domingo, 29 de noviembre de 2009

La muerte de Aitana

En la tarde noche del pasado martes, un joven de 24 años se presenta en el centro sanitario de El Mojón (sur de Tenerife) con una niña de tres años porque, según dijo, tenía dificultades para respirar. La niña era hija de su pareja, una chica de 22 años, y los tres habían venido a vivir a la isla desde Madrid este otoño. En el mismo centro, la criatura sufrió dos paradas cardiorrespiratorias, logrando ser reanimada y estabilizada para trasladarla a la Residencia de la Candelaria, en Santa Cruz.

El miércoles por la mañana, mientras desayuno en el bar junto a mi oficina, leo en un periódico tinerfeño, bajo el titular "viola a la hija de su pareja de tres años en Arona", que el médico de guardia que examinó a la niña identificó múltiples signos de malos tratos en la pequeña (hematomas en brazos, magulladuras, quemaduras en la zona lumbar y dorsal así como indicios de desgarro vaginal y anal) que a su juicio pueden haber sido los causantes de las paradas cardiorrespiratorias; consecuentemente, avisa a la policía local que detiene al hombre y lo pone a disposición judicial.

Ese día, la noticia es el centro de todos los comentarios. Todos damos por supuesto la veracidad de la misma y ni siquiera nos preguntamos cómo se ha filtrado a la prensa y mucho menos dejamos un resquicio de duda sobre su fiabilidad. Estamos impresionados, dolorosamente aturdidos. Yo comento con algunos amigos que no logro entender cómo alguien puede abusar sexualmente de una niña de esa edad, que obviamente tiene que tratarse de un desequilibrado patológico.

El jueves me entero de que Aitana (así se llamaba la niña) ha fallecido esa madrugada. Los periódicos locales, detectada la indignación general en la isla, no dudan en exaltarla y hablan de una criatura martirizada con múltiples golpes, quemaduras con cigarrillos y una brutal agresión sexual. Se nos informa que la madre había defendido a su novio, negando rotundamente que su hija hubiera sufrido malos tratos. Por supuesto, esto no es sino un motivo añadido de indignación y escándalo.

El viernes, mientras el juez ordena la prórroga de la detención del hombre y siguen las investigaciones, numerosos políticos locales nos ofrecen las previsibles declaraciones de condolencia, indignación y condena. La consejera de bienestar social del Gobierno de Canarias afirma que toda la "sociedad canaria siente esta tristísima y durísima muerte como suya" y nos pidió que reflexionásemos sobre lo que ha ocurrido para "estar lamentando una atrocidad como ésta". La presidenta del Parlamento habló de la necesidad del respeto a la libertad y la vida, aludiendo a la violencia machista. Ante varias instituciones públicas se guardaron minutos de silencio en señal de pésame y condena. Ciertamente, la sociedad canaria (al menos la tinerfeña) sentía como propio, si no el dolor de esta muerte, sí la rabia y deseo de venganza, como podía comprobarse en cualquier sitio. Por suerte para él, el presunto asesino (aunque todos habíamos prescindido del adjetivo) estaba encerrado en el calabozo del juzgado porque, si no, tenía todas las papeletas para ser linchado.

Ayer por la mañana, el juez de Arona dicta auto de libertad provisional sin fianza en el procedimiento de diligencias previas incoado en virtud de un presunto delito de homicidio y malos tratos contra Diego Pastrana, pareja sentimental de la madre de la víctima. En el auto se lee que "los hechos que han dado lugar a las presentes actuaciones no pueden ser calificados, ni siquiera indiciariamente de constitutivos de un delito de homicidio ni de maltrato en la persona de la menor fallecida". A continuación pasa a detallar las distintas "lesiones" que detectó el médico de guardia y que, tanto en los exámenes de la niña en el hospital como en la autopsia, se comprobó que no eran tales. Resulta que no había tales desgarros ni vaginales ni anales que pudieran sugerir agresión sexual, los moratones que presentaba la niña son compatibles con una caída sufrida el sábado anterior, las aparentes quemaduras no correspondían a cigarrillos o secadores de pelo, sino a rozamientos o reacción alérgica, y las lesiones internas eran debidas a las maniobras de reanimación sí como a las manipulaciones quirúrgicas.

En cuanto a la causa de la muerte de Aitana, el informe forense la atribuye a traumatismos internos con una antigüedad de cinco o seis días, lo que concuerda con lo declarado por varios testigos y que, curiosamente, la prensa ni mencionó. Parece que el sábado la niña se cayó de un columpio en la urbanización donde vivía y sus padres la llevaron ese mismo día a urgencias, donde sólo le apreciaron un traumatismo nasal. La propia Aitana se lo contó el lunes a su profesora, según ésta ha testificado.

Así que ahora parece que el "monstruo" de Tenerife (que como se hizo notar insistentemente, no es canario sino madrileño) era un padre cariñoso que llevaba todos los días a la niña al colegio y se ocupaba de ella, hacia quien ésta mostraba claros signos de cariño. Ahora nos enteramos de que se trataba de una niña alegre y extrovertida, sin que nadie hubiera nunca notado signos de malos tratos, ni en el colegio ni en la urbanización. Pero esos mismos vecinos, entrevistados por la televisión, no pusieron en duda la versión periodística, mostrando su repulsa a ese hombre que había estado tan cerca de ellos y de sus propios hijos.

Así somos; da que pensar. Quizá todavía nos quede alguna sorpresa en esta tragedia doméstica. Imagino que la madre y su pareja estarán destrozados por la muerte de Aitana. Y sobre ese dolor, se suma el linchamiento mediático y "popular" que ha vivido ese chico, encarcelado y acusado de ser un asesino depravado cuando lo que hizo fue llevar a la niña a que la curaran. Pero, por supuesto, esta historia no valdrá para que rectifiquemos; el "instinto vengador" lo tenemos muy dentro. Así somos.


CATEGORÍA: Política y Sociedad

jueves, 26 de noviembre de 2009

Dos textos sobre Franco

Desde 1936 Franco ha sido objeto de furiosas polémicas fuera de su país. Parece un militar reaccionario, un cómplice fascista de los nazis e italianos, parece un vasallo de los capitalistas "yanquees"; pero al lado de este Franco hay otro visto por la derecha: un San Jorge venciendo al dragón del comunismo. Este trabajo se basa en el libro de Claude Martin, Franco, soldado y estadista. Yo podía hacer una historia contemporánea de España, pero en esa historia el gran protagonista sería Franco. Como el título sobre el que había que hacer el trabajo era "Comentario exaltado a la figura del Caudillo", yo exalto y subrayo varios aspectos dignos de elogio en esta biografía.

El párrafo anterior es el prologo del trabajo que a finales de 1971 presentó un chaval de doce años en la asignatura de FEN de tercero de bachillerato. Son veintiuna páginas manuscritas con dibujos y algunas ilustraciones pegadas de soldaditos de los años treinta. Al chaval le dieron a leer el libro que cita que (lo compruebo en internet) se había publicado con gran éxito en España en 1965, diez años después de su versión original en francés. Obviamente, por aquellos años no se conseguirían en este país las abundantes obras sobre el franquismo que se venían produciendo en Europa, y mucho menos las escritas por los historiadores de tendencia marxistas (escuela predominante en Francia por entonces). Al chaval le dieron a leer ese libro, supongo, como un ejemplo de ecuanimidad puesto que lo había escrito un extranjero, para que, a partir de él, erigiera el ensalzamiento elogioso del biografiado. En eso consistía, en gran medida, la formación del espíritu nacional, en primar la exaltación sobre la información, en abortar el pensamiento crítico apenas embrionario a esas edades y sustituirlo por clichés dogmáticos y maniqueos. (La citada formación del espíritu nacional se completaba, por mi época sólo en días contados, con cánticos corales como el que a continuación reproduzco).


El chaval ese, desde aquellos años finales del franquismo, ha leído muchos libros sobre la España del siglo pasado y sobre Franco, incluyendo varias biografías del caudillo de España por la gracia de Dios. Tantas, o las suficientes, como para ser capaz de recrear en su imaginación escenas de acontecimientos pasados, de darles "realidad" a lo que entonces no eran más que textos demasiado ajenos a su sentir, como si se tratara de cuentos o leyendas. Aunque me cuesta mucho reconocer a aquel chaval, sí me consta que creía sin las menores dudas críticas en lo que entonces escribió; estaban todavía lejos los tiempos de sus desconciertos. Ahora, treinta y cuatro años después de la muerte de aquel señor bajito y con bigotillo (acaba de pasar el 20N sin pena ni gloria, afortunadamente), para los niños de doce años Franco será alguien tan lejano como lo era para mí Felipe II e imagino que, desde el extremo opuesto, su figura se contempla con idéntico adoctrinamiento acrítico.

Era un hombre menudo, atiplado, que se pirraba por los honores; se había casado con una mujer más alta y de mejor rango que el suyo, que se pirraba por las joyas, y de ella había tenido una hija, bastante agraciada, que con el tiempo se pirraría por los títulos; o sea, que entre los tres cubrían todo el mercado de la gloria. Había hecho en el teatro de África una carrera brillante, a lo largo de la cual había demostrado tanto un cierto arrojo como una innata capacidad para la crueldad. Sabía arriesgarse pero no era temerario. No se sumó a los conjurados mientras el invierno republicano les obligó a llevar la existencia larvada de la conspiración, y cuando por fin tomaron vuelo, en pleno verano, condicionó la prestación de sus servicios al pronunciamiento (no sin que mediaran interminables vacilaciones e insólitos acontecimientos que ayudaron a mover su voluntad hacia el lado de la rebelión) a un depósito en un banco extranjero a nombre de su mujer, para garantizar su futuro en el caso de que su traición terminara en el fracaso. Era un hombre receloso, nada sobrado de luces, sobre quien nunca nadie logró depositar su confianza. De tal manera reunía en su persona todos los caracteres del traidor que sólo sabía apreciar la fidelidad hacia él, aun cuando estuviera unida a la más obtusa inteligencia. Ni las creencias, ni la fidelidad a la depuesta Monarquía, ni la defensa de ideales mancillados por la República, ni la amistad (que no tenía) con algunos conjurados, ni el esprit de corps que pudiera unirle a buen número de cabecillas, lo movieron a sumarse a la rebelión. Lo hizo por lucro.

Este otro párrafo proviene de las primeras páginas de la novela Herrumbrosas Lanzas, de Juan Benet, publicada en 1983 y que estoy leyendo estos días. Un texto bastante más jugoso que el del chaval, ¿verdad? Claro que lo escribió un hombre de cincuenta y seis años y el niño aquél, por mucho que haya mejorado sus redacciones, dista mucho de tener las dotes literarias de un Benet. La descripción de la forma de ser de Franco que con pocas pinceladas queda trazada en el párrafo anterior me parece magnífica, aunque no me resulte nueva. Hay un "dato", sin embargo, que desconocía y cuya veracidad dejo en suspenso hasta que la corrobore en otras fuentes. Me refiero a que el general exigiera un ingreso en el extranjero antes de sumarse al golpe de estado. Cuadra con su "legendaria" prudencia (o, si se prefiere, cobardía) y también con las ansias codiciosas de doña Carmen, pero ... ¿Se produjo efectivamente dicho ingreso? ¿Qué cantidad? ¿En qué banco? ¿De dónde vinieron los fondos? Tema a investigar, ¿alguien me aporta pistas? (Compenso el tema musical anterior con una canción del otro bando, también muy popular durante nuestra ya olvidada guerra).


CATEGORÍA: Personas y personajes

martes, 24 de noviembre de 2009

Fechas capicúas

–Pensaba hace un rato que vivimos el 2002 y el 1991 sin casi darnos ni cuenta de que eran años capicúas. ¡Hemos vividos dos años capicúas! Eso no le ha tocado a muchas generaciones. El anterior fue el 1881. ¿Cuántos de los que en esa fecha eran conscientes de que se trataba de un año capicúa han repetido la experiencia en el 91? Seguro que ninguno, o menos de diez a lo sumo. Y hasta el 2112 no viene el siguiente. Para entonces, todos muertos. Somos una generación con suerte.

–¡Qué chorrada! Durante el siglo primero, cualquiera podría vivir la tira de años capicúas. Por ejemplo, uno que hubiera nacido en el año 11 y muriera en el 101, con 90 años, habría vivido diez capicúas. ¡Oh, qué excepcionales esas generaciones! Hasta el año mil, cada siglo tenía diez capicúas, ¿qué te parece? ¿Que eran seres extraordinarios?

–No es lo mismo, es demasiado fácil con años de dos o tres cifras. Pero a partir de las cuatro, la distancia entre dos capicúas son demasiados años ...

–Sí, 110, para ser exactos.

–Pues eso, ciento diez años, más que una vida humana. Sólo uno por siglo. En cambio, sólo once años entre los dos últimos.

–¿Y qué? Once es la diferencia entre dos capicúas en los cambios de siglo hasta el año mil, y once es también la diferencia que habrá entre los dos capicúas consecutivos en los cambios de milenio hasta el año 10.000. Y no vayas a creer que es un valor mínimo; el primer año del pasado milenio, el 1001 (no el mil como creyeron los apocalípticos de entonces) era capicúa y sólo habían pasado dos años desde el anterior. E igual tiempo pasará cuando lleguemos al primer capicúa de cinco cifras.

–Jo, ya me has chafado. Yo que pensaba qué éramos especiales ...

–Si lo que buscas es ser especial, podrías fijarte en las cifras ordinales de los días en vez de en las de los años. Por ejemplo, hoy 24 de noviembre de 2009 sería el día 733.750, en la convención de que el primero es el 1 de enero del año 1.

–No se me había ocurrido. Pero es que, claro, normalmente no sabemos el ordinal en días de una fecha. Es complicado.

–Bueno, no tanto. Basta con prepararse un algoritmo que te convierta la fecha de nuestro sistema habitual de notación al ordinal "absoluto". Hay que tener en cuenta los años bisiestos y los distintos días de cada mes. Con una excel se hace en poco rato; mírala.

–¿Y te dedicas a buscar curiosidades numéricas?

–De vez en cuando lo hago. Por ejemplo, algunas relativas a los capicúas que tanto te llaman la atención y que nos conciernen. Tu madre, por ejemplo, nació el 5 de junio del 65 que es el día 717.507. