y demanda (se denomina rigidez). Pero no nos desviemos hacia esas argumentaciones y bástenos establecer que, con mayor o menor rigor conceptual, existe una concepción mayoritaria del derecho de propiedad que entiende que la potestad del propietario es absoluta y su ejercicio (pasar de la potencia al acto) y consiguiente realización económica (el cuánto vale la propiedad) se resuelve en las condiciones concretas del mercado en cada momento.

Desde su concepción, los privatistas liberales entienden que el planeamiento urbanístico, cuya función esencial es decir si en unos terrenos se puede edificar y cuánto, es una interferencia dañina en el "libre" ejercicio de su potestad absoluta, hasta el punto de que los más radicales (de esos quedan pocos) llegan a afirmar que debería dejarse a cada uno que pudiera edificar cuando, como y cuanto quisiera en sus terrenos porque ya se ocupa el mercado de regular y ordenar las eventuales distorsiones. Claro que no todos los terrenos son igualmente edificables, pues nos hemos acostumbrado a que las viviendas (y los demás productos inmobiliarios) dispongan de unos servicios mínimos que, por su propia naturaleza, son de carácter comunitario. Mi finca tiene que tener un viario que le de acceso y por el que se canalicen una serie de infraestructuras que abastezcan a los futuros edificios de tales servicios (agua, saneamiento, electricidad, etc); además, no estaría mal que en el entorno haya algún que otro parque, colegios, un centro de salud y otras dotaciones similares. Pues que las haga el Estado (el ayuntamiento, para ser más precisos), piensan muchos, que para eso pagamos impuestos. Pero los impuestos los pagamos todos lo que equivale a que somos todos los que estamos dando a los terrenos privados la potencialidad de ser edificables que se traduce en un mayor valor económico de éstos que se pertenece, por principio, a sus propietarios. Ante la evidencia de este hecho, y aunque sea a regañadientes, los privatistas liberales en la actualidad admiten, si bien con algunas reservas, que estas "externalidades" deben imputarse como cargas a su derecho. Esta concesión (los tiempos cambian y ya no estamos en el feudalismo) no menoscaba un ápice su convencimiento sobre el carácter absoluto de su derecho sino que más bien lo refuerza. Por supuesto que puedo hacer en mi finca lo que quiera, máxime cuando estoy dispuesto a gastar dinero para dotarla de los servicios que legalmente se exigen. Salvado el principio, se dedican luego a discutir la cuantía de esos servicios (siempre a la baja) y a distinguir situaciones en las que deben quedar libres de tales cargas. Por ejemplo, bien está que urbanice mis terrenos rústicos, pero no tengo por qué pagar nada por edificar en mi solar que está en una ciudad con todos los servicios que, como son de todos, también son míos.

Lo que pasa es que hasta quienes así piensan se ven obligados a admitir que, por más que la propiedad privada deba entenderse intrínsecamente plena, hay que limitar su ejercicio, aunque sólo sea porque somos muchos, los recursos escasos y hace falta un poquillo de orden. O sea que, de nuevo a regañadientes, han de aceptar el planeamiento como mal necesario. Pero, fieles a su postura "filosófica" plantean un órdago a los principios sobre los que hasta entonces se basaba el régimen de derechos y deberes de la propiedad inmueble y en 1998 aprueban una Ley que declara que todo terreno rústico sobre el que no concurran razones "objetivas" para su preservación ha de considerarse urbanizable. No se les puede negar coherencia y hasta un cierto grado de audacia (por fin hemos tenido cojones para imponernos a los rojos en el terreno de las ideas urbanísticas). Fieles a su concepción, trataron de que todo propietario de fincas rústicas pudiera obtener todo el valor que le pertenece que sólo le podría ser denegado en el planeamiento si éste demostraba (harto difícil) que esos suelos debían ser protegidos de la urbanización. Que yo sepa, pocos municipios aplicaron este precepto con todas sus consecuencias y supongo que el daño que haya producido sobre el sufrido territorio español no habrá sido demasiado. Sin embargo, aunque los ayuntamientos no lo pusieran en práctica, de no haberse derogado esa Ley, sus efectos dañinos habrían podido manifestarse acumulativamente por la vía jurisdiccional. Apunto sólo dos posibles líneas contenciosas: cualquier propietario que quedara en rústico podría obtener de un Tribunal la reclasificación de sus terrenos argumentando la más que probable identidad de éstos con algunos otros que hubieran sido clasificados en el Plan. Pero la segunda posibilidad es más peligrosa, si el derecho de propiedad lleva intrínseco el poder edificar (y patrimonializar las plusvalías derivadas de la clasificación de suelo urbanizable), un propietario cuya finca hubiera sido mantenida en suelo rústico tendría el derecho de exigir la indemnización por esa "expropiación parcial", en la medida en que el plan le ha "desposeído" de parte del valor intrínseco de su propiedad.

Hay que decir que los urbanistas peperos que parieron esa Ley, entusiasmados supongo con la esplendorosa dinámica inmobiliaria española, argumentaron que gracias a ellos se aumentaría la oferta de suelo edificable con lo cual, por la idolatrada y mal entendida Ley de la oferta y la demanda, bajarían los precios de los terrenos y, consiguientemente, la vivienda sería más barata. Pese a lo rudimentario de esta tesis, cuya falsedad está más que sentada tanto en la teoría como en la práctica, durante aquellos años yo alucinaba oyendo a tamaños zopencos encorbatados defendiendo esos peregrinos argumentos y dudaba si se trataba de subnormales o de cínicos.

La Ley, como ya he dicho, ha sido derogada pero ni mucho menos la concepción privatista de la propiedad que subyacía en ella y que persiste en la mentalidad de una gran mayoría de los españoles. Esa concepción (para que luego digan que las ideas son inofensivas) es la que justifica y explica la voracidad de nuestro urbanismo, el destrozo de nuestro territorio, la cutrez miserable y fea de nuestras ciudades. Y también, claro está, la corrupción y los pelotazos.

CATEGORÍA: Política y Sociedad

viernes, 25 de septiembre de 2009

Pelotazos urbanísticos

El término pelotazo se ha ido generalizando en los medios de comunicación durante los últimos años, tanto que, según me entero, hay una propuesta en la RAE de añadir una cuarta acepción en el diccionario (el vocablo ya existe con significados que apenas se usan) que lo definiría como "operación económica que produce una gran ganancia fácil y rápida". Esta definición, que responde adecuadamente al uso habitual que se hace del término, es en principio independiente de la naturaleza de la operación. Por ejemplo, una compra de acciones bursátiles a bajo precio justo antes de una fuerte alza de la bolsa y la inmediata venta posterior sería un ejemplo perfecto de pelotazo. Sin embargo, el pelotazo por antonomasia, o al menos el más popular en los periódicos, es el urbanístico que, en este lenguaje de escaso rigor técnico, vendría a ser la compra de un terreno rústico (no urbanizable) a muy bajo precio que enseguida se "recalifica" en urbanizable por el ayuntamiento correspondiente y aumenta sustancialmente de valor. La operación económica es, como en el caso de las acciones, una compra y una posterior venta; la diferencia (muy relevante) es que la subida de precio es en el primer caso debido a las escasamente controlables dinámicas bursátiles mientras que en el segundo obedece a la acción concreta de unos pocos que tienen la capacidad de cambiar el planeamiento vigente: reclasificar (que no recalificar, como suele decirse) unos terrenos con el régimen de suelo no urbanizable al del suelo urbanizable.

Pelotazo, como denota su desinencia, es un término peyorativo y, efectivamente, lo consideramos algo malo porque no nos parece ético que se gane mucho dinero de forma fácil y rápida. Supongo que en nuestras "estructuras ideológicas" debemos tener inscrito el mantra de que el dinero ha de ser proporcional al esfuerzo empleado en ganarlo y, por más que asistamos continuamente a realidades que lo niegan y hasta que se dignifiquen los modelos de conducta que cabría considerar propios de la "cultura del pelotazo", pienso que la mayoría seguimos teniendo en nuestras mentes un núcleo que se resiste a aceptarlas como éticamente correctas. Como ejemplo pertinente a tal respecto, comentaré que, en mi opinión, unos de los factores más importantes del desencanto de muchos con el primer o segundo gobierno socialista pudo haber sido el elogio "oficial" hacia el enriquecimiento rápido por parte del Ministerio Solchaga, animándonos a aprovechar el boom económico de los ochenta. Ahora bien, el pelotazo urbanístico (el pelotazo por excelencia) se ha convertido en el más denostado de todos. Los artífices de ello han sido fundamentalmente los periodistas y sus motivos distan mucho de ser loables; si les gusta tanto cebarse con las "recalificaciones" no es sino porque en estas operaciones andan siempre liados políticos, cargos públicos municipales y/o autonómicos que son los que tienen que dictar resoluciones mediante las cuales se aprueban las correspondientes modificaciones del planeamiento.

