lunes, 27 de junio de 2016

El tío de Angelina (antes o después) 1

James Wesley era el pequeño de los tres hermanos Voight, los hijos de Barbara y Elmer, un jugador de golf profesional. Barry, el mayor, era el listo de la casa, desde muy pequeño se veía que sería un intelectual y en efecto, así ha acabado, uno de los más respetados vulcanólogos del mundo, profesor de geología en la Penn State University. Luego iba Jon, poco más de un año mayor que él, que era el guapo, el que desde muy crío se ligaba a todas las niñas del barrio, con su pinta de chico bueno y su labia melosa. A Barry, más retraído, lo que le gustaba era la música, el country especialmente. Estudiar, en cambio, no era lo suyo; aún así, al acabar la high school en White Plains, NY, asistió a la universidad de Hartford, Connecticut, pero solo aguantó un año. Volvió pues a la casa familiar con el rabo entre las piernas (los dos hermanos mayores cursaban satisfactoriamente sus carreras universitarias) y decidió emular a su padre y hacerse profesional del deporte del palo y la bolita. No era malo el chico, pero se lesionó la muñeca y se truncó su futuro en el golf. Tiene veinte añitos, un puñado de canciones de country de su propia mano y la experiencia amateur de una banda del instituto; con ese bagaje se planta en la Gran Manzana y consigue que la Warner le firme un contrato. Se dice que por esos primeros años el gran Chet Atkins escuchó la música de Chip Taylor –tal fue el nombre artístico que se impuso– y se deshizo en elogios: es difícil de creer, dijo, que quien ha compuesto estos temas haya crecido en el entorno de Nueva York. Poco a poco Chip se va asentando en el music bussiness y le llegan los éxitos, aunque sea en las voces de otros (el primero fue el Just a little bit later on down the line, interpretado por Bobby Bare) e incluso decide compaginar las canciones vaqueras con las rockeras, y en 1965 da la campanada con Wild thing, que grabaron The Troggs en su primer sencillo (ese grupo británico no volvería a tener un éxito de tal calibre).

  
Wild thing - The Troggs (From Nowhere, 1966)

Mientras Chip se abría un hueco en la música, su hermano Jon intentaba afianzarse como actor después de haberse graduado en arte dramático por la Universidad Católica de Washington. Durante la primera mitad de los sesenta las cosas no le iban demasiado bien, pero sobrevivía gracias a contratos en series televisivas (por ejemplo, en la longeva La ley del revólver). Además, se había casado en 1962 con una jovencísima actriz llamada Laurie Peters a quien conoció cuando hizo una prueba para participar en el musical de Broadway Sonrisas y Lágrimas (The Sound of Music), en el que ella actuaba de Liesl Von Trapp. Por lo visto fue un flechazo mutuo inmediato, pero agotada la inicial pasión, las desavenencias no tardaron en llegar. Por un lado, cuentan las malas lenguas que Jon desenfundaba donde y cuando no debía. Por otro, Laurie no se cortó nada durante la filmación en el 63 en Inglaterra de Summer Holiday, manteniendo un rollito romántico con el popular cantante Cliff Richards. Así que más o menos desde el 65 la pareja andaba virtualmente separada y Jon, mientras desesperaba por encontrar un buen papel en el cine antes de hacerse demasiado viejo (se acercaba peligrosamente a la treintena), empezó a juntarse con su hermano pequeño, a acompañarle en las noches bohemias de música, drogas y alcohol.


El 19 de abril de 1964, los hermanos Voight se juntaron en White Plains, la ciudad en la que ambos se habían criado, para asistir a un concierto de Joan Baez. Sin que nadie lo esperara, a mitad del show Bob Dylan subió al escenario y cantó It ain't me babe con Joan haciéndole la segunda voz en el estribillo. Creo que no hay ninguna grabación de esa actuación en la que es posible que por primera vez interpretara en público este maravilloso tema de desamor. La canción estaba inspirada en la tormentosa relación de Bobby con Suze Rotolo, pero en cierto grado también la Baez podía darse por aludida. Acabado el concierto, conocidos comunes hicieron las presentaciones y los Voight brothers se juntaron a la troupe de Dylan, para vivir juntos una noche de juerga. Dylan acababa de llegar de cruzar los Estados Unidos en una furgoneta, buscando inspiración, intentando encontrar el camino para escapar del folk. En ese viaje había escuchado por primera vez a los Beatles (I wanna hold your hand) y había quedado impactado. De regreso a Nueva York, casi lo primero que había hecho fue conseguirse una guitarra eléctrica y esa noche, en White Plains, pasó bastante rato rasgueándola junto con Chip, improvisando melodías y letras más surrealistas a medida que más se iban colocando. Ya de amanecida, los cuatro se animaron a probar un tripi. Vivieron una experiencia de amor alucinógeno, en la que Joan ofició de sacerdotisa erótica. De pronto, Dylan se separó del grupo y se encaramó desnudo al alfeizar de la ventana de la habitación para empezar a tocar un riff incisivo y repetitivo, una especie de aullido melódico muy triste, y sobre esas notas comenzó a recitar en francés. Joan, entre los dos hermanos, se dejaba acariciar y reía; sois iguales, tan rubitos los dos, les decía.

No es que los Voight pasaran a ser muy amigos de Dylan a partir de entonces; el cantante era ya una estrella (aunque muy lejos aún de la altura que alcanzaría en dos o tres añitos más) y a los hermanos aún les faltaba mucho para entrar en ese club. Pero bueno, colocarse y follar juntos une, ya se sabe, así que Chip sobre todo, compañero de profesión al fin y al cabo, mantendría durante los siguientes meses algunos encuentros esporádicos con el de Minnesota. Por ejemplo, Bob y Chip coincidieron en una fiesta de nochevieja de ese 1964, organizada por un ejecutivo de la Warner. Dylan apareció de improviso acompañado por Bobby Neuwirth; al ver a Chip lo abrazó efusivamente: tío, cuanto me alegro de verte. Le dijo que sólo podía estar un rato porque tenía que volver con su chica, Sara, que lo esperaba en el Chelsea Hotel. Estaba buscando a Edie Sedgwick, una preciosidad de la alta sociedad ¿la conocía Chip? No, Chip no la conocía, pues una pena, pero tenemos que hablar con calma, ¿por qué no vienes al estudio de Columbia en un par de semanas? Empiezo la grabación de un nuevo disco. A Taylor le pareció de perlas, es un privilegio aprender de un compositor de la talla de Dylan; a lo mejor le aguijoneaba la creatividad. Pero el 13 de enero de 1965, el día en que tuvo lugar la primera sesión de grabación del que sería el quinto álbum de Dylan –Bringing it all back home–, el cantautor estaba de mala leche y prohibió la entrada a cualquiera ajeno a su equipo. Fueron tres días intensos que dejaron a Bob exhausto (no era para menos, había marcado un hito en la historia de la música popular). El viernes 16, Dylan se acordó de Chip y se sintió culpable. Pidió a Maimudes, su fiel escudero de aquellos días, que lo localizara si aún seguía en Nueva York y lo invitara a pasar el fin de semana en la casa de Albert Grossmann en Woodstock. Chip, en efecto, fue encontrado y aceptó pasar un par de días en el ambiente rural del Estado de Nueva York. En la noche del viernes al sábado hubo música y alcohol en abundancia (de drogas, esta vez, solo marihuana y de sexo nada de nada, que con Bob habían ido Sara y su hija María). Uno de los temas que Dylan interpretó fue Farewell Angelina que a Chip le pareció precioso. Pues decidí no incluirlo en el disco, no termina de convencerme, le dijo el cantautor. Vaya, qué lástima, contestó Chip, y empezó a cantarlo él mismo. No lo haces nada mal, tío, deberías grabarla. No soy cantante, sólo compositor. Todo se andará, respondió riendo Bob, pero date prisa.

