domingo, 30 de septiembre de 2007

Hojas de ruta y consultas habilitantes

Como es sabido, el pasado viernes, en el Pleno de Política General del Parlamento Vasco, el lehendakari Ibarretxe propuso una serie de iniciativas para “canalizar la resolución del conflicto vasco”. El discurso de Ibarretxe, obviamente, ha sido la noticia estrella de este fin de semana. La mayoría de los medios que he ojeado resaltan la inconstitucionalidad de las propuestas del Gobierno Vasco. De otra parte, prácticamente de lo único que se entera uno leyendo periódicos o webs generalistas es de la nueva hoja de ruta (terminología del lehendakari) que a uno (limitadito que es y, sobre todo, poco amigo de los circunloquios) le cuesta entender bien. Al final, me he tenido que hacer un esquema:
  • Paso 1. Desde ahora hasta junio de 2008 el lehendakari hace una oferta de pacto político al presidente del gobierno español. El pacto político no se enuncia nunca con transparencia, pero parece que lo que el gobierno español y el vasco han de acordar es que la forma de relación política entre Euskadi y España ha de ser decidida por los vascos. Eso es lo que significa “el derecho a decidir de los vascos” que, aceptado políticamente, debe encontrar su encaje en el ordenamiento jurídico.
  • Paso 2. Depende de si hay o no hay pacto; dadas las declaraciones de Zapatero, supongamos que no lo va a haber. Ibarretxe propone al Parlamento Vasco que autorice la “realización de una consulta habilitadora, para superar la situación de bloqueo y que sea la sociedad vasca, con su decisión, quien nos traslade el mandato de abrir un doble proceso de diálogo y de negociación que conduzca al final definitivo de la violencia, por un lado, y abordar la solución del conflicto político, por otro”. Entiendo que lo que quiere decir es que formulará una pregunta a la ciudadanía vasca que, en caso de ser la respuesta mayoritariamente favorable, diera legitimidad política (que no jurídica) a la pretensión de hacer efectivo el “derecho a decidir de los vascos”. Si el Parlamento, en ese último Pleno del presente curso, no le autoriza a hacer la consulta, Ibarretxe disolvería la cámara y convocaría elecciones para después del verano.
  • Paso 3. Consiste en celebrar la consulta, la cual, siempre que el Parlamento la hubiera autorizado (y parece que será que sí), se realizaría en octubre de 2008 (dentro de un añito). En su discurso el lehendakari dice que se consultará a la sociedad para que ésta “envíe” (en su caso) un doble mandato: el primero que el Gobierno español y ETA inicien un proceso de diálogo para alcanzar el fin definitivo de la violencia, y el segundo que se alcance un acuerdo entre todas las fuerzas políticas vascas sobre el ejercicio del derecho a decidir del Pueblo Vasco y sobre el marco de relaciones, tanto internas como externas, que desea mantener Euskadi. Con estas premisas: ¿qué se la va a preguntar a los vascos? De entrada, tendrían que ser dos preguntas. La primera es la más sencilla de formular: ¿Quiere (y ordena) usted que el Gobierno español y ETA dialoguen para pactar el fin definitivo de la violencia? La segunda necesariamente ha de ser más retorcida y, probablemente, nunca se entendería tal como se exprese sino como la quiera entender cada uno desde su posicionamiento; podría ser, por ejemplo: ¿Quiere (y ordena) usted que los partidos vascos se pongan de acuerdo en los mecanismos concretos mediante los cuales el pueblo vasco pueda ejercer su derecho a decidir sus relaciones políticas?
  • Paso 4. Inmediatamente celebrada la “consulta habilitadora”, Ibarretxe disolvería la cámara y convocaría elecciones (supongo que para finales del año que viene; tampoco se acortaría mucho la legislatura que debería durar hasta abril de 2009). Así pues, en el caso de que los vascos dijeran mayoritariamente que sí quieren (y ordenan) que se acuerde la forma de ejercer el derecho de decisión, pues dicho acuerdo habría de negociarse entre las fuerzas políticas vascas resultantes de esas elecciones autonómicas ya que, obviamente, la decisión se sancionaría por votación en el Parlamento Vasco. Ibarretxe lo que plantea es que los partidos políticos se pasen un añito y medio discutiendo para, en el segundo semestre de 2010, hacer un referéndum resolutivo que sea expresión del ejercicio del derecho a elegir. No lo dice expresamente en su discurso, pero en estricta lógica no cabe sino deducir que en ese referéndum lo que se les ha de preguntar a los vascos, con la intención (¿compromiso?) de que su respuesta sea vinculante, es qué fórmula concreta (espero que se les den varias alternativas) de relación política quieren mantener con España (ninguna y ser un Estado independiente, ser un “Estado Libre Asociado”, seguir siendo una Comunidad Autónoma …).
Creo que el discurso del Lehendakari es un buen ejemplo de inteligencia política en la mejor escuela maquiavélica; o mejor jesuítica, que para eso estamos en su tierra chica. Lo lees y transmite (salvo que estés muy radicalizado y te niegues a escuchar lo que no te gusta) una apariencia de honestidad, buenos deseos (en plan buen rollito y fraternidad universal) y congruencia argumental. No voy a pronunciarme sobre la honestidad y beatitud del lehendakari (al fin y al cabo, es irrelevante); sí me gustaría, en cambio, poner de manifiesto los varios y estratégicamente situados sofismas a que recurre en su argumentación. Pero no voy a hacerlo ahora porque requiere tiempo y rigor; hay que ir despacito para hacer explícitas las trampas (en términos lógicos) del discurso como, por ejemplo (una de las más repetidas) dar por asumidas, sin estarlo, premisas de ambiguo enunciado que sustentan conclusiones obviamente ilegítimas.

Yo no puedo hacer ahora esa tarea desenmascadora. Lo grave es que no veo a nadie que la aborde, ni en un lado ni en otro. Es triste que, entre todos, se haya llevado el debate político a un intercambio de tópicos vacíos de contenido. En el fondo, para qué esforzarse en definir los conceptos, en trabajar los argumentos, si éstos no son más que excusas para vestir prejuicios interesados e inamovibles. Basta entrar en cualquier foro de Internet en el que se debata sobre el futuro político de Euskadi para desmoralizarse ante la pobreza dialéctica.

Lo que se nos avecina, me temo, no será nada satisfactorio para nuestras inteligencias y ese convencimiento quizás nos excuse a todos de preocuparnos por la lógica y la verdad. Sin embargo, sí se nos viene una etapa turbulenta, en la que cabe prever movidas frenéticas y apuestas cada vez más arriesgadas. Y, no nos engañemos, no va a ser un proceso político libre, porque el miedo sigue estando ahí; por muy bonitas que suenen las palabras del lehendakari diciendo que ETA no debe marcar la agenda política, no son verdad (ETA marca la agenda y, sobre todo, marca las decisiones). Pero qué más da; éstos son los factores en juego y nadie puede negar que Ibarretxe ha decidido echarlos a rodar.

El Gobierno español ha rechazado la “hoja de ruta” porque la considera inconstitucional (la vicepresidenta la ha tildado de desvarío). Savater (a quien respeto) dice también que la consulta que propone Ibarretxe es ilegal pero añade que accedería a hacer campaña sobre el referéndum si cambian las cosas (...) y se hacen por los métodos constitucionales". Y aquí viene la primera cuestión que me gustaría que alguien me aclarara: ¿el ideario político del PNV puede acaso llevarse a término por los métodos constitucionales?

Es más que evidente que lo que el lehendakari defiende es que los vascos tienen derecho (en tanto pueblo, ja) a decidir su organización política y su relación con el Estado Español (por cierto, tengo entendido que a ese “derecho” se le llama de autodeterminación). Si se admite este derecho, también se admite que el País Vasco pueda, de así decidirlo sus habitantes, dejar de formar parte de España. Repasaré la Constitución pero, en principio, no veo cómo estos planteamientos pueden ser constitucionales. Pero es que dudo mucho que cualquier proceso al fin del cual un territorio se haya desgajado de un Estado se haya hecho dentro del marco de la constitución del Estado antes de la secesión. En este aspecto, no se puede acusar a Ibarretxe de no ser claro: él pide que haya un acuerdo político para cambiar la Constitución de modo que ésta permita la autodeterminación de los vascos.

Creo que los partidos estatales tienen que salir al ruedo de la política y no esconderse tras el burladero de la Constitución. Porque si no estarán perdiendo la autoridad moral que exhibían cuando, para deslegitimar (con toda la razón del mundo) las excusas políticas de los terroristas (la liberación del oprimido pueblo vasco), decían que en democracia y sin violencia se pueden defender todas las posiciones. Pues ahí está: el PNV defiende la autodeterminación. Ah no, eso no que es inconstitucional. Intuyo que cuando Savater habla de métodos constitucionales, sabiendo como sabe que la autodeterminación es inconstitucional, se está refiriendo cambiar la Constitución de forma constitucional. En cualquier caso, pienso que rechazar la propuesta de Ibarretxe por inconstitucional va a resultar insuficiente.

Por otra parte, esto es lo que él espera. Tanto es así que, leyendo su discurso, uno se da cuenta que a lo que va es a la “consulta habilitadora”. ¿El Estado la va a impedir? Parece que, si la convocara, el Estado la impugnaría ante el Tribunal Constitucional lo que implica la suspensión del acto durante un plazo máximo de cinco meses. Pero, ¿qué gobierno impugnaría la convocatoria decidida por el Gobierno Vasco tras el mandato del Parlamento? No sería el actual sino el que salga de las próximas Generales; hagan sus apuestas. En todo caso, trago de muy mal gusto para el próximo gobierno, muy en especial por las repercusiones que al correspondiente partido le significarían en el País Vasco.

Pero y si Ibarretxe, siendo en cierto sentido coherente con su propio órdago, se pasa por el arco del triunfo la suspensión del Constitucional por entender que él viene obligado a cumplir la voluntad del Parlamento Vasco, y va y organiza en un lluvioso (es un imaginar) domingo de octubre del próximo año la consulta, movilizando para ello a la ertzaintza. ¿Ordenaría el gobierno español a la guardia civil o al ejército que impidieran por la fuerza la celebración de la consulta?

Estoy seguro de que Zapatero tiene que estar muy preocupado pensando cómo evitar que las cosas lleguen hasta ahí, porque si así fuera se arma una bronca que dudo que la mayoría de los votantes, tanto vascos como del resto de España, estén dispuestos a asumir. Tampoco creo que a Ibarretxe le interese demasiado llegar a esos extremos, pero intuyo que tiene bastante menos que perder que el presidente del gobierno español (sea éste del partido que sea). Por eso creo que lo que pase durante estos próximos meses en la “negociación” entre los dos gobiernos (de lo que apenas nos enteraremos) es bastante importante. Y, dicho sea de paso, el estilo del PP en este tema sólo contribuye a legitimar los movimientos rupturistas de Ibarretxe.

En fin, que qué penita. ¿Nos sacudiremos algún día la falacia de los pueblos? Y ya puestos, ¿por qué no abolir los Estados? Mientras ese día llega, creo que voy a organizar una consulta habilitadora en Chipunia.