Ahora bien, hay algo que nunca cuentan los periodistas, sea porque lo ignoran o porque explicarlo devaluaría el componente "escandaloso" de la noticia reduciendo su interés mediático (y ambas explicaciones dejan en mal lugar a los "profesionales de la información"). Eso que no se explica es que el sistema legal urbanístico español (el de todas las comunidades autónomas) se basa en el pelotazo. Para ser más preciso, el crecimiento de las ciudades españolas (al menos el crecimiento ortodoxo, según el modelo derivado del marco legal) se basa en convertir terrenos rústicos en suelo urbanizable, reconociendo a los propietarios de dichos terrenos el derecho al aumento de precio de los mismos. Se supone que ese incremento de valor se concede a los propietarios a cambio de que urbanicen (y cedan los viarios y espacios destinados a dotaciones públicas, además de un 10% de ese aprovechamiento urbanístico). Todas las legislaciones urbanísticas del Estado, al definir el régimen jurídico del derecho de propiedad de los suelos urbanizables, reconocen el derecho de los propietarios de tales terrenos a patrimonializar esos aumentos de valor derivados directamente de la clasificación urbanística (una vez cumplidos sus deberes de urbanización y cesión). Sólo se exige que esos aumentos de precio (aprovechamiento urbanístico) sean aproximadamente iguales para todos los propietarios que queden en el mismo régimen jurídico dentro del municipio. Dicho en términos periodísticos: que el derecho al pelotazo sea más o menos el mismo para cualquier propietario que tenga la suerte de que sus terrenos rústicos se clasifiquen como urbanizables. Los que no tienen esa "suerte", pues se joden.

En un lenguaje algo más técnico el incremento de precio, esa ganancia fácil y rápida a que se refiere la definición de pelotazo, se denomina plusvalía. Plusvalía, según el DRAE, significa "acrecentamiento del valor de una cosa por causas extrínsecas a ella". La cosa es el suelo, la finca rústica que pasa a ser urbanizable. Su incremento de valor se debe ciertamente a una causa extrínseca; mientras el suelo es rústico y sólo puede dedicarse a aprovechamientos de naturaleza primaria (a veces ni a esos), su precio depende de factores intrínsecos (el rendimiento agrícola de los terrenos, por ejemplo) o de inversiones realizadas por el propietario para mejorar aquéllos. El valor del terreno así calculado es el que reconoce la Ley como cuantía económica del derecho de propiedad inmueble y, en teoría, es el básico que se utiliza para expropiar terrenos no urbanizados destinados a usos públicos (carreteras, por ejemplo). En cambio, el valor de esos mismos terrenos, exactamente en la misma situación física, inmediatamente clasificados como urbanizables por un plan municipal aumenta (y mucho). ¿Por qué? Pues simplemente porque el precio ya no se calcula en función de los rendimientos agrícolas (intrínsecos) sino como componente residual del valor de venta de los productos inmobiliarios (viviendas, oficinas, comercios) que podrán construirse una vez urbanizados (a veces incluso antes de urbanizarse). Creo que es bastante obvio que la causa de ese incremento de valor es extrínseca, no depende del terreno en sí (ni tampoco de los esfuerzos "legítimos" de su propietario) sino de una decisión administrativa que, en teoría, pretende resolver necesidades públicas, y, por tanto, ha de calificarse con todo rigor de plusvalía.

Como ya he dicho, estrictamente hablando, en nuestro marco jurídico las plusvalías no forman parte "intrínseca" del derecho de propiedad. Sin embargo, una vez creadas (gracias a la acción pública del planeamiento, insisto), la misma Ley reconoce el derecho de los propietarios a incorporarlas a su patrimonio, como "compensación" del cumplimiento de una serie de deberes. Estos deberes suponen, claro está, coste económico pero, en la práctica totalidad de los casos, estos costes son enormemente inferiores a la cuantía de las plusvalías. Importa aclarar, por si alguien puede confundirse, que estas plusvalías nada tienen que ver con los beneficios de las actividades económicas de la promoción inmobiliaria. Una vez clasificado el suelo como urbanizable, sin que el propietario haya gastado un duro, aumenta su precio. Luego aumentará más todavía, pero esos siguientes incrementos obedecen (al menos en teoría) a los beneficios de las actividades de urbanizar o construir. Si alguien se mete a promover un edificio de viviendas lo hace obviamente porque espera ganar dinero y ese margen de rendimiento es el motor de esta actividad productiva, como de cualquier otra. La plusvalía urbanística, en cambio, no está vinculada a ninguna actividad productiva y, de hecho, es una rémora para el promotor ya que le incrementa los costes de adquisición del insumo básico de su negocio, el suelo que ha de urbanizar y construir. Ya puestos, a nadie se le ocultará que el alto precio de las viviendas (o cualesquiera productos inmobiliarios) tiene mucho que ver con estas plusvalías, con la existencia del pelotazo institucionalizado; pero ese es otro asunto en el que ahora prefiero no entrar.

Así pues, las plusvalías existen y son intrínsecas a un sistema legal que reconoce que se las apropien los dueños de los terrenos que han pasado a ser urbanizables. Si a ello le sumamos que la cuantía de las plusvalías, especialmente en ámbitos geográficos de fuerte dinámica inmobiliaria, es muy alta, mucho mayor que los márgenes de beneficio de la actividad promotora inmobiliaria, es fácil entender que el sistema en sí mismo ha de propiciar necesariamente las apetencias de los propietarios de terrenos rústicos para que se les clasifiquen sus terrenos. Y, por la misma lógica, también la proliferación de "personajes" dispuestos a "invertir" en la compra de terrenos rústicos (a precios más altos que los que corresponden a sus rendimientos pero mucho menores a los que alcanzarán una vez urbanizables) y en la compra de voluntades políticas que se traduzcan en las convenientes modificaciones de los planes. Todo ello ocurre, quede claro, no porque los seres humanos seamos muy codiciosos o malvados (que también, pero esos son los datos de partida), sino por las dos razones ya expuestas: que se reconoce el derecho a privatizar las plusvalías generadas por una acción pública y que esas plusvalías son muy altas, tanto como para ser capaces de movilizar muchos intereses.

Por tanto, y es lo que quería establecer con este post, no nos escandalicemos demasiado por las actuaciones de los protagonistas de los pelotazos urbanísticos, sino entendamos primero que el pelotazo está inscrito en la propia lógica del sistema. Sólo entonces podremos plantearnos líneas de actuación para resolver este asunto que, desde luego, no es nada bueno ni desde el punto de visto ético ni desde el económico (salvo, claro está, para el beneficiario del pelotazo). Pero antes de referirme a esas posibles líneas de actuación anti-pelotazo (que ni siquiera requerirían alteraciones legales significativas), es necesario tocar algunos otros aspectos que complican el problema. Por citar un par de ellos a modo de tareas de reflexión para mis lectores, diré en primer lugar que se piense hasta qué punto los españoles, tan apegados históricamente a la propiedad inmueble, asumen de verdad que las plusvalías no forman parte intrínseca de su derecho. Esta cuestión no es baladí y de hecho, por mucho que digan las leyes, uno de los dos principales partidos de nuestro país, aunque con medias palabras, defiende una concepción privatista de las plusvalías inmobiliarias. Otro asunto interesante para preguntarse es por qué nunca se cuantifican (en euros) las plusvalías, cuando es algo relativamente sencillo; en mi opinión, esta actitud oscurantista respecto al dinero (tan característica de la cultura castellana) contribuye poderosamente a la cultura del pelotazo. En fin, podría apuntar algunas cuestiones más pero, como siempre, ya me he alargado demasiado y, para colmo, con un tema que sé que es aburrido para la mayoría (a mí es que me toca en mis quehaceres profesionales y en estas últimas semanas ando justamente montando algunos mecanismos que inciden en estas cuestiones en el Plan que dirijo).

CATEGORÍA: Política y Sociedad

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Hablar con chasquidos

Según la wikipedia, en el mundo se hablan unas 460 lenguas nativas. La conocida publicación The Ethnologue, por su parte, contabiliza en su decimosexta edición (2009) hasta 7.358 idiomas distribuidas en 99 familias; además, para cada una de estas lenguas indica los lugares en donde se habla y el número de hablantes. Obviamente, las cifras son tan diferentes que no valen para mucho, aunque sin duda parece más fiable la segunda, máxime cuando en la mayoría de textos que he leído que se referían a este asunto cifraban el número de idiomas hablados en torno a los cinco mil.

