lunes, 25 de septiembre de 2006

Concierto de órgano

He pasado unos días en Zaragoza, un breve cambio de aires y de actividades; sólo por eso, ya vale la pena. El jueves por la noche nos invitaron a un concierto de órgano en la Seo de El Salvador. Fue uno de los ratos más agradables del viaje.

Tengo muy escasa formación musical y tampoco he dedicado demasiado tiempo a escuchar, con atención y aprovechamiento, música clásica. Sin embargo, las ocasiones que ha habido han sido por lo general muy satisfactorias. Suelo salir de un buen concierto con una curiosa sensación de plenitud; y durante la audición es frecuente que me sienta transportado en la música, como si ésta se adueñara de mis pensamientos, de mi voluntad, y me llevara en un viaje interior.

En esas relativamente escasas experiencias, el órgano no ha sido un instrumento habitual. El de Zaragoza, según leí en el folleto que nos facilitaron, se considera "barroco" (tras la última restauración de hace 3 años) y, parece ser (porque, obviamente, no entiendo absolutamente nada de todo esto) que eso define su particular concepto estético-sonoro. Pues vale; lo cierto es que su sonido tiene una notable capacidad embargadora, una facilidad sorprendente de coger los mandos de mi cerebro y llevarlo sin resistencias al viaje auditivo al que me refería.

Así que pasé un rato (no sé cuánto con exactitud) sentado en un banco de iglesia, con los ojos cerrados, dejándome mecer por composiciones de Händel, Bach y Vivaldi. Una de las piezas, el Adagio del concierto en Re menor de Bach BWV 974 (a partir del compuesto para oboe por Alessandro Marcello) me resultó especialmente embriagadora. Mientras sonaba, el viaje interior intensificó su dimensión mágica, expandiéndose por todo mi cerebro, si dejar apenas resquicios para nada que no fuera la música y las sensaciones tan ricas que provocaba. En esos minutos mi mente estaba casi totalmente acallada; no había pensamiento racional ninguno, sólo experiencia cargada (provocando) de emoción.

Me gustaría ser capaz de describir esa experiencia, ese estado de transporte sensitivo-emocional, pero me temo que no sería capaz. A modo de apuntes, diría que en mi percepción el sonido se espacializa en formas y, sobre todo, colores, muchos e inauditos colores. También que la sensación dominante es la de paz alegre, la de dejarse llevar sin ningún miedo y, por supuesto, sin ninguna interferencia de nada externo. Es como si no estuviera ahí; y entiéndase que el ahí es el de mi cuerpo sentado en un banco de madera de la catedral zaragozana.

He buscado al llegar a mi casa esta pieza, pero no la tengo entre los pocos CDs de Bach de que dispongo. Afortunadamente existe Internet (y el emule, por muy ilegal que sea) y eso me ha permitido conseguirla. Claro que no es lo mismo. La versión que me he bajado no es con órgano y, desde luego, un mp3 reproducido por los altavoces de un ordenador no suena igual que en la Seo. Aun así, estos 3 minutos de hace un ratito han podido evocar, aunque muy pobremente, el viaje mágico del jueves por la noche.

En fin, como dice el bufón de la Sexta (no hay ninguna intención peyorativa en el término), "la vida puede ser maravillosa". Hace algunos días me hablaban de los "placeres de la vida" y quien lo hacía enumeraba sus tres principales. Y hay tantos ... A veces me da la impresión de que no nos tomamos el tiempo necesario para disfrutarlos, para exprimir su capacidad de hacernos sentirnos maravillosamente. Pues ese Adagio, en ese momento y en ese lugar, me regaló uno de esos placeres intensos. También habría que añadir unas gambas a la plancha de un bar cercano a la ronda de Atocha madrileña (que no todo van a ser viajes interiores).

PS: He conseguido una versión del Adagio que escuché en Zaragoza, pero no es con órgano sino con clavicémbalo (interpretado por Michele Barchi); no es lo mismo, pero basta para dar una idea. Ahí va:


Johann Sebastian Bach - Concerto in Dm (BMW 974)

CATEGORÍA:Irrelevantes peripecias cotidianas
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lunes, 18 de septiembre de 2006

Aguafuertes y claroscuros

Esto de los blogs me parece un fenómeno muy alentador y, sobre todo, muy instructivo. Alentador porque, en contra de lo que mi tendencia escéptico-negativa me hacía pensar, compruebo que hay mucha gente que se pregunta, piensa y expresa (a veces con envidiable acierto y gracia) sus inquietudes. Instructivo porque aprendo de ellos, obviamente. Así, a bote pronto, se me ocurre que visito con más frecuencia ciertos blogs que o bien se centran en aspectos que podríamos adscribir al ámbito de las emociones y los sentimientos personales (naturalmente, a partir de las propias experiencias y reflexiones del autor), o bien exponen sus opiniones respecto a realidades más externas (incluso aunque también provengan de sus propias experiencias). Sin duda son los primeros los que más me aportan, ya que me permiten entender, a partir del espejo de mis semejantes (qué tan semejantes sería la duda) mis propias incertidumbres. Sobre los posts de este tenor es difícil opinar, salvo reconocer a veces, empáticamente, las coincidencias vivenciales. Respecto a los segundos, en cambio, la cosa cambia. Al leerlos, se me plantea inmediatamente una confrontación intelectual, una valoración analítica sobre la adecuación de esas opiniones con las mías propias. Son también instructivos, pero más en el sentido de que obligan a un ejercicio dialéctico con uno mismo; un ejercicio, claro, bastante menos arriesgado ya que se refiere a algo externo, pero no por ello menos enriquecedor y estimulante.

Por supuesto, me estoy refiriendo a posts que, a mi juicio, alcanzan un cierto nivel en la expresión de las opiniones del autor sobre aspectos concretos de la realidad. Aun así, lo que pasa es que las limitaciones del medio obligan, en la mayoría de los casos, a condensar en exceso las opiniones y también (consecuencia de ello) a perder los matices, optando por simplificaciones de blancos y negros a veces excesivas. Esta es una técnica repetida hasta la saciedad en la redacción periodística, de modo que puede decirse que ha pasado a convertirse en una “norma de estilo”. Y es así, entre otras cosas, porque a todos nos gustan las conclusiones contundentes (los "titulares”), sin matices, de modo que podamos saber con claridad a qué carta quedarnos, que podamos lanzarnos (sin freno y cuesta abajo) a un debate en el que estaremos “a favor” o “en contra”. De otra parte, también quienes así escriben son más apreciados: personas que “valientemente” dicen lo que piensan, que se “posicionan”; todo lo contrario de quienes encuentran peros a todo, desconfían de las calificaciones totalizadoras, reclaman que se tengan en cuenta matices y diferencias, aunque a los interlocutores les parezcan menores ...

A mí me ocurre que tengo, en este asunto, algo de Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Digamos que intelectualmente pretendo (y defiendo) ser mesurado, desconfío de las evidencias obvias (que no lo son tanto), detecto enseguida los sofismas tramposos; pero con frecuencia, en discusiones y comportamientos ante situaciones concretas, me sale el Dr. Hyde que toma partido, que opta por una caricaturización aún a sabiendas de sus defectos, etc. Creo que esta “esquizofrenia” es inevitable y hasta necesaria, en sus adecuadas dosis. En la vida, por muchas vueltas que le demos a las cosas, hay en determinados momentos que adoptar posturas e incluso radicalizar posiciones. Pero, hasta en esos momentos, creo que hay que seguir siendo consciente de que lo que hacemos es sólo la decisión de la acción que no necesariamente coincide con la complejidad global de nuestras convicciones (Jekyll no debe estar del todo ausente).