  
Farewell Angelina - Bob Dylan (Rare and Unreleased, 1991)

En octubre de ese mismo 1965, Chip comprendió lo que Bob quería decir cuando escuchó la versión de Farewell Angelina en el nuevo álbum de Joan Baez. Joan le había dado un nuevo aire, un aura mucho más romántica, que enterneció a Chip, a pesar de su nueva y endurecida alma rockera (ya se había publicado el Wild thing). Por esas fechas Joan estaba en California y Chip le hizo llegar una nota felicitándola por el disco y dándole el teléfono de su apartamento. Pocas fechas después recibió una llamada entusiasta, Joan le agradecía muy cariñosamente sus palabras, ¿por qué no se daba un salto a la Costa Oeste y pasaban unos días juntos? Fue una semana hacia finales de noviembre. Joan le contó su viaje a Inglaterra con Bob, lo mal que éste la había tratado y también lo mal que los británicos lo habían tratado a él, hasta Judas lo llamaron, reía. Pero me temo que lo sigo queriendo, qué se le va a hacer, lo cierto es que disfruto cantando sus canciones y más si él no las graba, como ésta de Angelina (y tengo otra preparada que es magnífica, ya verás, se llama Love is a four letter word). Cuando se separaron ella le dijo si me quedo embarazada será una niña y se llamará Angelina. Y Chip imaginó que alguna vez tendría una hija de la que no querría despedirse aunque el cielo se incendiase, aunque temblase, aunque se retorciese, aunque cambiase de color, aunque entrara en erupción ...

  
Farewell Angelina - Joan Baez (Farewell Angelina, 1965)

Alucinado estoy ...

... Con los resultados electorales, desde luego, imagino que como casi todo el país. Y es que ha resultado que las encuestas han demostrado ser pésimas predictoras. Durante los últimos días han venido ofreciendo repartos de escaños bastante homogéneos, al menos en unas horquillas razonables (véase mi post anterior). Pues para nada, tan sólo el número de diputados del PSOE (85) queda dentro del intervalo augurado (81-87); en los otros tres principales han errado a lo bestia: el PP muy por encima (137 cuando prometían entre 113 y 120) y UP y C's muy por debajo (71 en vez de 83-90, y 32 en vez de 36-44). Son tan sorprendentes los resultados que, si descartamos que todas las empresas demoscópicas obtenían sus datos a los dados y con abundante whiski, hay que pensar que o nuestro conspirador ministro del Interior ha organizado un tongo colosal o, mucho más probable, los españoles somos unos mentirosos compulsivos. Queda también la opción de un milagro divino, haciendo cambiar el voto de muchos que pensaban dárselo a Podemos o a Ciudadanos. Supongo que en los próximos días conoceremos profundas interpretaciones de lo que ha pasado pero me temo que el prestigio profesional de los que se dedican a las encuestas haya quedado seriamente dañado (si yo fuera alguno de sus clientes, les exigiría que me devolvieran lo que les hubiera pagado). Pero fijémonos con algo más de detalle en los números, no en los escaños sino en los votos.


El primer factor para explicar lo que ha pasado puede ser el incremento de abstención que ha pasado del 26,80% de hace seis meses al 30,16% de ayer; hubo 1.155.316 votantes más que prefirieron no ir a votar. Esa cifra se corresponde, más o menos, con los votos que han perdido conjuntamente PSOE y Unidos Podemos respecto de los obtenidos en diciembre. Los casi setecientos mil votos más que ha obtenido el PP (690.655), por otra parte, vienen a coincidir con la suma de los que pierde Ciudadanos (376.677) y los que también pierden las restantes fuerzas políticas minoritarias (323.680). Así pues, de una primera lectura parece desprenderse que el votante de izquierda se ha retraído y es la base mayoritaria del incremento de la abstención y que, en cambio, los de derecha se han movilizado intensamente, optando por el voto útil a favor del PP a costa de Ciudadanos e incluso rebañando en los platos de otros. Naturalmente, a consecuencia de la Ley electoral (básicamente de las circunscripciones provinciales), el aumento en votos es premiado desproporcionadamente en escaños. Si el PP ya había obtenido en las pasadas elecciones los sillones más baratos (a 58.663 votos cada uno) ahora se le reducen más aún (a 57.709). Dicho de otro modo, si aplicáramos un reparto estrictamente proporcional los 137 escaños peperos bajarían a 116, pero esa es la canción de siempre sobre la que ahora no quiero volver.

Para la Coalición Unidos Podemos estos resultados se me antojan pésimos, y de hecho así lo reconoció ayer Pablo Iglesias. Han perdido más de un millón de votos en estos seis meses, pero es que, si comparamos con las expectativas, la reducción podría ser el doble. Hay por tanto que pensar que esta pequeña catástrofe de los moraditos es consecuencia de dos factores. El primero que, contra lo que aseguraban las encuestas, la coalición con Izquierda Unida no ha funcionado; habrá que suponer que mucho votante de IU en las pasadas ha preferido no votar, cabreado por la decisión de Garzón de juntarse con Iglesias. Sin embargo, intuyo que los mayores efectos cuantitativos provienen de un cierto desinflamiento derivado quizá del miedo; tengo la impresión de que muchos votantes quieren que haya una fuerza como Podemos en la oposición parlamentaria para contrarrestar los excesos de una mayoría de derechas, pero no les apetece demasiado que gobiernen. Y quizá, muchos de estos votantes, al ver que las expectativas de tocar poder de los morados se anunciaban con tanta insistencia se han asustado y han preferido quedarse en casa. Naturalmente, en esta actitud mucho tiene que ver la persistente campaña del miedo. Si esta hipótesis responde a la realidad en un porcentaje significativo, sería muy grave para Podemos y les obligará a replantearse su estrategia. Porque no estaría tan claro que el proceso de cambio de la sociedad española es imparable, como aseguran; más bien, podría concluirse que ya tocaron techo. De todos modos, esperemos a ver, porque lo más probable es que, como hasta ahora, sea la propia evolución de los acontecimientos la mejor aliada de Podemos, más que sus propias estrategias.

También son objetivamente muy malos para el PSOE, de hecho los peores resultados electorales de su historia. Sin embargo, ayer Pedro Sánchez estaba casi exultante, se diría que la alegría de haber evitado el sorpasso compensaba con creces el disgusto de seguir cuesta abajo y sin frenos. Y es que, como advertía en el post anterior, la Virgen del Puño y la Rosa ha sido complaciente con sus acólitos y les ha concedido las dos plegarias: tener más votos y escaños que Unidos Podemos y evitarles el marrón de estar en condiciones aritméticas de gobernar con Podemos. El que llamaba bloque de izquierdas sólo alcanza 156 escaños frente a los 169 del de derechas; están, a mi juicio, incapacitados. Aún así, me imagino que Pedrito intentará repetir elo pacto con Ciudadanos y exigir la abstención de Podemos apelando a la responsabilidad de éstos para impedir un gobierno del PP. Pero aún en ese supuesto, necesitarían 20 votos favorables de los 25 de los partidos restantes; prácticamente imposible, a mi juicio. En resumen, es verdad que el PSOE ha resistido el avance de Podemos (la campaña del miedo ha funcionado), pero también lo es que su errática dirección ha llevado al partido a sus peores resultados y ha contribuido a que la izquierda haya perdido casi todas sus posibilidades de gobierno. Supongo que lo que cabe esperar es la dimisión de Pedro Sánchez (aunque los resultados en Andalucía no refuerzan precisamente a Susana Díaz.

El segundo desastre electoral en importancia ha sido el de Ciudadanos, que pierde un 10% de sus votos (frente al 17% que pierde Unidos Podemos). La lectura es bastante evidente: esos votantes han regresado a su hábitat anterior ante el miedo de que Ciudadanos no apoyara al PP (y el pánico de que Podemos tocara poder). Es decir, el rollo del voto útil que, en el fondo, tampoco me parece tan demoledor para los chicos de Rivera; quiero decir que, en el escenario sociológico que parecen dibujar estas elecciones, me habría esperado una sangría mayor. Lo que le ha hecho más daño a C’s ha sido la Ley electoral porque, en efecto, sus escaños se han encarecido demasiado, pasando de 87.511 votos por escaño a 97.618 (por sólo 57.709 del PP). Pero con no ser tan grave el desastre, también parece que Ciudadanos debería reflexionar sobre el fracaso de sus expectativas de convertirse en alternativa. Desde luego, está muy lejos de haber logrado erosionar al PP en la misma medida que Podemos lo ha hecho en el ámbito de la izquierda. O logran un mayor peso o me temo que acabarán siendo absorbidos por el PP (la derecha tiene mucha mayor capacidad aglutinadora, por lo que se ve).