En todo caso, "contar" lenguas no debe ser nada fácil porque de entrada implica individualizarlas, trazar la elástica frontera entre lengua y dialecto. Luca Cavalli-Sforza decía en 1993 que dos lenguas son distintas cuando sus hablantes no pueden entenderse; si en cambio hay diferencias que no afectan sustancialmente a la comprensión mutua, entonces serían dialectos. El mismo autor usa una analogía con la definición tradicional de "especie biológica"; así, de la misma manera que dos animales son de la misma especie cuando pueden reproducirse entre si (y sus crías son fértiles) o, lo que es lo mismo, cuando pueden transmitir información genética, dos hablas son la misma lengua cuando permiten la transmisión de ideas entre sus usuarios. Las diferencias "dialectales" entre las hablas serían, siguiendo la analogía, variaciones menores (como la raza, por muy impreciso y erróneo que sea el término) que reflejan la "biodiversidad" de la especie.

Naturalmente, si bien la anterior me parece una buena definición conceptual, adolece de graves problemas para su aplicación práctica. Porque, claro, lo de entenderse mutuamente es bastante ambiguo; entenderse, sí, pero ¿hasta qué punto? Por ejemplo, no creo que sea discutible que el habla canaria y la de Valladolid sea la misma lengua, por más que en Canarias haya abundantes palabras que no se usan en Pucela y también algunas diferencias fonéticas significativas. Y el castellano de Perú, por referirme a mi experiencia personal, seguimos considerándolo castellano, aunque cuando con dieciséis años desembarqué en Lima y me costaba un mundo entender lo que me decían llegué a ponerlo en duda. Asimismo, mal que les pese a algunos valencianos, su habla es el mismo idioma que el catalán, si aceptamos el criterio de la inteligibilidad mutua. Pero, ¿son el portugués y el castellano idiomas distintos cuando los hablantes de cada uno de ellos pueden entenderse "suficientemente"? Y así podríamos hacer una lista de lenguas "distintas" con relativa inteligibilidad mutua. Al final, supongo, a partir de esa definición conceptual necesariamente ambigua, lo que harán los taxonomistas del lenguaje es llegar a acuerdos (con mayor o menor facilidad) sobre a qué hablas atribuyen el título (parece que más honorífico) de lenguas y a cuáles otras las relegan a la categoría subordinada de dialectos.

Algo parecido ocurre con las agrupaciones de las lenguas en familias y superfamilias, aunque en este caso aparecen ya criterios algo más objetivables que tienen que ver con la evolución de nuestra especie y sus avatares prehistóricos. El estudio de la evolución de las lenguas y sus diferenciaciones a lo largo del tiempo, desde que hace unos 100.000 años unos pocos individuos empezaron a hablarse y a expandirse y separarse entre sí, es una de las herramientas más fructíferas para comprender cómo hemos llegado a ser lo que somos. De hecho, la diferenciación lingüística va muy emparejada a la diferenciación genética de los humanos, y así ha sido considerado desde los inicios científicos de la evolución (contemporáneamente a Darwin, August Schleicher planteó por primera vez teorías muy similares a las biológicas referidas al lenguaje). Tanto es así que, como muy amenamente cuenta Cavalli-Sforza, en la investigación de nuestra evolución, junto con la arqueología, las investigaciones lingüísticas y genéticas se van corroborando mutuamente como, por otra parte, era de esperar.

Pero a lo que iba con este rollo introductorio (supongo que es fácil adivinar que acabo de leerme un libro sobre el tema, el "¿Quiénes somos?" de Cavalli-Sforza) es a que me he quedado admirado tanto con la "homogeneidad estructural" de los muchísimos lenguajes humanos como con la diversidad de éstos (y no es contradictorio). Una de las lenguas más curiosas, en realidad una familia de lenguas, es el khoisan (en español se denominan joisanas), hablada en Africa suroccidental (en Sudáfrica, Namibia, Botswana y Angola). Son habladas por dos grupos étnicos que en mi adolescencia (libros de viajes y aventuras) se llamaban bosquímanos y hotentotes y que se caracterizaban hasta hace poco (y creo que todavía) por ser predominantemente cazadores-recolectores. Las lenguas khoisan, habladas todavía por unas trescientas mil personas, son sin duda muy antiguas y han conservado, como vestigios, algunas características fonéticas singulares. De todas éstas, las más extrañas (creo que son únicas) son unas "consonantes" que se pronuncian como chasquidos (clicks en inglés). Según leo en la wiki, en algunas de las lenguas de esta familia, existen hasta treinta "chasquidos" distintos, lo cual hace que el sonido de las mismas resulte absolutamente peculiar (y a la vez inconfundible), tanto que nos cuesta creer que estén hablando un idioma "codificado" porque más parece un ejercicio de inventiva fonética.

Cuando me enteré de la existencia de este idioma, la descripción de sus singularidades no me bastó y, como es natural, quise "oírlo". Gracias a internet es facilísimo encontrar archivos sonoros (además de cuanta información se quiera al respecto) y basta teclear khoisan en Youtube para acceder a numerosos videos en este idioma. Entre ellos, hay unos muy entretenidos en los que unos profesores de Namibia explican las rudimentarias bases de su idioma (el Khoekhoe o Nàmá) que es la más popular de esta familia lingüística, con más de un cuarto de millón de hablantes. Acompaño a este post el primer video de este curso (recomendable para quienes vayan a viajar a Namibia) en el que justamente enseñan los sonidos de las cuatro consonantes click (no son treinta, afortunadamente). A quién le interese no tiene más que ver en Youtube el resto de lecciones.


martes, 22 de septiembre de 2009

Muertes

Hoy ha sido día de funeral. Ayer por la tarde, en medio de una reunión de trabajo en Madrid, me telefoneó mi ex para decirme que acababa de morir el abuelo de su hijo (al que considero también como mío). Me quedé de piedra porque no sabía nada. Hará poco más de un mes, en una revisión rutinaria, le dijeron que convendría ponerle un by-pass y casi enseguida le operaron. Era un hombre de setenta y cinco años, del sur de la isla, que nunca había estado en un hospital. La intervención fue bien, aunque él se quejaba de dolores al respirar y le costaba mucho dormir. De hecho, la vez que fui a visitarlo se había quedado dormido viendo la tele, de tan cansado que estaba. Le dieron el alta y volvió para casa, con algunas molestias leves. La última vez que hablé con mi hijo, la mañana del sábado 5, me contó que había tenido una leve taquicardia pero que ya estaba bastante bien y parecía que se iba recuperando.

Pues resulta que esa misma noche sufrió un ictus. Estuvo ingresado dos semanas durante las cuales empezaron a fallarle progresivamente el sistema vascular, el respiratorio y el cerebro. Yo no supe nada; nadie me llamó ni yo, la verdad, volví a interesarme por su estado, convencido de que estaba en su casa y, por otro lado, inmerso en la vorágine de trabajo de la que no tengo modo de escapar. La noticia, como ye he dicho, me impactó. Era un hombre bueno, muy tranquilo y generoso, en cuya casa he estado multitud de veces como un hijo más. Esta mañana, después de un madrugón para coger el primer avión a Tenerife, llegué a mi casa para bajar con mi ex a Granadilla, el pueblo donde ha sido el velatorio, el funeral y el entierro. Acabo de regresar hace un rato, muy impresionado por el dolor de todos (su viuda está absolutamente destrozada) y por la enorme cantidad de gente que lo quería.

Pero además hoy me he enterado de otra muerte ocurrida hace unos meses que también me ha descolocado. Se trata de una persona a la que conocí profesionalmente y con la que llegué a tener gran amistad, Enrique Copeiro, ingeniero de caminos. Enrique era un ingeniero singular, además de una bellísima e interesantísima persona. Se dedicaba al estudio de las dinámicas marinas litorales y a las obras costeras. Su cualificación técnica estaba fuera de dudas y todos sus colegas, por más que lo denostaran, le reconocían la máxima autoridad profesional. Pese a su valía apenas pudo llevar a la práctica la multitud de propuestas y proyectos de intervención en numerosos tramos litorales. ¿Por qué? Pues porque el litoral español es "propiedad" de la Dirección General de Costas y Enrique disentía de la forma de hacer de este organismo, de las directrices de "ingeniería dura" (espigones con escolleras ciclópeas con mínimas adaptaciones al lugar) que imponía a quienes querían conseguir un proyecto oficial. Los responsables de costas le tenían tal inquina que negaban cualquier propuesta de ayuntamientos u otras administraciones públicas si estaba elaborada por él. El caso más escandaloso fue un concurso de proyectos para el malecón de La Habana que hacia mediados de los noventa, con excusa de la celebración del centenario de la independencia cubana (y con la verdadera intención de ir situando al capital español con vistas al futuro de la Isla), fue apoyado financieramente por nuestro gobierno. Ganó el proyecto de Enrique con un equipo de urbanistas tinerfeños, pero el Ministerio se empeñó en condicionar la financiación española a que, en vez de ése, se hiciera otro alternativo (bastante peor) redactado por ellos. Al final la cosa quedó en nada porque llegó Aznar y a Cuba "ni agua".

