jueves, 27 de abril de 2006

Primer balance del blog

Esto de los blogs es bastante divertido. Llegados a esta fecha, con algo más de dos meses posteando (y 31 posts posteados) se me impone un balance, intentar contestar a la pregunta inicial del blog: ¿Qué hago aquí?

Pues sigo sin saberlo, aunque me imagino que dejar constancia de mis estados de ánimo y las reflexiones tontas que se me van ocurriendo. Me vienen ideas a la cabeza y me digo que podría publicarlas en el blog; y así las veo en internet, con la ventaja del anonimato. Lo que pasa es que se me ocurren muchas más cosas que tiempo dispongo para redactarlas y postearlas.

Lo del anonimato es seguramente lo más atractivo. Se convierte en un acicate para atreverme a poner negro sobre blanco lo que pienso, sin miedo a delatarme ante conocidos. Aun así, con el blog he aprendido que mantengo un represor personal, que no me atrevo a decir todo lo que se me puede pasar por la cabeza, ni siquiera aunque sepa que nadie sabría quién es realmente la persona que lo dice. En todo caso, tampoco vaya a pensarse que se me pasan por la cabeza trangresiones tremendas.

Apostilla al párrafo anterior: tres personas conocen la dirección del blog y saben quién soy. Así que anonimato completo no hay.

Otro asunto es la vanidad. Hasta ahora no tengo apenas lectores, entre otras cosas porque no he puesto enlaces ni publicitado el blog a través de ningún medio. Sin embargo, en estos dos últimos meses he empezado a curiosear en algunos blogs (ciertamente los hay muy buenos y divertidos) y hace un par de días no me resistí a añadir un comentario a uno de los más visitados (La amante) indicando esta dirección. El resultado es que en dos días han aparecido más visitantes que casi en los dos meses anteriores. La diferencia es que estos últimos han venido a partir del enlace, mientras que los anteriores caían por aquí por pura casualidad (la verdad ni idea de cómo).

Ninguno de estos nuevos visitantes ha comentado nada, con lo cual desconozco si les habrá gustado lo que escribo o no. Y a partir de preguntármelo me he dado cuenta de que me gustaría saberlo, me gustaría establecer un mínimo diálogo con los visitantes. Eso suponiendo que pueda llamarles visitantes (entendiendo que esta categoría es algo más que despistados que aparecen por aquí).

Lo que es verdad es que algunos de los posts que he leído me han sugerido respuestas largas (no adecuadas para comentario) que podrían convertirse en un post en este blog. De hecho, hoy mismo he leído un post que me ha recordado varias conversaciones (recientes y no tanto) y reflexiones personales. Probablemente me anime a escribir sobre cómo hablamos (y callamos) de sexo.

Y una última consideración respecto a la divulgación de este blog: me da algo de vergüenza. Y eso a pesar del anonimato; será que soy bastante idiota. Quizás influya el factor edad. La mayoría de blogs que estoy encontrando (y que me llaman la atención) son de gente bastante más joven, veinte y treintañeros. Por ejemplo, aunque comparto bastante lo que ha escrito angelicah (la del blog antes citado) resulta que dice tener 22 añitos. ¡Cielos! Le más que doblo la edad. Bueno, que más da ...

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miércoles, 26 de abril de 2006

El sexo en mi crisis de pareja (I)

Escribí el texo que a continuación transcribo hace seis meses, cuatro después del primer acto de mi crisis (obviamente la crisis venía de atrás: simplemente me refiero a su escenificación). Cosas que ahora digo están empezando a cambiar ... Afortunadamente (gracias a una persona maravillosa; ella sabe quién es).

La explosión de mi crisis de pareja se escenificó en el aparcamiento de un Auditorio. Allí habíamos quedado para asistir al concierto de un grupo rockero (nostalgias de los 70). Yo fui puntual, pero ella tardaba en llegar; mientras esperaba en mi cabeza iban tomando forma varios miedos: algo le pasaba a R, diversos síntomas remitían a crisis anteriores, a las tantas crisis vividas durante una convivencia de casi 17 años.

Apareció con veinte minutos de retraso, demasiado tarde para entrar al concierto. Nada más verla me di cuenta de que estaba fatal. Abrí la puerta del coche y me senté junto a ella. A mi pregunta de qué le pasaba, me respondió, medio llorosa medio enfadada, que nuestra relación no funcionaba sexualmente, que todas sus células me rechazaban, que ella quería sentir orgasmos y conmigo no los tenía ...

En fin, tampoco me acuerdo de todas las palabras que usó, pero lo que sí aún tengo muy vivo es el tono acusatorio, de cabreo hacia mí, como de estar harta de algo que lleva sufriendo mucho tiempo y que considera que conmigo no tenía ninguna solución. Estaba muy excitada; como en ocasiones anteriores, yo procuré calmarla, tratar de razonar, pero era imposible. Repetía que sexualmente me rechazaba, que no podía estar conmigo por eso. Finalmente, nos fuimos a casa.

En ese momento pensé (y lo sigo pensando aún, si bien con más matices) que esa explosión recriminatoria sobre el sexo no era más que la apariencia de un malestar más profundo. Como en anteriores crisis, el motivo aparente siempre había sido algo que me involucraba, aunque en el fondo subyacía el problema de fondo de R, ese dolor suyo muy anterior a mí. En todo caso, pensé que hablaríamos del tema y lo enfocaríamos para encontrarle solución, sin que esa solución, como siempre, valiese para que ella se cuestionase su insatisfacción más profunda.

Sin embargo (como luego supe), a diferencia de otras ocasiones, ya entonces R estaba enamorada de A y ya había tenido un primer encuentro sexual con él. La reacción airada de R contra nuestra vida sexual (acusatoria hacia mí, como en todo) se explica mucho mejor si para entonces (mediados de junio) ya había tenido relaciones con A. Supongo que esa primera vez ella sintió mucho placer (orgasmos) y, junto al goce, se le despertaría la rabia de pensar que había perdido eso durante tantos años conmigo. El rechazo que decía sentir hacia mí es síntoma de que estaba viviendo un enamoramiento cuyas características exigen que haya componente sexual.

A la vista de cómo fueron sucediendo los acontecimientos, está claro que ya entonces R había llegado a unas conclusiones propias que me imagino que serían más o menos las siguientes:
  1. Una vida sexual satisfactoria (tener orgasmos, para ser concretos) es maravillosa y no está dispuesta a renunciar a ella.
  2. Que ella tenga orgasmos depende sobre todo del hombre, de su capacidad de supeditar su placer a que la mujer lo consiga, de su capacidad de hacerla descubrir a ella su sexualidad.
  3. Yo no tengo esa capacidad (a diferencia de A) porque he sido egoísta (no he supeditado mi placer al suyo: esperar hasta que se corra) e insensible (no he sabido descubrir su sexualidad).
  4. Por su enamoramiento sexual hacia A y su rabia hacia mí (que no le he dado esos placeres) siente un rechazo emotivo y sexual a estar conmigo (soy el enemigo).
  5. Además, está convencida de que yo nunca podré dejar de ser egoísta e insensible y, por tanto, nunca podré darle orgasmos.
Estas conclusiones, como todas las convicciones de R, seguramente no habrán sido explícitas en el plano consciente. Estoy diciendo con palabras (haciendo visibles) lo que serían sensaciones confusas y que ella, ni entonces ni ahora ni casi nunca, gusta de sacar de sí, para enfrentarlas analizarlas, discutírselas. Le basta con sentirlas, porque su función psicológica es la de analgésicos que calman eventuales ansiedades, que tranquilizan la conciencia al justificar y legitimar lo que vive. Pero en todo caso, estas reflexiones no son de lo que quiero hablar; baste decir que creo que acierto y que esas conclusiones sistematizadas ahora por mí eran sus íntimas convicciones.