Con lo anterior quiero defender las decisiones personales de cualquiera de actuar “radicalmente”, siempre que sea consciente, siempre que sea el resultado de una exigencia ética que te lleve a la renuncia (transitoria) de la complejidad real para evitar la parálisis ante lo que no se puede estar indiferente. (Por cierto, no es tal el caso de los que solemos llamar fanáticos). Naturalmente, esta decisión de ponerse en uno u otro bando debe ser realmente libre y consciente. A este respecto, me acuerdo ahora de algo acaecido hace unos veinte años: un empresario y amigo de la familia, para el cual yo trabajaba, ante una crisis del negocio (que, cómo yo ya intuía y luego se demostró, derivaba de turbias historias) me pidió que cerrara filas a su lado, sin preguntas ni explicaciones. Apeló a mi lealtad con palabras evangélicas: si no estás conmigo, estás contra mí. No es bueno que te exijan de esa forma que te conviertas en Hyde.

Sin embargo, las simplificaciones radicales son justificables en el comportamiento, en las actitudes vitales, pero mucho menos en el campo del pensamiento, del diálogo. En este ámbito es donde deben cultivarse los matices, las dudas creadoras, porque sólo así abrimos la inteligencia (y, de rebote, la tolerancia). El principal pecado, a mi juicio, del discurso simplificador, del que gusta de etiquetas totalizadoras, es que opera como un anestésico de la inteligencia humana ... y no estoy muy seguro de si la administración continuada de tal anestésico no acaba inutilizando definitivamente al órgano pensante y a su capacidad crítica. En todo caso, lo que sí creo es que, si no tontos, nos vuelve bastante dóciles; no en vano los medios periodísticos han sido desde siempre objetivo preciado del poder.

Por eso está muy bien que Internet acoja, sin aparentes restricciones (de momento, al menos, nos dejan en libertad vigilada) la expresión de quienes ejercen la crítica, se abren al diálogo, más allá de tópicos y simplificaciones. Pero es muy difícil avanzar en esta dirección, porque casi todos hemos interiorizado, como un tic subconsciente, la “obligación” de la contundencia, de las opiniones claras, sin matices. Y, aunque fuéramos capaces de escapar de estas nuestras propias trampas (manteniendo una autocrítica vigilante), resulta que está la exigencia añadida de la brevedad. Hay que ser breve, que si no, no te lee nadie; porque la amenidad, en esta época, exige brevedad (tamaña falacia: cuántos tochazos habré leído disfrutando como un enano y sin querer soltarlos tan amenos me resultaban). Y, ya por último, ponerse a matizar las opiniones se convierte, a poco rigor que se pretenda, en una intrincada tarea, porque las tesis se nos van ramificando en crecimiento exponencial. ¡Menudo coñazo! Al fin y al cabo, cada uno escribe su blog para decir lo que le da la gana, sin tener que meterse en complicaciones argumentativas.

Ciertamente, algo de esto me pasa a mí mismo cuando leo en un post opiniones que me parecen excesivamente “des-matizadas”. Inmediatamente me apetece entrar al trapo, aportar otras “versiones” que permitan ver la complejidad del asunto, que hagan dudar de esa apariencia tan monolítica. Pero luego, pasado el primer impulso, suelo preguntarme que para qué me voy a meter en profundidades, que eso requiere esfuerzo y que tampoco es éste el sitio más adecuado para un debate. No es que piense que todas las opiniones son respetables (para nada, las que son respetables son las personas), sino que desconfío de la utilidad práctica de estos menesteres. A casi nadie le gusta que le cuestionen sus opiniones, ni le apetece “perder tiempo” poniéndolas en duda. Por eso lo que hago es un disparo por elevación y me escribo un rollo manteniéndome en el plano general y abstracto.

Aun así, sería poco honesto por mi parte, no decir aquí que la motivación de este post tiene su origen en la lectura del que ha escrito Titobeno con el título Rojo azulado, Azul rojizo. Tras leerlo, me apeteció mucho comentar varias de sus opiniones, con las cuales es muy posible que no disienta del todo en el fondo, pero sí en la forma en que las hace. Es decir, me apeteció matizarlas, porque, a mi juicio, muchas de ellas están expresadas con tal radicalidad simplificadora, que quedan desnaturalizadas y me resultan falsas (en el sentido en que podemos denominar “falsa” a una caricatura respecto a la realidad del rostro caricaturizado). Y eso pensaba hacer al empezar hoy a escribir pero ... son tantas las opiniones; y, además, lo ya dicho: ¿para qué?

Así que sólo transcribo algunas de esas opiniones que creo que, cada una de ellas, da para un post aun más largo que el presente (quizás en otro momento entre al trapo).

La teoría comunista bolchevique y la nacional-socialista alemana de la época de Hitler eran sorprendentemente similares.

Para mi es exactamente igual que la dictadura sea de Pinochet, de Sadán, de Stalin o de Castro ... Para mí la dictadura es dictadura y la falta de libertad no puede compensarse con sanidad o con “venticinco años de paz”.

Para mi, quien pone una bomba es un terrorista.

Yo me he planteado alguna vez la duda moral de si un país debe entrometerse en los asuntos de otro país.

De hecho una vez uno (un norteamericano) me dijo: es cierto que la intervención sólo debería hacerse donde sea justa y necesaria, pero lo que no entiendo es porque Europa debe decidir cuando lo es. Si quieren hacerlo que se gasten su dinero. Un tanto cínico pero sin duda certero.

Una organización (la ONU) donde cinco países tienen derecho de veto y con el historial que lleva no creo que sea precisamente un garante universal de nada.

CATEGORÍA: Blogs e Internet
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sábado, 16 de septiembre de 2006

Luís ha muerto

Ha sido esta madrugada. Su cuñada ha llamado hace media hora. No ha durado ni un mes desde que le diagnosticaron el cáncer. En los últimos días hemos ido sabiendo que las metástasis estaban por todos lados. Le iniciaron las sesiones de radio y de quimio. ¿Para qué?

Su mujer está ida. Dependía tanto de él, él era tanto para ella. ¿Y su hija de 22 años?

Tengo ahora su cara en mi cabeza. Sonreía mucho y con frecuencia. Era una buena persona, agradable, tierno ... Y, al mismo tiempo, lleno de ansiedades que le oprimían.

No puedo pensar (y menos escribir). Su cara sigue en mi cabeza.

CATEGORÍA: Mis estados de ánimo
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jueves, 14 de septiembre de 2006

Buenos y malos

Estos últimos días, entre otras cosas con motivo del quinto aniversario del 11-S, he caído en algunas conversaciones (y también en algunos textos) que, directa o indirectamente, con mayor o menor profundidad, abordaban la cuestión del juicio ético de los comportamientos humanos (y, por ende, de los propios humanos). En general, hay una postura intelectualmente muy satisfactoria que es evitar las generalizaciones y las simplificaciones, reconocer la complejidad e interdependencia de la vida social y, al final, acabar concluyendo que no hay buenos ni malos, o que todos son buenos y/o malos, lo que, para el caso, viene a ser lo mismo.

Ciertamente, por mi manera de ser (entre la que se incluye una fuerte dosis de desconfianza escéptica) comparto las premisas anteriores. No obstante, no estoy tan seguro de que ellas nos lleven irremediablemente a la conclusión citada. Diré que es difícil estar seguro de los hechos (y mucho más de las motivaciones) de los comportamientos humanos y, por tanto, es difícil juzgarlos con seguridad atribuyéndolos las etiquetas de bueno o malo. Pero aún así, a pesar de las dificultades para saber, a pesar del cúmulo de desinformación (sesgada, incompleta, manipulada, interesada, desequilibrada, etc), sí creo que es posible con una mínima capacidad crítica alcanzar un suficiente grado de conocimiento sobre los comportamientos humanos. Para ser más preciso, creo que podemos alcanzar un conocimiento probabilístico: saber que, con una probabilidad del x%, algo es así; el valor de x para que uno considere suficiente su seguridad ya es una cuestión personal.

Por cierto, el sentido común, la lógica y las apariencias suelen ser buenos criterios para discernir lo veraz de lo falso, siempre y cuando se cuente con suficiente número de observaciones. Si pienso que algo es de una determinada manera y los hechos parecen coincidir y además mi explicación “cuadra” con las motivaciones de los mismos, lo más probable es que acierte; máxime cuando lo que pienso se va corroborando con sucesivos comportamientos del mismo agente. El famoso dicho de que “las apariencias engañan” es a veces cierto, pero no en la mayoría de los casos. (Me viene a la mente el viejo chiste de la mujer que sorprende a su marido en la cama con otra, ambos desnudos y entrelazados, y él rápidamente dice: cariño, no es lo que parece).