Y sólo me queda comentar brevemente lo que ha pasado con el PP, algo que ni ellos mismos en sus más placenteras fantasías se esperaban. Han obtenido casi setecientos mil votos más que en diciembre cuando las encuestas auguraban que perderían entre trescientos y cuatrocientos mil votos. Es, desde luego, sorprendente, pero mucho más todavía ya que significa que los muchísimos marrones del PP que no cesan de renovarse (el último las grabaciones del ministro) no afectan a la decisión de voto de los españoles. O no tanto como para superar el pánico a que lleguen al poder los radicales antisistema que quieren convertir España en Venezuela (o en Grecia). Como hoy mismo me decía un compañero de trabajo, “más vale malo conocido”; pues sí, parece que el dicho ha estado en la mente de un buen número de electores. Lo cierto es que Rajoy sale tremendamente fortalecido; dudo que ahora Rivera lo vete y en cuanto a Sánchez, a tragar sapos me temo. La verdad es que con estos resultados y la presión para evitar unas terceras elecciones, no le debería ser muy difícil pactar un nuevo gobierno. Eso sí, la previsible nueva etapa del PP no podrá ser tan salvaje y probablemente tampoco durará cuatro años. En fin, a ver qué pasa a partir de ahora.

sábado, 25 de junio de 2016

El marrón de Pedro Sánchez ante las negras expectativas del PSOE

¿Cuáles serán los resultados de las elecciones de mañana? Analizando las encuestas facilitadas durante esta semana por la frutería andorrana –absurda la prohibición española de no publicar encuestas, pero esto sería motivo para otro post– y algunas otras proyecciones, se obtienen unas horquillas que, en principio, parecen bastante fiables. El PP entre 113 y 120, Unidos-Podemos entre 83 y 90, PSOE entre 81 y 87, y Ciudadanos entre 36 y 44. Se supone que, abstención aparte, los movimientos entre los extremos de cada horquilla se hacen a costa de los del partido más cercano ideológicamente (o que así lo perciben los electores). Es decir, a muy grosso modo lo que suba el PP lo bajará C’s (y viceversa) y lo mismo ocurrirá entre los socialistas y los morados. Así pues, si hacemos una estimación por bloques que, para simplificar, llamaremos derecha e izquierda, al primero habría que atribuirle entre 155 y 158 escaños, mientras que al segundo entre 168 y 172.

En las últimas elecciones, los escaños sumados de PP y C’s fueron 163, mientras que los del PSOE con Podemos e Izquierda Unida llegaron sólo a 161. Es decir, que seis meses después parece que las preferencias electorales de los españoles se desplazan algo hacia la izquierda (cuento solo a estos cuatros grupos principales pues van a representar más del 90% de la Cámara). Ahora bien, se trata de una impresión falsa; las previsiones de porcentajes de votos a los dos bloques son muy parecidas a los resultados de diciembre, incluso sube algo el voto de derechas (del 42,7% al 43,7%) y baja otro poco el de izquierdas (del 46,3% al 45,2%). Los cambios más relevantes parece que se van a producir en los que he integrado en el bloque de izquierdas. Siempre según los sondeos, el PSOE perderá más o menos un 1% de los votantes mientras que la coalición Unidos Podemos bajará algo más de medio punto respecto de sus últimos resultados. Esos cuatrocientos y pico mil votantes que retirarán su apoyo a las candidaturas nacionales de izquierda seguramente se quedarán en casa el domingo. Los que habían votado al PSOE imagino que por desencanto, los de Podemos o Izquierda Unida (yo diría que más estos últimos) porque no les haya gustado nada la coalición. Sin embargo, la pérdida de votos queda más que compensada en escaños gracias a los efectos del sistema electoral de circunscripciones provinciales. No aseguremos nada todavía, pero parece que la alianza de Iglesias y Garzón les será claramente beneficiosa.

Entonces, con los resultados que se esperan, ¿habrá o no gobierno? Todos aseguran que ahora sí tendrá que haber pacto y las previsiones dicen que, sin ser fáciles para nada, atendiendo sólo a la aritmética, lo serán más que en la anterior legislatura. Desde luego, la opción de un gobierno del PP con el apoyo de Ciudadanos y la abstención del PSOE sigue siendo tan viable como entonces (ahora estaría garantizado por mayoría simple). La otra opción, un gobierno de coalición PSOE-Unidos Podemos, parece que sería muy sencilla, ya que bastaría con algunos apoyos puntuales (o incluso abstenciones) de los restantes partidos del Congreso. Así que, de nuevo, el árbitro será el PSOE; ocurra lo que ocurra. Me pregunto si a estas alturas, manejando muchos más datos y habiendo analizado muchos más escenarios, los chicos de Ferraz tienen claro lo que van a hacer. No lo sé, pero de lo que estoy seguro es de que Pedro Sánchez y sus muchachos tienen un marrón de proporciones considerables, que les esté tocando gestionar uno de los momentos más bajos de la historia del partido socialista. Y, la verdad, no da la impresión de que lo estén haciendo bien.

Parto del convencimiento de que el PSOE no quiere pactar con Podemos. Incluso me malicio de que hay órdenes de impedir como sea que Podemos forme parte de un futuro gobierno. Yo no creo que si Podemos entrara en el gobierno cambiarían demasiado las cosas, me parece que la oposición tan cerrada que hay desde los poderes fácticos se debe más a razones simbólicas, que en todo caso no hay que desdeñar. Podemos representa el cuestionamiento de los dogmas sacrosantos del neoliberalismo. A estas alturas de la evolución de sus discursos, está claro que Iglesias y los suyos plantean medidas de la más ortodoxa tradición socialdemócrata que, en realidad, el PSOE no debería tener demasiado empacho en hacer suyas. Pero los que manejan el chiringuito ya no están dispuestos a admitir lo que se admite en otras latitudes capitalistas. Y aunque lo estuvieran (al estilo lampedusiano), no les da la gana que las reformas provengan de esos andrajosos. No debe sembrarse la semilla de la duda, ha de quedar claro que no se puede porque, si se pudiera un poquito, puede llegarse a pensar que se puede otro poquito más y abriríamos un camino peligroso.

Ahora bien, supongo que el PSOE es consciente de que el terreno que les ha comido Podemos tiene su causa principal en que ellos se han plegado a la obediencia más servil en política económica a los dictados del capitalismo salvaje que nos domina. A lo mejor creen de buena fe que si gobernaran podrían recuperar su viejo prestigio en la izquierda pactando algunas reformas, convenciendo a los tiburones de la necesidad de un poquito de socialdemocracia. Supongo que habrá más de un dirigente socialista que pensará que cambiar hacia la izquierda la política económica es bueno tanto para España como para el partido y, además, que ese cambio sólo lo pueden hacer ellos porque a los de Podemos no les van a permitir nada (y, a este respecto, recuerdan lo que ha ocurrido en Grecia, donde se asfixió sin piedad a Syriza y ahora, con el más hipócrita de los descaros, se pone como ejemplo de hacia donde iríamos si los “radicales” llegan al poder). Pero aunque muchos socialistas piensen esto, lo cierto es que su capacidad de decisión no va a estar en elegir lo mejor sino lo menos malo (para ellos). Para que quede claro: desde el punto de vista del PSOE, lo mejor es un gobierno de ellos con apoyos puntuales; las otras dos opciones: gobierno del PP o gobierno de ellos en coalición con Unidos Podemos.

La segunda opción, a su vez, admite ciertas variantes: quién ocupa la presidencia, la distribución y pesos relativos de cada grupo en la composición del gobierno, los compromisos programáticos, etc. Es verdad que dependerá de los resultados relativos entre PSOE y Podemos; desde luego, mucho mejor para el PSOE si no se produce el temido (y probable) sorpasso. Pero, en mi opinión, quién quede delante de los dos no es demasiado relevante o, si se prefiere, lo es por motivos nuevamente simbólicos (el golpe moral y al orgullo del PSOE). Porque tengo la impresión de que Podemos hará todo lo posible para propiciar un acuerdo con el PSOE, para evitar darle a éste excusas con las que justificar el no pacto. Creo que aunque los morados tengan más votos y escaños, harán cuantas renuncias convengan (dentro de un orden claro) para poder gobernar; ya vienen diciendo que postergarán su exigencia del referéndum catalán y creo que incluso estarían dispuestos a ceder la presidencia. Pero es que tengo la sensación de que ni siquiera en los supuestos más ventajosos el PSOE estaría dispuesto a gobernar con Podemos. Se entiende, porque si están en un mismo Consejo de Ministros a los de Iglesias les resultará muy fácil asumir el protagonismo de las medidas “sociales” y encasquetarle a los socialistas el sambenito de policías malos. Compartir gobierno con Podemos, deben pensar los dirigentes de Ferraz, es condenar al partido a seguir cuesta abajo y sin frenos.