¿Cómo era nuestra vida sexual? Desde luego, poco satisfactoria; y ambos lo sabíamos. Durante los primeros años de nuestra relación hacíamos el amor con bastante frecuencia (varias veces a la semana). Según me ha recordado R recientemente, ya una de las primeras veces que nos acostamos yo me corrí demasiado pronto y ella me dijo: ¿ya ...? En esa primera etapa, hacer el amor era una actividad muy cariñosa entre ambos. Estoy convencido (así lo recuerdo, aunque los recuerdos pueden ser engañosos) de que ella se sentía muy a gusto, sentía placer, aunque nunca llegó a correrse. Lo que es cierto es que empezamos mal en cuanto a comunicación y así seguimos. Ella no me decía nada sobre lo que quería o sentía y yo tampoco me animaba a preguntar.

En mi caso, esta aparente timidez se debía a que siempre he estado acomplejado respecto a mi capacidad sexual. Supongo que mucha culpa de ello la tiene mi educación en un colegio del Opus, con la perversa satanización del sexo. Pero da igual; el caso es que tener relaciones sexuales nunca (ni siquiera hoy) ha sido para mí un acto natural, en el que pudiera sentirme relajado. Siento que estoy pasando un examen, que me están juzgando. Y yo, que en los exámenes de verdad casi nunca he estado nervioso, cuando estoy con una mujer sí lo estoy. Y por más que, en el plano intelectual sé lo que me pasa y lo idiota e injustificado que es, no puedo lograr la relajación necesaria para, con naturalidad, disfrutar (y hacer disfrutar) del sexo.

Por eso mis primeros polvos con casi todas las mujeres que he estado han sido siempre muy inferiores a los siguientes. La relajación la voy consiguiendo a medida que voy sintiendo confianza (y cariño) hacia mi pareja sexual. He envidiado toda mi vida (y supongo que lo sigo haciendo) a esos hombres (¿la mayoría?) que tienen una sexualidad instintiva, natural; que están seguros de ella (de que van a funcionar) de la misma manera que un perro no duda cuando se monta a una perra. P era de esos; ofrecía sexo con la mayor naturalidad y con la mayor naturalidad muchas mujeres se lo aceptaban (y parece que quedaban satisfechas con él). Una vez, quedamos con dos chicas a las que apenas conocíamos. Tras tontear y caldear el ambiente con bromas e indirectas nos fuimos los cuatro a su piso. Una vez allí, P propuso que hiciéramos una orgía. Los cuatro en el salón empezamos a besarnos y acariciarnos, cambiando de pareja a cada rato. En un rato estábamos todos desnudos; P con una erección considerable y yo con el pito acoquinadillo. P y una de las chicas (ya ni me acuerdo de su nombre, aunque era la que más me gustaba de las dos) empezó a follar, mientras nos animaba a nosotros a hacer lo mismo. Yo me sentía fatal y le propuse a la otra (se llamaba Esther, de su nombre sí me acuerdo) que nos fuéramos a un dormitorio. Pero ni por esas, gatillazo absoluto. Al cabo de un rato me fui y la otra chica me pidió que la llevara a su casa, mientras Esther se quedaba con P. Al día siguiente P, medio en broma medio en serio, me recriminó que hubiera echado a perder la orgía y que le hubiera "obligado" a tener que follarse a Esther, que se había quedado con ganas.

Lo anterior es sólo un ejemplo de situaciones que no han hecho sino aumentar mi inseguridad sexual. Esta inseguridad ha ido condicionando mi forma de acercarme a las mujeres, de ligar. Me gustaba una chica y, a mi propia timidez básica, se unía el miedo al rechazo en todas las fases del acercamiento, pero especialmente si llegábamos a acostarnos. Como además me correspondía normalmente a mí tomar la iniciativa (nuestra educación machista) el miedo y el no atreverme eran mayores. Supongo que, como consecuencia, mis tácticas de ligue siempre se han basado en el engatusamiento de la mujer mediante la palabra, en producirle una cierta admiración hacia lo inteligente, ingenioso, sensible que soy. Creo que, en el fondo, lo que buscaba es que ese arrobamiento que ella sintiera hacia mí sirviese para disimular u ocultar mi poca pericia sexual.

Y, por supuesto, también ese complejo hacía que insistiera, directa o indirectamente, en que lo importante no era el sexo, sino el cariño. En que para mí, la relación sexual en sí misma no era sino la expresión, en el plano físico, de una comunicación íntima. Y ciertamente, en varias ocasiones ha funcionado. Porque además, esa forma de acercarse al sexo, despierta mucha ternura en las mujeres y les permite no valorar críticamente los aspectos puramente físicos, compensar las carencias que pudiera haber en cuanto a la consecución de placer.

Además, nunca me he considerado atractivo físicamente (de hecho, sé que no lo soy) y también he envidiado a los "tíos buenos" que son deseados a priori, al margen de su simpatía, su inteligencia, su sensibilidad.

Así que, en resumen, desde prácticamente mi adolescencia me he sentido muy acomplejado en estos aspectos; complejo que probablemente he compensado con una exacerbación de mi seguridad en otros (lo cual, tampoco ha sido muy acertado, pero eso es otro asunto). Y, sin embargo, siempre he querido acostarme con "tías buenas", lograr que me quisiesen porque les daba placer, que les gustase físicamente. Pero nunca he creído que me podrían querer por eso. Porque por más que muchas mujeres con las que he estado me han querido, siempre me quedaba la duda de que se "conformaban", que al final preferirían a otro más guapo, más atlético, con más capacidad sexual. Envidia hacia los P de este mundo que, llegado el momento, se bajan los pantalones y entran en acción. Recelo hacia tantas mujeres que quitan importancia a esos aspectos y hablan de los valores más "puros" (la honestidad, los sentimientos, la comunicación).