CATEGORÍA: Política y Sociedad

jueves, 27 de septiembre de 2007

Diputados blogueros

Hoy he descubierto que nuestros diputados, algunos de nuestros diputados, tienen blogs. En la página oficial del Congreso de los Diputados puede uno enterarse que, de los 350 diputados, 32 cuentan con “página personal” (se contabilizan 34 webs pero hay dos parlamentarios con dos webs cada uno); es decir, aproximadamente el 9%, un porcentaje (imagino) bastante más alto que la media de la población española pero es que, obviamente, estos señores y señoras, señorías tod@s, tienen mucho que contar. Otra cosa es que a los españoles nos interese lo que tienen que contar, que parece que no mucho. Lo digo porque me he dedicado a hacer breves visitas a todos y cada uno de estos blogs y, salvo muy contadas excepciones, en la casi totalidad de los posts de la gran mayoría de ellos el número de comentarios es cero, uno ...

Me he hecho unas estadísticas apresuradas que facilito (como son apresuradas pueden habérseme colado errores). Empecemos por los grupos políticos: 20 webs son de diputados del PSOE, lo que representa el 62,5% del total, cuando los diputados socialistas son el 46,8% de la Cámara; lógicamente, con el PP se produce una situación inversa: pese a que representan el 42% del total de diputados, sólo alcanzan el 19% de las webs. Si hacemos la clásica división maniquea, el número de blogs de diputados de izquierda representa el 78%, cuando el total de los grupos políticos correspondientes es poco más del 52%: pareciera que la izquierda ha cogido esto de internet con más gusto que la derecha. Por cierto, de los diputados nacionalistas/independentistas sólo hay blogs catalanes; ¿qué pasa con los vascos, gallegos, canarios?

Fijándose en la provincia de la que proviene el diputado, prevalecen claramente los catalanes (la mitad justita de las webs). En segundo lugar, más o menos igualadas, van las comunidades valenciana y andaluza. Los escasos seis blogs restantes se dispersan entre Galicia (2), Aragón (1), Castilla-La Mancha (1), País Vasco (1) y Madrid (1). ¿Alguien quiere sacar conclusiones? Yo diría que estos datos son muestra evidente de que Zapatero está rompiendo España, ¿verdad?

Y vayamos al polémico asunto de la igualdad sexual. La Ley orgánica aprobada el curso pasado no ha logrado que entre los diputados blogueros se respete la proporción mínima 60-40. No señor; la proporción es de un escandaloso 78-22 a favor de los hombres, cuando respecto al total del Congreso, las 128 diputadas hacen que se alcance una más decente 63-37 (casi casi la mínima legal). Hechos los correspondientes cálculos, propongo a la presidencia del Congreso que obligue a un mínimo de diez diputadas a abrir un blog, impidiendo mientras tanto que ningún diputado haga lo propio; de esta manera se alcanzará el 40% que exige el equilibrio inter-sexos.

¿Cómo se distribuyen los diputados blogueros por edades? Pues para mi sorpresa (me los esperaba más jóvenes) cubren casi todo el espectro. La edad media me sale en torno a los 46 años (algo menores que yo), variando desde los 32 años de José Ramón Mateos, socialista de Formentera, hasta los 59 de Manuel Mas, socialista de Barcelona, (Joan Oms tiene 60, pero su “página personal” no es realmente personal sino la institucional de els verds). Un intervalo de edades de 27 años (menor seguramente que el del Congreso, pero no creo que demasiado, amén de que me imagino que equidistante de los extremos). Poco relevante resulta el factor edad, al menos en las cifras frías. Porque, aunque de forma poco rigurosa, mi impresión es que los blogs más atrayentes corresponden a diputados de las cohortes más jóvenes.

Me animaré a opinar alguito sobre los contenidos. Empezaré diciendo que la nota media es muy baja: vamos que así, en un primer vistazo, la gran mayoría parecen un coñazo. De entrada suelen estar muy mal compuestos, lo que quita las ganas de leer. Cuando te pones a leer suelen ser aburridos y, por supuesto, monotemáticos. Al fin y al cabo, diputados en el Congreso (muy vanidosos de serlo y bastante incapaces de disimularlo) que exponen sus brillantes actuaciones, elogian los comportamientos de su partido y critican los del otro. Política de bajos vuelos, cargadísima de tópicos y demagogias y sin que aflore apenas ninguna reflexión más allá de la cutre cotidianeidad de nuestro circo. De otra parte, por más que imagino que les gustará que les lean, casi todos tienen activada la opción de moderar comentarios (vamos que antes de que se publique la opinión de nadie quieren chequearla).

Por cierto, la actividad bloguera de los diputados no vayan a creer que es de ahora; hay bastantes que llevan ya unos cuantos añitos. Así encontramos que los primeros posts varían desde el 2004 hasta desde hace poco; incluso hay un diputado alicantino que se suelta el moco de fechar sus primeros artículos en octubre de 1993. Lo que llama la atención es que el mes que más se repite como inicial de varios blogs es septiembre; será que los políticos, al iniciar el curso, se plantean abrir un blog.

Es sabido que no me gusta demasiado el PP, pero aseguro que no estoy siendo tendencioso al afirmar que los de sus diputados merecen, en conjunto, una nota mucho más baja que los del resto. De los seis blogs peperos, cuatro están alojados en periodista digital que son, justamente, los que más se expresan con el encono tan característico del partido durante esta legislatura, amén de su obsesión por el diabólico Zapatero. Los otros dos corresponden a un diputado de Barcelona cuyos posts son transcripciones de sus intervenciones en el Congreso (me imagino que pide copia del cuaderno de sesiones) y a un sonriente y algo gordito diputado zaragozano, con cara de buena gente y cuyo tono es algo menos acre que el del resto de sus compañeros de partido. En fin, después de mi rápido repaso, no aconsejo a nadie que pierda el tiempo visitando los blogs de estos señores del PP, aunque dos de ellos, el de Gustavo de Arístegui y el de Jorge Moragas reciben un número sensible de comentarios (los restantes apenas ninguno).

Como es previsible el idioma predominante es el castellano, pero también hay bastantes blogs en catalán, incluso uno bilingüe de una diputada valenciana de IU (quien, por cierto, gusta de meterle caña a la Iglesia). Reconozco que, aunque leo el catalán en la intimidad, me he detenido menos en los escritos en este idioma (aunque a uno de ellos le he dejado un comentario). De los escritos en catalán puede resultar interesante el de Joan Puig i Cordon, que se califica como un independentista en Madrid.

Entre los del PSOE encontramos al ínclito Pepiño Blanco, cuyo blog he de recomendar encarecidamente a Tito Beno; es un blog que “no lleva corbata” y en el que su autor desea que todos nos tuteemos. Ciertamente conmovedor, pero que todavía no logra tener su público, bien es verdad que no lleva siquiera un mes de andadura. En el extremo opuesto (en lo que a popularidad se refiere) está el blog de Jordi Sevilla, bastante bien diseñadito; el ex ministro lleva ya un año en la red y, aunque habla casi siempre de la política cotidiana, lo hace de forma amena y humana (seguramente por ello recibe bastantes visitas y comentarios). Por último, también del PSOE, el blog del diputado vizcaino Eduardo Madina. Es el único que no habla sólo de política y que, además, cuando habla de política no se le nota tan amarrado al partidismo cutre como el resto. De otra parte, no escribe nada mal; es el único que me atrevo a recomendar.

Y nada más. Esta incursión entre los blogs de los diputados me ha dejado algo preocupado en cuanto la conexión entre políticos y ciudadanos. Ciertamente, sólo me he permitido un rápido paseo pero suficiente, creo, para hacerme una composición de lugar a modo de panorama general. Si quisiera profundizar, además de los blogs de diputados, hay muchos más de profesionales de la política. Pero no sé si me apetece navegar mucho por esas aguas.

CATEGORÍA: Blogs e Internet

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Quiero aprender mexicano

Atendiendo una recomendación de Ana C. descubrí el blog del Chukustako, un mexicano que escribe desgarrando el idioma. Conté hace un par de posts que me encanta el castellano de México y este blog es un buen ejemplo. Véase, por ejemplo, este relato: apenas 1800 palabras y qué abundancia de giros, vocablos, imágenes, sorpresas. Va un breve listado: polvosa, graffs, otrora, camellón, freón, crayón, sonar el claxon (transitivo), farolazo, enrebozada, me la deben, correrme (no, en ese sentido no), chingar, ponme atención, pesero, comezón, gañán, pinche, pedo, romper la madre, gabacho… Espectacular, ¿verdad?

Cuando leo textos como los del Chukustako siento latir las palabras, siento que el idioma vive; y eso, lo confieso, me emociona. Cada vez me siento menos enraizado a lealtades nacionales; incluso hay momentos en que, ante tantas abyectas rimbombancias demagógicas (sin ir más lejos, el discurso pepero sobre España), me tientan apostasías patricidas. Sin embargo, reconozco que con el lenguaje, con mi lengua, no puedo dejar de sentir relaciones de pertenencia. Y, ya desde hace tiempo, los paisajes más bellos de esta patria de voces y palabras los encuentro al otro lado del Atlántico (muy especialmente en México). Hay por supuesto excepciones, pero cuánto necesitamos inyecciones de vitalidad en el castellano de España.

Cambiando de tema, ¿quién sabía que claxon proviene de una marca comercial estadounidense, Klaxon? El claxon, dispositivo eléctrico, fue inventado a principios del XX por un socio de Edison, un tal Miller Reese Hutchison. En 1908, una compañía de New Jersey compró los derechos para fabricar y comercializar la bocina eléctrica y la bautizó con un nombre tomado de la palabra griega para chillar. Lo divertido es que Miller Reese Hutchison, antes del claxon, había inventado el audífono eléctrico; dicen las malas lenguas que el claxon vino para aumentar el número de demandantes de su audífono (resulta creíble).

Salgo a dar el paseo vespertino a la perra (sí, he vuelto a cambiar de tema) y me sorprende una farola altísima, tan alta que la esfera de luz blanca muy brillante parecía la luna llena en un cielo despejado … Y tanto que lo parecía. Así que estamos en luna llena, pues eso va a explicar varias cosas. Cuando esas ciertas cosas suceden, se me ocurre la estúpida idea de excusarme por ser hombre y, además, tener ya una edad. O sea, que las hormonas (y no sólo) no piden guerra, sino paz. No lo sé, a lo mejor no siento tanto cómo pide la luna llena. ¿Me defenderé elogiando la calidad frente a la cantidad?