Digo yo que el paripé que volverán a intentar los socialistas será el pacto con ciudadanos con el apoyo (o al menos abstención) de Podemos. Pero es obvio que por ahí no hay salida. Hace unos meses aposté en este blog por ese pacto con la abstención del PP, quienes la justificarían en el sacrificio para impedir que Podemos entrara en el gobierno y condujese a España a la ruina. Pero ninguno de los actores de aquel sainete supieron representar bien sus papeles y, aunque no lo descarto completamente, tengo la impresión de que ya no sería creíble el farol de Pedro Sánchez. Ese ha sido otro de sus grandes errores tácticos: si quería llegar a formar gobierno (sin Podemos) nunca tendría que haber mostrado lo mucho que los odia; al contrario, tendría que haber exhibido de cara a la galería su disposición a pactar con ellos. Ahora ya puede ser tarde. Con lo cual imagino que Pedro y sus colegas deben estar asumiendo que lo más probable es que no les toque estar en el gobierno. Y, si es así, la cuestión que les tiene que preocupar es cómo conseguir que durante la próxima legislatura (de incierta duración) resurjan sus expectativas electorales y, paralelamente, decaigan las de Podemos.

Si llegados a este punto, al lector no le parece que desbarro demasiado, coincidirá conmigo en que lo menos malo para los chicos del PSOE es que gobierne el PP. Pero para que eso ocurra ellos deben permitirlo expresamente (se supone que con la abstención). El problema radica pues en cómo lograr que ese acto no les traiga mayores castigos electorales. Y de nuevo han sido ellos mismos quienes se han puesto más difícil lo de vender esa moto, empeñándose en machacarnos toda esta campaña con la matraca de que fue Podemos quien permitió que siguiera Rajoy en el gobierno al no apoyar el pacto PSOE-C’s. Pero Podemos no votó a favor o se abstuvo en la investidura de un presidente del PP (y nadie duda de que siempre habrían votado en contra) que es lo que puede que vayan a hacer los socialistas. Vamos, que con su insistente y obsesiva campaña anti-Podemos lo que ha hecho el PSOE es cortar puentes y darles a los moraditos argumentos de sobra para recriminarles en un futuro. Es decir, lo tienen muy pero que muy jodido, aunque espero por su bien que se den cuenta de que la culpa es mayoritariamente de ellos. Las razones de fondo están en el abandono de las políticas económicas socialdemócratas (que han permitido a Podemos instalarse en ese espacio). Pero a esas hay que sumar los más que garrafales errores tácticos de la última dirección socialista: con el ilusorio objetivo de quitarles votos, ha basado su táctica en atacar a Podemos, cuando sus únicas posibilidades de supervivencia y remontada se basaban en vender la idea de que estaban dispuestos a pactar con ellos.

Así las cosas, me atrevo a imaginar lo que están pidiendo Pedro y sus acólitos a la Virgen del Puño y la Rosa para estas elecciones. Lo primero, claro, que tengan más votos y, sobre todo, más escaños que los de Unidos-Podemos. Como no se les conceda esta súplica, muchos sociatas a lo largo de toda España van a pasarlo muy mal, a tener que vigilar sus niveles de bilirrubina. Pero la segunda petición es todavía más importante: que la suma de los escaños socialistas y de los de Unidos Podemos sea notablemente inferior a los del bloque PP-Ciudadanos. En otras palabras, que sea inviable un pacto con Podemos, no porque ellos no quieran, sino porque la aritmética lo impide. Naturalmente, Pedrito estaría acabado, pero habría hecho a la postre un buen servicio al partido, se habría eludido el engorroso marrón de dejar claro ante los españoles que se niega un gobierno de izquierdas. Y con bastante menos lastre, el nuevo equipo dirigente podría empezar a trabajar en la recuperación electoral (e ideológica) del Partido Socialista Obrero Español (esperemos que con mejor tino).

miércoles, 22 de junio de 2016

Copular, joder, ayuntar(se), fornicar, follar... ¿hacer el amor? (3)

Después de copular y joder, otra palabra que podría aceptarse como específica para designar la actividad sexual es ayuntar, o incluso mejor en su forma reflexiva, ayuntarse. Etimológicamente no presenta ningún misterio: proviene del latín adiunctus que, a su vez, es un derivado del verbo iungere que, como es bien sabido, significa juntar. Por seguir en el buceo etimológico conviene añadir que iungere a su vez proviene del sustantivo iugum que era el palo con el que se unían los bueyes (el yugo); y si continuáramos llegaríamos a la raíz indoeuropea *yeug, presente en el vocablo sánscrito yogah que –vaya por Dios– significa unión. Pero volvamos al asunto: ayuntarse viene pues a ser juntarse, empleado en acepción genérica, pero más específicamente es realizar el coito, para lo cual, en efecto, hay que juntar los cuerpos (o sea, que en el sexo virtual y/o telemático no cabe en rigor hablar de ayuntarse). El vocablo tiene profunda sonoridad de castellano antiguo y de hecho su uso está documentado desde los inicios del romance, tanto en su acepción genérica como en la sexual. Pero ciertamente ha caído en desuso; salvo para hacer una broma cultista, a nadie se le ocurre hoy hablar (o escribir) de ayuntarse: ¿no te complacería, ángel mío, que gozósamente nos ayuntásemos? Sin embargo, ayuntarse es precisamente lo que a los cónyuges les corresponde, ya que cónyuge también proviene del iugum latino; quiero decir que, al menos etimológicamente, las relaciones sexuales legítimas (dentro del matrimonio, se entiende) no encuentran mejor palabra que la de ayuntamiento, aunque hoy este término quede reservado a la institución de gobierno municipal. Por cierto, durante los primeros siglos del pasado milenio, la palabra ayuntamiento se emplea casi exclusivamente para la reunión de gentes y también para la unión sexual; imagino que el progresivo predominio de la actual acepción habrá ido en paralelo al detrimento de las dos originarias. A estas alturas, en los ayuntamientos no es habitual ayuntarse, aunque quienes allí moran se dediquen con frecuencia a joder.

Creo que en el último libro de Camilleri, relatos cortos, cada uno dedicado a una de las mujeres que han pasado por su vida, ordenados alfabéticamente por sus nombres. No lo tengo a mano, no puedo verificarlo, pero la protagonista era una anciana, la abuela de Andrea quizá, que gustaba de escandalizar y así decía, por ejemplo, esta tarde la pasaré fornicando, o sea, cocinando al horno. En italiano, horno se dice forno porque no ha mutado, como en español, la f latina (furnus) de modo que se hace más evidente la raíz etimológica del verbo fornicar (en italiano fornicare) –otro de los que designan las actividades sexuales–, en la cual no solemos reparar. Pero, ahora que lo hemos hecho, es obligado preguntarnos qué tiene que ver el fornicio (acción de fornicar) con los hornos. Así, a bote pronto, uno se siente tentado de recurrir a alguna de las múltiples metáforas a caballo entre el ingenio y la vulgaridad con que es habitual referirse al coito. Supongamos que los romanos usaban la expresión “meter el bizcocho en el horno”, lo cual es bastante verosímil porque bizcocho es vocablo latino que justamente significaba “cocido dos veces” (bis coctus). Pero la verosimilitud no basta para asentar una etimología; habríamos de revisar los textos clásicos (Marcial, Juvenal, Ovidio, Petronio, Apuleyo …) a ver si mencionan bizcochos y hornos, tarea que brindo gustoso a filólogos aficionados (y si verifican la veracidad de mi ocurrencia que raudos me informen, pues me llevaré una alegría). Pero Corominas acaba con estos divertimentos fútiles aclarándonos que proviene del latín fornix que no es otra cosa que bóveda o arco, ya que bajo estos elementos arquitectónicos (puentes, callejones, soportales) se asentaban las prostitutas romanas para ejercer su oficio. Fornix, a su vez, deriva de fornus debido a la forma abovedada de los hornos, por lo que, en efecto, fornicar tiene como antecedente etimológico a hornear, pero parece que sin necesidad de recurrir a los bizcochos.