Lo anterior no quiere decir que mi manera de actuar con las mujeres, tanto en el ligue como en la cama, haya sido solamente una táctica premeditada como respuesta a mi complejo. Ciertamente, creo lo que digo, y pienso de verdad que el sexo es una expresión más, maravillosa, de una comunicación afectiva. Y mis mejores polvos, tanto los reales como los que imagino ideales, siempre han sido cuando se ha unido el cariño y la afectividad con las caricias, los besos y la cópula. Pero aunque sea verdad, también lo es que hay parte de impostura, sólo que ya tan arraigada en mí que casi ni lo es. Pero no por ello he dejado de pensar a veces cuánto me gustaría ser capaz de tener sexo con esta mujer, sin necesidad de comerme (y comerle) el coco. Simplemente, hacer el amor porque a los dos nos apeteciese, sin complejos, para darnos placer mutuamente. Eso casi nunca ha ocurrido.

Bueno, todo este rollo para explicar(me) cómo soy respecto al sexo, mi inseguridad en las relaciones íntimas con las mujeres. Antes de conocer a R, salí con una chica llamada E que era extremadamente desenvuelta y habladora en el sexo. Con ella aprendí mucho sobre las mujeres, sobre darles placer. E no se cortaba, me guiaba, me reclamaba correrse, sabía cómo aprovecharme. Hablamos y follamos mucho durante los apenas 4 o 5 meses que estuvimos juntos; siempre que podíamos íbamos a mi piso, a mi cama sin somier (sobre el suelo). Follar era divertido, una especie de fiesta. Nunca más he tenido una relación parecida.

Cuando empecé a salir con R, enseguida empezamos a acostarnos con regularidad. Ciertamente, yo no ponía mucho entusiasmo; seguramente por dos razones. La primera afectiva: en esos momentos habría preferido estar con otra persona. La segunda que, aunque R me gustaba, tampoco era el tipo de mujer que físicamente me atraía mucho. A este segundo motivo se le debió sumar, por un lado, un cierto sentimiento de culpabilidad porque sabía que estaba enamorada de mí y yo no de ella y, por otro, que ella tampoco se comportaba demasiado bien en la cama.

El caso es que, ante un inicio de relación tan dubitativo por mi parte (y como reflejo supongo, también por la suya) se fue imponiendo un patrón de comportamiento sexual poco comunicativo, que ya se mantuvo hasta el final. R me dejaba que llevara la iniciativa y hacía poquísimos tanteos exploratorios y siempre de forma muy tímida. Yo más o menos lo mismo. Sin embargo, en una primera etapa (al menos durante los 4 o 5 primeros años), supongo que a R su enamoramiento le compensaba las posibles carencias orgásmicas. Además ella lo pasaba bien, disfrutaba, aunque no llegara hasta donde debía haber llegado. Por otra parte, nunca antes había tenido orgasmos, así que le faltaban referencias, imagino. Por último, ella misma desconocía lo que le pedía su cuerpo, sus ritmos, las partes más sensibles, etc: nunca, por ejemplo, se había masturbado.


... ¿continuará?

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lunes, 24 de abril de 2006

La belleza de tu rostro (de tu alma)

Hoy, en un blog, he encontrado esta frase: "La belleza de una mujer no está en su ropa, ni en su figura, ni en su peinado. La belleza de una mujer debe brotar de sus ojos, porque ellos son las ventanas hacia su alma, el lugar donde reside el amor".

Y, obviamente, la frase me ha llevado a pensar en ti. A pensar (obviamente) en tus ojos cuando hacemos el amor. Desde tus ojos se transforma toda tu cara y el resultado es la belleza. Eres tan bella en esos momentos, tan bella que no se me ocurren palabras para expresarlo.

Recuerdo tus otras muchas caras; mejor dicho, tu cara en tantos otros momentos en que no hacemos el amor. Me gustas, me gusta tu cara, me gustan tus rasgos, tus expresiones ... Eres guapa; como tú misma dijiste: "no estás nada mal" y eso aunque veas defectos individuales que pese a todo no impiden un buen "conjunto".

Pero cuando haces el amor en tus ojos hay una mirada mágica que quiero creer que brota de tu alma enamorada. Y esa mirada convierte tus ojos en pozos de profundidad infinita y mágica, en imanes que me absorben y me transportan. Y toda tu cara es otra, aun siendo la misma. Y eres bellísima, trascendentalmente bella.

Mirándote mientras nos abrazamos, mientras nos unimos, siento que nuestras almas se mezclan, como si la mirada fuera el canal que las enlaza. Y siento que ese canal nos sujeta fuera de nuestros cuerpos mientras éstos danzan con vida propia, ahogándose en placer. Y ese asidero que me colma de felicidad, de abandono en paz, es la belleza de tu rostro. Será que es tu alma la que veo, a la que me abandono.

Hay otra frase, esta muy manida, que dice que la belleza está en los ojos del que mira. Si así fuera, la belleza de tu rostro haciendo el amor te la estaría dando mi mirada enamorada. No lo creo, a tanto no llego. Admitiría que puedo aportarte algo, pero la mayor proporción tiene que venir de tu alma.

No soy (no he sido) capaz de expresar bien lo que quisiera decir; seguramente, a lo resbaladizo del tema se le suma mi asombro maravillado que me impide entender (y mucho menos explicar) el fenómeno que vivo contigo cuando hacemos el amor, la sorpresa deliciosa de tu transformación mágica, de tu belleza inenarrable. Y sólo sé que es amor lo que te embellece toda ... Lo sé porque lo recibo y me siento muy feliz. Pero no puedo expresarme mejor, y ya me gustaría.

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Fantasía erótica

Has llegado a mi casa. Tocas el timbre y te abro. Sí, habíamos quedado a esta hora, ya me habían advertido desde la inmobiliaria. Disculpa que la casa esté desordenada; pasa, te la enseño.

Eres una mujer atractiva. Expresión simpática, media melena castaña y rizada, ojos grandes, con mirada de asombro y un punto pícaro en el fondo. Me gusta mucho tu cuerpo y la ropa con que lo envuelves. Botas negras, falda gris que se abre lateralmente en ambas piernas y se prolonga en un pero con tirantes, bajo éste una camiseta negra moldeada por dos pechos "muy bien puestos".

En el umbral, me miras un momento que se me hace largo. Tus ojos se hunden en los míos y creo entender frases distintas al saludo anodino de tu voz. El sonido de tu voz, sin embargo, recubre esa mirada breve. Noto una descarga de erotismo, siento por un momento un mareo extraño. Me esfuerzo en volver al presente mientras me aparto para que pases. Cuando lo haces, te miro el culo e intuyo que te estás dando cuenta; intuyo también que sonríes.

Caminamos por el pasillo. Vas delante como si ya conocieras la casa. Ignoras la cocina y sigues hacia el fondo. Tu mano se posa en el picaporte de la puerta del dormitorio principal. Nueva mirada taladra mis ojos, ahora interrogativa. Es el dormitorio; ya, ¿puedo?; claro, adelante. Sonríes y abres; te sigo y noto el desasosiego de la excitación, mi pene presiona la entrepierna. Rodeas despacio la cama, repasas sus bordes con un dedo y luego, despacio, lo llevas a tus labios entreabiertos. Es un instante sólo, pero en ese instante tus ojos vuelven a clavarme y descubro en ellos una profundidad misteriosa.

