sábado, 31 de diciembre de 2011

Onírico año viejo

Estaba en Luzón, sentado en un autocar que circulaba a toda velocidad por la autopista del aeropuerto. Esa tarde, la primera del viaje organizado, nos tocaba visita guiada a Manila, pero primero instalarnos en el hotel cuatro estrellas del centro. A mi lado un tipo con cara de loco, abundante pelo blanco enmarañado, ojos verdes saltones, incesantes tics faciales, me recordaba a Doc Brown de Regreso al Futuro. Yo, pegado a la ventanilla, quería mirar el paisaje (apretujados rascacielos) pero el tipo no paraba de hablarme con cerrado acento catalán. Era físico, me dijo, tenía una teoría que era la madre de las teorías, la piedra filosofal del conocimiento; pero nunca se divulgaría, me dijo, iban a matarlo. Algo sobre la Trilateral, que decidía el timing de la historia, y lo suyo aún no tocaba. Su asesino, probablemente, iba en el autocar, había viajado en el grupo desde Madrid, a lo mejor hasta era yo mismo, me dijo, total qué importaba ya.

Hora y media después nos reuníamos en una sala de juntas de la planta baja del hotel. Unos veintipico españoles, casi todos emparejados, menos el profesor chiflado, una castaña de melena larga ondulada, algo gordita pero de buen ver, un enano con gafas y yo. El guía, un filipino extremadamente delgado, silabeando quirúrgicamente el castellano, nos explicó que acababan de desatarse varias revueltas callejeras (un pogromo popular contra los chinos, me enteré luego, tan odiados). Así que había de suspenderse el paseo por la capital; quedábamos encerrados en el hotel hasta la mañana siguiente cuando nos llevaran en un autobús custodiado por tanquetas del ejército hasta el puerto para iniciar el crucero por el Mar del Sur de China (Hong Kong, Macao, Vietnam, Bangkok, Malasia, Singapur y de vuelta al archipiélago de las Filipinas). Durante la charla el físico catalán, al otro lado de la gran mesa de juntas, me dirigía insistentes guiños, arqueos de cejas y silenciosas vocalizaciones labiales.

A la cena los desaparejados compartimos mesa. La mujer, unos cuarenta y pocos, me escogió inmediatamente. Vistas sus otras dos opciones, no puedo arrogarme ningún mérito. El enano, a su vez, se enrolló con entusiasmo con el profesor quien, en los primeros momentos, me pareció decepcionado de no poder continuar conmigo sus erráticas confidencias. Al cabo de un rato, sin embargo, se le veía distendido, en catarata de susurros con su interlocutor y éste los ojos muy abiertos, moviendo las orejas como si fueran antenas e interrumpiéndole con frecuencia para soltar en voz alta comentarios de lo menos pertinente a lo que pudiera estar escuchando (el Barça juega mejor pero el Madrid ganará la liga, el azafrán esta sobrevalorado, ojalá que encuentre un buen compañero de bridge para el crucero, y la última que le oí, inquietante: le pasaré unas pastillitas profesor, que lo que tiene que hacer es follar mucho).

Quien sí quería follar mucho en esas vacaciones era mi compañera de mesa, Sonia se llamaba. Mucho y con muchos, y a mí me había tocado ser el primero de la serie. A ver si se iba a creer el cabrón de su marido que sólo los tíos tienen derecho. O sea que pasé la noche sometido a erráticas exigencias sexuales, divertidas al principio, cansinas pasadas dos horas. Ya no estaba yo para demasiados trotes, sería la edad o las muchas horas de vuelo; menos mal que conseguí dormir unas horitas antes del desagradable timbrazo, banderazo de salida para un ritual acelerado (ducha, recogida y cierre de maleta, desayuno buffet, enlatamiento en el autocar, embarque en un inmenso trasatlántico repleto de norteamericanos y japoneses).

Durante el crucero no me crucé con el catalán. Alguna vez pensé en él, extrañado de su ausencia; estará encerrado, pensé, para evitar que lo maten. La noche de la escala en Singapur, al volver a mi camarote, encontré un folio metido bajo la puerta. Curvas mal dibujadas, una espiral de la que brotaban dos ramas parecidas a las dobles hélices de las cadenas de ADN. Esquema simbiótico del continuo tiempo/energía-espacio/materia, eso estaba garabateado a modo de título en la parte de arriba, subrayado tres veces, apretando demasiado el lápiz. Abajo, a bolígrafo, con afecto de Ovidi. Intrigado, intenté saber qué había pasado con el físico, lamentando no haberle prestado más atención. En las oficinas de la naviera se negaron a decirme nada (sólo podemos dar información sobre nuestros clientes bajo orden judicial). Al final, el enano me aseguró que lo había visto desembarcar en Bangkok (pero esa escala había sido tres días antes de la aparición del papel). Estaba como una cabra, añadió, y explotó en una carcajada brutal que acompañó con entusiastas palmadas en las nalgas de Sonia. Esta también se reía, se la veía feliz con el enano, cosas del morbo.

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Desde que mantengo este blog, todos los 31 de diciembre, he publicado un post alusivo al fin del correspondiente año (cinco antes de éste: del 2006 al 2010) en el que a grandes trazos revisaba lo que me había ocurrido. Pero las tradiciones están para romperse o, si no, para interrumpirse, y en todo caso hoy no tengo ni ganas ni tiempo de hacer ningún ejercicio de retrospección. Además, este año no me ha sido muy pródigo en sucesos: demasiada monotonía laboral. A cambio, el subconsciente me ha regalado abundantes sueños o, mejor dicho, al despertarme los recordaba con bastante mayor frecuencia de la habitual. Sirva como ejemplo el de hace dos noches que relato en este post. En fin, que se acaba ya 2011 y se nos viene un 2012 cuyos augurios no son nada optimistas. Hago votos para que los agoreros se equivoquen y una epidemia de almorranas afecte a todos los capitostes del mundo financiero; hago votos para que la mala leche endémica se nos agüe y nos esforcemos en entendernos, apreciarnos y ser más constructivos; hago votos para que seamos algo más felices, en especial (los deseos genéricos se diluyen) las personas que quiero y me quieren, entre los que estáis, claro, quienes pasáis por aquí. Pues eso, que feliz 2012.


Como además de desganado también estoy poco imaginativo, acompaño esta entrada con la música más tópicamente procedente para la entrada de un año nuevo: la Marcha Radetzky, de Johann Strauss, interpretada durante el Concierto de Viena, en este caso el de hace un añito.

5 comentarios:

  1. Lo del cucurrón en tu viaje a Filipinas es curiosísimo. El dibujo que muestras se corresponde bastante con la cara del tipo que adjuntas.

    Me sumo a tu votos para el 12.

    Un abrazote.

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  2. Si de verdad soñaste lo que cuentas en el post tienes que presentarme a quien te escribe los guiones de los sueños, porque es un tipo interesante. Me quedo con las ganas de saber qué pasó con Ovidi.

    A tus almorranas añado yo halopecia, halitosis, seborrea, bubas, forunculosis, tortícolis y dolor de muelas. Y me sumo a tus deseos de felicidad para todos los lectores de tu blog y del mío -salvo que haya entre ellos, por azar, algún capitoste del mundo financiero.-

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  3. Grillo: Pues ya dos haciendo iguales votos tendremos más probabilidades de que Dios o el destino nos sonría. Otro abrazo para ti.

    Vanbrugh: Te aseguro, verdad de la buena, que tal soñé tal como lo he contado. Hasta vi clarito el extraño dibujito que con muy mal pulso he dibujado para el post. Eso sí, los sueños no son narrativos sino fogonazos que duran muy poco (ese tiempo en que te despiertas y los retienes en la mente), así que lo que hice fue redactarlo, nada más.

    En cuanto a tus malos deseos, que comparto, te pasas, en especial con esa variedad de alopecia con h, que debe ser de las más terribles. Un abrazo.

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  4. Es terrible, sí. La calva te brilla con fulgores malsanos -de ahí el "halo"-, todos los que te rodean gritan, espantados: "¡Hala!" y, sobre todo, se te olvida toda la ortografía y empiezas a escribir barbaridades. Y los amigos aprovechan, claro, para tomarte un poco el pelo. Muy dolorosa, la halopecia.

    Un abrazo, Miroslav. Feliz año.

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  5. Ah qué placer inesperado ver a Vanbrugh cometiendo faltas de ortografía, aunque luego pretenda disimularlas con ocurrencias y 'halos'

    Feliz año a todos

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