Otro dicho es que las generalizaciones son odiosas, y lo son. Aplicado al caso quiere decir que hay que acotar el juicio ético a los agentes del comportamiento y no ampliarlo a personas distintas, por mucho que se tienda a englobarlas en un mismo paquete. Esto es demasiado habitual en relación a las políticas gubernamentales que se generalizan a toda la población del país. Por ejemplo, creo que la política gubernamental de los Estados Unidos, en especial la exterior, es éticamente malvada (criminal, me atrevería a decir); pero no creo que de ahí pueda derivarse ninguna valoración moral sobre los millones de ciudadanos estadounidenses. Lamentablemente, la confusión entre los agentes de los comportamientos malvados y los grupos de personas inocentes (al menos a ese respecto) con los cuales comparten atributos (aunque sea el tan accidental de la nacionalidad) lleva justamente a reforzar la impunidad de dichos comportamientos y a justificar su continuidad y agravamiento. Esa confusión, por supuesto, es interesada; para seguir con el ejemplo de los norteamericanos, recuérdense los efectos de psicosociológicos derivados del 11-S.

Y, desde luego, la realidad es compleja y simplificarla es un error intelectual; estoy de acuerdo. Pero, del mismo modo que se puede alcanzar un conocimiento suficiente, se puede admitir una simplificación suficiente. O para ser más rigurosos, se puede y se debe separar el grano de la paja, porque no todos los hilos de la compleja urdimbre tienen la misma relevancia para entender la realidad (y, a veces, algunos están puestos ahí para enmarañar intencionadamente la comprensión desde fuera).

En resumen, que yo sí creo que hay buenos y malos. Bueno, no; creo que hay personas, gobiernos, empresas en cuyos comportamientos predomina más lo malo que lo bueno y viceversa. Es decir, que sí pienso que se puede distinguir (con mayor o menor dificultad en cada caso, ese es el esfuerzo de cualquier juicio ético) entre un comportamiento menos o más malo (o menos o más bueno, si se prefiere). Y, por supuesto, creo que en un conflicto concreto no necesariamente todos son igual de malos (culpables, si se prefiere), aunque seguramente ninguno sea bueno. Otra cosa es que, en aras de no echar más leña al fuego, miremos para otro lado y no insistamos en medir las bondades y/o maldades de los implicados (máxime cuando ha pasado ya un tiempo y, total, lo ocurrido, ocurrido está). Además esta postura tiene la ventaja de ser muy “elegante”.

Y todo esto que creo me lleva, en algunas conversaciones, a emitir juicios y a tomar posturas (ahí me pierde el carácter) que no son demasiado políticamente correctas. Además me lleva, necesariamente, a simplificar, generalizar e incluso caricaturizar, renunciando a los claroscuros de la realidad. Pero, qué se le va a hacer. Es el tributo (pequeño) que he de pagar a las exigencias del lenguaje coloquial (y a las pocas ganas que tenemos de profundizar en los matices: nos gustan los juicios contundentes). Claro que también es la reacción personal consecuencia necesaria de mi juicio ético. Uno no puede permanecer indiferente ante comportamientos que juzga malos (al menos yo no puedo), si bien cada vez se esfuerzan más en anular nuestra capacidad crítica.

De todas maneras, como suele ocurrirme, escribo un post “teórico” porque no me apetece desarrollar en este foro los temas concretos de los que proviene. Supongo que la razón es evitar levantar ampollas innecesarias y fomentar debates que, muy probablemente, tenderían a la simplificación demagógica (porque no hay ni tiempo ni espacio para argumentar en detalle). Para dar pistas, los temas concretos sobre los que he conversado/leído recientemente y que han motivado este post han sido: las causas y consecuencias del 11-S (obvio, ¿verdad?), la previsible pronta muerte de Fidel, los GAL y Felipe González, la situación española en la II República y el inicio de la guerra, los negocios de fabricación y venta de armas, la legalización de las drogas, y ... el discurso del Papa en Baviera calificando de irracional la teoría de la evolución. (También he hablado de fútbol, sentimientos tiernos, sexo, economías domésticas y otros asuntos que no subyacen en este post).


CATEGORÍA: Política y sociedad
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miércoles, 13 de septiembre de 2006

La Chute de l'Ange

Si no fuera un insensible, me habría emocionado. Eso te he dicho hoy. Pero (sé que lo sabes) me cuesta renunciar a mis dosis de ironía. Pero (y también sé que lo sabes) esa frase era mentira. Porque sí me emocionó, sea o no un insensible.

Si no fuera porque tengo mala memoria, te diría que es el regalo más bonito que me han hecho nunca. Y como tengo mala memoria, es el regalo más bonito que me han hecho nunca.

No lo merezco, como tampoco tantas otras cosas. Sin embargo, me encanta y me lo quedo. Lo guardo dentro mío, como algo bueno. Algo que me calienta, me quita el frío; algo que redime pecados que ignoro. Ojalá alcance yo a ser tan limpio.

No puedo decir mucho porque no encuentro las palabras. Y me viene el recuerdo de un ángel bello que me rozara con sus alas de paz y amor. Busco un mensaje viejo y lo actualizo ahora; ¿fue entonces intuición profética?

Vuelve pues a verlo y reconócenos. Internet tiene estas ventajas. Y disculpa que comparta con otros mi emoción desvelada a medias. Aquí va mi pobre descripción y luego el enlace al video del que me apropio para regalártelo de nuevo.


Un ángel con una maleta... eres tú.
Te acercas a mi planeta.
Tus alas caen al mar.

Yo por las dunas en mi helicópteros con ruedas
(¡qué divertido!)
Descubro tu maleta mágica,
nace un árbol,
tengo alas ...
¡¡¡Vuelo!!!

Y llego hasta ti, yacente en la arena, dormida ...
Eres tan bella ... Te acaricio.
Las botellas mágicas cierran y abren el firmamento.
Bebes el pececito
y despiertas.

Tus piernas se han unido en cola de sirena,
tus alas se han perdido.
Te cargo y volamos sobre el mar.
Rasguea la guitarra.

Te dejo en el agua: la emoción.
Te hundes ...
Y sales y me llevas adentro contigo
Sumergidos en ese mar ... nos besamos.
Y abrazados serpenteamos,
en descenso infinito hasta lo más hondo


CATEGORÍA: Canciones y otras líricas
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martes, 12 de septiembre de 2006

Términos y conceptos

En lingüística es sobradamente conocida la distinción entre significante y significado; bastante similar (si no somos demasiado rigurosos) a la que media en filosofía entre término y concepto. El caso es que de lo que disponemos para comunicarnos, incluso para comunicarnos con nosotros mismos (para aclarar nuestros desconciertos), son los significantes, los términos. Los conceptos que representamos con sus correspondientes fonemas son, en cada mente personal, las ideas que nos construimos de ellos.

Hay conceptos que se prestan mejor que otros a ser “retratados” a través de sus significantes, mediante los nombres con los que los denominamos. Estoy bastante seguro (aun así no juraría que al 100%) de que si escribo “mesa” prácticamente la totalidad de los que entienden el castellano evocarán en sus mentes el mismo concepto que tengo yo al escribir ese término (y digo “mismo” asumiendo que las diferencias que pudieran surgir carecerían de relevancia en la interpretación común del concepto). Pero tengo casi idéntica seguridad de que si digo “amor” las diferencias entre los conceptos personales serían tan amplias que cabría dudar de que estuviésemos refiriéndonos a lo mismo.

Claro que también podríamos coincidir en que, incluso con conceptos tan “etéreos” como el amor, el término nos da una cierta aproximación, nos identifica lo que podríamos llamar su “campo semántico”, algo así como el territorio por el que transita el concepto. Lo que pasa es que esos territorios, según qué conceptos, son muy vastos y, lo que es peor, se intersecan con los de conceptos afines (o no tanto). Para comunicarnos, pues, superponemos los mapas de nuestros territorios conceptuales con los que imaginamos que son los de los otros.