Yo conocí a Enrique a principios de la década pasada, cuando se desplazó a Canarias para colaborar con nosotros en el Plan del Cabildo de mejoras en la costa tinerfeña. Pretendíamos presentar a Costas un repertorio de muchas actuaciones "blandas" para mejorar la accesibilidad al mar, siempre buscando alterar lo mínimo el morfología litoral, los ecosistemas y la dinámica marina y sedimentaria. Por supuesto, todas las propuestas de Copeiro, por más que las peleamos, chocaron con la intransigente negativa del Ministerio. Aun así, muchos de sus trabajos se han convertido en directrices de intervención que pasaron a recogerse en documentos normativos que están vigentes (cuestión distinta es que se respeten como debieran). Hacia finales de los noventa, Enrique se mudó a Gran Canaria y allí desarrolló una intensa actividad de apoyo y asesoramiento en casi todas las broncas de defensa de la costa de esa isla; si se busca en internet, su nombre aparece en varias páginas de grupos ecologistas y asociaciones ciudadanas preocupadas por el litoral.

Mientras estuvo en Tenerife, como ya he dicho, mantuvimos una relación bastante intensa que, de lo profesional pasó rápidamente a la amistad, tanto que durante un par de años estuvo viviendo en un apartamento que yo tenía en una urbanización cercana a Santa Cruz. Nos veíamos frecuentemente y gastábamos muchas horas en largas conversaciones. Tanto mi mujer como yo le teníamos un gran aprecio y disfrutábamos con su actitud ácrata y apasionada. Luego le visitamos un par de veces en su casa rural de Firgas, en el norte de Gran Canaria, donde vivía con su compañera. Le teníamos mucho cariño, aunque cada vez nos viéramos menos.

La última vez que hablé con él fue hacia 2004. Mi ex acababa de salir de una mastectomía por un cáncer de mama y le tocaba empezar con la quimio. Enrique tenía un cáncer desde hacía muchísimos años (era por la zona abdominal, pero no recuerdo con precisión los órganos afectados). En su momento, los médicos lo habían desahuciado dándole como única alternativa, con pocas probabilidades de curación, un tratamiento agresivísimo de quimio y radio. Él se negó y no quiso saber nada más de médicos. Nos dijo que se curó él mismo ordenando a sus células que dejaran de reproducirse patológicamente. Siguió siempre con problemas y molestias, de intensidad variable, pero cuando nos lo contaba llevaba casi treinta años sin haberse muerto como habían asegurado los médicos. Cuando supo que mi mujer tenía cáncer nos llamó para insistir en que no se sometiera a la quimio, pero lo hizo con su apasionamiento habitual y, lo que me dolió mucho, acusándome de que yo la estaba forzando contra su voluntad a recibir ese tratamiento. Fue muy agresivo conmigo en esa conversación y aunque traté de reconducirla no quiso escucharme. Ahora, enterado de su muerte, me quedo con la tristeza de que esa haya sido la última vez que hablé con él. Y es que, aunque a lo largo de estos últimos cinco años a veces lo he recordado, lo cierto es que no he hecho ningún intento de contactar, seguramente porque todavía me quedaban posos de esa conversación. Ya no habrá una nueva ocasión.

La noticia de su muerte me la ha dado mi ex mientras bajábamos en coche al funeral. Lo curioso es que ella lo ha sabido buscando en internet para comprobar una intuición que le había asaltado hace unos meses. Estaba en Gijón, me ha dicho, viendo unas obras en la costa que le recordaron algún proyecto de Enrique y al querer comentárselo a los amigos con los que estaba, sin pensarlo, le salió hablar de él en pasado porque sintió que había muerto. Yo, hace un rato, he hecho el mismo ejercicio de verificación y también he buscado información en la red sobre Copeiro, sin encontrar nada personal, ninguna reseña de su vida y obra, sólo referencias indirectas. Luego he llamado a un amigo que trabajó con él quien me ha contado que murió hace ya unos siete meses, con un tumor que lo estaba ahogando. También me ha dicho que, pese a lo mucho que se desvivió por tanta gente y en tantas guerras, a su funeral fueron poquísimas personas. Yo desde luego habría ido.

CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

lunes, 21 de septiembre de 2009

Paréntesis dilatorio

Sueñan los tropezones de la sopa, mis ojos entrecerrados con el dulce escozor del letargo. Son ya las once de un lunes de paréntesis forastero, sólo restan dos horas para acabar la espera. Escarbo en las quejas doloridas de mis músculos, los repaso en deleite que podría ser morboso, y así, casi sin quererlo, se acallan los pensamientos. Tras la puerta sigue el mundo, ruidos de órdenes cotidianos, de los empeños siempre repetidos y siempre inútiles; buscar sentidos y no son más que tintineos de cucharas.

Hace casi quinientos años llegó el primer clavel, regalo de amor en Granada. Y a Granada en triste procesión volvió demasiado pronto la bella y prudente reina, ¿taparían los claveles con su aroma el hedor progresivo del cadáver? Inspiro con fuerza para desatascar mi olfato, el aire está cargado, se apelmaza todo en la perezosa desgana de esta espera. Sin embargo, al otro lado de la ventana, la pared refleja un sol alegre.

Necesito de todos mis reflejos, activar la atención al máximo, y la memoria, y el sentido común, y la lógica, y la previsión, y la paciencia, y la sagacidad. Tengo que no meter la pata y ser capaz de establecer conclusiones precisas, no dejar cabos sueltos por los que, inevitablemente, se colarán los errores inminentes. Dios está en los detalles, dicen, pero también el diablo. Así que, despierto, vigilante, tenso por dentro y relajado por fuera.

Mientras escribo estas nonsenses el sopor va cediendo. Se retira resentido a ese espacio secreto detrás de los ojos, agazapándose para volver en cuanto le deje. Cuesta tanto no aceptar sus tentaciones. Pero no podrá a ser hasta la noche. Ahora he de deshacer el paréntesis y ponerme en marcha.

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jueves, 17 de septiembre de 2009

La calle San Agustín en La Laguna

Peatonalizar una calle suele tener como uno de sus efectos la revalorización visual de su arquitectura y esto es especialmente notorio en los centros históricos. Terminadas las obras y sus insufribles molestias, pareciera que de pronto los viejos edificios ganan en presencia, se nos muestran de nuevo en toda su belleza. Es sorprendente la capacidad del asfalto y del tráfico para afear el entorno; el plano negro del suelo lleno de vehículos aparcados y moviéndose se nos impone abusivamente sobre la percepción de los paramentos verticales que, en teoría, son los definidores básicos de la "escena urbana". Tan acostumbrados estamos a la dictadura cotidiana del automóvil en nuestras ciudades que ya ni nos damos cuenta y sólo cuando los coches han desaparecido descubrimos que esas calles son mucho más que canales de movilidad, sólo entonces oímos con la vista tanto que nos dicen, si es que nuestra sensibilidad no ha quedado ya definitivamente embotada. Me atrevería a decir que la ciudad, en su más noble concepción de espacio de socialización, es incompatible con los coches en muchos aspectos y el funcional no es el mayor de ellos. Claro que en la actualidad, desde hace ya demasiadas décadas, esta oposición se ha decantado del lado del tráfico (con nuestro generalizado beneplácito, no vayamos a echarle toda la culpa a nuestros ediles) con el resultado inevitable, entre otros, de apagar en un ominoso enmudecimiento el alma de las calles y, consecuentemente, empobrecer las nuestras.

La Laguna, fundada a finales del siglo XV, posee un centro histórico de notable belleza y valor cultural (patrimonio de la humanidad desde 1999, por más que este título esté demasiado teñido de politiquería). Esta ciudad concentra seguramente la mayor densidad de historia del archipiélago que, sedimentada en sus espacios públicos y edificios, es la que insufla su alma. Durante la segunda mitad del siglo pasado, el negocio inmobiliario y el "progreso" se han ocupado de ir matando ese alma. Demoliciones de casas viejas para ser sustituidas por anodinos, cuando no espantosos, edificios ajenos a las más elementales pautas de la morfotipología lagunera han destrozado irremediablemente gran parte de la arquitectura. Simultáneamente, las calles se iban adecuando para servir al nuevo dueño y señor, rompiéndose las relaciones vivificadoras, el diálogo a través del cual se manifiesta ese alma de la ciudad, entre los planos horizontales y verticales. Por fortuna, no se demolió tanto como en otros sitios; o al menos quedan suficientes edificios para poder recuperar la esencia lagunera.

En julio de 2005 se aprobó definitivamente el Plan Especial de ordenación del Conjunto Histórico. No pretendo hacer una valoración sobre su calidad técnica; en su momento fue muy contestado, principalmente por quienes se arrogan títulos de defensores de los valores culturales de la ciudad y que, desde sus pequeños feudos (la universidad y departamentos de la Administración competentes para "velar" sobre el patrimonio), protestan y se escandalizan ante casi todo pero casi nunca proponen acciones positivas. Hay, por supuesto, luces y sombras, pero lo que no creo que nadie mínimamente honesto pueda negar es que el Plan y, sobre todo, la actividad de la oficina de gestión que se constituyó, hayan contribuido notablemente a que en estos últimos años el casco lagunero haya mejorado muy significativamente. El corazón de la ciudad ha empezado a despertarse y eso no sólo se ha manifestado en la recuperación física y estética de su cuerpo material (edificios, calles, plazas) sino también en la revitalización de sus actividades (han aparecido nuevos comercios, aumento de la residencia) con el consiguiente incremento de la apreciación de los laguneros y visitantes por su ciudad. Es, perdóneseme la insistencia, como si ese alma agonizante fuera reviviendo.