De golpe te sientas en la cama, casi te dejas caer pero, pese a lo inesperado del movimiento, parece que es a cámara lenta. En un momento congelado veo tu culo rebotar en el colchón, tus botas separándose del suelo y volviendo a apoyarse, tus piernas abriéndose y la falda gris deslizándose hacia arriba, las rodillas temblando. Vaya, dices, es cómoda. ¿Vendes también los muebles?

Pienso que no quiero venderte la casa, pienso que no quieres comprarla. Tus ojos me marean, la erección es casi dolorosa, trato de sobreponerme: sí, los muebles van incluidos; ¿quieres ver la sala? Tiene unas vistas estupendas.

Te levantas despacio y vienes hacia mí, me rozas al cruzarte y sé que estás sonriendo. Te cojo la mano, noto una sacudida, aprieto un instante y enseguida la suelto. Sigues caminando y doblas por el pasillo; llegas a la sala y con absoluta seguridad te sientas en el sofá. La espalda recta y las piernas juntas; me miras desafiante, como esperando.

Me acerco a ti. Estoy de pie junto a ti, casi pegado. Siento en mis piernas el calor de tu cuerpo. Nos miramos callados; son segundos inflados de tiempo. Comienzo a doblar las rodillas para sentarme a tu lado y tú abres la boca; parece que vas a hablar. Me siento; lo hago en silencio, mientras te miro, mientras tú me miras. Tu mirada, como toda tu postura, es serena y profunda, pero a la vez me llama en un silencio estruendoso.

Sin dejar de mirarte coloco las manos en tus hombros; tus ojos se dilatan pero tus labios apuntan una sonrisa. Tu mirada, como toda tu postura, es serena y profunda, pero a la vez me llama en un silencio estruendoso. Oigo tu voz: yo vengo a ver la casa. Desde los hombros empujo tu espalda hasta el respaldo del sofá. Mi cuerpo se inclina hacia el tuyo, mi boca se acerca a la tuya, nuestros alientos se mezclan, nuestros ojos siguen buceándose mutuamente, ajenos y protagonistas a la vez. Calla, te digo.

Te beso. Mi boca se abre sobre la tuya y siento tu aliento que me invade. Es un beso ansioso y profundo. Tus ojos se cierran y tu cabeza cae hacia atrás. Imagino que todo lo que fluía desde tus ojos me está entrando desde tu boca. Cierro yo también mis ojos y concentro mi atención en ese aliento denso y sabroso, tan pleno de sabores, de sensaciones. Ese aliento tuyo (¿o es la mezcla de los dos?) va recorriendo mi cuerpo, insuflando mis células, erizándome desde dentro. Ese aliento tuyo va despertando una a una todas mis terminaciones nerviosas, va cargando de placer cada uno de mis poros, va excitando con mágica electricidad mis conexiones sensoriales.

Tus brazos, que colgaban junto a tu cuerpo, se mueven; tus manos empujan levemente mi pecho, insinuando un rechazo, el amago de apartarme. Pero tu boca sigue absorbiéndome e insuflándome. Mis manos cogen tus muñecas; las aprieto y abro tus brazos, separándolos de mi pecho. Abres los ojos, sorpresa en tu mirada, pero no hay reproche. Llevo tus brazos por encima de tu cabeza y sigo apretando tus muñecas. Con esfuerzo me obligo a separar mi boca de la tuya, alejo mi cara, te miro.

Así que querías ver la casa, te digo, mentirosa, tú lo que quieres es follar. A mis palabras responde una convulsión de tu cuerpo, arqueas de golpe la cadera, intentas desasir tus muñecas. Presiono mis brazos venciendo hacia atrás los tuyos, encajo mi ingle sobre la tuya, te dejo notar mi peso. Entreabres los labios y en los ojos brilla con mayor intensidad aun esa mirada magnética, de profundidad marina. Siento el deseo estallando en mi cabeza, mi boca se precipita a sumergirse en la tuya.

Me muerdes la parte de dentro de mi labio inferior y noto el sabor de mi sangre. Aprieto con furia mi boca y mi lengua empuja hacia el fondo la tuya. Siento la succión de tu garganta que busca aire y encuentra mi aliento cálido y pesado; la nariz se te dilata y tus ojos se agrandan. Tu cuerpo, todo tu cuerpo, vibra electrizado, desde cada uno de tus poros parecieran surgir descargas de deseo transformado en energía. Esa energía va a confluir en tu ingle que presiona la mía. A través de tu ropa noto tu coño colocándose contra el tronco de mi polla y empujando. Es una presión intensa ... y eléctrica.

Junto tus manos y sujeto ambas con la mía izquierda. Mi mano derecha, liberada, baja uno de los tirantes y se posa sobre la teta. La aprieto, la sopeso, la repaso, la moldeo, la acaricio, la estrujo, la pellizco. Cada movimiento de mi mano es respondido con un nuevo impulso de tu ingle, con una nueva aspiración de tu boca. De pronto, sin que yo lo decida, mi mano se cierra sobre el cuello de tu camiseta negra y tira hacia arriba, subiéndotela sobre la cara, pasándotela a lo largo de los brazos, arrancándotela del cuerpo. En un momento te veo desnuda bajo el peto, las tetas al aire, hermosísimas; tu piel enrojecida, brillante, vibrante ...

Arqueas hacia atrás la cabeza y mi boca, separada de la tuya, se lanza sobre tu cuello. Lo saboreo despacio: beso suavemente la zona central y luego voy esparciendo los besos con lengüetazos a cámara lenta (cada lengüetazo es un desperezar la lengua despacio, estirarla hasta que el máximo de su superficie contacte con tu piel, dejarla pegada en cada posición durante un instante eterno y a la vez sin ruptura temporal con el siguiente, que cada papila se adhiera como ventosa a uno de tus poros ...). Ahora la lengua se esconde y los labios pellizcan un lateral de tu cuello, pinzando trocitos de piel y soltándolos para pinzar otro al lado. Y entre le piel encuentro el cartílago, y los labios se entreabren y son los dientes los que muerden, apenas un cachito, apenas un pinchazo. Pero se enrojece ese trocito de piel y tu cuerpo se revuelve de golpe.

Y con ese golpe convulso liberas tus muñecas prisioneras y coges con fuerza mi cabeza para apretarla entre tus tetas. Y yo entonces te sujeto también tu cabeza e inhalo con fuerza el aroma profundo de tus pechos, mientras mi boca encuentra uno de tus pezones. Chupo, succiono, jugueteo con la lengua, lo envuelvo con la boca abierta hasta que me duele, vuelvo a chupar, ya más despacio, de mil maneras. Y mientras atiendo a ese pezón orgulloso obedeciendo la presión de tu mano en mi cabeza, la otra mano tuya comienza distraída a pasear por mi espalda, tus dedos sobrevuelan, apenas acarician, mis vértebras, dan saltos hacia las costillas, esbozan círculos sobre los riñones. Y cada caricia sutil es una descarga de placer que me recorre todo y acaba en la polla, cada vez más dura, cada vez más tensa.