Perdóneseme el paréntesis críptico. Vuelvo al relato del Chukustako que he enlazado. ¿No lo has leído todavía? Pues hazlo, es mucho mejor que seguir leyendo estos desbarres. ¿Ya lo has leído? Vale, suponiendo que seas español, ¿no te ha llamado la atención que Fede le diga a Verónica de irse al gabacho? El gabacho, para los mexicanos, son los USA; eso se deduce fácil. Lo había oído ya en una canción de Lila Downs (en un ratito la busco y a ver si la subo a este post), pero me da que no es ésta acepción muy añeja. Por ahí me suena haber leído que en México gabacho ha venido a sustituir a gringo a medida que este último término ha ido diluyendo su valor despectivo (un amigo mexicano se quejaba de esa pérdida expresiva: si ya hasta los gringos se autodenominan así). En todo caso, es casi seguro que el gabacho mexicano proviene del nuestro, de notable antigüedad y hoy casi en desuso. Me entero de que Covarrubias ya describe el término a principios del XVII. Los gavachos (con v) son los provenientes de unos pueblos que confinan con la provincia de Narbona (el DRAE dice de las faldas de los Pirineos; bueno, más o menos) que, debido a la miseria de su tierra, vienen a España a ocuparse de servicios bajos y viles. ¿Los franceses de inmigrantes cutres en la España del Siglo de Oro? ¡Qué vueltas da la historia! Es fácilmente explicable, con este origen y el cariño que siempre hemos tenido a nuestros vecinos del norte, que el vocablo se generalizara para referirse peyorativamente a los franchutes. Aventuro (a lo mejor desbarro) que el término fuera puesto en boga en el México de mediados del XIX durante el gobierno de Maximiliano I, impuesto por los franceses. Supongo que, durante esos pocos años, habría bastantes ciudadanos franceses en México y téngase en cuenta que el país era independiente desde hacía poco más de 40 años; no me extrañaría, pues, que viejos españoles rescataran la palabra gabacho para referirse a esos franceses y que, a lo mejor, el significado se ampliara para abarcar a cualesquiera extranjeros de lengua distinta. En todo caso, apostaría a que en el propio México era una palabra en desuso hasta hace poco. ¿Hay por ahí algún mexicano que confirme lo que digo?



Dejo un rato de escribir para leer un correo electrónico que me enternece. Me quedo un ratito pensando que ser feliz no debería ser tan complicado; debería bastar con dejar que nos lleguen tantas cosas buenas, con saber calmar el ánimo. Con el poco tiempo que tenemos, mira que malgastarlo encochinándonos. Pero, éstas son siempre tareas que a cada uno le competen.

De todas las palabras que he anotado del relato chukustakeño, dos me eran absolutamente desconocidas; no las había oído nunca y ni siquiera se me ocurría por dónde podían ir los tiros. Una es freón y otra camellón; ambas en el DRAE (qué fácil). La primera es “gas o líquido no inflamable que contiene flúor, empleado especialmente como refrigerante”. Según la maravillosa Wikipedia, Freon es el nombre comercial de unos clorofluorocarbonos de la compañía DuPont (la multinacional química más famosa del mundo) usados principalmente como refrigerantes; los clorofluorocarbonos (CFC) han sido prohibidos por el protocolo de Montreal porque agrandan el agujero de la capa de ozono y contribuyen al calentamiento global (uyyyyyy). Ahora bien, en el texto, Federico saca de la mochila el tubo de gas freón; deduje que era algún tipo de linterna para iluminarse mientras forzaba el candado del portón. Pero no encuentro ninguna referencia sobre aplicaciones lumínicas del freón. ¿Usarán en México freón por neón? Quizás deba seguir leyendo sobre el freón, pero la ingeniería química me resulta especialmente árida y, la verdad, no me pone demasiado.

La otra palabra, camellón, me ha gustado más. Es un mexicanismo, lo que me absuelve de ignorancia, que en este caso sería dolosa pues el término pertenece a mi ámbito profesional. El camellón es el trozo, a veces ajardinado, que divide las dos calzadas de una avenida (el camellón del Chukustako presenta un estado lamentable). Busco imágenes de camellones en el google mexicano y sí, viene a ser lo que me imaginaba a partir de la definición del DRAE: el paseo central de una avenida, el bulevar, la rambla, etc. Ya estoy en mejores condiciones para ofrecer mis servicios profesionales en México. La imagen adjunta es el camellón del Paseo de la Reforma en el DF. Por cierto, este Paseo, una de las avenidas principales de la capital mexicana, fue mandado trazar por Maximiliano I para unir la ciudad con el castillo de Chapultepec, que eligió como su residencia. Llevo un rato “paseando” con el Google Earth a lo largo del Paseo de la Reforma y viendo las fotos subidas a Panoramio (¿alguna vez he publicado mi entusiasmo por el Google Earth?). Coño, quiero ir a México. Y ya vale, pero antes, una chorrada final: Chapultepec, palabra de origen náhuatl, significa cerro del chapulín; y chapulín significa saltamontes. ¿Cómo es posible no enamorarse del castellano que se habla en México? Así que el Chapulín Colorado …

Hasta aquí. Muy estructurado no me ha quedado este post, me temo.

CATEGORÍA: Entretenimientos gramaticales

martes, 25 de septiembre de 2007

Sugestión

Comentando mi anterior post, me dice Illyakin que ella llama sugestión a todo ese tipo de experiencias (en el “tipo” incluye el Reiki); creo que, como primer paso, habré de acotar a qué se refiere con la palabra sugestión, partiendo de la base de que el significado que le atribuye tiene connotaciones negativas.

Como el DRAE sirve de poco en este caso, rebusco un poquillo y encuentro dos aproximaciones complementarias, ambas en el ámbito de la psicología. De un lado, sugestión sería todo producto mental (pensamiento, sentimiento, volición, sensación, estado anímico) que generamos sin que haya un soporte sensorial directo ni un control racional. De otra parte, también se usa el término sugestión para referirse a la transmisión de tales productos mentales valiéndose (el agente sugestionador) de la limitación o suspensión del control personal del paciente sugestionado.

Es fácil compartir una valoración negativa de esta segunda acepción, ya que suponemos que el sugestionador atenta contra la libertad personal del sugestionado. El ejemplo más claro es la hipnosis; pero valen también todas las técnicas de manipulación mental tan usuales en las sectas (tema al que Illyakin se refiere). Nada que discutir a este respecto; no, al menos, en términos generales. Estoy de acuerdo en que la mente humana es de blandiblup (yo solito nunca habría usado esta palabra), aunque quizás no en que todos la tengamos igual de maleable. Pero también aprovecho para decir que todos somos manipuladores en mayor o menor grado y que, la mayoría de las veces, si no lo somos más no es por respeto a la libertad del otro, sino porque no tenemos esa capacidad. En todo caso, hay grados y la manipulación ha alcanzado desarrollos técnicos abrumadores que hacen que poco tenga que ver con los pobres intentos de sugestión que podemos ensayar la mayoría de los mortales.

Ahora bien, esta acepción de control mental ajeno que se impone sobre nuestra voluntad y libertad de pensamiento vale para la segunda parte de la argumentación de illyakin (las sectas), pero no para la primera (el reiki). Porque, en una sesión de reiki, de haber sugestión es autosugestión. Admitámoslo de momento pero, antes de seguir, dejemos claro que no hay ningún forzamiento de las capacidades racionales individuales, ninguna imposición externa al propio individuo. Me interesa esta precisión para deslindar tajantemente la argumentación respecto a las sectas y similares. Porque es fácil (y sofista) sugerir (verbo con idéntica etimología) parentescos entre la práctica del reiki y los comportamientos (y pensamientos) sectarios. Si tales correlaciones resultaran significativamente relevantes (que no tengo ni idea) no se explicarían por saltos sin justificación lógica entre las dos acepciones usuales del término sugestión. ¿De acuerdo? Conste, Illyakin, que ni siquiera insinúo que tal fuera tu intención (sé que no).

Pienso que Illyakin calificaba de sugestión al reiki (y al resto de experiencias que mete en el mismo cajón) en el sentido de que los productos mentales que hacen acto de presencia durante una sesión (sensaciones físicas y emocionales, sentimientos, pensamientos, estados de animo) no provienen de estímulos sensoriales directos ni de un proceso de pensamiento racional. Respecto a lo último, ya de entrada, le doy la razón. Cuando estás experimentando lo que sea que uno experimente durante una sesión de reiki, no estás pensando racionalmente; es más, lo ideal es que no pienses nada, que “acalles” la mente. En cuanto a lo segundo, no estoy tan seguro. Creo que sí existe una percepción sensorial, concretamente táctil (que puede ser reforzada con estímulos complementarios sobre otros sentidos: el oído, el olfato; la vista, en principio, no). Lo que es impepinable es que uno “toca” a otro, incluso aunque “toque” sin poner directamente en contacto piel con piel y que hay un estímulo táctil.

Bien pues; lo cierto es que hay estímulos sensoriales reales (imposición de manos) y unos “productos mentales” que, aparentemente, surgen como reacción a tales estímulos. Todavía podríamos admitir que hay “sugestión” si negáramos la correlación entre el estímulo sensorial y los productos mentales o, para ser más precisos, que esos estímulos sensoriales reales son algo así como placebos, como pastillitas inocuas que te tomas y que, porque estás sugestionado en tal sentido, producen determinados efectos terapéuticos. Lo que pasa es que esta explicación no encaja con el hecho (en mi caso y en el de muchos más; sin ir más lejos Marguerite) de que la primera vez que, en una sesión de reiki, te aparecen los “productos mentales”, te quedas bastante sorprendido porque para nada te lo esperabas. Y en cuanto a lo de estar predispuesto … Yo, al menos, iba en plan bastante escéptico; lo único que procuré fue relajarme y “darme permiso” para sentir lo que pudiera sentir (porque ni idea de si iba a sentir algo ni de qué tipo).

Así pues, honestamente, me cuesta calificar de sugestiones las sensaciones que recibo durante una sesión de reiki, tanto dándolo como recibiéndolo. Creo, por el contrario, que esas sensaciones son reales y están relacionadas con estímulos concretos, no son “imaginadas” por más que, evidentemente, pertenezcan al ámbito intangible de lo mental. Y digo que creo lo que acabo de expresar no en el sentido de acto de fe, sino de conclusión provisional tras una análisis bastante racional (creo) y con mucho cuestionamiento escéptico de las sensaciones que he vivido (análisis posterior a las sensaciones, nunca durante éstas). Puestos a calificar de sugestión, más aplicable me parece este término a sentimientos tan universalmente aceptados (con placidez embelesada) como el enamoramiento; las sensaciones que se viven durante ese estado mental sí que responden con todos los honores a las definiciones de “sugestión”.

Ahora bien, tengo la impresión a la vista de su último comentario, de que Illyakin puede estar de acuerdo en que sugestión no sea el término más adecuado para referirse a los efectos del Reiki. Dice que “no duda de los hechos” y con tal calificación de “hechos” pareciera que descarta el carácter ilusorio que les correspondería de ser resultado de una sugestión. Es escéptica respecto a las explicaciones que dan quienes practican reiki respecto a por qué pasan las cosas que pasan (yo añadiría, que más que respecto a las explicaciones, que apenas hay, respecto a la “jerga espiritualista” que emplean). Dice Illyakin que supone que la mayoría de esos efectos obedecen a causas físicas, para nada espirituales. Bueno, he de decir que seguramente estoy bastante de acuerdo con este último comentario, si bien creo que el “malestar” de Illyakin se debe más a cuestiones semánticas que a disensos de fondo. Me da la impresión de que a quienes somos predominantemente racionalistas ese tipo de lenguaje nos genera rechazo, casi como reacción refleja.

He llegado a la conclusión de que quizás debiéramos dar menos importancia a la cantinela “espiritualista” y tomarla como lo que es, una manera convencional (algo ñoña a veces) de referirse a cosas que no se pueden precisar muy bien y que mucho menos se es capaz de explicarlas. Porque, realmente quienes practican este “tipo” de actividades no pretenden explicar nada (aunque algunos de ellos hasta se crean erróneamente que explican algo). Una diferencia muy significativa entre las actitudes occidental y oriental es que nosotros siempre queremos (¿necesitamos?) entender el porqué de los acontecimientos, mientras que a los orientales eso no les resulta tan importante. Por supuesto el afán por descubrir los porqués es un motor fantástico para el desarrollo científico, pero hay quien lo lleva a límites improcedentes, hasta el punto de negar lo que no se puede explicar o, en todo caso, no permitirse experimentarlo.

Yo soy materialista; es decir, en principio creo que todo lo que nos afecta, la realidad en su conjunto, tiene una base física, aunque no sepamos muy bien como funcionan muchos fenómenos. Curiosamente, aún sin tener ni idea, a diferencia de lo que le pasa a Illyakin a mí no me parece excesivamente descabellado que haya unas energías en el cuerpo humano, en su entorno; que estas energías se puedan “redistribuir”; que puedan incidir en el propio funcionamiento orgánico. Lo llamo energía siendo consciente de la ambigüedad terminológica y del escaso rigor científico. No sé por qué ocurre lo que ocurre, pero no me parece que sea algo mágico (aunque pueda usar este adjetivo con fines descriptivos). Por ejemplo, no veo ninguna imposibilidad radical, en alterar mediante esas “energías” nuestro funcionamiento orgánico. Pensemos que nuestro cerebro es el que ordena latir al corazón, es el que crea una sensación de felicidad o de tristeza … ¿por qué no se podría, pongamos, “ordenar” a una célula cancerosa que pare su frenética multiplicación?

Pienso, repito, que hay muchas “cosas” que no sabemos cómo (y porqué) funcionan y que, probablemente, algún día seremos capaces de entender. Pero, entre tanto, tampoco me importa demasiado entender por qué ocurre lo que ocurre. Como bien dices, Illyakin, si a mi me vale, pues estupendo. Y lo cierto es que vale (tampoco es que sea ninguna panacea absoluta), independientemente de las “vestiduras” que le pongan de misticismo (acéptalo, si quieres, como la nota ornamental exótica, sin darle mayor importancia, sin que te distraiga de lo verdaderamente relevante). Eso sí, en mi opinión, es necesario un cierto grado de abandono, de “acallar” la mente racional para desarrollar esas capacidades sensoriales que no estamos habituados a usar, que no conocemos demasiado bien (sobre todo los occidentales), pero que tenemos. No se trata de actos de fe o cosas parecidas sino, simplemente, de tener una actitud abierta de “a ver qué pasa”; tiempo hay luego para reflexionar analíticamente sobre las sensaciones experimentadas.

En el blog que he encontrado recientemente y al que me refería en el post anterior se dice que el reiki es una “metodología” y me ha gustado la idea. Porque en el fondo, el reiki como muchas otras prácticas del “tipo” al que te refieres (incluyendo, si me apuras, las técnicas de relajación que citas) son, en primer lugar, herramientas para nuestro propio conocimiento y consiguiente desarrollo personal. Experimentándolas con cierta constancia y método sí creo que “aprendes” por vías distintas a las “racionales”(de momento) y encuentras útiles para ser mejor persona. En fin, perdona el rollo; tampoco quiero que creas que pretendo convencerte de nada. Mi motivación a escribir este post quizás fuera aclarar (supongo que con poco éxito) que, aunque no lo parezca, me considero racionalista y escéptico; pero es que tales cualidades no están reñidas con “experimentar” determinadas cosas (más bien, al contrario).

CATEGORÍA: Auras, chakras y demás orientalidades

domingo, 23 de septiembre de 2007

Reiki (2)

Llevaba mucho tiempo sin practicarlo; ocho o nueve meses. Recientemente había descubierto el blog de alguien que hablaba sobre Reiki; a una amiga, enredada en mil bloqueos, le había comentado de hacer una sesión; a K le vendría bien relajarse, pensó también.

Tarde noche de fin de semana: prepara mínimamente el ambiente. Piensa que debería comprarse una camilla; ya había visto algunas fantásticas en Internet. La mesa de la cocina, desdoblada, se queda en apenas 150 centímetros; la única disponible es la de su despacho: cristal reforzado sobre estructura de acero. Piensa que tanto metal (además está la librería) no es lo más adecuado, pero no hay otra opción. La persiana casi completamente baja; una vela (debería comprar más) y la bombilla del cuarto de baño aportan una luz tenue. Música de Anand Ajad especialmente compuesta para Reiki.

Se les había ocurrido fumar un poco de maría para probar a intensificar la percepción, la sensibilidad. Muy poco, apenas tres caladas cada uno; pero es una yerba muy buena; enseguida se notan sus efectos. Ella se sube a la mesa y se echa boca arriba sobre la colchoneta de yoga que cubre el cristal. Él le pide que cierre los ojos y que no piense en nada, que se concentre en dejar que cada parte de su cuerpo se vaya “desparramándose”, cayéndose sobre la base que lo soporta como si perdiera su consistencia, como si quisiera disolverse y separarse del conjunto.

Están un rato en silencio; ella, yacente, buscando la relajación muscular, el abandono físico; él, sentado en un taburete con ruedas, con la espalda erguida, los brazos ligeramente caídos, las palmas de las manos abiertas: relajándose a la espera de la sintonía. Cuando nota que le vienen las palabras (no son las que, antes de empezar, había pensado), empieza a hablar despacio. Vamos a mirar, cada uno, dentro de nuestra boca y vamos a sentir que somos una partícula diminuta y liviana, sin apenas peso, una especie de pelusa, de mota. Somos esa pelusa y estamos dentro de una caverna inmensa, flotando en la lengua, que es un lago. ¿Lo ves? Sí. ¿Te ves a ti?¿Sientes que eres esa mota minúscula? Sí. Veo las aguas verdosas en las que floto, se mueven despacio hacia el final de la boca, un arco que cierra esta caverna. Me lleva la corriente, despacio pero sin parar; el agua la veo cada vez más negra, como negro es el agujero grande que se abre y hacia el que me dirijo. Intuyo … No, no intuyo, sé que al llegar a ese horizonte de la lengua las aguas se precipitan en cascada y que caeré por la garganta. Pero no tengo miedo. ¿Te estás acercando tú también? Sí. ¿Notas el agua cada vez más negra? Sí ¿Tienes miedo? No.

Ya hemos llegado y ahora, muy despacio, caemos. Caemos flotando, muy muy despacio. Estamos en una especie de tubo transparente, con mucha luz, que nos deja ver hacia su exterior. Y ese exterior es el interior del cuerpo, del cuerpo de cada uno, que es una especie de molde hueco en el que, suspendidos, se disponen los órganos. Estamos viendo nuestro cuerpo por dentro, como algo ajeno a nosotros, porque somos una minúscula pelusa que está cayendo, flotando suavemente, por este tubo que es la garganta. ¿Lo estás viendo? ¿Ves los dos pulmones? Sí. ¿De que color son? Lilas. ¿Sí? Los míos, en cambio, son azulados, un azul muy flojo, casi blanco.

Ella está muy relajada, los ojos cerrados por unos párpados suaves, una ligera sonrisa en sus labios entreabiertos; él se coloca detrás y extiende sus dos manos hasta detenerlas sobre los ojos de la mujer, un poco por encima de la cara, sin tocarla. Muy pronto empieza a notar un calor vibrante en las palmas de las manos; le sorprende su intensidad y, sobre todo, la premura con que lo nota. Tras un ratito (tres minutos, más o menos) mueve las manos para cubrir la coronaria; nada más acercarlas a la cabeza percibe la materialidad del aura, como hecha de un gel semigaseoso que se esponja. La acaricia con ambas manos como comprobando su dimensión; es bastante grande, al menos en comparación con anteriores experiencias. Él acerca y aleja las manos buscando la distancia justa en la que sienta el equilibrio del aura; más o menos lo nota a unos ocho-diez centímetros de la cabeza y ahí deja las manos. Se mantiene ahí un rato largo porque se nota a gusto; siente que las energías se están moviendo con plácida alegría, percibe en sí mismo el bienestar de ella.

Siempre siguiendo el contorno del aura desplaza las manos, despacio y simétricamente, para cubrir los laterales bajos de la cara y la mandíbula. Quizás aquí la dimensión del aura sea algo menor y por eso acerca las manos; pero el calor es mayor. Pasa las manos a la cuarta posición: sujetándole la cabeza por detrás, desde la nuca. Se la ha levantado muy suavemente, sin que ella opusiera ninguna resistencia; está casi totalmente abandonada, pero no del todo. Hasta ese momento él ha impuesto las manos en silencio; ahora le vienen solas las palabras. Tu cabeza se vuelca hacia mis manos y todos tus pensamientos, todo lo que tienes dentro, se resbala, se cae hacia atrás y sale de ti, ¿notas cómo el cerebro se te va vaciando? Ella dice que sí, aunque él percibe una mínima, ligerísima resistencia. Da miedo acallar la mente porque significa renunciar a controlar. Él insiste y, cada vez más, cree notar la intensificación del calor que viene desde dentro de la cabeza de ella; cada vez más le va pareciendo que esa cabeza que sostiene pierde peso, se hace liviana. Al mismo tiempo, él la mira; mira su rostro al revés que dibuja rasgos distintos de otra cara que también es la de ella aunque sea distinta. Esa cara extraña le transmite paz. Ahora te voy a soltar la cabeza, le dice, y no te pesará nada porque la has vaciado, te has quedado sin preocupaciones, sin pensamientos, has dejado de ser, has abandonado tu cuerpo; y ahora vas a ser sólo sensación, vas a ser la propia energía que hay entre tu cuerpo y yo.

Bueno, tampoco voy a ir describiendo detalladamente cada posición. En todas era común la extrema sensibilidad de él, mucho más que en las otras ocasiones en que había dado Reiki. Supongo que tenía que ver con las caladas de maría; el cannabis exacerba la sensibilidad. Pero también, pienso, obedecía al amor que sentía por ella; creo que el amor facilitaba la intensificación de la percepción de unidad, el conocimiento de lo que ella sentía, la sincronía de las sensaciones de ambos (de eso hablaron luego, acabada la sesión). En la séptima posición, con las manos sobre el chakra del corazón, ella sintió un presión dulce que se le hundía en el pecho, un flujo continuado que le quemaba sin dolor.

Axilas, hígado, bazo, cintura … Él nota cómo ella está abandonada, cómo tiende a ser sólo energía y la conciencia de esa energía. Él le habla, quiere que esa conciencia radique en aquella minúscula pelusa que está en el interior del cuerpo hueco. Y, mientras mantiene una posición, le pide que vaya a su encuentro, que se sitúe simétrica a sus manos (éstas en el exterior, rozando el aura; ella, motita, en el interior, bajo la piel). Él nota cómo ella se acerca porque el calor aumenta, y los flujos de energía se confunden en su dirección, como si se mezclaran abrazándose. Cuando tiene las manos sobre el ombligo, él le dice que está atravesándole un cilindro de luz, que se ponga debajo para recibirlo y empaparse de él. Y enseguida ambos notan que ese cilindro sube y baja, yendo y viniendo, un intercambio energético entre las manos y la pelusilla que es ella. Cuando sitúa las manos sobre el bajo vientre, él percibe una fuerte corriente que tira desde la vagina; nota, además, que ella sufre ligeros espasmos reflejos. Luego ella le diría que, durante esa posición, sintió una fortísima concentración de todo lo que era en su sexo.
Muslos, rodillas, pantorrillas, tobillos … Las manos sobre las distintas partes de las piernas: una en cada extremidad, manteniendo la simetría. La pelusa se desdobla y es a la vez dos que llega simultáneamente a la parte correspondiente del interior de cada extremidad. Se repiten las sensaciones. Al sujetarle los tobillos, él se da cuenta de que ella tarda en bajar hasta ahí: no estás, le dice, y ella por fin desciende: aparece el intenso calor.

Han sido diecisiete posiciones y llevan casi una hora. Quedarían al menos diez posiciones de espaldas, pero ella es incapaz de moverse, tal es su grado de abandono. Él decide pues dejar aquí la sesión y comienza a reacomodar el aura, a limpiar las energías. Entre medias, pequeños movimientos sobre los tobillos, muñecas, dedos de pies y manos, codos. Nuevo repaso y limpieza energética y él se coloca detrás de ella, con los ojos cerrados, se siente bien, limpio y agradecido; sopla suavemente, inclina la cabeza, le da un ligero beso en la frente. Justo entonces, la música se acaba. Él se levanta y le coge la mano: vete abriendo los ojos despacio, le dice. Ella, poco a poco, va saliendo de esa especie de trance dulce de sensaciones, vuelve a ocupar su cuerpo y su mente. Él le ayuda a enderezarse, gira el torso y deja caer las piernas hacia afuera; apoyándose en él pisa el suelo. Se acabó.

Luego ambos comentarían la experiencia. Ella está encantada, se ha sentido muy bien, maravillosamente en paz y percibiendo muy intensamente las energías que le llegaban a través de las manos de él. Él también se siente muy bien, muy relajado; esta es la vez en que más ha percibido las energías (tampoco es que haya dado muchas sesiones; ésta es su sexta, sin contar los autotratamientos) y eso que hacía bastante que no practicaba. Pero lo que más ha sorprendido a ambos es el grado de sincronía que han mantenido; lo que cada uno sentía en cada momento era los mismo que sentía el otro y, además, lo sabían. Puede que esa energía que se percibe con clara materialidad no sea más que una alucinación subjetiva, pero, en todo caso, es una alucinación simultáneamente compartida.


PS: Hace diecinueve meses publiqué un primer post sobre reiki, por si a alguien le interesa.

CATEGORÍA: Auras, chakras y demás orientalidades

sábado, 22 de septiembre de 2007

... Y yo con estos pelos

Cada vez tienes más pelo en la espalda, me dijiste el otro día. Es verdad, paradojas ridículas de hacerse mayor (no diré viejo); uno que siempre ha sido lampiño y, de unos años a esta parte, van apareciéndole pelos en los sitios más absurdos y menos convenientes bajo cualquier estética. Apenas queda pelo en la cabeza, pero asoman cerdas alambrinas por las fosas nasales; entre los escasos pelillos del pecho me descubro largos y rígidos invasores albinos ... Y no sigo.

Me vienen a la cabeza recuerdos de mis trece, catorce y quince años, en plena revolución hormonal y ansioso por una piel más pilosa, como la de algunos compañeros del cole que exhibían orgullosos las piernas peludas e incluso empezaban a fardar de bigotillo. Yo nada; rubito con cara de niño, apenas aparentando los trece, catorce, quince años.

Quinto de bachiller fue en el curso 73-74. En mi colegio tenía fama de responsable, por la simple razón (supongo) de que sacaba muy buenas notas. Era un colegio del Opus, obsesionado por la pureza sexual de sus alumnos. ¡Qué mal lo pasé ese curso! Todos los días pecando mortalmente y acojonándome con mi destino infernal porque, por más que me confesara, era consciente de la inutilidad de mis propósitos de enmienda. Aunque hubieron de pasar dos o tres añitos más, mi crisis religiosa empezó a cimentarse desde la represión sexual opusina.

Ese fue el curso de las pellas (¿se sigue diciendo así?). Aprovechando mi fama me montaba unas excusas perfectas ante los profesores para escaparme; excusas que, a diferencia de lo que ocurría con otros compañeros, no requerían la confirmación paterna. La mayoría de las veces, bien solo o con mi amigo José, el plan era igual: el P24 hasta la calle Bravo Murillo, dos películas de “reestreno” en alguno de los varios cines de sesión continua que en esa calle había, acabando entera una bolsa de pipas de las grandes, luego vuelta con el mismo autobús. Precio total 24 pesetas; en esa época no se podía ni columbrar el euro.

A veces, bajaba en Plaza de Castilla y tomaba el metro hasta la Gran Vía. Valdeacederas, Tetuán, Estrecho, Alvarado, Cuatro Caminos, Rios Rosas, Iglesia, Bilbao (entre medias de las dos últimas la estación abandonada de Chamberí, donde una vez creí ver, en el breve intervalo que el tren la atravesaba, a dos fantasmales personas de pieles muy blancas bailando desnudas), Tribunal, José Antonio. Sí, porque la estación de metro era Avenida José Antonio, aunque así nunca llamáramos a la Gran Vía. Esa lista de estaciones (como otro tramo de la línea 4) lo tengo grabado desde la infancia. El metro de Madrid, entonces, era otra cosa.

Los cines de la Gran Vía eran de estreno; más caros y daban una sola película. Pero recuerdo haber ido allí a ver alguna de Carmen Sevilla, en aquellos remotos inicios pseudo-eróticos. Por supuesto, eran para mayores de dieciocho. Me acuerdo de viajar con una bolsa en la que llevaba una chaqueta y camisa, meterme en los baños de Galerías Preciados de Callao y cambiarme de ropa, además de ensombrecerme con lápiz de ojos (robado a mi madre) mi bigote inexistente y ponerme unas gafas oscuras de gruesa montura de concha. Intentos patéticos de parecer mayor que seguro que no engañarían a nadie, pese a lo cual algún portero me dejó pasar (también otras veces me robotaron tras haberme gastado las pelas en la entrada). Pero la sensación de ridículo y la vergüenza quedaban compensadas con la visión (pocos minutos) de Carmen Sevilla en sujetador. Compruebo que andaría entonces por los cuarenta y tres años y, para el chaval que yo era, estaba buenísima. Cómo se habría marchitado mi erotismo si a la imagen de esa mujer estupenda se le hubiera superpuesto la señora que en los noventa presentaba el Telecupón y hablaba de sus ovejitas; pero claro, faltaban todavía veinte años.

Mira que eran malas esas películas de lo que se llamó el “destape”. Justo los últimos años de Franco (y los primeros tras su muerte, antes de la aparición de las salas X, pero entonces yo no vivía en España). La excusa era aquello de las exigencias del guión. Me viene ahora a la cabeza una actriz que, a diferencia de doña Carmen, tuvo su único esplendor durante esos años: Nadiuska. En esos años creíamos que era rusa (por el nombre) y compruebo ahora en Wikipedia que provenía de Alemania; repaso sus títulos (25 pelis entre el 72 y el 78; no está nada mal) y me suena que vi dos o tres. Por supuesto no me acuerdo de ninguna; sí recuerdo, en cambio, que la Nadiuska estaba estupenda y que se exhibía bastante más que las españolas contemporáneas.

Pero, volviendo al tema, por más que los cambios hormonales me tuvieran en ebullición casi constante, poco pelo me salía; de nada sirvió que empezase a afeitarme bastante antes de necesitarlo. Años después, en cuanto pude, me dejé barba; pero ya era universitario y tenía más de dieciocho años. Y ni siquiera entonces vaya a pensarse que la barba era una gran cosa: larga sí, porque los pelos crecían, pero poco espesa; resultado: bastante desaliñada y para nada imponente.

Me reconciliaría con mi naturaleza lampiña ya metido en la treintena, y para entonces la cuestión ya no sería no tener demasiado pelo en cara, pecho y piernas, sino que el de la cabeza comenzaba a ralear. Pues esa etapa, la del otoño en las cumbres, parece que ha pasado y ahora toca el florecer de las estepas yermas, con lo bonitas que estaban lisitas y pelonas. Y sí, es verdad, cada vez tengo más pelo en la espalda.

CATEGORÍA: Recuerdos

jueves, 20 de septiembre de 2007

Rancheras

Llevo unos días escuchando rancheras. Canciones, la gran mayoría, compuestas en las décadas centrales del siglo pasado y cantadas hoy todavía y no sólo por mexicanos, y no sólo en círculos localistas. La estructura melódica de este género popular es sencilla, sin demasiadas complicaciones; en la instrumentación el predominio arrogante de las trompetas destacándose sobre guitarrones y violines (muy mariachi, vamos). Lo singular no está ahí, sino en las letras y en la forma de cantarlas.

El castellano de México me parece una de las formas más bonitas de recrear nuestro idioma. No sólo por las palabras, con esa sonoridad tan vibrante y cargada de reminiscencias de nuestro siglo de oro, sino especialmente por esos giros tan suyos de la sintaxis. Cuando leo textos mexicanos (incluso blogs, por ejemplo) es frecuente que se me hagan audibles, enroscándoseme con la musicalidad de su acento.

Textos de amor, de amor exagerado y desgraciado, que hay que cantar volcando toda la pasión hiperbólica en la voz. No se puede cantar “Es inútil dejar de quererte / ya no puedo vivir sin tu amor / no me digas que voy a perderte /no me quieras matar corazón” sin la voz desgarrada; ¿Y cómo, sino como tiene que ser, se puede decir a quien te ha roto el corazón “No volveré / te lo juro por Dios que me mira, / te lo digo llorando de rabia: / no volveré”?

Música popular, nacida tras la Revolución y que fue creciendo hasta convertirse en el género más representativo de lo mexicano, tanto dentro como fuera. Recuérdense las grandes figuras, muchas a caballo entre la canción y el cine hollywoodiense: Jorge Negrete, Pedro Infante, Aceves Mejía, Juan Gabriel, Lola Beltrán y, por supuesto, José Alfredo Jiménez, el Rey. A mis padres les encantaban las rancheras; esas melodías, esas letras y esas voces me retrotraen a mis años de niñez, me despiertan recuerdos vagos que me cuesta delinear (estamos hablando de los sesenta). Hubo una guitarra en mi casa que firmó Chavela (había pasado una noche con mis padres y otros amigos en el Distrito Federal), había algunos LPs dedicados por esos artistas míticos (estoy seguro de uno de Aceves Mejía y casi apostaría que también del propio José Alfredo), y en el cutre pick-up Phillips (que teníamos prohibido tocar), las noches en que en mi casa había reuniones de adultos, sonaban mayoritariamente músicas mexicanas.