A veces, cuando queremos no perdernos en territorios laberínticos ( y sigo usando el ejemplo del amor) intentamos cartografiar en equipo (al menos, en pareja), pactar los trazados de las fronteras (no, a partir de ahí es el país de la ternura), convenir las formas de los valles y colinas, acordar las tonalidades y degradados cromáticos ... Pero es un trabajo cansino y con frecuencia estéril, entre otras cosas, por su intrínseca circularidad. Necesitamos de otros conceptos para precisar el de nuestro mapa, y vuelta a las ambigüedades y el mapa, al contrario de lo que ansiamos, se torna cada vez más difuso.

No suelen valernos los recursos pretenciosamente objetivos, salvo para propósitos de muy limitado alcance. Por ejemplo, recurramos a la bioquímica del cerebro para delinear el concepto del amor afinando sus contornos con la medida de la secreción de oxitocina ... No nos vale ¿verdad?

Hemos pues de conformarnos con la ilusoria confianza de que hablamos de lo mismo cuando usamos esos términos ambiguos para conceptos etéreos. Y aún así, seguir esforzándonos en acotar nuestros campos semánticos compartidos, aún cuando sepamos que la certeza es inalcanzable. Pero el lenguaje es nuestra única herramienta, al menos en este plano comunicativo. No estoy, por supuesto, negando la posibilidad de la comunión vivencial, de que dos personas “sientan” que comparten el mismo concepto a través de la comunicación empática: amándote siento que te amo y siento que tú me estás amando y siento, finalmente, que lo que yo y tú sentimos es algo en gran parte coincidente que llamamos amor.

A pesar de ello, necesitamos (al menos, yo) del lenguaje para comunicar, incluso antes que con los demás, con uno mismo. Es decir, necesito cartografiar mis conceptos, y muy especialmente los referidos a ese cajón de sastre que etiquetamos con la palabra “emociones”. Una cosa es vivirlas y otra identificarlas (no necesariamente ponerles nombres que las limiten). Creo que identificarlas es bueno para vivirlas mejor. Y creo también que identificarlas no debe suponer disminuir la intensidad de sus vivencias. Lo que sí puede derivarse de este esfuerzo de cartografía personal es aprender a vivir y expresar las emociones y no controlarlas (hay quien piensa que esto no se puede) pero sí “encauzarlas” (sé que la palabra no es la más afortunada, pero en estos momentos no se me ocurre otra).

En todo caso, aunque no lo tenga muy claro, por estos derroteros van mis pensamientos respecto a este asunto. Al fin y al cabo, como no me canso de repetir, se trata de aclarar mis desconciertos y eso pasa por profundizar en el conocerme. Por supuesto que en esa tarea contribuyen las opiniones de otros, aunque muchas veces me quepan dudas sobre hasta qué punto hablamos de los mismos conceptos. Por eso he escrito este post.

CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
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lunes, 11 de septiembre de 2006

¿Juegos de suma cero? ... No, gracias

Pues sigo con la Teoría de Juegos (sé de alguien a quien no le gusta demasiado el tema, pero escribo para aclarar mis ideas). Dije en el primer post de esta serie que, en Teoría de Juegos la "estrategia" más estable a largo plazo es el comportamiento del toma y daca; concretaré ahora un poquito más.

Hace unos 20 años, Robert Axelrod, un profesor de ciencias políticas de Michigan, planteó un concurso de estrategias (programas de ordenador) para jugar al Dilema del Prisionero. Este es el juego canónico de altruismo / egoísmo, que modeliza cualquier interacción (no necesariamente entre humanos) cuyas características básicas sean que ganas más si eres egoísta y el otro altruista, que la cooperación mutua es mejor que el egoísmo de ambos y que el egoísmo de ambos es mejor que la situación del altruista cuando el otro es egoísta. Si se piensa un poco, se verá que estas reglas son aplicables a muchas situaciones de la vida real. Pues bien, en una partida única del Dilema del Prisionero (o en varias, siempre que los jugadores conozcan cuántas van a ser), ambos jugadores tenderán a ser egoístas (o abusones, en mi anterior terminología). Sin embargo, lo que Axelrod comprobó a partir de simulaciones informáticas, es que si el número de partidas es indeterminado, las “estrategias” que mejor funcionan (y, por tanto, las que tienden a ser estables) son las que él llamaba amables (las que empiezan cooperando y solo “desertan” como repuesta a un comportamiento abusivo) y clementes (las que tienden a “olvidar” antiguas ofensas, sin perjuicio de que respondan a las recientes). De otra parte, si suponemos que las estrategias van evolucionando como resultado de su mayor o menor éxito (digamos que las que menos éxito tienen se van abandonando), se tendería a una estabilidad basada en la casi continua cooperación. Hay algunos factores más que intervienen (y que distorsionan esta tan idílica evolución), siendo quizás el más relevante la distribución inicial de estrategias en la población de que se trate. No es lo mismo (para la evolución futura) que se parta de una población en la que predominan comportamientos amables y clementes que de otra en una situación contraria. Pero tampoco vamos aquí a profundizar demasiado.

Pero hay un detalle muy importante que no he mencionado y es que el Dilema del Prisionero (como las interacciones reales susceptibles de modelizarse mediante el mismo) es un juego de suma NO cero. Un juego de suma cero es todo aquél en el que mi ganancia es igual a tu pérdida. Así son la mayoría de los que solemos llamar juegos (las competiciones deportivas, por ejemplo). Los juegos de suma cero son enormemente excitantes (presumo que más para la mentalidad masculina que para la femenina), hasta el punto de que intuyo que tendemos a plantearnos muchas de las interacciones reales como si respondieran a las características de este tipo de juegos. Estos juegos, además de la competitividad, estimulan la “envidia” que, a nuestros efectos, puede entenderse como que ganar más que el otro sea más importante que la ganancia propia en términos absolutos. Me contaron hace un tiempo que en varias negociaciones sindicales se había comprobado que los trabajadores daban más importancia al diferencial de su aumento de sueldo respecto al de otros que a la cuantía del aumento en sí. Llevándolo a la caricatura (aunque no tanto), parece que ser que un empleado tipo prefería que a él y su colega les aumentaran un 10% el sueldo antes que un aumento del 20% a él y del 30% a su colega. ¿Nunca hemos estado en situaciones en las que preferimos “perder” siempre que el otro pierda más o, al menos, no gane más que nosotros?

Lo que se me antoja muy llamativo, es que muchas de las situaciones de la vida real se pueden llevar tanto a juegos de suma cero como a juegos de suma no cero. Obviamente, lo más razonable sería procurar en cada caso convertir una interacción personal en un juego de suma no cero y, consecuentemente, apostar por un comportamiento cooperativo. Sin embargo, pareciera que tenemos un diablillo envidioso dentro que nos hace preferir el modelo competitivo de la suma cero. Y tampoco creo que es que seamos envidiosos o rencorosos de entrada (aunque muchas veces sean estos sentimientos la respuesta espontánea al dolor recibido, por ejemplo), sino que con frecuencia a ese modelo nos va llevando una especie de “desconfianza preventiva”: de entrada, yo no me muestro generoso y espero a ver que haces tú ... Al final, acabamos peleando para que ninguno obtenga ni un ápice más que el otro.

Por supuesto, las relaciones afectivas son (deberían ser) juegos de suma no cero; incluso pienso que deberían ser de suma positiva, como ya elucubré en mi anterior post. Alguien me ha dicho, por ejemplo, que ha vivido relaciones amorosas en las que ha dado x y ha recibido una cantidad mayor que x; que entonces ha intentado dar más de x, pero ha vuelto a recibir más de lo que daba; y así sucesivamente. Pues me parece fantástico (evidentemente estamos ante un juego de suma no cero, sino crecientemente positiva) salvo que ... Salvo que ese dar y recibir (difícil identificar el signo de los intercambios en una relación amorosa) se empiece a percibir por alguna de las partes (o por las dos) como una competición y, por tanto, se entienda que debe equilibrarse. Me parece lógico que, en ese caso, el que se siente abrumado por recibir más de lo que da se retire y deje la relación.

Amaranta, en un comentario al primer post de esta serie, dice (indirectamente) que cortamos las relaciones porque no nos compensa la forma (cantidad y calidad) en que se están dando las transacciones. Por supuesto que es así (salvo que seamos masoquistas o estúpidos); pero la cuestión estriba en identificar por qué no nos compensa. Y así puede no compensarnos porque creemos dar más de lo que recibimos o también por lo contrario. De todas maneras, sin que necesariamente afirme que es imposible “modelizar” las relaciones amorosas mediante la Teoría de Juegos, sí pienso que el modelo tendría que ser mucho más complejo que el mero esquema didáctico planteado aquí. Y uno de los temas que más habría que discutir es sobre el dar y el recibir y su traducción en unidades de valor; porque sigo pensando (intuyendo, más bien) que gana más quien da; o para expresar algo mejor lo que quiero decir: que una de las mayores ganancias que se reciben de una relación amorosa (y una de las motivaciones para vivirla) es el que te posibilita dar amor, mucho más que el recibirlo.

Pero esta y otras cuestiones relacionadas son materia para otro momento. Y prometo no tratarlas bajo el enfoque de la Teoría de Juegos (¿te parece bien?)

CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
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sábado, 9 de septiembre de 2006

Amor y Teoría de Juegos

Me dice hnh en un comentario a mi post de ayer que en una relación amorosa es el que ama el que obtiene beneficio amando (no le supone coste), mientras que el amado sólo recibe beneficio en el caso de que sea también amante; en ese caso, además, el beneficio es incalculable. La verdad es que, con sólo estas notas, hnh se ha aproximado mucho a lo que yo intuía sobre las relaciones amorosas. Voy a hacer el ejercicio de modelizarlas en el esquema del post anterior, aunque ello exija mayores complicaciones.

Tomemos pues el amor como la "sustancia" de la relación entre dos personas A y B. Según la opinión de hnh (que comparto) si A ama a B es A quien está beneficiándose, porque creo que el amor, cuando sale de uno (porque estás lleno de él) te aumenta tu felicidad interior (lo contrario que ocurre con el rencor). Como tenemos que dar valores, digamos que A "obtiene" 2 unidades positivas. Digo 2 porque creo que B, aunque no haya pedido nada, algo positivo recibe, si bien de menor cuantía que el beneficio de A; así que pongamos que B obtiene 1 unidad. Por tanto, en una relación en que sólo uno de los dos ama, ambos salen beneficiados (más el que ama que el que es amado). Creo que puede defenderse que el amor, incluso aunque no sea correspondido, aumenta el bienestar social.

¿Y qué pasa si A y B se aman mutuamente? Dice hnh que entonces los beneficios de recibir el amor del que uno ama son incalculables. Es decir, que para ser capaz de "maximizar" los efectos benéficos de quien te ama has de amarlo; creo que es verdad. Como el modelo no admite valores incalculables, supongamos que en una relación de amor mutuo A, amando a B, gana 2 unidades y B gana 3; y B, amando a A gana 2 unidades y A gana 3. Así que, cada uno obtiene del amor mutuo 5 unidades (2 de uno mismo y 3 recibidas) y el bienestar social pasa a valer 10 unidades. ¡Espectacular incremento respecto a una relación de amor no correspondido! Conclusión: amémonos todos mutuamente y el mundo elevará desmesuradamente su nivel de felicidad.

Tal como lo he modelizado, lo bueno del amor respecto a otras relaciones humanas no románticas, es que nunca hay costes; es decir, toda relación amorosa supone un aumento del bienestar, tanto para el amante, el amado y la humanidad en su conjunto. En teoría pues, los seres humanos deberíamos tender a amar, y a amar cada vez más. Pero eso no ocurre siempre (ni siquiera con la frecuencia adecuada, diría yo). ¿Por qué?

En primer lugar, pienso yo, porque el comportamiento amoroso no es algo que se pueda adoptar voluntariamente. Creo que todos sabemos que cuando amamos nos estamos beneficiando (y, si además nos aman ... como jugar al póker y ganar), pero no podemos decidir amar así, por las buenas. Sin embargo, no creo que el que amemos o no dependa fundamentalmente de la persona que encontremos para amar. Vamos a ver, no digo que sea indiferente, que cualquiera pueda ser el amado. No, de lo que cada vez estoy más convencido es que uno ama (o está en condiciones de amar) en función de su estado emocional propio, que depende más de uno mismo que del otro. Con lo que llego a otro comentario de hnh que también comparto; dice hnh que el amor es algo más que intentar que el otro esté pendiente de nosotros, es llevar a alguien en el corazón independientemente de que ese alguien te lleve a ti en el suyo; y que el amor no tiene limite de sujetos: se puede amar a tantas personas como capacidad de amar uno tenga.

La conclusión a mi juicio sería que hay que buscar el amor dentro de uno mismo (alimentarlo) y eso hará que las relaciones con los otros sean de amor y, consecuentemente, aumentaremos nuestra felicidad, la del otro y la del conjunto de la humanidad (¡qué maravilla! Me está saliendo un post new age a tope; debería soltar alguna bestialidad a modo de anticlímax).

También, volviendo al tema de por qué las relaciones amorosas no son tan frecuentes como debieran, podríamos suponer que el amor es un rango dentro de la emotividad hacia el otro. Es decir, lo que hay es una relación afectiva, afectividad. Si esa afectividad está entre unos determinados valores convenimos en llamarla amor; en otro rango la llamamos amistad, simpatía, etc; luego podría denominarse indiferencia, después tirria, al final rencor u odio a muerte. Si fuera así, tendríamos que complicar mucho el modelo de medida de las relaciones entre A y B y, desde luego, aparecerían valores negativos, tanto para cada uno de los individuos como globalmente.

En un modelo sobre las relaciones afectivas (en el que el amor fuera sólo una situación particular, una medida de la "sustancia" que fluye en uno u otro sentido en la relación entre dos personas), podría comprobarse fácilmente cómo el amor del amante se va transformando como consecuencia de la reacción del amado. Es decir, que A ama a B pero, si B es indiferente a A, poco a poco A va dejando de amar a B. Y si B, no sólo es indiferente a A, sino que ama a C (y A se entera), el amor de A cambia de signo (rencor) sin pasar por los estados intermedios. En fin, que necesitaríamos un ordenador con bastante capacidad de cálculo para simular los comportamientos afectivos. Y mucho me temo, que todos estos modelos tenderían poco a poco a resultados muy similares al anterior tan simple de los benéficos y abusones. Es decir, que es fácil intuir que en las relaciones amorosas (o afectivas, para ser más amplio) también se propicia el amante/amado abusón que, a su vez, contamina a los amantes/amados benéficos haciéndoles que, en el futuro, tiendan a comportamientos también abusones.

Claro que hnh diría que un amor que se ve influido por la reacción del amado no es un verdadero amor. Y estoy de acuerdo. Pero entonces, hemos de convenir que usamos el término amor para abarcar otros sentimientos (no tan puros, desde luego). O, lo que viene a ser lo mismo, que pocas personas saben amar con ese amor. Y esto último también lo ha dicho hnh, así que he escrito un post sólo para redundar, gastando inútilmente palabras.

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viernes, 8 de septiembre de 2006

Teoría de juegos

Imaginemos las relaciones humanas desde la óptica de la teoría de juegos. Por ejemplo, midamos la interactuación de dos personas en términos de la ayuda que una le da a la otra (o que se dan ambas mutuamente). Aunque naturalmente es difícil de valorar y, si se puede, cada caso sería distinto, como primera aproximación supongamos que hay dos situaciones: que una persona (A) le hace un favor a la otra (B) o que no se hacen ningún favor; no vamos a considerar de momento que se hagan daño. El hacer un favor a otro dígamos que, por término medio, tiene un coste de 1 unidad para el que lo hace y un beneficio de 2 unidades para el que lo recibe; por supuesto el no hacer nada tiene coste 0 y beneficio 0.