No aguanto más. Vamos a la cama, te digo, pero no contestas. Me separo de ti y te miro, tus ojos están velados por esa expresión enigmática pero siguen siendo mares profundos que me imantan. Te veo la cara y me parece que te cambia, que eres tú y no eres, me cuesta enfocarte. Tus labios entreabiertos, las ventanas de tu nariz dilatadas, tus mejillas enrojecidas; es el rostro bellísimo de una diosa. Tus brazos se cuelgan de mi cuello y quieren atraerme de nuevo; al mismo tiempo, tus piernas se enroscan en torno a mi cadera y tu coño se oprime más aun en torno a mi polla. No me dejo caer de nuevo; lo que hago es enderezar mi espalda y agarrarte por lo hombros. No sé cómo no pierdo el equilibrio, pero en un instante estoy de pie contigo enroscada a mi cuerpo.

Ha sido tan rápido que quizás no te lo esperabas. Abres las piernas y, sujetándote a mis hombros, las dejas caer hasta apoyarte en el suelo. Me miras insultante y te das la vuelta, como si fueras a irte. Te sujeto por el cuello con una mano y noto de nuevo la energía de tu cuerpo. Déjame, dices, me voy. ¿Dónde crees que vas, puta? Te empujo despacio pero firmemente hacia adelante y tus manos se extienden para apoyarse en el respaldo del sofá a la vez que empujas tu culo hacia mi polla. Mis dos manos, rápidas, bajan tu ropa que cae al suelo entre tus piernas, tiran de tus bragas hasta debajo de las rodillas. No sé cómo, al mismo tiempo, mis pantalones y calzoncillo también han caído, mi polla está empujando entre tus nalgas.

Mueves el culo de arriba abajo, enseñando el camino, jugando con mi polla, aprovechándola para que roce los labios de tu coño, para que frote el botón erecto de tu clítoris. Yo apenas me muevo, mi polla se deja llevar por tus movimientos y apenas le aporto breves impulsos. Siento que es tuya, que eres tú quien sabe lo que ha de hacer con ella; mis manos, entre tanto, se cierran sobre tus tetas, mis brazos aprietan tu cuerpo. De pronto, con un golpe de caderas, tu vagina, como si fuera una boca, se cierra sobre mi polla y la succiona suavemente. Empujo sintiendo una ligera resistencia, el frotamiento de unas paredes estrechas que van abriéndose. El placer es inmenso; quiero llegar hasta el fondo, dondequiera que esté.

Y llego; siento que he llegado, que estoy muy adentro tuyo. Que no sólo es mi polla la que está adentro, sino todo yo, como si a través de mi polla se estuviera pasando lo que llevo dentro, como si estuvieras chupándome y robándome, vaciando mi envoltorio. Pero ese vaciarme es placer intensísimo; y me aprieto con todas mis fuerzas a ti, oprimiendo mis caderas, estrechando mi abrazo, hundiendo mi boca en tu cuello.

Desde esa posición de apretada soldadura, inicias un vaiven desde el interior de tu coño. Siento como mi polla es exprimida y expandida, succionada y amasada, bombeada hacia adelante y hacia atrás. Sin pensarlo siquiera, mi cuerpo reacciona moviéndose a tu compás, como si fuésemos una misma máquina, un mismo organismo sincronizado. Los vaivenes son cada vez más intensos, cada vez más rápidos, cada vez más largos. Llevamos ya un rato largo apretados y follando (el tiempo pasa con otra medida); mi polla sale y entra con la seguridad de quien conoce el camino de siempre, tu dedo frota tu clítoris, tu cuello danza despacio bajo mi boca, tu corazón (y el mío) palpita profundo bajo mis manos.

Y hay una explosión, un derramarse ambos dentro, sin que podamos discernir quién es quién. Noto las contracciones de tu coño en mi polla mientras se convulsiona. Oigo mi grito sordo mezclado con un jadeo tuyo y me parecen ajenos. Siento todo mi cuerpo que se disuelve, que piezas de dentro se rompen en añicos, que mis piernas apenas me sostienen. Y el placer, que ha llegado hasta el nivel de lo insoportable, empieza a desparramarse como si fuera agua que se desliza desde la cabeza a los pies, dejándote mojado y limpio, cansado y satisfecho ...

Muy despacio nos separamos. Me dejo caer en el sofá, el culo desnudo, la polla fláccida y goteante. Te miro sin entenderte, si entender lo que ha pasado, sin todavía ser capaz de asumir la intensidad de las sensaciones que he vivido. Tú, en cambio, sigues de pie, apoyada contra el respaldo del sofá. También muy despacio te enderezas y luego te acuclillas. Te subes las bragas y el vestido, te ajustas la camiseta, te alisas el pelo ... Luego me miras; es la misma mirada larga y profunda del primer saludo. Creo que no me interesa tu casa, dices. Y acto seguido caminas hacia la puerta. Yo, sentado, veo como te vas.

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martes, 11 de abril de 2006

Besos de chocolate

He estado buscando en Internet "besos de chocolate". Hay demasiados resultados, pero ninguno coincide exactamente con lo que imagino.

En varios foros muchos participantes se despiden enviando “besos de chocolate”. Así que debo suponer que es una expresión común, hasta cierto punto y en ciertos ámbitos (creo que en la zona México-Caribe, aunque a lo mejor me equivoco).

Los "besos de chocolate" son también un dulce, creo que de la repostería mexicana. He encontrado varias recetas con el mismo nombre aunque no todas idénticas. Esta es la que más atrayente me ha parecido

En la misma onda descubro una noticia que informa de que la cantante Thalía cede su imagen a la empresa Hershey's para comercializar unos pequeños bombones llamados "besos de chocolate". Tienen forma de labios en miniatura y son de chocolate cubierto por azúcares de diversos colores.

Acercándose algo más a nuestros descubrimientos eróticos, encuentro en una web venezolana otra receta; pero ésta para preparar una barra de labios que posibilita dar besos con sabor a chocolate ("tono satinado y agradable aroma").

Están también las referencias a los embadurnamientos en chocolate. Para masajes, pero también para ir besándote poco a poco, lamiendo tu piel toda ella con sabor a chocolate.


En este último sentido habrá que seguir buscando. Obviamente nos metemos en el terreno de la literatura erótica. Entre tanto, mientras comprobamos si podemos patentar nuestra experiencia, sigo reteniendo en la boca el sabor de la chocolatina compartida, de la intensidad gustativa de nuestras dos lenguas, del dulzor amargo que se escapó de las bocas y se volvió viajero ... ¿te acuerdas?

He de escribir un relato erótico.

PS: El chocolate es rico en feniletilamina, sustancia que libera el cerebro enamorado aumentando la energía física y la lucidez mental. Hacer el amor con chocolate debe pues intensificar el enamoramiento.