Quizás por eso, por lo mucho que a mis padres les gustaba, en cuanto llegué a la adolescencia fue ésta una de las músicas rechazadas. Pero esas letras desgarradas, mal que me pesara, se me habían ya colado y encostrado. No volvería a escucharlas voluntariamente durante muchos muchos años (más de veinte, seguro) y, sin embargo, serían varias, muchas las veces, durante ese periodo, en que to mismo me sorprendería tarareando “si te dicen que me vieron muy borracho / orgullosamente díles que es por ti ...”, “con dinero y sin dinero / hago siempre lo que quiero / y mi palabra es la ley ...” o alguna más. Si ahora me pongo a pensar, debió ser hará unos diez años cuando me reconcilié con las rancheras, reconociendo El último trago de José Alfredo en la voz de Calamaro con Los Rodríguez.


Las rancheras expresan una concepción del amor, de la vida, de los sentimientos que se sitúa en el extremo opuesto de lo que pienso y siento. Las rancheras son apología de las pasiones autodestructivas, del machismo más descarnado, de la irracionalidad religiosa y blasfema a la vez. El cantante convoca a nuestras emociones más viscerales, buscando engancharse al sentimiento violento, lleno de vida, fortísimamente adictivo. Ese amor totalitario que todo lo justifica, que todo lo llena, que todo lo puede; por más que con frecuencia se acabe y entonces todo se acabe y nada importe, salvo buscar la muerte. Toma exageración, chute desaforado de endorfinas durante los minutos que dura la canción.

Supongo que letras así (y voces, y músicas y formas de cantar) sólo pueden ser mexicanas, un país que a veces más me parece un estado de ánimo (exacerbado, desde luego) en el que todo es posible, en el que los límites no interesan. Fuerza de la pasión que tanto atrae, por más que yo crea que no es por ahí el camino. No obstante, de vez en cuando, no creo que sea malo volcarse en el desparrame. Y, si no, escuchen esta letra y apiádense del pobre abandonado para quien de hoy en adelante ya el amor no le interesa porque sabe que de ese golpe no va a levantarse y, aunque no lo quisiera, va a morirse de amor.



CATEGORÍA: Canciones y otras líricas

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Opiniones tajantes

Tengo un amigo –llamémosle Polo- que es un tipo bastante singular. Convendría aclarar que calificándolo de singular pretendo decir que es alguien que llama la atención, que cuesta encasillar. Andará por los cincuenta y cinco años, profesional libre con una empresa de consultoría en ingenierías que, desde hace ya varios años, da servicio preferentemente a diversas administraciones públicas. Su vida cotidiana, de lunes a viernes, es trabajar sin descanso, bien en su oficina de Madrid o moviéndose continuamente a golpe de avión por toda España, Europa y América; los fines de semana los dedica a su mujer y tres hijos. Por cierto, su mujer es técnica aeronáutica y trabaja para Boeing, con lo cual pasa, también ella, toda la semana volando a ciudades europeas con importantes aeropuertos.

Le conozco desde hace ya quince años y en todo este tiempo no ha aflojado el ritmo frenético que marca su vida. A veces me pregunto cuáles son las motivaciones que hacen que viva así. No es que le apasione el trabajo que hace (le gusta, sí, pero tampoco lo considera algo muy relevante ni, por ir al tópico, una “vía de realización personal”), tampoco es el ansia de acumular dinero (aunque importante, el factor económico nunca me ha parecido excesivamente determinante en sus decisiones). Sólo se me ocurre que vive así porque es así, porque (como le dijo el escorpión a la ranita a la que estaba aguijoneando) tal es su “naturaleza”. Quedó huérfano de padre muy joven y desde entonces tuvo que aprender a buscarse la vida y así lleva cuarenta años pateándose el mundo, sin parar y (me imagino) sin otro afán que el estar moviéndose.

Una de las cualidades de Polo, que necesariamente ha desarrollado para poder vivir como vive, es una capacidad decisoria engrasadísima y absolutamente tajante. En alguna ocasión le he echado en cara que, justamente por esos planteamientos suyos tajantes, tiende con demasiada frecuencia a descartar de un plumazo materias, lugares, personas, que podrían ofrecerle experiencias interesantes o fructíferas. Polo asume la crítica, pero me responde que su forma de actuar es simplemente su propio mecanismo adaptativo para sobrevivir; él no puede permitirse el lujo de perder el tiempo.

Pondré un ejemplo reciente, de la conversación que mantuvimos almorzando hace dos días. Le contaba yo la historia de Sócrates Scholfield y de su absurdo invento, comentándole que me atraían esos tipos excéntricos con ideas y vidas raras; siguiendo por ahí, le reconocía cómo, sobre todo en los últimos meses, me apetece mucho dedicar tiempo a una actividad que podríamos calificar de investigación inútil mediante la técnica del mariposeo aleatorio y que consiste en dejarse llevar por la mera curiosidad a través de temas encadenados. No creo que ni me dejara terminar. Con su característica radicalidad me espetó que no soportaba a los tipos que se dedicaban a patentar inventos absurdos, que no estaba dispuesto a dedicar ni un segundo a esos temas. Me explicó que, en una época, le tocó informar en Ginebra propuestas de patentes relacionadas con óptica y que la casi totalidad de la ingente cantidad de ideas que le llevaban carecían de cualquier interés y eran obras de vanidosos egocéntricos e insoportables.

Cuando Polo califica su forma de actuar de mecanismo adaptativo es porque funciona en cierto modo como la evolución. Cuando, en su relación vital con determinados elementos (personas, objetos, lugares, hechos, lo que se quiera) que agrupa en una determinada categoría, experimenta resultados negativos en un porcentaje suficientemente mayoritario de las ocasiones, toma la decisión de eludir nuevas relaciones con esos elementos. Nótese que para desarrollar este mecanismo hacen falta varios requisitos difíciles. El primero es la capacidad para clasificar, para encasillar los elementos con los que tenemos la interacción real en una o varias categorías. Téngase en cuenta que las conclusiones, para alcanzar utilidad práctica, son sobre categorías, no sobre el elemento concreto. Lo que hace Polo es procesar la experiencia desagradable sufrida al interactuar con el elemento A como un puntaje negativo a la casilla del conjunto 1 al cual pertenece A. Pero cada elemento individual y concreto puede (suele) pertenecer a más de un conjunto que Polo identifica rápidamente de forma inconsciente. Así, la experiencia negativa con A serán puntos negativos para los conjuntos 1, 2, 3 ... y todos los demás a los cuales Polo haya decidido que A pertenece. En determinado momento de su experiencia vital, Polo “computa” que las relaciones que ha tenido con elementos del conjunto 1 han sido mayoritariamente negativas (él dice que en más del 80%) y decide prescindir en adelante de interactuar con cualquier elemento que pertenezca a ese conjunto.

Pongamos un ejemplo que sé que va a hacer antipático a mi amigo: no le gustan los argentinos. A lo largo de su vida se ha relacionado con muchas personas que, además de pertenecer a otros conjuntos, tenían la característica común de pertenecer al de los “argentinos”. Cuando decidió contabilizar el puntaje de este conjunto, comprobó que más del 80% de las experiencias habían sido negativas; conclusión: pasa de los argentinos y expresa su opinión sobre ellos de forma tajante. Admite, eso sí, que valora a los argentinos desde su subjetividad y sin ninguna pretensión totalizadora (faltaría más); simplemente, a él no le gustan y los evita, pero que cada uno haga lo que quiera. Admite también que podría conocer a un argentino que le cayera de puta madre, pero en principio prefiere no dejar abierta esa puerta porque cree que el riesgo de experiencias negativas es mayor que el de eventuales positivas.

Otro requisito es una capacidad importante de análisis, procesamiento y memorización. Polo, desde luego, es un tío sorprendentemente inteligente, una de las personas que conozco con el razonamiento mejor engrasado, a lo que suma una amplísima experiencia vital y conocimiento de las personas. Así que, si alguien es capaz de procesar y acumular datos individuales para obtener resultados conjuntos a lo largo del tiempo, es él. Es más que probable que yo me olvidara de experiencias individuales a la hora de generalizarlas en la correspondiente categoría o que, si lo quisiera hacer, sólo me acordara de las más obvias (hay que reconocer que la “argentinidad” es bastante llamativa). Sin embargo, Polo expone sus conclusiones tajantes y despiadadas sobre muchísimas categorías (para nada se limita a las más obvias) y es capaz de dar varios ejemplos a modo de pruebas empíricas de sus palabras.

Reconozco que a mí no me gustan las generalizaciones y siempre que surgen estos temas siento una especie de rebelión intelectual para admitir que se puedan descartar elementos individuales (máxime si son personas) por su pertenencia a un grupo. Sin embargo, porque procuro ser honesto conmigo mismo y mínimamente riguroso, antes de descalificar los planteamientos de Polo procuro ponerlos en cuarentena mediante mi propia verificación; procedo a comprobar si respecto a los elementos A, B, C, D por mi conocidos y pertenecientes al grupo X se cumple el enunciado que Polo ha manifestado. Y, para ser sinceros, la mayoría de sus enunciados son ciertos, si no sobre la totalidad de los elementos, sí sobre la mayoría de ellos. De lo cual sólo concluyo que el cabrón no es tonto, pero no me aplico su mismo patrón conductual, tanto porque no comparto esa necesidad de “no perder el tiempo” como porque esos enunciados que resultan aparentemente verdaderos no suelen disgustarme tanto como a él.

Pero, en todo caso, me quedo con una sensación desagradable porque no me gusta que las cualidades de grupo resulten ser en la práctica lo suficientemente caracterizadoras de la personalidad individual como para pesar tanto en la valoración de ésta. Si soy capaz de concluir que no me gustan los argentinos (o lo contrario, cuidado) es porque las notas caracterizadoras de la “argentinidad” (que van más allá del acento que es una mera nota identificatoria) han tenido un peso muy relevante en los distintos individuos argentinos que he conocido a lo largo de mi vida y que no me han gustado. A partir de lo cual apunto, a modo de esbozo de hipótesis teórica, que lo que debemos hacer es, respecto a nosotros mismos, procurar construir la propia personalidad al margen de las notas que caracterizan las distintas categorías a las que pertenecemos y, respecto a los otros, esforzarnos en verlos sin los filtros de la etiqueta que le adjudicamos.

Sin embargo, no veo que vayan por ahí los tiros. Es raro que nos planteemos renunciar a las características de cualquier categoría a la que pertenezcamos; más bien al contrario, insistimos en autoidentificarnos con esas notas colectivas como parte constitutiva fundamental de nuestra personalidad individual. Un argentino no quiere dejar de ser argentino, ni siquiera que la argentinidad pierda peso en su definición personal (cámbiese argentino por cualquier otra nacionalidad); y no digamos la hiperrelevancia de otras identidades grupales, como las de género y orientación sexual. No estoy muy seguro, pero no termina de gustarme esta tendencia de “enraizamiento colectivo” de la identidad personal; tengo la intuición de que obedece a miedos íntimos profundos (entre ellos, a ser libre). Pero, quién sabe; a lo mejor no puede ser de otra manera.