El último ejemplo, todavía sin acabar, ha sido la peatonalización de la calle San Agustín (antigua calle Real). Se han levantado las estrechas y cutres aceras y el horrible asfalto para sustituirlo por un pavimento de losas pétreas. En mi opinión, una obra muy poco ambiciosa y de escasa calidad estética; podría haberse hecho un proyecto mucho mejor. Ahora bien, ha bastado tan elemental actuación para cambiar radicalmente la imagen de estos escasos seiscientos metros y hacer "aparecer" la maravillosa arquitectura que flanquea esta calle. Mi oficina está justamente en una calle paralela a San Agustín y el tramo que delimita la cara opuesta de mi manzana es el primero que se ha abierto al tránsito, que no tráfico. De repente, el Palacio Lercaro, la Casa Montañés o la de los Jesuitas, por citar sólo los "monumentos" más relevantes de ese tramo, se nos muestran como si antes no estuvieran ahí, nos empiezan a hablar, contentos de haber recuperado la voz tantos años amordazada. Es verdaderamente sorprendente cuánto puede transformarse (para bien) un pequeño espacio, apenas un tramo de 75 metros, con el simple hecho de suprimir los coches y quitar el asfalto.

Pero, como no todo van a ser elogios, tengo que dejar constancia de la mala leche que me ha producido un aspecto concreto de la intervención. Me refiero a las tapas de registro de las infraestructuras de servicio (tuberías de agua, de desagüe, cables telefónicos, eléctricos, etc). Esas espantosas tapas metálicas de la más heterogénea variedad de formas y dimensiones que se van colocando sin ningún concierto por toda la superficie de la calle. Es más que evidente que, pese a que se hizo una tremenda excavación y se removieron todas estas "tripas", a nadie se le ocurrió poner un poquillo de orden al respecto. El resultado es impresionante: en el pequeño tramo que describo hay la friolera de 113 tapas de registro, una cada 5 m2 de superficie. Es una barbaridad horrible, que desmerece estúpidamente la obra y resalta obscenamente mucho más de lo que lo haría en la fealdad habitual de las calles con tráfico (supongo que antes el mismo número de tapas y uno ni se fijaba en ellas). El otro día, mientras me dolía la vista al contarlas, se me ocurrió que habría que hacer de la necesidad virtud y, ya puestos, pintarlas de colores primarios distintos de modo que el pavimento quedara salpicado por una desordenada lluvia de manchas de policromías chillonas. A lo mejor, se lograba dignificar, mediante el recurso al contraste, el infame impuesto que hemos de pagar a la torpeza (que no a las exigencias de la calidad de vida porque hay soluciones técnicas de sobra para hacer las cosas bien). Me habría gustado entretenerme un rato con el photoshop en colorear las tapas en las fotos que he tomado para ver los efectos de mi idea, pero no ando nada sobrado de tiempo; si más adelante lo hago ya sustituiré las imágenes que ahora cuelgo.


lunes, 14 de septiembre de 2009

Fin de semana en El Hierro

Este largo fin de semana (hoy lunes es la fiesta del Cristo de La Laguna y no me tocaba curre) hemos aprovechado para darnos un salto a El Hierro, la más pequeña y occidental isla del archipiélago. Pese a su pequeña superficie (menos de 270 km2), su tremenda orografía la hace parecer mayor y recorrérsela lleva bastante tiempo; de hecho, en estos tres días, nos hemos dejado unos cuantos lugares sin ver. A que aparente más tamaño contribuyen sus viarios, estrechos, de fuertes pendientes y repletitos de curvas. Hay que decir que, desde la última vez que estuve, hará unos diez años, las carreteras han "mejorado" muchísimo. Sin duda, la obra más espectacular ha sido el túnel que une Valverde, la capital, con El Golfo, la vertiente noroccidental de la isla. Antes ese trayecto llevaba más de una hora y actualmente se hace en quince minutos, gracias a un túnel que baja por el acantilado. También he notado que varias de las antiguas carreteras han sido ensanchadas y repavimentadas, pero aun así siguen quedando bastantes pistas sin asfalto, en especial en el interior.

Hasta que se descubrió América se pensaba que El Hierro era el extremo occidental del mundo, más allá del cual se abría el tenebroso océano. En 1634, los franceses situaron en Orchilla el meridiano cero, recuperando nada menos que el antiquísimo criterio de Ptolomeo. Sin embargo, durante los dos siglos y medio siguientes, hubo otros lugares que disputaron a la pequeña isla atlántica es honor y no fue hasta 1884 cuando, en la conferencia de Washington, se adoptó a Greenwich como el punto por el que oficialmente pasa la línea que divide los hemisferios. Hay algunas anécdotas divertidas sobre los avatares del meridiano cero que quizá cuente en alguna otra ocasión. En todo caso, no creo que nadie pueda discutir que habría sido mucho más adecuado mantener El Hierro como línea de referencia, que separa limpiamente Europa y África de América. Si me apuran, quizá fuera mejor la isla de San Antonio en el archipiélago de Cabo Verde (a 25º oeste, en vez de los 18º de Orchilla). Pero no Londres, que deja a casi todas las islas británicas, la costa atlántica francesa, la mayor parte de la península ibérica y al África occidental en un hemisferio distinto al del resto de ambos continentes. Así que a modo de desagravio nos hemos acercado este mediodía hasta el faro de Orchilla, cambiando desde la vertiente del Golfo hasta la del mar de las Calmas por un paisaje de coladas lávicas de una espectacularidad grandiosa.

Y ya que hablo de paisajes, qué decir de El Hierro sino que merece muchísimo la pena para maravillarse ante ese territorio todavía tan poco destrozado. El negro volcánico se contrasta con los pinares de las laderas y el mar de una limpidez extraordinaria. Mi ex mujer la llamaba la isla surrealista (tenía un adjetivo para cada una de las siete) y, ciertamente, algo de onírica tiene. Quien busque playas que vaya a Fuerteventura, porque aquí lo que hay son "charcos", someramente adaptados para acceder al mar (Costas, al menos en esta isla, ha actuado con buenos criterios). Después de todo, para qué se necesitan playas inmensas si afortunadamente hay poco turismo (y nada masificado) y apenas una población de diez mil habitantes. Por ejemplo, la cala de Tacorón, donde pudimos darnos un chapuzón que nos supo a gloria. Un par de horas antes habíamos almorzado camarones, sopa de marisco y viejas, todo delicioso y fresquísimo, en las mesas puestas en una callecita peatonal de La Restinga (el paraíso del submarinismo).

En fin, que me lo he pasado estupendamente; he podido desconectar (lo necesitaba) y espero que cargar pilas. La verdad que a veces me pregunto que por qué no haré escapadas más frecuentes a las otras islas, apenas a cuarenta minutos de avión. En ésta he vuelto a fantasear con pasar temporadas más o menos largas, disfrutando de la tranquilidad y aprovechando para leer y escribir (lástima que la conexión a internet no sea demasiado estable). Pero no me enrollo más que este post era sólo para aprovechar y colgar algunas fotitos (no demasiado buenas pero es que no termino de cogerle el tranquillo a mi maquinita nueva).

CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

jueves, 10 de septiembre de 2009

Los congresistas y las putas

Con motivo de las recientes polémicas sobre la regularización de la prostitución, después de oír las joyas demagógicas de nuestros preclaros líderes, acabo de leer el Informe de la ponencia de las Cortes Generales sobre la prostitución en nuestro país, aprobado el 13 de marzo de 2007. El encargo que se le hizo a esta ponencia era elaborar "un diagnóstico sobre la situación actual de la prostitución en nuestro país, concretando orientaciones y propuestas transversales que se deban desarrollar en todos los ámbitos". En mi opinión, el informe está plagado de imprecisiones y de un fortísimo sesgo apriorístico que se manifiesta principalmente en premisas que se asumen como verdades evidentes sin ninguna justificación y en confusiones interesadas entre cosas que, si bien muy relacionadas, no son intrínsecamente lo mismo. De otra parte, se percibe una preocupante falta de datos sobre la realidad que quieren diagnosticar y, además, los datos (cuyas fuentes no se aportan) son cuando menos de fiabilidad bastante sospechosa.