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lunes, 10 de abril de 2006

Tarde de dolores

Al poco de dejarte empezó a intensificarse el dolor de cabeza. Bajaba conduciendo por la autopista y el sueño me atenazaba. Sentía que los ojos se me cerraban; me asusté incluso: a ver si iba a tener un accidente. Pero llegué a casa, a una casa vacía. Tecleé un mensaje desde la cama, con la persiana baja; la cabeza palpitaba.

He dormitado casi toda la tarde. El dolor remitía y volvía a ráfagas. En los mejores momentos sólo estaba esa especie de mano fantasmal sobre la frente y la sensación visual del cerebro como una esponja apretada. A ratos pensaba en ti, sin mucha lógica, entre sueños sin estar dormido ... Pensaba en que, efectivamente, no es posible. Y sin embargo es. No sé el qué, pero es.

Probablemente sea algo que estemos haciendo los dos desde nuestros deseos. En mi caso, seguro que también desde mi miedo. Todo se me ha ido desmoronando. Sé que así ha de ser, que es bueno que así sea. Pero, no obstante ...

Te necesito. Quizás (es hasta probable) lo que necesite es cariño, apoyo, comprensión, alguien con quien vaciarme, que me ayude a recoger mis añicos, que me deje mostrarme aun a mi costa ... Y necesito tanto a ese alguien que me estoy aferrando a ti. Quizás. Pero ahora no puedo estar seguro de nada.

Y no quiero darle vueltas a todo esto. Sólo quiero vivirlo, si es que todas las circunstancias que me rodean lo permiten. Han ocurrido cosas mágicas ... ¿Qué importa si son lógicas, si son posibles?

En otro momento de esta tarde silenciosa he tenido un sueño de muerte. Y me he llenado de ansiedad, todo mi cuerpo se ha tensado, el estómago y el cerebro palpitaban fuerte y dolorosamente. No quería escribir este mensaje, pero es que a esta hora última de la tarde me han agarrotado premociones tristes. Me he dado una sesión de reiki y he mejorado un poquito; sólo un poquito.
Que todo sea "psicosomático". Que pueda sentirme bien físicamente. Que las sensaciones que me has regalado sean mucho más que treguas.

CATEGORÍA: Mis estados de ánimo
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martes, 4 de abril de 2006

Hacer daño

Te relacionas con otros. Buscas afectividad: dar y recibir cariño. Y van apareciendo vínculos entre ambos. Uno mismo los siente.

Quieres (debes) ser honesto. Actuar rectamente, sin torcimientos ni ocultamientos. O mejor, ser lo más honesto posible, porque la honestidad no es un estado dicotómico, sino una escala.

No quiero pensar hacia dónde va esta relación, menos preocuparme por si tiene futuro o no. ¿Qué es el futuro de una relación? Ser una pareja, estar juntos el uno y la otra, quererse mutuamente, quererse exclusivamente (exclusivos, al menos, en ese amor especial). No lo sé.

Más sencillo que todo eso. ¿Debe uno prever, cuando empieza a relacionarse con alguien, si la relación tiene futuro? Y si se lo pregunta y piensa que no, que no lo tiene ... ¿debe abstenerse de iniciarla para evitar que esa relación haga daño, a uno mismo o al otro? Hoy y aquí respondo que no, que uno no debe uno ni siquiera hacerse esas preguntas.

Hacerse esas preguntas es orientarse hacia el desamor, es una barrera de miedo que impide vivir, es un trampolín a la falsedad (la honestidad hace daño).

¿Tan difícil es aceptar que yo estoy aquí y ahora contigo porque quiero estar contigo, porque aquí y ahora te quiero, de la forma que te quiero aquí y ahora, y porque creo, siento, que tú aquí y ahora me quieres y quieres estar conmigo? Sí es difícil, pero es necesario, es imprescindible justamente para que ese aquí y ahora se dilate en el tiempo y en el espacio.

La relación será "eterna" al final; es decir, lo habrá sido. Porque si la vives preocupado por lo que durará, si es sincera, si el amor es cómo debe ser... no la estás viviendo; estás simplemente proyectando en esa relación tus miedos, ensombreciéndola con lo que crees que le falta (tus propias carencias) y condenándola a muerte.

Y si el otro nota esos miedos en ti, justamente porque te quiere bien, para evitar hacerte daño, dejará de ser honesto, opacará progresivamente la transparencia que quizás hubiera entre ambos. Y esa ocultación va poco a poco erosionando el propio amor que el otro te tiene; el otro empieza a perder la alegría de amarte; su cariño deja de fluir con esa efervescencia despreocupada de antes.

Hablo de algo que he vivido. Me estoy refiriendo a "calcular" cómo debe uno comportarse ante el otro, qué decir, qué mostrar, cuándo y cómo hacerlo, cuánto ... Me estoy refiriendo a condicionar la comunicación con el otro a nuestras "expectativas" sobre cómo va a recibir nuestro mensaje. Un componente fundamental de esas expectativas castradoras de nuestra afectividad es el miedo a hacer (o a hacernos) daño.

Podemos fingir la expresión de nuestros sentimientos para ir llenando las expectativas del otro; incluso para llenar las nuestras (la deshonestidad más habitual es hacia uno mismo). Pero ese fingimiento nos irá desgastando el brillo de la ilusión. Y por no hacer daño nos quedaremos sin amor.

Así que, simplemente amemos, que equivale a querer el bien del otro (nunca querer hacerle daño). Pero no graduemos la expresión ni el fluir de nuestro amor por el miedo a hacer daño. Sin llegar para nada al extremo poético de Sabina (los amores no matan), amemos sin preocuparnos por el daño.

PS: La canción a la que me refiero es "Contigo". A continuación en la versión de Niña Pastori.


Contigo - Niña Pastori (Entre todas las mujeres, 2003)


CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
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sábado, 1 de abril de 2006

Sobre Eduardo Galeano

Hoy es sábado por la mañana y estoy reordenando escritos viejos. Repaso viejas cartas a Laura; en este caso, del 23 de septiembre de 1994. Le hablo de Eduardo Galeano y lo que dije entonces se me vuelve a la cabeza porque acabo de terminar su último libro. Así que no me resisto a publicarlo en este blog absurdo.