Parece lógica una escala de valores como la anterior (insisto, por término medio). Ayudar a alguien tiene que ser peor para el que ayuda que no hacer nada (le supone un esfuerzo, un gasto) pero, al mismo tiempo, ese coste debe ser menor que el beneficio que recibe el destinatario de la ayuda. Pues bien, si una persona ayuda a otra diremos que es benéfico; si, en cambio, no ayuda (esperando recibir ayuda sin dar nada a cambio) le llamaremos abusón. Nótese que es indiferente que en una relación la interacción se produzca en los dos sentidos o en uno solo; lo único importante es que, dadas dos personas A y B haya entre ellas el total de interacciones de cada sentido sea más o menos equilibrado.

En una doble interacción entre dos benéficos la valoración es como sigue. A ayuda a B, lo que le supone 1 unidad de coste al primero y 2 de beneficio al segundo. B ayuda a A y salen los mismos valores al revés. Resultado final: tanto A como B tienen 1 unidad de beneficio neto (ambos han salido ganando de la cooperación). Además, el beneficio conjunto ha aumentado en 2 unidades; podríamos decir que la cooperación aumenta el bienestar social (¡vaya descubrimiento!)

Ahora veamos qué pasa cuando se relacionan un benéfico y un abusón. A ayuda a B, pero B no hace nada; resultado: A se queda con 1 unidad de coste (-1) mientras que B tiene 2 unidades de beneficio. A está peor que antes, mientras que B está el doble de mejor que si hubiera devuelto el favor. Socialmente también aumenta el bienestar, pero sólo en una unidad (la mitad que antes). Es decir, aumenta el bienestar global (menos de lo que podría de haber cooperado), pero más aumenta el bienestar del abusón (obviamente a costa del malestar del benéfico).

El último supuesto es la relación entre dos abusones. Obviamente no pasa nada: A no ayuda a B y B no ayuda a A; balance 0. Desde el punto de vista conjunto es la peor solución.

Hay que suponer que una persona no es benéfica o abusona de forma constante. Puede que en su naturaleza predomine una u otra actitud, pero a medida que va viendo los resultados de sus interacciones parece razonable que cambie o no en función de éstos. Así, los abusones, en principio, no tienen motivos para cambiar. Si se encuentran con benéficos salen mejor no devolviendo los favores que haciéndolo. En cambio, la tendencia de un benéfico, después de haber experimentado una relación con un abusón, será a comportarse como tal en su próxima relación (al menos, evitemos costes, se diría). La dinámica de las relaciones evolucionaría pues de modo que irían desapareciendo los comportamientos benéficos y todos se volverían abusones. Resultado a largo plazo: balance 0, tanto para los individuos como para el bienestar social.

Ahora bien, esta situación no sería estable a largo plazo. Los abusones, a medida que no recibieran nada, empezarían a añorar los viejos tiempos en los que obtenían 2 unidades de beneficio de cada relación con un benéfico. Hay que pensar que se darían cuenta de que los benéficos han desaparecido por culpa de su comportamiento abusivo. Así que, incluso por egoísmo, podría convenirles empezar a ser benéficos a ver si logran que los otros se comporten así. También hay que pensar que un grupo humano, en su conjunto, no puede sobrevivir desde la autonomía de sus individuos (eso es lo que significa el balance 0), lo cual obliga a la cooperación.

Por tanto, la dinámica del comportamiento de los individuos evolucionaría como un resorte, buscando el punto de equilibrio: aumentan los abusones y disminuyen los benéficos hasta que se invierte la tendencia. En teoría de juegos, la "estrategia" más estable a largo plazo es la el comportamiento del toma y daca. Es decir, uno se comporta abusiva o benéficamente según se comporte el otro. En una situación de homogeneidad relativa en la relación costes / beneficios (algo imposible en la práctica), se supone que este comportamiento tiende al aumento de los benéficos y a la reducción de los abusones, con la consiguiente optimización del bienestar social.

Pero incluso en ese modelo "ideal", sigue presente la tentación individual al comportamiento abusivo y, por tanto, siempre aparecerá cuando un individuo calcule, egoístamente, que puede resultar beneficiado sin que la reducción de bienestar social redunde directamente sobre él. Y esa tentación (es fácil deducirlo) aumentará a medida que el grupo sea mayor y mayor la proporción de personas benéficas.

Y no hay que olvidar, además, que todo lo dicho vale en el supuesto (también ideal, por desgracia) de que los individuos tienen libertad para adoptar el comportamiento que prefieran. Pero, si un individuo (o grupo social) tiene la capacidad (la fuerza) de imponer su comportamiento abusivo impidiendo a los benéficos que lo adopten, es obvio (la puñetera naturaleza humana) que lo hará. Sáquense las conclusiones pertinentes (conste que no estoy hablando expresamente de la política internacional de los Estados Unidos).

Bueno, menudo rollo. Pues a partir de esta introducción quería ponerme a aplicar la teoría de juegos a las relaciones reales entre las personas, incluso a las de pareja. Pretendía hasta complicar un poquillo los sistemas de medición (podríamos suponer que cuando se ama el comportamiento benéfico no tiene coste para el benéfico, al menos al principio) y simular las distintas evoluciones. Pero como parece que hay una regla no escrita sobre la longitud máxima de los posts, vamos a dejarlo aquí, por el momento ....

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miércoles, 6 de septiembre de 2006

Retomando las frases de hace un par de días

Leo hoy un comentario de Topmonster al post que escribí hace dos días (Selección de frases para una ruptura de pareja) que me motiva a volver a ese asunto, a decir cosas que a propósito no dije.

Por cierto, antes de empezar, he de decir que me han alegrado los comentarios que hoy ha escrito Topmonsters. Especialmente uno (no el que motiva este post) en el que dice que leyendo mi blog, a veces, le da un poco de miedo cuánto se identifica con mis reflexiones. Ya sé que mal de muchos, consuelo de tontos, pero es algo muy natural que el ser humano se sienta bien al descubrir que no es un bicho excesivamente raro o que, al menos, hay otros bichos de su especie o que, bajando más el listón, comparten algunos de sus rasgos mentales. Yo había intuido eso hace unos días (y así se lo comenté); había identificado en los escritos de Topmonster varios indicios de rasgos comunes. En fin, no me enrollo; lo que quiero decir (y ya está dicho) es que me ha agradado este guiño de complicidad virtual.

Y paso al tema. Dice Topmonster que a él, a veces, le han dicho cosas muy duras que, sin embargo, le parecen piropos al lado de las frases seleccionadas en mi post. Añade que le daría mucho miedo si se las dijeran y pudieran ser verdad y que ese temor le inmovilizaría y posiblemente le haría llorar. Vayamos por partes.

Todas las frases que escribí fueron efectivamente pronunciadas (casi textualmente) o escritas (textualmente) a lo largo de unos tres meses por la mujer que fue mi pareja durante 16 años. Son duras, sin duda; pero también es verdad que suenan más duras si, como he hecho en el post, las extraes de los diversos discursos en que se insertaban y las colocas desnudas una junto a otra. Con esta primera "descontextualización" genero necesariamente un cierto falseamiento (provocado conscientemente, por otra parte).

Aun así, cada frase individual, incluso acolchada en su contexto original, resulta dura; y así me resultó cuando por primera vez la oí o la leí. Y creo que fueron escogidas con la voluntad expresa de lograr ese efecto. ¿Por qué? Pues pienso que fundamentalmente por dos razones. La primera tiene que ver con el desgaste del lenguaje que inevitablemente se produce entre una pareja de larga duración. Ya nos habíamos dicho muchas cosas, habíamos recorrido muchas intensidades semánticas. A esas alturas, me da la impresión de que mi ex-mujer necesitaba transmitir su mensaje de la forma más rotunda posible, sin equívocos. Y para ello necesitó dar un paso más en la contundencia expresiva. Aquí podría aludir (aunque no sea del todo pertinente) que "cuando hay confianza, da asco".