La confusión (¿interesada?) más repetida es la equivalencia entre prostitución y tráfico de mujeres. Importa aclarar que esta última actividad, a diferencia de la primera, está penada en nuestro país, si bien parece que a la policía le resulta muy difícil conseguir pruebas incriminatorias. Sin ninguna duda, traficar y explotar económicamente a las mujeres, como cualquier otra actividad contra la libertad de los seres humanos, debe perseguirse. También puedo creerme que la gran mayoría de las 400.000 mujeres que en España se dedican a la prostitución (una por cada 38 varones en edad de ser clientes potenciales) lo hacen "forzadas" (los datos, por supuesto, provienen del informe y ya digo que me resultan sospechosos, máxime tras pasarme un ratito "jugando" con ellos). Ahora bien, de esta grave situación no es lícito asimilar prostitución y tráfico de mujeres, que es el tenor del mensaje que insidiosamente va destilando el informe. Conscientes de que la insistencia en alto porcentaje de mujeres que son forzadas a prostituirse (porcentaje que, por cierto, nunca cuantifican) no bastaría para que todos nos convenzamos de la equivalencia "conceptual" entre ambos fenómenos, en un momento de la redacción deciden coger el toro por los cuernos y, sin ningún pudor, afirman que "como consecuencia de todo ello (es decir, de la gran cantidad de prostitutas que lo son por explotación criminal... , a los efectos de la intervención del Estado nada aporta la distinción entre prostitución libre o forzada". O sea, que como es irrelevante distinguir si la prostituta ejerce coaccionada o libremente (porque lo decimos nosotros) hay que considerar la prostitución en sí misma y en todas sus modalidades como algo malo.

Y, tras las confusiones interesadas, aparecen las verdades axiomáticas que, por evidentes, no requieren ser justificadas; son legión. La más importante es que ejercer la prostitución atenta contra la dignidad de las personas que la ejercen y conculca sus derechos humanos fundamentales. ¿Por qué? Porque la sexualidad "requiere de una relación de igualdad y voluntariedad, una expresión de libertad compartida y en la que no puede caber la relación comercial que constituye en sí misma una situación de abuso, de poder". Así que una relación comercial supone una situación de abuso y/o de poder (se supone que el abusador es el cliente). Supongo que esa frase no la generalizarán a todas las relaciones comerciales o ¿es que acaso los parlamentarios se han vuelto unos ácratas anticapitalistas que están en contra de la violencia implícita que entre los seres humanos generan los intercambios comerciales? No, imagino que me dirían, sólo hay relación de poder cuando se mete en el mercado algo que no cabe en él (la sexualidad); o sea, razonamiento circular. Y, para colmo, basado en una edulcorada declaración sobre la sexualidad que no se creen ni ellos y, en todo caso, no significa nada, por muy bonito y políticamente correcto que suene.

Yo no creo que la dignidad de una persona se vea menoscabada por prestar "servicios sexuales". Lo gracioso es que nuestros políticos dirían lo mismo (porque, en caso contrario, cometerían el "pecado" de calificar a las prostitutas de poco dignas) sin que eso sea obstáculo para decir que la actividad atenta contra la dignidad. Pero, si una puta sigue siendo igual de digna que cualquier persona, ¿en qué consiste el atentado? Da igual, el lenguaje políticamente correcto lo soporta todo. Si una mujer decide libremente ejercer la prostitución, ¿no tiene acaso derecho? No se le cuestiona ese derecho en el informe (en realidad, ni se alude); simplemente se establece que, incluso en esos supuestos (aunque sea irrelevante distinguir entre prostitución libre y forzada), la mujer es una víctima de explotación. Por muy libérrima que ella crea que es su decisión, en realidad está siendo "forzada" a adoptarla por un sistema (capitalista y machista que ha convertido el sexo en mercancía) que, consiguientemente, la explota. Para luchar contra esta explotación (tan insidiosa por oculta) la ponencia propone al gobierno que acometa campañas de sensibilización que propicien "una repulsa social generalizada hacia el comercio sexual como una vulneración de los derechos fundamentales de las mujeres en situación de prostitución" (por cierto, nunca dicen prostitutas, sino eso tan bonito de "mujeres en situación de prostitución"). Así creen nuestros próceres que se puede lograr la "reducción de la demanda"; pues lo llevan claro.

Hay una pirueta argumental en el informe que, por más que la usen de pasada, me ha hecho gracia y vuelve a poner en evidencia el marcado carácter sofista de la argumentación. Se trae a colación que "es un principio general de todo el Ordenamiento Jurídico español, el de la indisponibilidad del cuerpo humano, en virtud del cual está, por ejemplo, penada la venta de órganos humanos – aun con consentimiento -, o su alquiler – por ejemplo, de úteros, en las llamadas madres de alquiler, aun con el consentimiento de las mismas -". Al margen de que este principio puede resultar contradictorio con la famosa proclama feminista de "mi cuerpo es mío" y plantear reflexiones interesantes en el asunto del aborto (que, por cierto, no he escuchado), aplicarlo a la prostitución me parece descaradamente abusivo. Porque, por la misma regla de tres, toda actividad comercial del rubro de los llamados "servicios personales" podría entenderse que implica la "disponibilidad" del cuerpo de quien la ejerce; sin ir demasiado lejos tratemos de distinguir, desde ese punto de vista, entre lo que hace un masajista y varias de las actividades de una prostituta.

No me enrollo más. Deduzco que este informe es el antecedente más obvio de la posición de algunos grupos políticos en el reciente debate sobre las iniciativas de regular la actividad de la prostitución. De hecho, la ponencia opina que regular la prostitución significaría dar un paso atrás en el esfuerzo en pos de la igualdad además de mandar un mensaje de tolerancia social hacia estas prácticas atentatorias contra los derechos humanos. Por supuesto, es una opinión, pero no basada en argumentos sólidos sino derivada directamente de un punto de partida apriorístico que no se cuestiona. En todo caso, aunque todavía no se atrevan, esta línea argumental lleva necesariamente a penalizar la actividad en sí, independientemente de que sea libre o forzada, castigando bien a la prostituta, bien al cliente o bien a ambos. Desde luego, no por eso dejará de existir la prostitución. ¿A nadie le parece que hay muchas similitudes con el debate sobre la legalización las drogas?


CATEGORÍA: Política y Sociedad

domingo, 6 de septiembre de 2009

500

¿Qué hago aquí? Así empecé (la respuesta ya no es la misma), viendo nubes rojas al amanecer, recuperando un poemita antiguo, practicando reiki y prometiéndote, a ti estrella fugaz, que te llegará una rosa cada día. Eran días de Alma y Karma, de inseguridades y pensamiento negativo; casi cualquiera, en fin, era un día tonto, mi ánimo secuestrado por la mujer justa y, aún así, ansiando un encuentro mágico que no llegó. Entre tanto, pasaba el tiempo probando a insertar archivos de audio y fijándome en mi estado de salud; a veces dudaba si lo que sentía era confianza, magia ... qué sé yo. Y recordaba antiguas vivencias dialogadas porque este lugar está vacío sin ti, precisamente cuando Jesús Rollán cayó al vacío desde una terraza. Mucha introspección terapéutica y muy poco eros, no con Natalia, desde luego. Pero, poco a poco, la philia fue sanando el corazón mío y me atreví a escribir sobre Miroslav Panciutti los primeros apuntes biográficos.

Evoqué a Adela, otra de mis relaciones frustradas, casi al mismo tiempo que leía a Eduardo Galeano. Pero volví a comprobar lo difícil que es no hacer daño, evitar cualquier tarde de dolores. Mucho ayudan en ese afán los besos de chocolate, recrear una fantasía erótica o extasiarse con la belleza de tu rostro (de tu alma). Cuántas diferencias entre lo que estaba viviendo y el sexo en mi crisis de pareja. Y aunque llevaba poco tiempo, ya quise hacer un primer balance del blog. La muñeca viajera de Kafka me emocionó en un momento en que estaba algo apático (no escribo en el blog); pero recibí un impúdico y enternecedor correo de K y me volvieron las ganas. La astrología es una superstición, me dije, y la adicción emocional nada recomendable. Enseguida imaginé oír esa voz irónica que siempre llevo: intelectuales, pobres ciegos. Pero qué voy a hacer, si cada uno es como es y, en mi caso, Tintín fue mi magdalena de Proust. Pienso entonces en lo complicado que resulta enamorarse de alguien con pareja y hago mi declaración, renegando de toda identidad colectiva porque, al fin y al cabo, caminante, no hay camino y, por más que esté cayéndome de sueño, sigo con el asunto de los caminos mientras me maravillo ante la cambiante belleza de los rostros.