Como regalo de cumpleaños (trigesimoquinto ya), R consiguió unos libros que hacía tiempo andaba buscando para mí. Tres volúmenes de Eduardo Galeano, escritor uruguayo (Montevideo, 1940), periodista molesto que se exilió en Argentina en 1973 y cuatro años después en España. Yo le conocí en Perú a mediados de los setenta por Las Venas Abiertas de América Latina (¿el primero suyo?) cuya lectura he recomendado con fervor a todos en quienes notaba un interés bienintencionado hacia América Latina. Es un repaso a la historia americana estructurado desde el enfoque marxista; pero el armazón riguroso y coherente se vivifica -algo poco usual en los textos materialistas- con multitud de relatos de gentes y lugares con nombres propios, a modo de ejemplos palpables de las formas y permanencias de la explotación. Por eso, creo que es acertada la reseña de un periodista peruano que aparece en la contraportada del libro: Bajo una red de datos económicos y sociales, el autor empina anécdotas rutilantes en este reportaje-ensayo-mural-obra de artesanía asmirable que ensambla géneros que andaban dispersos; la historia económica, el relato vital ... Más contundente fué Heinrich Böll en su opinión: En los últimos años he leido pocas cosas que me hayan conmovido tanto. Y esta última cita viene a cuento para señalar lo que cualquiera con mínima sensibilidad hacia América (¡y no debemos admitir la apropiación yanqui del nombre!) recibirá de Las Venas ...: enorme dosis de amor comprometido que no puede dejar indiferente. Así lo cuenta el propio autor en el apéndice a la edición que me compré a principios de los ochenta en Madrid, diciendo que el libro había sido escrito para conversar con las gentes y que -siete años después- las respuestas más estimulantes no le habían venido de las reseñas de los diarios sino de algunos episodios reales ocurridos en las calles. Por eso, concluye, se sintió alegre al comprobar que no había escrito un libro mudo. Yo estoy de acuerdo, lo estuve desde el primer encuentro, y por eso he venido recomendándolo: en Perú, con el mayor entusiamo de los veinte años escasos del que además vive (y no sólo está) en la América protagonista; en Madrid, vuelto y advertido de la poca verdad vital de la cacareada hispanidad (el sudaca basureado versus el modelo europeo); y luego cada vez menos, porque el entusiamo decrece y América la vas alejando. A pesar de ello queda el piloto automático que a veces se enciende aunque no sea más que para cabrearme (ejemplo: el fastuoso cinismo oficial del quinto centenario); pero también suena la alarma para recordarte que tienes que volver a encontrarte con Galeano, y que lo de menos es el plazo que transcurre porque sabes que ambas citas son siempre en el mismo presente.

Total, que en alguna ocasión había leido algo sobre Memorias del Fuego y tintineó el piloto y comentario a R. Hago un aparte: me acabo de levantar y le he preguntado a R; respuesta: al poco de conocernos (1989) lo vimos juntos en uan conocida librería chicharrera y yo le dije que tenía que comprármelo pero era muy caro. Esa fué la primera vez que le solté a R el rollo laudatorio sobre Las Venas. ..., el cual -a medida que aumentaba la densidad de nuestra convivencia (y simplemente porque ello implica estar juntos más tiempo ante las mismas personas)- tuvo que sufrir siempre que venía a cuento mi vocación apostólica. Me recuerda R una charla con Lillian, la amiga cubana de Paco que vive en California desde chiquitita, es profesora de literatura y ejerce de hispana intelectual de izquierdas en los USA, y que no había leido el libro. Así que la última recomendación fechada es del verano de 1991. Y basta ya, aunque añada que R todavía no ha leido Las Venas.

Quedamos, pues, que no es que leyera ninguna reseña acerca de Memorias, sino que lo ví en una librería y luego me olvidé. Pero R archivó el dato e intentó comprarlo un par de veces, sin que nunca estuvieran los tres volúmenes completos. Por fin lo encargó, llegó completo a esta isla "ultraperiférica" (jerga CEE) y me lo regaló. ¡Hay que joderse el rollo que suelto para contar tamaña chorrada, cual si fuera una aventura verniana! La explicación te la daré -si me acuerdo- más adelante ... y sigo. El caso es que Galeano y yo volvemos a encontrarnos en este Agosto último, no ocupado por el viaje de otros años sino por trabajo, mucho calor, tensión baja y desganas y otros acontecimientos más trascendentales cuyo relato también pospongo.

Desde luego, durante la lectura de Memoria se mantiene el presente del encuentro anterior (o quizás sea más exacto decir que nos bajamos del tren temporal y estamos en el mismo apartadero de entonces, aunque el adverbio entonces sea inexacto). Carece de importancia que calificar a mi calva de incipiente sea ahora un desmesurado exceso de optimismo, que me cueste reconocer al Miroslav de los setenta más allá de la identificación visual de las fotos y todo el resto de fenómenos misteriosos (y que personalmente me agobian un tantito, aunque no pasa de ahí) relacionados con la conciencia de la propia vivencia que se empeña en diluirse, negándose la permanencia (¿a que queda fatal este abuso de la rima en "encia"?). Yo sé que yo no soy el mismo, pero la prolongación atemporal del primer encuentro en este segundo es una ocasión para seguir obstinadamente demostrándome que sí lo soy.

Y a Galeano lo encontré igualito, si bien también se le notan los quince o más años pasados, pero ello no invalida que ambos sigamos en presente. Además, en su caso, lo que ahora veo y no distinguí en el ahora inmediato de Las Venas ... son matices que dan profundidad a mi conocimiento del otro; al fin y al cabo, el trato se prolonga y aprecio lo que en la primera impresión no terminé de calar. Lo encuentro más sabio y tolerante, más intrincado en la esencia de la América de la que habla, hasta el punto que logra -en admirable ejemplo de humildad y amor, que son las fuentes de las que nace la sabiduría- dejar de hablar de América para que sea América la que a su través hable. Y América habla de su historia usurpada, relatos breves de tiempos y gentes ya pasados pero cuya realidad -por más que enmascarada- es la savia que fluye por sus venas. Lo que se cuenta está, pues, vivo; tan vivo que vibra en mil resonancias al ser leido transmitiendo la seguridad de su presencia. Por eso no cabía el análisis estructurado (por más que estuviera vivificado como ninguno, tal como se narraban Las Venas...). Entender la historia es, con frecuencia, hacer que encaje en nuestros pobres esquemas interpretativos y lo que creemos entender no es ya materia viva, sino restos disecados, en que faltan piezas, se añaden otras y -sobre todo- el ensamblaje resultante es muy distinto del real. De otro lado, América ha sufrido la usurpación de la memoria; la labor más urgente no es entonces analizar la impostura que oficialmente se presenta como la Historia (desfile militar de próceres con uniformes recien salidos de la tintorería) para inyectar dosis de resignación y aceptación fatalista. Por el contrario -como justifica Galeano- se ha de constribuir al rescate de la Memoria dejando a la propia América que hable con las voces acalladas de sus gentes y sus tierras.

El libro (tres volúmenes) consiste en la acumulación de relatos cortos (entre media y una página la mayoría, ocasionalmente alguna más). Algo más de mil relatos en algo menos de mil páginas. En orden cronológico (el primer volumen -Los Nacimientos- cubre las voces de la cosmogonía prehispánica y los siglos XVI y XVII, el segundo -Las caras y las máscaras- pasea por el XVIII y el XIX, y el tercero -El siglo del viento- llega hasta 1984), pero dispersos por toda la geografía americana (y a veces de fuera). Cada relato se inicia con una fecha y un lugar y concluye con unas referencias bibliográficas; dice Galeano que esas son las principales obras citadas para enmarcar cada texto (hay más de mil referencias). Los relatos -a veces- se encadenan con sus continuaciones, pero -la mayoría- son piezas sueltas que aportan la materia vital de la reconstrucción histórica propuesta.