La segunda razón, muy relacionada, tiene que ver con el estado anímico y el subjetivismo de mi ex-mujer cuando dijo cada una de esas frases. Ella "necesitaba" creer que yo, mi comportamiento, era así como lo decía. Y cuanto más ruín fuera, más se autojustificaban (por supuesto, inconscientemente) sus sentimientos. Ya he hablado de esto en el post "Enemigos", así que no insisto. En esos momentos, ella vivía en un torbellino de emotividad excesiva y confusión. Salía de una grave enfermedad (sentía, me dijo en una ocasión, que le habían dado una segunda oportunidad y quería vivir intensamente) y había aparecido otra persona en su vida. Al mismo tiempo, yo era su compañero, la persona que (incluso entonces) sentía como parte de sí misma; las violentas emociones que la embargaban se mezclaban con un sentimiento de culpa, con gran miedo a hacerme daño, con el dolor de arrancarse algo muy imbricado a ella misma. Para navegar en esas aguas es imprescindible arrojar el lastre; y para que el lastre se hunda ha de cargarse: yo había de ser en su corazón ese lastre que le impedía ser feliz.

Estas cosas las pensé casi desde el principio (a partir, sobre todo, de que obtuve algunos datos de los que inicialmente carecía) porque me costaba asumir la dureza extrema de esas frases y porque mis explicaciones casaban con mi conocimiento de su forma de ser. Y todavía hoy lo sigo pensando, cuando ya esas frases no me hieren como entonces y por tanto no requiero explicaciones analgésicas. De hecho, ella misma, más adelante, hablando de alguna de estas frases, reconoció que no sentía lo que había dicho o que, al menos, no lo sentía tal como lo había dicho. Sin embargo, necesitaba decirlo cuando lo dijo.

Gracias a pensar cómo pensé, esas frases (y el resto de acontecimientos que ella precipitó de golpe sobre mi vida) no despertaron en mí ni un ápice de rencor. Quizás el que percibiera en ella (en esas frases) tanto rencor pudo contribuir a eso: pareciera que no quedaba más disponible para mí. Lo que sí generaron fue mucha tristeza; es más, me hundieron en un estado de pena inmensa y debilitadora. Me sentí apaleado sin saber la causa, con una sensación de injusticia, de ser objeto de una burla cruel sin derecho a apelación. Y a causa de esa tristeza, al igual que habría hecho Topmonster, lloré como hasta entonces no lo había hecho.

Esa tristeza nada tenía que ver con la mayor o menor veracidad de las frases. Pero, ¿era verdad lo que decía mi ex-mujer de mí? De entrada, he de decir que responderme a esta pregunta (o a estas, ya que había varias "acusaciones") se convirtió en el inicio de un proceso en el que todavía sigo. En tal sentido, la dureza de las frases y la dureza de las consecuencias vitales que ellas querían justificar, fue un factor coadyuvante para mi reacción introspectiva. Es decir, y aunque suene cínico, me vino bien contar con unas sentencias tan directamente descarnadas, tan poco compasivas, para provocarme el autoanálisis con idéntico (al menos así lo intento) descarnamiento, con una equivalente falta de miramientos. Por tanto (y aprovecho para aludir al comentario que me hizo Marguerite en referencia a su propia separación), considero que sí fue una "suerte" que haya habido espacio para las razones y las palabras.

Pero no me escaqueo y contesto: para mi ex-mujer sí era verdad lo que decía cuando lo decía. Y luego (y hasta ahora, diría yo) sigue siendo verdad, aunque en grados menores de intensidad. Es decir, ahora a lo mejor diría que tengo tendencias castradoras y tiránicas, en vez de que soy un castrador o un tirano; ahora a lo mejor diría que a veces (no siempre) ha sentido que no podía cobijarse en mí, pero reconocería que otras veces sí se ha sentido cobijada ... Y, al margen de que el retrato que pinta (con mayor o menor recurso al claroscuro) sea objetivamente verdad, lo que asumo como cierto es que para ella lo es, que ella lo ha sentido así. Por lo tanto no puedo engañarme y debo reconocer que he sido (probablemente lo siga siendo) bastante "minusválido emocional", ya que no he sabido expresar a la persona que más amaba (y también de la que más dependía) mis sentimientos ni tampoco he sabido darle lo que había ido necesitando de mí durante todos esos años.

De más está que me pronuncie, desde mi propia subjetividad, sobre la veracidad del retrato. Sólo en un aspecto me rebelo y es en la atribución (inconscientemente malévola) de malas intenciones por mi parte. Por ejemplo, puedo admitir que mi comportamiento en circunstancias concretas (anécdotas sesgadamente seleccionadas por ella para ilustrar su tesis) puede interpretarse como tiránico, pero niego con honestidad que alguna vez haya pretendido tiranizarla (son palabras fuertes, e imagino que, sin conocer los ejemplos concretos es difícil hacerse una idea). Esa voluntad de pintarme como una persona malintencionada fue algo que me dolió mucho. Porque la quise (todavía la quiero) mucho y nunca deseé nada malo para ella, siempre me preocupó muchísimo su bienestar y su felicidad (y tuve demasiadas ocasiones de preocuparme). Cosa distinta es que haya sido un torpe hasta decir basta y que muchos de los enfoques con que me planteé ayudarla a ser feliz resultaran a la postre totalmente equivocados.

En resumen, que a diferencia de lo que quizás le hubiera ocurrido a Topmonster, la veracidad de esas frases no ha sido un factor causal de mi dolor, de mis llantos. Ni siquiera el interrogarme sobre ella me ha generado miedo alguno. Sí, en cambio, ha tenido un efecto muy importante: romperme por dentro al obligarme a verme, hacer que "grifos" que mantenía cerrados se abrieran de golpe, que de pronto y sin avisar, muchas emociones me desbordasen. Y ese efecto también se ha materializado en llantos, pero han sido de otro tipo, vivificantes, si se me permite la cursilería. Y en esas sigo ...

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lunes, 4 de septiembre de 2006

El Enfado y la Tristeza

Hoy me han contado un cuento. Me lo han contado porque venía a cuento del incidente de ayer. Y me ha gustado el cuento. Así que voy a contar un cuento.

Érase una vez un país donde habitaban las emociones. Eran muchísimas y muy diversas, pero no es en este cuento donde hemos de censarlas. Fijémonos sólo en dos de ellas: el Enfado y la Tristeza. Porque el cuento se refiere a un día en que estas dos emociones se separaron de sus paisanas para dar un paseo por el bosque.

Pasearon, pasearon y llegaron a un lago precioso, de aguas calmas y transparentes en las que flotaban nenúfares brillantes y nadaban pececillos de colores. El Enfado y la Tristeza quedaron extasiados ante la belleza del lugar y pensaron a la vez en lo agradable que sería bañarse en esas aguas.

Entonces, de común acuerdo, se desnudaron, dejaron sus ropas al pie de uno de los gruesos troncos de los frondosos árboles que rodeaban el lago, y corrieron jubilosos hasta la orilla, dando esos saltitos vibrantes tan característicos de las emociones. El agua estaba templada y burbujeaba juguetona en torno a nuestros dos amigos. Era una maravilla.

Pero, como todo el mundo sabe, el Enfado siempre va con prisas, así que, enseguida, se impacientó y decidió irse corriendo a otra parte. La Tristeza, en cambio, es una emoción que cuando llega gusta de permanecer largo rato y por eso se quedó lánguida en el agua, dejándose acariciar por los nenúfares sedosos y los pececillos de escamas irisadas.

Pero hasta la Tristeza, al final, debe irse. Cuando salió del agua y llegó hasta el grueso tronco del frondoso árbol, se dio cuenta de que el Enfado, se había vestido con sus ropas. Este Enfado, se dijo, ya ha vuelto a equivocarse, si no fuera tan apresurado ... ¡Qué se le va a hacer! Y la Tristeza se vistió con las ropas del Enfado.

Por eso, y aquí viene la moraleja, si alguna vez te encuentras con el Enfado, fíjate bien, no vaya a ser que sea la Tristeza con sus ropas. Y tampoco confundas con la Tristeza al Enfado vestido como ella.