El verbo fornicar está asentado en el latín tardío con la acepción de mantener relaciones con prostitutas pero pronto va ampliando su significado para referirse a cualesquiera actos sexuales que se realizaran fuera del matrimonio. De lo que he podido encontrar por ahí infiero que el principal protagonismo en esta generalización semántica le cupo a la Iglesia; los cada vez más severos defensores de una nueva moral sexual (había que cambiar las relajadas costumbres de aquella Roma pagana) requerían una palabra específica para designar la actividad sexual pecaminosa, la que condenaban desde los púlpitos. Aún así, esta acepción debió tardar en asentarse porque compruebo que en la Vulgata (la traducción de la Biblia al latín que hizo Jerónimo de Estridón en 382) el sexto mandamiento (Éxodo 20,14) se enuncia non moechabaris. El verbo latino moechari significaba cometer adulterio, por lo que quedaban inicialmente exentas las relaciones sexuales entre solteros (por cierto, no conozco palabras en castellano que deriven de moechari), pero supongo que no tardaría en alcanzarles la prohibición. Lo que es seguro es que desde los principios del romance el verbo fornicar está más que asentado (en el Corpus del Nuevo Diccionario Histórico del Español de la RAE hay referencias desde el siglo XII) y también que es el que se emplea para el sexto mandamiento, como por ejemplo en un Fuero General de Navarra del primer cuarto del XIV. Para entonces, la palabra tendría ya el significado que mantiene aún hoy (tener ayuntamiento o cópula carnal fuera del matrimonio) y que produce una serie de vocablos relacionados como, por ejemplo, fornecino que es el hijo bastardo o nacido del adulterio (la cito porque no la conocía, siempre se aprende algo nuevo). Ahora bien, me atrevo a afirmar que la mayoría desconoce el significado preciso de fornicar y la consideran sinónimo de “mantener relaciones sexuales”. Tampoco es que importe mucho porque la palabra ha caído en franco desuso; sería divertido que un marido le propusiera a su mujer pasar la tarde fornicando y ella, pedante, le respondiera que para hacerlo habrían de divorciarse.

Bueno, lo dejo aquí por el momento pero anuncio la siguiente palabra que me apetece repasar y que no es otra que follar, mi preferida pero desde luego tampoco nos vale como palabra específica por considerarse malsonante y socialmente inadmisible. Aún así, en España, es probablemente la que más usamos pero, ¿qué sabemos de ella?

lunes, 20 de junio de 2016

Copular, joder, ayuntar(se), fornicar, follar... ¿hacer el amor? (2)

Acababa el post anterior preguntando (me) porqué el verbo joder pasó de referirse específicamente a mantener relaciones sexuales (si bien como expresión soez desde su antecesor latino) a la acepción amplia de fastidiar, molestar, estropear ... Tan sólo Ozanu aventura una explicación y nos dice la razón debe estar en la consideración negativa del acto erótico, especialmente cuando la virginidad femenina era muy valiosa. Ciertamente, que un hombre jodiera a una virgen –sin estar casado con ella y presumiblemente contra su voluntad– suponía desde luego joderla, es decir, convertirla en mercancía averiada, de muy difícil venta en el mercado conyugal . Se fastidiaba pues la economía familiar, pero no sólo, sino también la honra, y por hay tantas historias de padre y hermanos buscando vengarse del desvirgador. Sin embargo, aún casando muy bien, la hipótesis de Ozanu no termina de convencerme. Y es que me cuesta creer que durante los tiempos altomedievales (mientras se iba formando el romance) hubiera tantos estupros como para asociar la actividad sexual con el dejar a la hembra jodida. Quiero decir que por muchas violaciones de vírgenes que se produjesen, siempre serían muchísimos más los actos sexuales con consentimiento, fuera y sobre todo dentro del matrimonio. Si por cada jodienda desvirgadora había cien mil, un millón con no vírgenes, parece poco razonable que el daño del desvirgamiento justifique dar esa acepción a todo acto sexual.

No, no me parece que los hímenes desgarrados, por muchos que hayan sido, expliquen esta evolución semántica, pero sí intuyo acertada la afirmación de que el coito tenía una consideración negativa. Por supuesto, no para el hombre, quien sin duda disfrutaba –entonces como ahora– follando. Pero probablemente no así la mayoría de las mujeres, para la que el acto sexual no pasaría de ser una experiencia incómoda, cuando no dolorosa. Hay bastantes indicios de que era rarísimo, nada frecuente, que una mujer disfrutara durante la cópula. Tampoco parece que a los varones les preocupase lo más mínimo que lo hiciese; seguramente ni se les pasaba por la cabeza. Naturalmente, no se desconocía la capacidad de la mujer de obtener placer sexual. De hecho, la fémina de voraz e insaciable erotismo es uno de los mitos recurrentes de la galería de monstruos de la cultura patriarcal, absolutamente dominante en la historia de Occidente (empezando por la Lilith hebrea). Pero las mujeres que disfrutaban con el sexo eran aliadas del diablo, cuando no directamente poseídas por él y, como tales, carne de hoguera. Llama la atención que en la Cristiandad medieval no se practicara la ablación del clítoris, ya que habría sido plenamente congruente con la moralidad de la época. Puede que se debiera a que todavía no lo habían "descubierto" y gracias a esa ignorancia algunas o muchas de las mujeres de entonces pudieran disfrutar de algunos momentos de placer a solas en sus nada envidiables vidas.

Naturalmente, los hombres sabían que el acto sexual era para las mujeres un plato desagradable. También sabrían, digo yo, que éstas lo pasaban mejor cuando el coito era delicado, precedido de caricias cariñosas y palabras de amor, alargado en el tiempo. Pero esta forma de mantener relaciones sexuales no era la habitual y desde luego no se designaba con el verbo que provenía del futuere latino. No me cabe duda de que cuando los romanos usaban esa palabra era entre varones –en medio de risotadas y alcohol–, fanfarroneando de proezas sexuales, desahogos violentos en los que utilizaban a la mujer como mero instrumento del placer propio a costa de su dolor. Es decir, sabían perfectamente que cuando jodían las jodían, las dejaban jodidas. Es más, no me extrañaría que ya en latín futuere tuviera también la acepción de fastidiar, hacer daño. De hecho, así ocurre con su descendiente en italiano –fóttere–, más parecido al original que se emplea exactamente igual que el joder español. Incluso podríamos aventurar que esta segunda acepción del verbo joder –o para ser más preciso del futuere latino– no sea una ampliación semántica producida a lo largo del tiempo sino prácticamente desde el inicio. El reconocimiento explícito en el lenguaje de que follar tal como se follaba cuando se designaba con esa palabra era dañar a la mujer y, por tanto, joder a alguien, en general, equivalía a hacerle daño, independientemente de que hubiera relaciones sexuales.

Es éste un ejemplo de que el lenguaje es expresión de una cultura predominantemente machista, como no podía ser de otra forma. Para escribir la historia de la sexualidad humana es necesario leer entre líneas, sacar a la luz comportamientos de los que no se dejaba constancia expresa por pertenecer al ámbito de la intimidad. Y en esa labor el propio lenguaje contribuye. Reflexionar sobre los porqués de los significados pone de manifiesto, como en este caso, la opresión histórica de la mujer, la negación social del placer sexual, su relegamiento a mero objeto de desahogo masculino. Que joder signifique lo que significa es consecuencia intrínsecamente ligada a esta opresión de siglos, mucho más dañina y dolorosa que el hecho de que en castellano el plural genérico se forme por lo general en os. A lo mejor, los esfuerzos lingüísticos del feminismo deberían dirigirse más a proscribir el verbo joder que a empeñarse en que dupliquemos los plurales, uno por género. O tal vez, mejor todavía, deberían dirigir las peleas a cambiar la mentalidad machista aún muy presente entre nosotros y no el lenguaje, asumiendo que éste refleja justamente la forma de pensar de una sociedad y, ciertamente, el español se construyó desde una concepción denigratoria de la mujer. En las palabras vinculadas a la sexualidad encontramos varias pruebas de ello. Repasada joder queda claro que es demasiado fea y, por tanto, que lo mejor que podemos hacer es no emplearla para designar las relaciones sexuales. Seguiré con algunas otras, como era mi intención inicial.