El libro se lee con pasión. Una vez devorado, queda en la mesilla de noche para ser abierto en azares insistentemente repetidos. Cada texto descubre sugiriendo la multitud de los que no han cabido en las páginas del libro, de modo que apetece completarlos añadiendo otros, recombinarlos para que expliquen sus relaciones infinitas. Esta es, a mi entender, la vertiente poética de la narración. Un libro que has de leer (si no lo has hecho ya) y que complementa a Las Venas...

Así que, Laura (Ciao, come stai? Hasta ahora no te había saludado y ésto no deja de ser una carta), te lo recomiendo, y lo hago después de que lo leyera al poco de tu llamada telefónica, en que me hablaste de Sor Juana Inés de la Cruz, de la que apenas tenía noticias y de la que nada había leido (y sigo sin leer). Pues Juana es una de las voces americanas de la Memoria del Fuego y -además- habla cuatro veces. Así que no me he podido resistir a copiar esos relatos (tecleando yo mismo, en vez de recurrir a la fotocopiadora, pues de alguna manera me imagino que así lo estoy escribiendo. Te diré que, hace ya tiempo, empecé a copiar el Quijote; aunque prefiero pensar que lo estoy escribiendo como lo hacía el Pierre Menard de las Ficciones de Borges. En resumen, que a continuación callo por un rato para que oigas la voz de Galeano en los relatos sobre Sor Juana. Espero que te guste, etc, etc. Luego seguiré (confío).


CATEGORÍA: Personas y personajes
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Adela (relaciones frustradas 2)

Adela es una chica de 34 años, licenciada en derecho y que trabaja en una Administración Pública. Por nuestros respectivos trabajos, nos conocemos desde hace tiempo y hemos coincidido en varias ocasiones, siempre en reuniones profesionales. Una tarde del pasado mes de octubre, un amigo participaba en una sesión de un máster de la universidad y me invitó a asistir. Cuando llegué me encontré con Adela, que estaba inscrita como alumna de ese máster. Me saludó muy cariñosamente y, en el intermedio de la sesión, tomando un café juntos, la noté inusualmente simpática; me pareció que estaba coqueteando conmigo aunque, dada mi falta de entrenamiento, perfectamente pude no interpretar correctamente su actitud. Esa tarde, además, su apariencia me pareció algo distinta a la habitual, más atractiva. Así que, al despedirnos, le comenté que teníamos que quedar algún día para seguir hablando y me contestó, con aparente entusiasmo, que desde luego, cuando quisiera.

Pocos días después le propuse quedar a almorzar. Acordamos hacerlo el día que ella había de volver al máster: ambos nos escaparíamos un poco antes del trabajo de modo que dispusiésemos de unas dos horas libres. Así que, con mi inevitable puntualidad (ojalá pudiese relajarla un poco), llegué a la hora fijada al restaurante que ella había elegido. Es uno de los establecimientos más conocidos de esta tierra, caro y ampuloso, el típico al que te llevan en comidas de negocios (en las que uno nunca paga), en el que los camareros no paran de atosigarte con servicialidades melosas ... Así que pasé al bar a tomarme una cerveza mientras llegaba.

No tardó mucho y nos llevaron a una mesa muy coqueta. Adela venía muy parlanchina, algo aceleradilla, los ojos vivaces y la sonrisa fácil. Comentarios iniciales alusivos a nuestros trabajos, pedir la comida (un pescado que recuerdo que sabía a gloria) y poco a poco la conversación derivó cómodamente, sin rozamientos, hacia temas personales. Hablamos mucho y bien, ambos nos sentíamos a gusto. Yo notaba algo la diferencia de edad entre nosotros, pero tampoco como una brecha insalvable. Adela era una chica lista y sensible con la que me notaba relajado. Creo (estoy prácticamente seguro) que ella también disfrutó mucho de ese almuerzo. De hecho, al levantarnos, tras decirme que le había sorprendido (para bien) mi forma de ser, insistió en que teníamos que volver a vernos pronto.

Ese fin de semana le hice la carta astral (el tema había salido en nuestra conversación) acompañada de unas notas interpretativas esquemáticas, a partir de mis escasos conocimientos y con la ayuda de una página web. El lunes, desde su trabajo, me telefoneó para decirme que le había encantado el detalle y que teníamos que comentar lo que había escrito porque estaba muy impresionada. Hablamos de quedar ese fin de semana para ir al cine y luego tomar algo; a ella le venía bien el sábado, pero concretaríamos en unos días. El viernes la llamé y me dijo que se le había complicado el fin de semana, que lo dejáramos para otro momento. Le contesté que cuando ella quisiese, que yo disponía de mucho tiempo. Durante la semana siguiente no tuve ninguna noticia suya, así que volví a llamarla. Me dijo que estaba muy liada, que tenía algunos problemas de tipo familiar y que ya me contaría. Fue entonces cuando pensé que a lo mejor la estaba agobiando, que, por lo que fuera, no le apetecía demasiado volver a salir conmigo. Total que le dije que no se preocupara, que no quería parecer un pesado y que cuando ella quisiese que me llamara. En todo caso, no se piense que hubo alguna tirantez en la conversación; al contrario, ambos muy amables y hasta cariñosos.

Sin saber nada más de ella pasaron los meses de noviembre y diciembre, hasta el día de nochebuena, para ser más exactos. Esa tarde salía yo de un supermercado cuando me suena el móvil y era Adela. Con la excusa de desearme feliz navidad, estuvo un ratito hablando, derrochando simpatía y enviándome guiños de complicidad que no acerté a descifrar del todo. En un momento le pregunté que a ver cuándo quedábamos y me dijo que sí, que a ella le apetecía mucho, pero que ahora estaba muy liada, que en cuanto pasaran las fiestas ... Pues nada, diez minutillos de charleta cariñosa e intrascendente (con la justa dosis de misterio, por su parte) y hasta la próxima.

Y volvió el silencio. Esta vez hasta el 23 de febrero (casi dos meses exactos). Esa tarde estaba yo trabajando cuando recibo un sms suyo. Me contaba que estaba en la clase del máster y que el ponente era también un amigo mío; acababa el mensaje enviándome besos. Le contesté cualquier bobería y finalicé agradeciéndole los besos si bien, le decía, preferiría que me los diera personalmente. Enseguida me llegó la respuesta: "sí, pronto nos vemos y te cuento (símbolo de sonrisita). Más besos". Ya no contesté (y ella tampoco).

Y nada más. ¿Cómo se interpreta la actitud de Adela? Pues no lo sé. Explicación de Esther: Se lo pasó bien conmigo, le caigo bien, pero no le gusto (no quiere acostarse conmigo) y con su comportamiento me está transmitiendo el siguiente mensaje: me encantará tenerte como "amigo" y verte de vez en cuando, pero antes tengo que estar segura de que aceptas no tener sexo. Me han dado otras interpretaciones, pero tampoco merece demasiado la pena transcribirlas. De hecho, no es que me preocupe demasiado descubrir las razones de este juego; pero, sólo por curiosidad intelectual, estaría bien entender algo.


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