Un amigo me preguntó: ¿la abstención deslegitima los resultados electorales? Una conversación con P en la que acabamos mojándolo todo y ocultándonos mutuamente tras nuestras máscaras masculinas; ¿pudorosos con la intimidad? Y en libros que disfruto y olvido (o casi) brotan más preguntas: ¿compartir el amor? Pero el agobio laboral no da pausa lo que nos obliga a escapar de viaje (ce ne andiamo) para contabilizar tatuajes y ensayar nuevas relaciones amorosas, un poco al estilo Osho, porque es bonito que lo necesiten a uno, pero con alguna infidelidad ocasional. Luego, acallar la mente, y qué mejor que a través del sexo y su dimensión espiritual, pese a que a alguno le saco de quicio por muy fuerte y seguro que se crea. Me tengo que comprar un coche o, quizá, alojarme en una suite francesa. Pero cometo errores de cálculo (más bien trampas del coco), confundo ciencia y creencia (por cierto, riman) y acabo como acabo: ¿escribiendo para uno mismo? Desconfío de mis palabras y suplico: escucha lo que NO te digo, mientras suena Frank Zappa, y me acuerdo de Maricarmen, la tercera de mis relaciones frustradas, colmada de lógica paradójica (una historieta absurda). Y entonces un amigo se despide y, claro, me embarga un cierto desánimo (nada grave, no obstante) que me lleva a perder el tiempo desbarrando sobre el tiempo.

Genes, emociones y comportamiento explican cualquier selección de frases para una ruptura de pareja, la necesidad autodestructiva de ser enemigos, el enfado y la tristeza. Luego, más calmado, reflexiono retomando las frases de hace un par de días desde la teoría de juegos; amor y teoría de juegos, puede ser pero ... ¿Juegos de suma cero? No, gracias, aunque para ello sea necesario distinguir entre términos y conceptos o esperar la caída de un ángel (la chute de l'ange). Definitivamente hay buenos y malos. Luís ha muerto; la noticia me golpea inmisericorde. Aguafuertes y claroscuros en un concierto de órgano. ¿Estoy algo asustado en el fondo? Me indigno con un debate televisivo, me machaco en el gimnasio, asisto a un concierto de Joaquín Sabina, paseo en mi recuerdo por Lima. Me narran fantasías de infidelidades que me traen asombros personales y días después, sin ninguna culpa, sufro un accidente.

Amar y necesidad de ser amado, no es lo mismo; así lo estoy learning from Laura, aprendiendo, también entre las criadas, si mezclo orientación sexual y aversión sexual. Lo pongo a prueba con una princesita en plena rabieta de domingo mientras la corrupción urbanística (y, ya de paso, el problema de la vivienda) me acosa a través de insistentes llamadas telefónicas antes de dormirme. Lali y Lolo (y Tato) me advierten de que ya viene la Navidad (y yo con estos pelos); una muestra más de las infidelidades conyugales (estadísticamente hablando). Qué otra cosa cabía con tantos cuerpos desnudos en la playa en una época que mezcla religiosidad y laicismo. Una casada infiel se regocija en sus pecados capitales abrumada de certezas contradictorias. No son más que las cosas de nuestras vidas, las cosas de nuestra vida revisited mientras canto la zamba de mi esperanza en una reunión con ocho mujeres y escribo una carta a mi ex-mujer a modo de balance de 2006.

Ira Hayes, don't shoot your gun, stand by; así que me calmé e hicimos un viaje a Madrid. Pero como las mujeres cobran menos, se enredan entre histeria femenina, orgasmos terapéuticos y vibradores. Reclamemos la educación de la mujer desde una mejor sexualidad masculina y desintegraciones. Y a cambio desmontemos el falso dilema: ¿un hijoputa que parezca buena persona o una buena persona que parezca un hijoputa? Entre tanto, relaciono los buscadores y mi blog porque se presentan nubes negras, cielos despejados. Por si te roban el móvil,Lilith te susurra seductoramente que estamos huecos y vibramos, azar mágico que te regala la confianza e intimidad de sus palabras. Pero se enfada cuando, en postergadas apostillas postreras al pastoso post pasado, le explicas que hay que empezar a practicar desde pequeñitas. Y te vas, y en el mar dormido me asalta tu recuerdo, recordando pérdidas, los números perfectos de la boda que no fue (Aznar me cae mal). Me pregunto cómo satisfacer a una mujer, recelando de crispación y seguridades. ¿Lo sabes? Pues si aciertas pierdes 8.000 euros, lo han dicho en las noticias del domingo. No existen las almas gemelas por más que hoy mi padre habría cumplido 79 años.

Aparece Ludovico (presentación) acompañado de Iñaki de Juana Chaos. Ambos están contando manifestantes, verificando la presencia equilibrada de hombres y mujeres y dolidos por los sueldos éticamente discutibles. Ehhhh ... que también nosotros reformamos el Estatuto, aclara el primero. Y en el fondo no saben si es niño o niña (ya llegó el primer post del nuevo blog) pues así de equívoca es la narración de nuestro pasado. Poner archivos de audio en el blog es como soplar burbujas personales, diría Julio Cortázar, cuando explota el universo. Tras unas notas desordenadas y confusas sobre nuestra relación concluyo que nadie da duros a cuatro pesetas pero me niego a luchar por el amor, a convertirla en un Viernes Santo. Buscamos más que palabras (more than words), huímos de las relaciones jerárquicas de derechas e izquierdas y nos empantanamos en recuerdos de emociones viejas, siguiendo la cadena hasta el infinito. En eso unos monjes lógicos que parecían articulistas dominicales me enseñan el reloj mágico e intrigados me preguntan ¿cuántos Agapitos hay por ahí? Me han abordado en un país vecino (París, je t'aime) para censurar mis escritos porque, es sabido, la buena literatura se escribe a mano. Sus candorosas admoniciones evocan preocupaciones maternales por el rapto de la poesía.

Libre te quiero, pero no mía, exclamo mientras doy esquinazo veraniego a la vieja dama. Pero no, este post no lo he escrito yo, sino esa a quien quiero, pese a las colisiones tectónicas entre nuestras estructuras ideológicas. Me planteo tácticas electoralistas basadas en el azar y la necesidad que confronto con mis impresiones post-electorales. Soy, a esas alturas, un viandante entre funcionarios, con la desgracia de estar falto de serotonina, alcohol y agresividad y de que le encarguen, sobre la fidelidad, un muestreo de opiniones. La ira me embarga porque va a caer la Real a segunda, me temo. Y entonces asisto pasmado a una triste historia de sexo, mentiras y messenger, sin que a la protagonista la pueda ayudar ni Bob Dylan. La historia sigue con un capítulo II y luego un III y por fin un IV. Acaba con el orgullo perdido, como una aguja en el pajar, en un cúmulo de heces virtuales.

Es de mañana (aunque amaneció hace rato) y a estas horas qué asquito de cerebros tenemos. Celebro el santo del día dopo far l'amore pero antes de probar la escala de Dawkins y escribir mis comentarios a los comentarios del post anterior. Huyo de espectáculos banales y estupidez generalizada para enfrascarme en conversaciones teológicas, alguna anécdota trivial y más conversaciones teológicas con Medea y Jasón sobre el derecho al honor e injurias a la corona. Mas me corroe la duda: ¿Mató Medea a sus hijos? Llevo a cabo sesudas estadísticas de nombres y apellidos y descubro sorprendido que la culpa es de Kotinussa. Todo se origina por confundir salchichas y leyes (error en el que Cani jamás habría incurrido) y basta eso para que pedantes anacoretas en la tele proclamen que éste es el siglo de las luces y pontifiquen sobre mi vida y la vida de quienes quiero. Por suerte, de los muertos no se habla mal.

La dignidad ficticia abunda más que la dignidad, sobre todo en los crossroads (Don McLean) y también prima di partire per un lungo viaggio. Pero un catálogo personal de comportamientos urbanos que anegan mi corazón de ternura abre la brecha generacional que me distancia de Antonino Jaramillo en cantidad y calidad. Fue una decisión equivocada hacer la mili en África con el loco Tito, a quien encontré en nuestra escapada a la Gomera. La pasión, ansia de certidumbre, me abandonó mientras estuve desintoxicándome hasta que tropecé con Ludovico en el burdel. Me recomendó dos culebrones para este sábado atrabiliario; para que no te aburras, me dijo, y dejes de darme la murga con los pronombres personales.

Se discutió mucho sobre el carné de identidad chipuno, hubo opiniones tajantes con música de rancheras (y yo con estos pelos hallando en el reiki su sugestión). Quiero aprender mexicano, me dije mientras esos diputados blogueros peroraban sobre hojas de ruta y consultas habilitantes, disimulando su amor pasional al dinero (m'an premiaó) y provocando un escándalo parlamentario similar al de las tragedias griegas. Identifico almas y mariposas porque estoy orgulloso de ser chipuno y porque así es la pasión según J.Winterson, desaparecida en esta pasividad ciudadana rebosante de incongruencias (yo me entiendo), que calla ante un vecino que putea pero protesta el premio de Mario Bengoechea. En la intimidad del sábado, lectura de El País y los dibujos de Syd Barrett, retirado en Hedonia Park, tan lejos del tráfico.