Desde el otro punto de vista, también es muy difícil que, al relacionarnos con el otro, seamos capaces de mantener los prejuicios derivados de su adscripción a determinadas categorías apartados de nuestra percepción, de nuestra valoración de la persona. Respecto a estos comportamientos sí que me siento menos dubitativo a la hora de diagnosticarlos negativamente. Por poner un ejemplo tonto que viene a cuento: casi siempre que un inmigrante comete un delito, el titular periodístico especifica su nacionalidad; a la inversa, casi la totalidad de los delitos en cuya noticia no se dice la nacionalidad del delincuente son cometidos por españoles (añado: dados dos delitos cualesquiera, a igualdad de todos los demás factores, hay más probabilidades de que sea difundido por los medios si el delincuente es extranjero).

Voy acabando. Maneras de ser como las de mi amigo Polo no sólo son “eficientes” en términos adaptativos para quienes las ostentan, sino que resultan atractivas para los demás. Imagino que es porque las personas seguras, que dicen las cosas tajantemente, sin resquicios de dudas, ofrecen una realidad bien contrastada, de blancos y negros, en la que se sabe lo que hay que hacer; es decir, esas personas te dan tranquilidad. A costa, eso sí, de sucumbir a la tentación de renunciar al propio cuestionamiento continuado y, por ende, a la propia autonomía y libertad personal. Pero es que a veces pienso, si el propio Polo, con tan tajantes conclusiones, y por más que sean en gran proporción acertadas y le resulten eficaces para vivir su vida, no está él mismo renunciando a algo que no quiere siquiera saber qué es; si, en el fondo, tanta seguridad no es una respuesta (eficaz, seguramente) al miedo íntimo.

Leí el otro día en una novela de César Aira un párrafo que me llamó la atención. Lo cito: “ ... la acción significa no entender nada y arremeter, crear; y la comprensión, como es bien sabido, inhibe la acción. Comprenderlo todo es perdonarlo todo”.Quizás cada uno haya de encontrar un equilibrio entre acción y comprensión. Yo, en estos tiempos de mi vida, reconozco que me siento más inclinado a tratar de entender, aunque no actúe demasiado. Al fin y al cabo, por mucho que corramos no vamos a llegar ni antes ni más lejos.

CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

lunes, 17 de septiembre de 2007

El carné de identidad chipuno (Escenas chipunas)

La idea, consejera, es empezar de una vez por todas a traducir nuestros principios ideológicos en actos de gobierno.

Te entiendo, Aquilino, y no vayas a pensar que me disgusta la iniciativa. Pero no sé si ahora, a principios de la legislatura, con un gobierno que no es mayoritario, sea el mejor momento, si es políticamente conveniente.

Se trata de plantearlo inteligentemente, de modo tal que los del partido moralista, por más que sean una organización estatal, no puedan oponerse abiertamente. He pensado enfocarlo como una mera medida administrativa, para facilitar la gestión de los servicios de nuestra competencia.

¿Cómo que los servicios de nuestra competencia? Constitucionalmente estamos obligados a dar esos servicios a todo el que resida en Chipunia, sea o no chipuno. Así que, ¿cómo ibas a justificar la conveniencia de un carné de identidad chipuno?

Pues justamente mediante argumentos de eficiencia, al margen de cualquier alusión a la chipuneidad de los residentes. En la exposición de motivos del decreto se dirá que, para una mejor gestión pública, hay que montar una base de datos centralizada de los habitantes de Chipunia. Oficialmente hay que mantener que es una mera medida técnica; además, para evitar críticas políticas, se planteará con carácter experimental y, desde luego, voluntario.

Me parece, Aquilino, un uso peligroso del cinismo y del doble lenguaje que podría volverse en contra nuestra.

Te equivocas, consejera. Todos los chipunos entenderán perfectamente que actuamos coherentemente con nuestros principios, pero respetando el corsé que nos impone el colonialismo cascaterrano. El acto en sí mismo se inscribe plenamente dentro de la legalidad y, al mismo tiempo, es una de las pocas opciones de que disponemos para posibilitar que los chipunos expresen su voluntad identitaria.

Sin duda, a nuestros simpatizantes les agradará esta especie de guiño ideológico; pero, ¿no crees que encone a quienes no son nacionalistas, incluso a quienes pueden mantenerse más o menos neutros en este debate?

Pienso que no, siempre que mantengamos desde el gobierno la naturaleza técnica de la medida. Por supuesto, el partido y los medios afines pueden (yo diría que conviene que lo hagan) resaltar las connotaciones nacionalistas del Decreto y alimentar el debate social. Pero, ante éste, el Gobierno, sin renegar de su posición nacionalista, mantendrá un mensaje lo más neutro posible, insistiendo en que es poco más que un ensayo que no obliga a nadie.

De todos modos, no puedes negarme que estás deseando que la aprobación del Decreto suscite un buen revuelo social.

Por supuesto que no te lo voy a negar; de hecho, implícitamente he empezado reconociéndotelo. Nunca te he engañado ni voy a hacerlo, consejera. Mi misión, tú lo sabes, es colaborar a que este Gobierno desarrolle la identidad y la soberanía chipuna. Imagino que no tengo que justificarme ante ti, cuando se supone que compartimos ideología.

No te cuestiono tus planteamientos ideológicos. Simplemente, te advierto que debemos ser conscientes de que la consecución de la soberanía chipuna es un proceso largo y peligroso. Ahora controlamos el Gobierno, pero no podemos arriesgarnos a perderlo con frivolidades separatistas.

Claro que no; pero tampoco caigamos en el error opuesto que sería fundirnos con cualquiera de los otros partidos. Nuestra fuerza política radica en ser los voceros de la chipuneidad, exagerando la nuestra en sentido positivo y, en el negativo, desmereciendo la de los rivales por vendidos al centralismo de Cascaterra. No me interesa nada discutir si el Gobierno debe ser un instrumento del nacionalismo o el nacionalismo un instrumento para mantener el poder desde el Gobierno; para mí ambos factores están en una relación circular causa-efecto, reforzándose mutuamente. Por eso, lo que tengo claro es que lo peor que podemos hacer, lo que más pone en riesgo nuestra propia supervivencia política, es renunciar a alimentar el debate nacionalista. Pero voy más allá: no se trata de generar un debate abierto, sino de dirigirlo hacia nuestras posiciones, de consolidar como cimientos sólidos nuestros principios ideológicos.

Te reconozco que sabes cómo desperezarme; cuando una está con la cotidianeidad de la gestión política es bueno que personas como tú te recuerden para qué estamos aquí. Vamos pues a trabajar tu idea: daremos a luz, por Decreto, el carné de identidad chipuno. Algún día quizás se hable de este acto como uno de los pasos para alcanzar nuestra plena soberanía.

No te quepa duda, consejera. Esta es una medida minúscula, pero con una tremenda carga simbólica. ¿Qué vamos a hacer? Sencillamente, dar a los chipunos la oportunidad de declararse libremente chipunos. Un primer paso que, justamente por su carácter voluntario, será enormemente significativo para empezar a definir quienes formamos el pueblo chipuno.

Pero cualquiera puede obtener el carné, sea nacionalista o no ...

Ya, pero solicitarlo equivaldrá a una declaración voluntaria de pertenencia a Chipunia, a una manifestación espontánea de lealtad patriótica. Fíjate cómo, en las conversaciones del año pasado para la reforma del Estatuto, las autoridades centrales de Cascaterra se negaron en redondo a admitir cualquier medida que mínimamente insinuara una definición autonomista de la chipuneidad. Con esa actitud miope, nuestros opresores contribuyen decisivamente a nuestra unidad nacional. Ningún chipuno, da igual su ideología, desconocerá el carácter reivindicativo del carné (por muy simbólico que sea), de modo tal que sólo lo pedirán quienes quieran subrayar la chipuna como su identidad primigenia.

Si, la verdad es que la intransigencia del Estado nos amplía el margen de maniobra sin necesidad de mostrar ninguna cara radical.

En efecto, piensa que quien posea el carné no necesariamente niega ser cascaterrano (de hecho, jurídicamente, seguirá siendo tan cascaterrano como antes), pero sí supedita su vinculación con Cascaterra a su lealtad básica hacia Chipunia. Digamos, por usar las distinciones tan del gusto de los sociólogos, que tendrán el carné quienes se sientan ante todo chipunos, tanto los que además (y en segundo lugar) se siente cascaterranos como los que no se sienten cascaterranos en absoluto. En cambio, quienes se sientan cascaterranos y además (en segundo lugar) chipunos no pedirán el carné o lo rechazarán cuando se les ofrece.

¿Cómo que cuándo se les ofrezca?

Bueno, estoy pensando en una segunda fase. Ya tendremos ocasión de hablar de ella, a la vista de cómo se vayan sucediendo los acontecimientos. Ten en cuenta que lo de medida experimental es cierto en todos los sentidos. Estamos dando los primeros pasos de un trayecto cuyo camino para nada está trazado, aunque sepamos adónde queremos llegar; así que habrá que desbrozar el sendero a medida que lo andamos. De momento, si te parece, revisemos un poco más en detalle el texto del Decreto.

CATEGORÍA: Política y Sociedad

viernes, 14 de septiembre de 2007

Pronombres personales

Nombrar es deslindar, individualizar el uno autónomo despegándolo del todo amorfo. Pero sólo se puede identificar por contraste con el resto. El resto es lo otro; ergo, todo es lo otro. Así que yo, para ser yo, debo escapar del todo. En el todo indistinto no soy; o sea, que siendo todo, no soy nada. Me reconozco individuo contra el fondo de la masa.

También a ti te nombro para saberte alguien. Llamándote tú refuerzo tu yo. A veces necesitamos que nos digan tú para sabernos yo. Quizás –no estoy seguro- el yo sólo puede adquirirse tras el tú. Si así fuera, mi individualidad me es regalada por tu reconocimiento. Tú fuiste mi madre que, en un segundo parto, me dotaste de individualidad antes siquiera de yo mismo imaginármela.

Sólo arrancado del todo puedo ser yo; construyo mi forma desde el magma difuso de la globalidad, que alojando todas las formas no presenta ninguna. Ejercicio exigente de soledad: sólo se es cuando se es solo. Esa soledad es la esencia del ser que soy, del yo; y –no puede ser de otro modo- es una soledad de materia escasa, frágil y leve. ¿Insoportable levedad del ser? No, no es insoportable, aunque lo parezca a veces, quizás con demasiada frecuencia.

La tentación siempre está ahí: volver al magma, desindividualizarme. Una de las opciones: renunciar al yo, disolverlo en el tú (y tu tú en mi yo); he ahí la tentación del amor. La aniquilación extática del orgasmo; tal es la prueba existencial, cuando se conoce, cuando se ha vivido. En esos instantes asimos fugazmente los misterios que alimentan las angustias cotidianas. Pero, en el fondo, más todavía nos espanta la disolución amorosa; quizás adivinemos que no es mera anestesia.

No nos atrevemos a jugar de órdagos: nadar y guardar la ropa y, a ser posible, sin mojarnos el culo. Miedo a la libertad radicalmente exigente del yo, pánico a la entrega generosa. Sin embargo, no son sino las dos caras de la misma apuesta, en absoluto dicotomías divergentes. Frente a la disolución heroica, el adocenado difuminarse; es la opción del nosotros.