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domingo, 3 de septiembre de 2006

Enemigos

Bueno, he acabado las dos o tres tareas pendientes y estoy dudando si resolver el sudoku samurai de El País o escribir sobre nuestra necesidad de construirnos enemigos. No estoy demasiado motivado, así que sólo esbozaré ideas sueltas (y tontas, imagino).

La tesis (nada original) es que, para nuestra tranquilidad psicológica, necesitamos tener enemigos a quienes echar la culpa de nuestra infelicidad. El mecanismo, supongo, consiste en convertir la insatisfacción propia en rencor hacia otro. El otro es quien nos hace daño y nos impide ser felices.

Tengo la sensación de que la época más productiva en la construcción de los enemigos es la adolescencia. Naturalmente, en esas edades los enemigos canónicos son los padres. Son quienes nos impiden ser lo que queremos ser (aunque no tengamos ni la más remota idea de qué queremos ser). Por eso hay que "matar" al padre (o a la madre). Ese asesinato virtual debería ser terapéutico, capaz de suprimir el rencor; mejor, capaz de suprimir nuestra necesidad de inventar enemigos. En teoría, superar la adolescencia implicaría adquirir la madurez suficiente para saber que nuestras insatisfacciones están en nuestro interior; adquirir la responsabilidad profunda sobre nuestra vida.

Claro que con frecuencia no somos capaces de alcanzar esa madurez. En algunos casos (demasiados) nos han hecho mucho daño y ese dolor se incrusta en pliegues muy recónditos de nuestro estómago, ahí donde radica la ansiedad (luego uno se entera de que es en el sistema límbico cerebral, pero da lo mismo). Intuyo que ese dolor que guardamos se aferra tanto a nosotros que pasamos, sin darnos cuenta consciente, a considerarlo como lo que somos (o, al menos, como una parte importante de lo que somos).

Pues bien, ese "mal bicho" que muchos llevamos dentro se ocupa, creo yo, de construirnos los enemigos convenientes. Lo hace después de haber creado la insatisfacción, la ansiedad, la sensación de carencia e infelicidad. Primero crea el problema y luego propone la solución que no lo es (me recuerda a la Administración Bush). La solución, sin embargo, es la que justifica su existencia. No va a ser tan torpe de hacernos ver que la causa de la insatisfacción está dentro nuestro, que la causa es el propio mal bicho. No, la culpa es de otro (normalmente del otro que más cerca tienes, incluso del que más te quiere).

Mantener esta ficción autodestructiva y recurrente exige que el mal bicho nos mantenga convencidos. No convence a la razón; al contrario, procura que la razón no intervenga demasiado en este proceso. El convencimiento debe realizarse en el ámbito del sistema límbico, lo cual no es demasiado difícil porque estamos en hipertrofia emocional. La razón, en esos momentos, se retira y esa retirada es cada vez más definitiva respecto a ese convencimiento a medida que el mal bicho nos lo va incrustando a fondo.

Y asunto resuelto ... hasta la próxima. Hasta que desaparecido el enemigo pero a salvo el mal bicho, este cabroncete, que tanto parecemos querer visto cuánto lo mimamos, vuelva a hacernos sentir esa insatisfacción profunda y vuelve a enseñarnos al nuevo enemigo. Y, por cierto, si no hay enemigo a mano, siempre podrá recurrir a los viejos nunca adecuadamente enterrados.

Es muy difícil renunciar a inventarnos enemigos porque eso exige enfrentarnos a nuestro dolor, a nuestro mal bicho; y el cabrón no se deja extirpar fácilmente. Además, no es tonto. No nos miente descaradamente, porque entonces sería muy sencillo darnos cuenta del error. Simplemente nos distorsiona la visión, nos hace ver lo que le conviene que veamos, nos caricaturiza al otro, al enemigo. A partir de la existencia real de un alguien que nos ha hecho daño, se trata de verlo sólo como un hacedor de daño y, sobre todo, de achacar a ese daño la absoluta responsabilidad de nuestra infelicidad. Si no hubiera estado con él, si no hubiera sido el sujeto paciente de su daño (en cuya generación nada he tenido que ver), yo sería feliz.

Todo parece muy obvio, muy elemental. Pero lo es sólo visto desde fuera, sin la influencia del mal bicho. Porque basta que pensemos en esos nuestros propios enemigos interiores, los que nos han "impedido" ser felices, para que las emociones del rencor y el dolor afloren, para que inmediatamente carguemos las tintas hacia el lado de ellos (no hacia nosotros), para que nuestra razón se ofusque y no discurra con tranquilidad.

En todo caso, lo que es claro es que, cuando ya hemos construido al enemigo, no queda más remedio que alejarlo de nosotros. Y a veces, cuando uno es el enemigo (aún a su pesar), tiene que entender que no le queda más remedio que alejarse de quien así lo ha disfrazado. Quizás, con el tiempo, esas enemistades se diluyan ... o quizás no.

Pero, en todo caso, lo más importante no es el futuro de una relación entre dos que pasaron de amantes a enemigos. Lo verdaderamente importante es que esa persona sea capaz de extirparse el mal bicho, de perdonarse a sí misma y, como consecuencia, de no volver a necesitar convertir en enemigo a quien le ama.

Y ahora a hacer el sudoku.


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Selección de frases para una ruptura de pareja

Hoy, hace un rato, he tenido una desagradable conversación con mi ex-mujer. Lo de menos ha sido el asunto (sobre el que, en el fondo, poco disenso tengo). Lo doloroso ha sido comprobar, que tras tantos meses, sigue en ella el rencor, la necesidad de verme como su enemigo. Sobre esta necesidad quiero escribir; sobre la necesidad que tenemos de construirnos enemigos. Si tengo tiempo, luego lo haré. Pero entre tanto, me he encerrado en mi despacho y he repasado sus palabras de los meses de la crisis y separación. De julio a octubre del año pasado. Las releo y rememoro lo que sentí al escucharlas o leerlas en correos. Cómo me dolieron entonces y cómo ahora lo que hacen es sólo apenarme. Va a continuación una selección en orden cronológico; por supuesto, fuera de contexto y sin mis reflexiones propias y respuestas consecuentes (aunque me hicieron reflexionar muy mucho).

Todas las células de mi cuerpo te rechazan

Hay muchas cosas que no te puedo decir porque te haría mucho daño.

Tú me intimidas, me pones nerviosa, no estoy relajada... como si siempre estuviese haciendo un examen y tuviese que aprobar.

Quisiera volver a reír contigo; quisiera que esta etapa de nuestras vidas pasara y todo volviera a su rutina habitual. Pero… pero… me quedaban cosas por vivir sin ti.

¿Cómo te lo podría explicar? Me había resignado; resignado a vivir disfrazando la realidad, engañándome o no reconociendo lo que sucedía… era más cómodo.

Sí, me ha venido muy bien poderte ver como un enemigo, es más fácil echar culpas que asumir errores. Pero creo que es tu forma de ser la que desencadena en mí esa reacción. ¿Te has planteado que otra mujer pueda vivir contigo como pareja y no sentirse castrada, intimidada …?

Nada me hubiese gustado más que poder cobijarme en ti. Cuando quise o necesité hacerlo, tú me apartaste; y cuando me has dejado, yo ya no podía o no quería o no me hacía falta.

Nuestra relación de pareja está terminada. Necesito cosas de la persona que sea mi pareja que tú no me puedes dar. Hasta ahora no fui consciente de mis necesidades afectivas; ahora creo que algo las conozco y tú no puedes satisfacérmelas, ni a mí ni a nadie; te daría vergüenza.

Aparentemente eres una persona muy segura, pero lo eres sólo en el terreno racional, en el emocional no sabes cómo moverte. Eres un pequeño tirano y un pequeño castrador y creo que lo eres porque fue el comportamiento que aprendiste de tus padres (la tiranía de tu padre, la castración de tu madre).

Tienes un gran dolor dentro de ti. Es tan grande (tiranía y castración en la infancia) ese dolor que ni siquiera sabes que existe y hasta que no lo veas y lo asumas no vas a saber desenvolverte emocionalmente.

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