Tengo que dar una conferencia explicando la receta para cocinar pastel de sueño de muertos; es compleja así que habrá una segunda antes de una charla, Palacio Real y unos días de descanso. Luego seguirá una tercera en mi club de fans, con reparto de libros incluido. Me preguntarán, lo sé, si es bueno alejarse (o no) tras la separación y anunciaré una buena noticia: que habrá una cuarta y última charla sobre la receta. No diré en cambio que el sexo es sucio según afirma Sergei Gennadiyevich Nechayev pero, como ZP censura internet, nunca nos enteraremos de que hay orgasmos feraces y argumentos falaces. Decidió morir sin avisarme y no pude sino recordar fragmentos de conversaciones el día que um arquiteto apaga cem velinhas en pleno calentamiento global. Habla Gabriela al otro lado del espejo de felicidad e inconsciencia, personal y colectiva, busco en los diarios de Fabián Weacock sus críticas a la doctrina del shock y cambio climático y me sorpende así el fin de año (leyendo una entrada en los diarios de Fabian Weacock) ... Al final, creemos lo que queremos creer.

Comienzo entonces una historia verdadera de amor y sexo, y la sigo, y la sigo. Pero muere Ángel González y un aroma de ácido sulfúrico tiñe la cuarta entrega de la historia y también, probre Dorothy, la quinta. Falto de recursos morales y homenajes, no me queda sino zanjar el erotismo (à propos de Bataille) de la historia de amor y sexo aunque la atracción entre los dos hermanos me haga confundir personas y personajes. Ya parece una manía esto de las estadísticas, primero las de sucidio (que tengo que estar justificando) y luego sobre sobre la homosexualidad. Y vienen las preguntas: ¿Cuántos contactos tienes en la agenda del móvil? ¿Se puede educar al cerebro para ser feliz? No sé contestar y me siguen interrogando: que qué opino sobre la adopción por homosexuales, si acaso es que soy anticlericalista, por qué escribí aquella historia verdadera de amor y sexo. Acorralado, me veo desbarrando sobre la evolución de las palabras en vano intento de enseñar al que no sabe, pero son como autómatas medievales sin ningún respeto a las opiniones ajenas empeñados en ridiculizar una de mis muchas virtudes. Afortunadamente, después de las elecciones, salgo de viaje pronosticándoles que también a ellos les llegará la tormenta por más que se refugien en la plaza de Sigüenza.

La herencia de los Papas está repleta de peleas de gallos, una cultura de la crueldad que hace incompatibles la Iglesia y la búsqueda de la verdad. Por ejemplo, las Nullitatis Matrimonii (una historia Calabresa) que, como otras, transcurre en varias escenas: una primera, segunda, tercera, un paréntesis, la cuarta, la quinta (ay, vanitas vanitatis et omnia vanitas) y por fin la sexta. Son las hordas de las noches que ignoran que sólo hay dos tipos de personas: las que saben binario y las que no; son los que claman patriotismo, ¿refugio de canallas o basura incombustible? Si hay que construir en Ronchamp solo callarse es sincero, lo que no obsta para que aboguemos por la creación del instituto volcanológico de Canarias y despotriquemos de los curas en la sanidad pública. Llega así un cierre de etapa pero no el fin porque ¿querrías conocer la fecha de tu muerte? (No respondas, te lo pregunto otra vez: ¿querrías conocer la fecha de tu muerte?) Se trata más bien de una encrucijada (crossroads, by Robert Johnson) de telarañas que se me presenta mientras los chipunos legislan contra el cambio climático.

El robo de la Mona Lisa, por dos o tres días, me sumió en una crisis de negatividad. Para superarla, vi una película y su arquitectura la hizo añicos como un aborto (aunque para ello hube de verla una segunda vez) retrotrayéndome a aquél viaje a Italia de mi juventud. Apareció entonces el intransigente (el que no está conmigo, está contra mi) para exigirme pasar por el aro respetando el orden de las calles. Algo así le tocó a Adriana Milá en primero de bachiller (más o menos) cuando John Templeton, para probar su resiliencia, le asestó una patada en la boca y nos dejó a todos con el silencio del miedo, asustados de que por una desconocida regla combinatoria se desminitiera eso de que lo bueno si breve, dos veces bueno. En todo caso, siempre queda el sexo de pago.

Vas a hacer que me sienta solo cuando te vayas, que escuche incesantemente canciones tristes de amor, que desenvuelva las geometrías de la ignorancia, esas que ni con el Corominas se entienden. Me empujarás al sexo con el diablo; sí, aunque sólo sea para olvidar el odio de las masas en un breve paréntesis vacacional, caeré en el sexo con el diablo. Te dije que la felicidad es materialista y además peca de impuntualidad, pero no me creíste y te encomendaste al Santo Niño de La Guardia dos veces y solicitaste la baja de Canal Satélite Digital, harta de transitar los universos paralelos de tus antepasados. No habrá ya eros y anarquía ni ensaladas amorosas; pasarán éstas a ser pirámides y ensaladas. No me preocuparé más por el origen del café ni te quitaré delicadamente tus anillos de plata. Ignoraré definitivamente quién es y qué quiere Andreas Gursky y no volveremos a tener un día perfecto en Roma. Quizá huya a Auvers-sur-Oise para practicar mis egzersis de ladino y allí tome un tren a Munster de ida y vuelta.

Walther Hirsch sueña un sueño asesino; Walther Hirsch canta el huevo de Colón con tangos, lunfardo y la Chicana, enseña el huevo de Juanelo a Roldán en Telecinco. Al mismo tiempo, hermafroditas y andróginos, entre plataneras, juegan un partido de fútbol para los marcianos. Les Luthiers me siguen apasionando aunque empiezo ya a no tener edad para soportar a universitarios cuya verborrea de palabras afónicas no respeto y tiendo a juzgar y condenar. La parábola de los ciegos se predica entre las castas coloniales, de forma que las coincidencias entre mi vida y una novela se repiten hasta tres veces. Feliz año nuevo, me desean (chi scopa a capo d'anno...), me llegan regalos navideños con los que pretenden disimular intrigas electorales. Pero no pasan el test de parafilia y, desengañado, me uno a Beckmann, Dix, Grosz ... y la guerra. Adios, Cani; por cada una de las tres puertas vinieron a despedirte la bella, el músico y el arquitecto recitando las confesiones de un italiano. No, miento, fueron la bella, el arquitecto y el pintor.

Gerhard Kretschmar estuvo presente el segundo y tercer día de los debates preliminares entre colegas, aunque se molestó cuando mi cumpleaños bloguero fue publicado en las noticias del domingo provocando los consiguientes llantos laborales. Estuvieron los Beatles en Madrid y en Canarias y debido a algunas recientes e irrelevantes peripecias personales pasé esa primera noche con Brian, cuya peculiar idiosincrasia lo asemejaba al primer hombre encarcelado a causa de la marihuana. Una mujer joven y su hijo fueron a un concierto de los Beatles y la marihuana corrió en abundancia. Los Beatles, Dylan y la marihuana: difícil equilibrio entre el ser y el olvido. Desde Aguascalientes, en cambio, se expandía el universo elegante, tan opuesto al purgatorio en el que transcurrió la aventura de Owein y de Tristan da Cunha. Oigo un diálogo en el tranvía sobre piratería internáutica después de haber jugado al beer-pong que me ha machacado los pies, los pies que casi ni siento bajo el peso de las consecuencias. Fazal Sheikh y Sophie Zelmani alquilan una pensión por horas para celebrar su reconciliación resolviendo un acertijo literario; acertijo literario cuyas soluciones resultan tan inquietantes como la espiritualidad nazi.

Vivo nuevas aventuras en el tranvía y, como si de un acertijo cinematográfico se tratara, me ofrecen una sesión de jazz y cine en París (if it be your will, me dicen). Pero no estoy educado para matar y por eso el espejo y el gorrión me desasosiegan. ¿Me das un par de plátanos? Así se inicia una cita accidentada en la que aprendo a amar desde nuestro punto de vista a cuatro mujeres. Tomo apuntes recordatorios para no olvidar que puede ser más barato matar a una persona que desvirgar a una chica a la vez que recreo el viaje imaginario de un preso del que Trini nunca supo nada. Entonces surgen nuevas aventuras con Canal Satélite Digital y me refugio en la terraza para huir del cansancio de tantos empalamientos y del calor, como si fuera the simple lover ensayando distintas opciones para un insomnio. Viene María y dudo pues, cuando todo da lo mismo, ¿por qué no submarinismo? Mientras, Lansky versus Kotinussa discuten en un tren plateado acerca de una ley virginiana que, para entenderla, hay que remontarse hasta Galton. Y aburrida con su inútil lector de e-books, sigue Penélope en el pueblo blanco. Yo, en cambio, me maldigo por haber dejado pasar el mayor negocio de la historia y me dedico a echarte de menos.

Y con éste son quinientos.

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