miércoles, 15 de junio de 2016

Copular, joder, ayuntar(se), fornicar, follar... ¿hacer el amor? (1)

La actividad sexual, esa acción consistente en que dos individuos se juntan para darse placer mediante determinadas prácticas, es obviamente consustancial a nuestra especie (y a todas las de reproducción sexual); es algo tan normal e imprescindible (para la especie) como cualquier otra función biológica: comer, dormir, respirar, defecar ... Sin embargo, a diferencia de cualesquiera de esas otras acciones, la de mantener relaciones sexuales no tenemos muy claro cómo llamarla, al menos en nuestro idioma; es más, me atrevo a sostener que no hay una palabra específica asumida por todos, equivalente a comer, por ejemplo. Y no se me diga que al contrario, que en español (con todas sus variantes regionales) hay infinidad de términos para referirse a ella, porque justamente esa abundancia, hecha en su mayoría de metáforas más o menos ingeniosas e incluso hilarantes, es una prueba de la debilidad expresiva que adolecemos al respecto. Respóndaseme a la siguiente pregunta: hablando ante un auditorio en el que no todos son amiguetes de confianza (dando una conferencia, por ejemplo), ¿cómo decimos que dos personas mantienen relaciones sexuales? Pues así, en efecto, creo que no hay otro modo, que no podemos usar una palabra específica, pese a que se supone que para referirse a ese actuar contamos con multitud de vocablos en nuestro idioma.

Descarto, por supuesto, todas las combinaciones de varias palabras, desde la que, a mi juicio, es la más precisa –Tener relaciones sexuales– hasta la más cursi amén de inexacta –Hacer el amor–. Esta última, sin embargo, es probablemente la más empleada en el lenguaje políticamente correcto, exportado desde la Inglaterra victoriana y la Francia de la Belle Epoque; el amor como redentor del pecaminoso acto sexual. En este grupo hay algunas expresiones formadas con el verbo echar, echar un polvo, un kiki (¿o quiqui?), un casquete, un caliqueño .... En todo caso, pese a lo popular que se demuestra ser, ese verbo afea en mi opinión la acción: lo que se echa es un desecho, así que como tal parecería concebirse el coito (el acto sexual, en general). Y lo digo reconociendo que echar un polvo (o polvete, en plan guasón) es locución que he empleado con cierta frecuencia. Por último, y con mayor motivo, también declaro inválidas tantas otras combinaciones de verbo transitivo y objeto directo que aluden críptica y/o jocosamente a la actividad sexual, en algunos casos mediante analogías soeces y obvias y en otros más rebuscadas y hasta elegantes. Basta buscar un poco en internet para encontrar multitud de estas expresiones, la mayoría recitadas al otro lado del charco: bambarajar la pimpirola, churrasquear la anguila, mojar el bizcocho, encamisar el pelado ...

No, necesitamos una palabra específica, ¿o acaso se imaginan que en vez de comer nos viéramos obligados a decir ingerir alimentos (tener relaciones sexuales) o, por ejemplo, festejar la barriga? Creo que en nuestro idioma ese vocablo preciso es copular que, según el DRAE, significa "unirse o juntarse sexualmente". Copular es hacer una cópula (atadura o ligamento que enlaza dos cosas) y, específicamente, el coito que es la cópula sexual. Como es sabido cópula viene de la idéntica palabra latina que, en efecto, significaba lazo, unión. Creo que los romanos no la utilizaban con el sentido genérico, no el específico que nos interesa y que es el que ha quedado seleccionado en el romance. En el Corpus del Nuevo Diccionario Histórico del Español de la RAE la referencia más antigua a cópula es de principios del XIV y ya con la acepción de unión sexual. Así que ya desde la Baja Edad Media, tanto el sustantivo como el verbo, aunque éste parece usarse más raramente. Por tanto parece que copular merece ser reconocida como la palabra específica que buscamos pero ... Pero está cayendo en desuso, queda en la actualidad reservada a los documentales (y textos) de ciencias naturales o al frío lenguaje de las consultas médicas. Una palabra, en suma, excesivamente fría, higiénica, muy ajena al significado que interiorizamos del acto en cuestión. ¿Acaso alguno/a la emplea en su vida cotidiana? ¿Te apetece copular, mi amor?

Mi latín está demasiado olvidado (tampoco nunca llegué a dominarlo) así que no puedo decir con seguridad cuál era el vocablo con el que los romanos designaban la actividad sexual pero me atrevo a apostar que el equivalente a nuestro copular era su verbo coire. Coire se forma anteponiendo el prefijo co al verbo ire y, en sentido amplio, significaba ir juntos; a la batalla, por ejemplo, pero también asociarse e incluso conspirar. Pero por esos vericuetos de las evoluciones semánticas llegó a significar bien pronto copular, practicar el coito. Seguro que quienes hayan estudiado Derecho recordarán que una de los requisitos para el matrimonio en la Roma clásica era la potentia coeundi, que se traduce por haber alcanzado (los cónyuges) la pubertad pero que literalmente significa tener la capacidad de copular. El coeundi es el genitivo del gerundio, algo así como "follador". Lo curioso es que este verbo latino no ha pasado al castellano para designar la actividad sexual, aunque sí en cambio su participio –coitum– que resulta ser la forma más aséptica y precisa de referirse al acto sexual. No sé por qué, pero intuyo que en el hablar común los latinos no debían conjugar el verbo coire, les resultaría demasiado académico, algo así como a nosotros copular.

Había otro verbo latino más popular entre los romanos: futuere. Y éste sí ha pasado al romance en el campo semántico que ando curioseando pues es el antepasado del polifacético joder. Según Corominas puede rastrearse en los orígenes del idioma, primero como foder, luego hoder y finalmente, por aspiración de la h, como joder. Desde luego, futuere era palabra soez, y mantuvo incólume esa connotación en su paso al romance, incluso reforzada fonéticamente debido a la pronunciación enérgica, casi brutal, de la jota (y usándose el infinitivo como interjección desde muy temprano). Ha de resaltarse que la evolución semántica de joder ha sido inversa a la de copular: mientras esta última ha ido estrechando su significado para casi limitarlo al ámbito erótico, joder que en su origen es un término estrictamente sexual pasa a ampliar su campo semántico. El Diccionario de la RAE sigue manteniendo como primera acepción la de "practicar el coito", pero dudo que casi nadie la emplee en la actualidad, al menos en España. ¿Por qué? Ni idea pero puestos a aventurar un motivo yo diría que porque es muy fea, desagradable incluso. También puede ser porque se ha ampliado a otros significados y para esas acepciones se usa con excesiva frecuencia. Así, hoy joder es mayoritariamente molestar o fastidiar a alguien (5ª acepción) o destrozar o echar a perder algo (6ª acepción). Dejo en el aire la pregunta de por qué la evolución lingüística ha asociado tener relaciones sexuales (que en principio es bueno y bonito) con hacer daño. La retomaré en un próximo post dedicado a estos entretenimientos erótico-etimológicos.

  
No todo va a ser follar - Javier Krahe (Cinturón Negro de Karaoke, 2006)

viernes, 10 de junio de 2016

No preocuparse, ocuparse

Era uno de sus mantras, siempre a punto cuando alguien le confesaba su preocupación por cualquier asunto, el que fuera: no te preocupes, ocúpate. Preocuparse, la palabra, se forma añadiendo el pre al verbo ocuparse, así que su significado originario pudo ser hacer algo previamente a ocuparse. Ahora bien, ocuparse viene a ser emplearse en una tarea, es decir, hacer algo; de modo que no tiene mucho sentido un verbo que exprese una acción previa al hacer. O a lo mejor sí, a lo mejor preocuparse habría significado el conjunto de acciones (básicamente mentales, como en efecto lo son) previas a ponerse manos a la obra; preocuparse sería prepararse para empezar a ocuparse. Claro que la preparación no puede convertirse en una acción bastante más dilatada en el tiempo que la propia acción que se supone que se prepara, pero lo cierto es que es usual que las preocupaciones sean más duraderas que las ocupaciones que presuntamente anticipan. De hecho, en esta acepción, preocuparse y ocuparse nunca pueden ser simultáneos. De ahí que la mejor manera de dejar de preocuparse es ocuparse de lo que nos preocupa. Y a la inversa, prolongar la preocupación equivale a no ponerse manos a la obra, con lo cual estar preocupado, al impedir la actuación, contribuye a agravar la preocupación (convirtiéndola en no pocos casos en angustias paralizantes). Ergo, si preocuparse es prepararse para ocuparse, el consejo es acertado: no nos preocupemos (o sólo durante el mínimo tiempo imprescindible) sino que pongámonos lo antes posible a ocuparnos.