El miedo a la soledad, a la insoportable soledad, se mitiga haciendo un yo de nosotros. Un yo de construcción mimética, hecho de tópicos grupales de probadas propiedades analgésicas. No es fusión porque no hay verdadero yo y, por tanto, el encuentro no genera la energía explosiva y renovadora de la unión amorosa. Es (ya lo he dicho) difuminarse: dejarse engullir por la masa asesina a cambio de creerse en paz con un yo que no es sino un préstamo barato. Entonces hablaremos de destinos que nos trascienden y, por ejemplo, de derechos de los pueblos.

Esas renuncias bastardas del yo individual a favor del falso yo colectivo implican también actos separadores, necesarios para la identificación del nosotros. Nos reconocemos nosotros por contraste, contra el fondo en el que están ellos. Y así nosotros, con la alteración mínima de una letra, revela su significado oculto, pero trágicamente verdadero: no a otros.

Sólo solos podemos ser nosotros y recuperar el necesario significado del pronombre. Sólo solo puedo ser yo y, entonces, amarte. Sólo cuando sepa ser yo (yo solo) podré, quizás, aprender a dejar de ser y devolver al todo lo que le debo.

CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

jueves, 13 de septiembre de 2007

Para que no te aburras

Cuesta entender que podamos aburrirnos cuando la vida, el mundo, el espacio y el tiempo están tan colmados de sorpresas. Pensemos sólo por un instante en la actividad cerebral del ser humano a lo largo de su existencia; parémonos a elucubrar sobre la cantidad de productos de esa actividad: pensamientos, sentimientos, emociones, ideas ... Prescindamos de esos cientos de miles de años durante los cuales se fue formando la especie humana y fijémonos sólo en los últimos ocho mil, a partir de la agricultura y el sedentarismo; desde entonces hasta ahora han vivido en este planeta más de cien mil millones de personas. Es verdad que hasta hace relativamente muy poco la esperanza de vida de los humanos era mínima y, de otra parte, la mayoría de quienes sobrevivían hasta edades adultas llevaban vidas miserables, poco aptas para crear productos mentales dignos de interés. Pero da igual; aunque contemos sólo a partir de mediados del diecinueve, resulta que han pasado por este planeta unos cuarenta y cinco mil millones de personas (más de seis mil siguen vivos). Imaginemos todos esos cerebros como una mente única, la mente fragmentaria (pero aún así, en cierta manera, única) de nuestra especie en los últimos ciento cincuenta años; una “mente colectiva” con multitud de neuronas (unas 4.500 trillones: nadie es capaz de concebir esta cantidad) y todavía muchísimas más sinapsis activándose electroquímicamente sin parar: ¡produciendo!

Esos productos son volátiles, efímeros, ya lo sé. Y sin embargo, en su incorporeidad esencial son tan materiales, tan reales, tan preñados de consecuencias ... y, sobre todo, tan provocadores de interés. Porque ciertamente, especie vanidosa y autocompaciente donde las haya, a los humanos lo que más nos gusta es mirarnos el ombligo, lo que más nos entretiene es lo que nosotros mismos hacemos, lo que más nos preocupa son esos productos mentales. Pensamos (entiéndase como referencia genérica a la actividad cerebral) sobre nuestros propios pensamientos, los de nuestra mente colectiva. Y en la medida en que persistimos en esa labor que llamamos intelectual (y a la cual, no sé si muy merecidamente, conferimos título de nobleza) más contribuimos a hacer grande esa mente única colectiva, más descubrimos (autoconciencia lo llaman) que somos parte de ella, que más allá de la biología del individuo hay sinapsis extracorpóraeas y, desde luego, transtemporales.

Pero dejémonos de pretenciosas pseudofilosofías baratas y eludamos las resbaladizas pendientes de los misticismos. Porque todo lo anterior no tenía otro objeto que introducir el objeto de este post, pese a mis tendencias a irme por las ramas y desenrollar los rollos. Claro que esa es otra forma de divertirse y tiene mucho que ver con lo que estoy diciendo. Empiezas por cualquier cosa y te vas liando en un viaje de etapas inusitadas, cada una cargada de divertidas sorpresas. Y, en estos días, esos viajes son tremendamente fáciles gracias a internet. Ya sé que todos lo sabemos, pero me atrevo a dudar que seamos realmente conscientes de la maravilla de este inmenso archivo virtual en el que, aunque sólo sea una infinitésima parte del inconmensurable total, podemos encontrar tantísimas muestras de esos productos de la mente humana. Como, por ejemplo, la que procedo a contar (por fin, pesado).

Parece ser que en 1914 un tal Socrates Scholfield, registro en el U.S. Patent Office con el número 1.087.186 un aparato de su invención consistente en dos hélices de lata dispuestas de manera tal que, girando lentamente cada una en torno a la otra (?), demuestran la existencia de Dios. Leo la noticia, más o menos como la transcribo en el blog recién descubierto de Wakefield (que me temo que ha sido abandonado) y, como es natural, me deja epatado. En realidad se trata de una referencia al libro La sinagoga de los iconoclastas, escrito en 1972 por Juan Rodolfo Wilcock y publicado en Anagrama (aquí puede leerse una reseña de la obra). Este Wilcock (de quien hasta hace unos momentos nada sabía: cuánto más aprendo, más inmensa es mi ignorancia) fue un escritor nacido en Buenos Aires en 1919 que, instalado en Roma con 39 años, publicó sus más importantes obras en italiano; murió en Velletri en 1978.

Abro paréntesis en párrafo aparte. Velletri es una ciudad media (unos 50.000 habitantes) en el Lazio, al sur de Roma, antigua capital de los oscos, en plena área etrusca. De aquí provino la gens Octavia, cuyo más famoso hijo fue Augusto, el primer emperador romano. En julio de hace un año pasé en esta ciudad las últimas horas de un día que, siguiendo la Vía Apia, nos había llevado a Castelgandolfo y al lago Albano. Era la primera jornada de diez que pasamos recorriendo el Lazio, huyendo de una Roma sucia, abrasadora y llena de turistas. Esa tarde, en Velletri, callejeamos por un centro storico no demasiado atractivo (para el promedio italiano) y cenamos un extraño plato de pasta en una especie de patio de comunidad abierto hacia la calle. Luego tardamos en encontrar el coche y si lo logramos fue gracias a una foto que habíamos sacado de la Torre del Trivio (nos situamos en la misma posición y recordamos el trecho que habíamos andado). Esa noche dormimos en una preciosa casa de campo. Fin del recuerdo personal convertido en paréntesis).

Este Wilcock (su apellido casi casi significa polla salvaje) debió ser un tipo singular. Compruebo que, como imaginaba, fue amiguete de Borges y frecuentó su círculo bonaerense (con Adolfo Bioy y Silvina Ocampo) en la década de los cincuenta (con Silvina escribió, en 1956, una pieza teatral en verso: Los traidores). Esa década debió ser de las más fecundas y abiertas en la literatura argentina; muchos intelectuales viajaban a Europa, a París, sobre todo. Me entero de jaranas y carcajadas parisienses de Wilcock con muchos compatriotas, entre ellos –cómo no- Julio Cortázar. Pese a su pertenencia a ese ambiente, Wilcock rompe brutalmente con la Argentina, hasta incluso con el idioma, instalándose en Italia. Antes de irse parece que decidió retirar sus libros de las librerías en una voluntad explícita de ser olvidado; el Wilcock italiano que fue a partir de entonces quiso ser otro. Aun así, su escritura parece que siguió pagando las deudas de los orígenes, especialmente Borges y Kafka. Leo en otro estupendo blog que esta Sinagoga de los iconoclastas es heredera de las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, que tanto apreciara Borges para continuarlas en su Historia Universal de la infamia. Tampoco he leído a Schwob, pero sí mucho de Borges. Con estas referencias no podía sino desconfiar de la veracidad de los relatos de Wilcock y, especialmente, de la historia de Socrates Scholfield.

Sin embargo, Socrates Scholfield existió. Compruebo en Internet que en 1872, un tal Socrates Scholfield patentó en Canadá una máquina para liar cigarros. En 1875 consta, con el número 160.721 de la U.S. Patent Office, un aparato neumático “alimentador de hojas”, también a nombre de Socrates Scholfield. Descubro otra patente norteamericana (número 97.817, probablemente de 1869), esta vez una especie de taladro rotatorio, a nombre del mismo SS, en la que consta que el tal señor es de Providence (Rhode Island). Justamente en Providence, unos años después (en 1907), Socrates Scholfield publicó a su costa un libro de 76 páginas titulado The doctrine of mechaniscalism (¿la doctrina del mecanicismo?). Este libro, que comienza con un tributo a Zoroastro y Confucio, está escaneado y colgado en internet; me lo he bajado y algún día de estos trataré de leerlo. Ya sobre la máquina demostradora de la existencia divina sólo he encontrado (sin contar al propio Wilcock) una referencia indirecta en una nota a pie de página en un libro de Martin Gardner que trata de los errores y falacias “en el nombre de la ciencia”; hablando sobre la Dianética alude a la “famosa” patente de 1914 (número 1.087.186) de las dos hélices interconectadas.

No son muchos datos, pero sí parecen los suficientes para pensar que efectivamente en los últimos años del siglo XIX y primeros del pasado debió vivir en la costa este norteamericana un tipo excéntrico de aficiones científicas que derivaría en su edad madura hacia pretensiones teológicas. Desde luego, tengo que conseguirme el libro de Wilcock (parece que últimamente se me aparecen escritores argentinos) y enterarme algo más de esta historia. Porque me duele admitir que no logro imaginar cómo se puede relacionar la existencia de Dios con el movimiento giratorio de dos hélices interconectadas. No sé; imagino que se impulsarían las dos hélices para que iniciaran sus movimientos entrelazados y mientras los usuarios del aparatito lo estarían observando. Finalizados los movimientos rotatorios (o quizás antes) ocurriría algo que llevaría al entendimiento de los observadores el convencimiento racional de que Dios existe. ¿Qué? ¿Cómo?

Imagínense cuántas dudas y angustias existenciales resueltas. No logro entender por qué no se ha popularizado el aparatito. Ya puestos, podría seguramente perfeccionarse, desarrollar, a partir de sus principios básicos de funcionamiento, distintos prototipos, acomodados para resolver sobre la existencia o inexistencia de otras entidades. Por ejemplo: demostrar la existencia de la vida eterna, de seres extraterrestres inteligentes, etc. No sigo porque se me vienen a la cabeza demasiadas realidades de dudosa existencia.

Desde luego, a mi modesto entender, la historia tiene chicha, hay materia para entretenerse investigando. Me resulta extraño no haber encontrado algún dibujo o cualquier otra información algo más específica en internet. ¿Acaso, por muy absurda y ridícula que sea, la iniciativa de construir un aparato para demostrar la existencia de Dios no merece que alguien la estudie y difunda? Yo creo que sí. En todo caso (y cierro el post enlazando con su comienzo que es una técnica no por repetida menos bonita), esta historia es un buen ejemplo de cuánto pueden sorprendernos los “productos” de la mente humana. Así que: ¿cómo es posible que nos aburramos?

CATEGORÍA: Todavía no la he decidido