Otra interpretación semántica dice que preocuparse no es tanto prepararse para ocuparse sino ocuparse de algo antes de tiempo. En realidad este significado viene a ser el mismo que el anterior porque no puedes ocuparte de algo antes de tiempo (si te ocupas de algo es que no es antes de tiempo). Es decir, que como en la etimología anterior, lo único que hacemos cuando nos preocupamos de algo es darle vueltas al coco sin hacer nada. La diferencia podría estar en que en este caso no estamos cogiendo impulso para empezar a ocuparnos, ya que el momento a partir del cual podemos ocuparnos no está de nuestra mano. La sustancia de la acción (comerse el coco) es más o menos igual, pero en este caso el comportamiento es incluso más perjudicial. Y de hecho, este preocuparse (obsesionarse casi) por asuntos sobre los que no podemos ocuparnos (o, para ser más genéricos, cuyo devenir es independiente de cualquier intervención nuestra) es bastante frecuente; todos conocemos cantidad de personas –cuando no nosotros mismos– cuya principal fuente de sufrimiento es la preocupación por sucesos que aún no han ocurrido y que, además, el cómo ocurran no ha de ser afectado por ninguna acción que pueda acometer el que tanto se preocupa. Así que, si te preocupa algo que aún no ha ocurrido, no te preocupes y espera que ocurra no para preocuparte sino para ocuparte (gestionar las consecuencias). O, como mucho, si crees que tienes capacidad para influir en el devenir de ese algo que te preocupa (aunque no debería) haz lo que corresponda, ocúpate, pero deja de preocuparte.

  
Non ti preoccupare, Giulio - Simone Cristicchi (Dall'altra Parte del Cancello, 2007)

Me viene a la cabeza –inevitable– la tan conocida plegaria de la serenidad, atribuida al teólogo y politólogo norteamericano Reinhold Niebuhr (Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para distinguir unas de otras). Pues habría que convenir que esos eternos preocupados no han recibido ninguno de esos tres dones, probablemente porque tampoco los desean. Ni tienen serenidad para aceptar lo que no pueden cambiar, ya que se preocupan por ello; ni fuerzas para cambiar lo que sí podrían, ya que no dan palo al agua porque sólo se preocupan; ni tampoco, finalmente, deben saber distinguir lo que podrían cambiar de lo que no. Casi todas las personas que conozco con tendencias "preocupadoras" creo que piensan que no tienen capacidad para cambiar lo que les preocupa. En cambio, muchos de los asuntos concretos que he conocido (siempre futuribles) pertenecían a mi juicio a la categoría de los que se podían cambiar (o evitar que los efectos negativos que se temían); cuando he intentado transmitir al preocupado ese convencimiento mío, he solido encontrarme con un rechazo fatalista, revelador de una grave inseguridad o baja autoestima. Entonces, ya que crees que no puedes evitar lo que va a venir, deja de preocuparte, le decía. Y, si ya me había empezado a hacerme antipático con mi inicial empujarle a la acción, con este tipo de comentarios pasaba a ser definitivamente odioso, alguien incapaz de entender el sufrimiento ajeno: ¿acaso no es normal que me preocupe?

Lo de invocar la normalidad para validar un comportamiento o actitud nunca me ha convencido. Si me ha salido un bulto es normal que me preocupe, pon que me dice queriendo decir: cualquiera en mi situación se preocuparía; es más: cualquiera que sea normal tiene que preocuparse; y, por tanto: lo que pasa es que tú no eres normal. Y pasan los días y no hace sino preocuparse, no va al médico porque está aterrorizada, aunque al final va, y el bulto no es nada ... O es (así fue una vez, en efecto) y entonces la preocupación se intensifica hasta la angustia, y ahí sí que ya casi no se es capaz de ocuparse. Pues sí, claro que entiendo que preocuparse es la reacción natural de los humanos, nacida de un miedo instintivo. Y ya puestos, habré de confesar que me falta habilidad (¿inteligencia emocional?) para en esos momentos ayudar eficazmente a quien se preocupa (y quiero) a que pase a ocuparse (y deje de preocuparse). Naturalmente que preocuparse es tonto e inútil, que la frase que tanto gustaba a mi padre es casi siempre correcta, pero sólo diciéndola no suelen conseguirse los efectos buscados. Y es que no basta con saber lo que conviene ni tampoco con querer el bien de quien sufre, hay que saber cómo ayudar. Nunca advertí en mi padre que esta cuestión le importara. A mí en cambio sí, pese a que tiendo a comportarme de forma muy parecida a como él lo hacía. Por eso, aceptando la plegaria de Niebuhr antes citada, la completaría en mi caso pidiendo más sabiduría (empapada en caridad) pero para ser capaz de ayudar mejor a quienes quiero.

  
Worried life blues - B.B. King & Eric Clapton (Riding with the King, 2000)

miércoles, 8 de junio de 2016

Recordando a mi padre

Mi padre murió hace quince años y medio. Digo esto, de entrada, para dar cuenta del tiempo transcurrido, que no es poco. Para entonces, su carácter autoritario que tanto me rebeló en la niñez se había atenuado considerablemente, casi se diría que a partir de la jubilación había sufrido un proceso de reblandecimiento que no podía evitar que me pareciese patético (el viejo cabrón ahora se nos enternece). Supongo que el hombre que fue apareciendo al inicio de la senectud (falleció con solo setenta y dos) era tan él –y quizá más– que el progenitor exigente de mis años infantiles, inflexible en la disciplina y en el castigo. Al fin y al cabo, mi padre era un producto de la inmisericordia de la victoria franquista (tenía once años al acabar la guerra) y de unos valores que no supo matizar con el cinismo hipócrita de los que de verdad salieron vencedores. Ciertamente la jubilación –anticipada– marcó el inicio de ese proceso que me gustaría calificar de humanización, aunque sea una imprecisión forzada e injusta. En su caso, jubilarse fue obtener el certificado de inutilidad social, la declaración impúdica de que se había quedado en inexorable fuera de juego, que no pintas nada, vamos. Lo irónico fue que él mismo buscó salir de un marco laboral rutinario y alienante; sin embargo, las opciones de actividad que tenía en mente pronto se revelaron como inconsistentes fantasías.

Naturalmente, la relación con mi padre siempre fue difícil. Que yo recuerde, ya desde los trece años mi objetivo prioritario era poder largarme de casa, la casa que siempre me dejaron muy claro que era de mis padres y no mía (nunca tuve llave, por ejemplo). Por unas afortunadas carambolas, la mayor parte de mis años universitarios puede vivirlos lejos de mi familia, en una ficción de independencia que, aún así, me resultó sobradamente satisfactoria. Todo lo bueno acaba y el fin de la carrera conllevó el regreso al régimen disciplinario, por muy titulado que fuese, lo que se me hizo bastante insoportable, máxime después de haber gozado de la más impune libertad (no confundir con el libertinaje que era una de las frases tontas favoritas de aquellos tiempos de la titubeante Transición). Tampoco mis padres se veían capaces de aguantar a ese primogénito desapegado y hosco, que nada ponía de su parte (hay que ser justos); de hecho, fueron ellos quienes en una tensa conversación vespertina pusieron las cartas sobre la mesa, obligándome a adelantar la decisión ya tomada de mudarme a un piso en el centro de Madrid, pagando a medias el alquiler con un amiguete y colega de la época. Lo cierto es que fue irme de casa para que cesara la guerra. Dos años después, ensanché en dos mil kilómetros la distancia y en proporción similar mejoró la relación con mi padre.

Mejorar no significa que se creara entre nosotros un vínculo de confianza. Desapareció la hostilidad e incluso ensayamos torpemente muestras de cariño, a lo que contribuyó la inteligente y empática intermediación de la que fue mi mujer. Pero, desde luego, ninguno intentó siquiera abrirse al otro, seguiríamos siendo hasta su muerte padre e hijo, lo que implicaba una asimetría jerárquica que impedía vernos y tratarnos mutuamente como dos adultos que se quieren. A los hijos –al menos a los hijos de mi generación y entorno– nos cuesta asumir que nuestros padres son humanos como nosotros. Cuando hace unos años mi hermana me contó algunas confidencias que le había hecho sobre sus desavenencias sexuales con mi madre, mi primera impresión fue de estupor. Y es que nunca entendí de verdad la sustancia de su matrimonio, sus afanes e ilusiones: eran mis padres, seres incomprensibles, por tanto. Recuerdo unas navidades en que casi provoco un drama cuando se me ocurrió opinar que ellos no eran felices, ¿cómo podían serlo concibiendo esta vida como un "valle de lágrimas"? Quizá él, en esos últimos años de "reblandecimiento", intentó tenderme puentes, pero a esas alturas ni podía ni quería cruzarlos. Seguramente, aunque me ufanaba de haber cumplido el asesinato freudiano en su momento, no lo había hecho realmente o, si sí, el cadáver lo seguía llevando a rastras y me pesaba demasiado.

Lo cierto es que se murió de verdad y antes de tiempo, aunque nadie puede decir cuándo y para qué es demasiado pronto. Porque me temo que poco habrían cambiado las cosas entre nosotros si hubiese vivido más años. Con su espíritu, sin embargo, he sido capaz de alcanzar mayor intimidad. Probablemente porque nos vemos con bastante mayor frecuencia que cuando vivía pero, sobre todo, porque ahora él no va de padre lo que me permite no ir yo tanto de hijo. El caso es que, maldita genética, he salido en muchos aspectos bastante a él, aunque las circunstancias de nuestras vidas hayan resultados muy distintas. Por eso, ahora no me corto en preguntarle por sus historietas, quiero conocer lo que le pasó y lo que sintió ante los sucesos que le tocaron, algo que antes no me interesaba en absoluto. Y también, a menudo, me acuerdo (y me aplico) muchas de las máximas que él repetía siempre, tanto que forman parte de mis circunvoluciones cerebrales. De hecho, cuando empecé post iba a escribir sobre una de esas frases suyas que ahora es mía, pero mi padre se empeñó en cruzarse y ha salido esto. Ya la contaré en otro momento.

domingo, 5 de junio de 2016

Messina, 1908

A sus cincuenta y cuatro años, Annibale Maria di Francia era una de las voces más respetadas de Messina; mérito de su esforzada labor apostólica en los barrios más miserables y muy especialmente del amoroso cuidado de los innumerables huérfanos. Por eso Don Letterio, el arzobispo, confiaba en que su encendido verbo removiera el pecaminoso clima que dominaba la ciudad, impulsara al arrepentimiento a los habitantes de esta moderna Sodoma siciliana. O quizá fue el propio apóstol quien, impelido por la pesadillas que lo atormentaban casi cada noche, rogó al prelado que le permitiera dirigirse a sus paisanos. Lo cierto es que la homilía que pronunció en la Catedral aquel 16 de noviembre de 1905 –reproducida en los diarios de la Isla e incluso en alguno del continente– impresionó profundamente a la ciudadanía católica. Pero no fue suficiente. La insidiosa labor corruptora fomentada desde hacía décadas por masones y librepensadores había sumido el alma de Messina en la más profunda sima de indiferencia moral, insensible si no hostil, a las angustiadas advertencias de sus hijos más piadosos.

Os hablo sin medias tintas, sin reticencias, sin temores, conciudadanos míos. Yo os anuncio que Messina está bajo la amenaza de castigos divinos. La nuestra no es menos culpable que tantas otras ciudades del mundo que han sido destruidas por el fuego, las guerras o los terremotos. Debemos esperar de un momento a otro correr la misma terrible suerte. El primer motivo es que nuestros pecados reclaman el castigo de Dios. Pecado es, entre nosotros, palabra insuficiente. Los cometemos con facilidad suma, nos hemos habituado con completa naturalidad, bebemos la iniquidad como agua y así, con el ánima colmada de delitos, reímos, bromeamos, dormimos y pensamos sólo en cómo vivir mejor y seguir pecando cada vez más. Si alguna vez nos arrepentimos, se trata de un sentimiento superficial, volátil, porque enseguida volvemos al vómito cotidiano. Leamos la Sagrada Escritura, interroguemos la historia de los siglos pasados; veremos que Dios castiga no sólo en la otra vida sino también en ésta. Diluvios exterminadores, terremotos que todo lo destruyen, guerras, epidemias devastadoras, sequías y hambrunas, males siempre nuevos e incógnitos. ¿Messina tiene pecados merecedores de la ira divina? Amados conciudadanos, respondeos vosotros mismos. Aquí la blasfemia reina soberana; aquí la indiferencia religiosa abunda; aquí la usura, el hurto, los homicidios a la vista de todos, en la calle, a plena luz del día; aquí la prensa malvada; aquí los docentes ateos; aquí las supersticiones son la última moda: espiritismo, magias, sortilegios. En Messina existe la deshonestidad, convertida en la norma; existe la avaricia y la dureza de corazón, las cuales hacen que dejemos perecer a los pobres mientras gastamos dinero en inútiles bienes de lujo.

Annibale fue canonizado en 2004 por Juan Pablo II. No fueron sus dones proféticos los que le hicieron acceder a los altares católicos, aunque supongo que algo influirían. Tres años después de ese sermón Messina fue asolada por un terrible terremoto con maremoto incluido. No pocos se convencieron de que, tal como había advertido el cura amigo de los pobres, ése que andaba siempre por el miserable barrio de Case Avignone, la tragedia era muestra de la ira de Dios. Para colmo, los mesineses impíos en vísperas del terremoto se dedicaron a retar al Todopoderoso. Parece que el 26 de diciembre de 1908, un diario socialista interpelaba directamente al Niño Dios: "Pequeño Jesús, envíanos un terremoto, si tienes fuerza para ello". Al día siguiente, domingo, amanecieron en varios muros de la ciudad pintadas que declaraban "Jesucristo jamás existió". Por la tarde, se celebró un debate público que condenó la religión como superchería malsana. Para celebrar el acta de defunción, por la noche se organizó una procesión blasfema que, al llegar a la costa, arrojó al mar un crucifijo entre bromas y palabras soeces. Unas horas después, a las cinco y veinte de la madrugada del 28, durante treinta y siete segundos la tierra se sacudió furiosamente seguida de un inmenso maremoto. Más de la mitad de los casi ciento cincuenta mil mesineses pereció, el noventa por ciento de los edificios en ruinas; la más grave catástrofe natural sucedida en Europa. No se anda Dios con chiquitas.

Annibale Maria di Francia fue uno de los sobrevivientes; también resiste el sismo el edificio de su congregación, los Rogacionistas del Corazón de Jesús. El nombre de la orden viene del Evangelio de Mateo: "la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies" (Mateo 9:37-38). La mayor preocupación de Annibale, ante la impiedad de sus tiempos, era la escasez de vocaciones religiosas. Hay que suponer que, tras el terremoto, en Messina, en Sicilia, en toda Italia, renacería la religiosidad, se multiplicarían las vocaciones. No lo sé. Sí sé, en cambio, que el Estado italiano impulsó las investigaciones sobre tecnología antisísmica y se dictaron las primeras normas de esta naturaleza. La catástrofe también sirvió para crear los servicios de defensa civil. embriones de los actuales. Por lo demás, tras la tragedia, poco a poco se fue volviendo a la normalidad, incluso en la propia Messina. La interpretación del terremoto como castigo divino (de lo cual nuestro Annibale no tenía duda) ha sido traída recientemente al debate público italiano por Roberto de Mattei –un historiador católico tradicionalista– con motivo del terremoto de 2011 de Japón. Incluso publicó un libro ese mismo año (Il mistero del male e i castighi di Dio) en el cual cuenta algunos casos además del de Messina (por ejemplo, la destrucción de Varsovia durante la SGM, que fue profetizada por santa Faustina Kowalska «debido a los muchos pecados que allí se cometían, sobre todo abortos».

Yo no creo que haga falta recurrir a Dios para explicar las catástrofes. Sin embargo, a veces sí tiendo pensar que éstas –sobre todo las que están por llegar– algo, si no mucho, tienen que ver con nuestros "pecados". Lo triste es que no dejaremos de pecar hasta que el castigo sea casi definitivo, me temo.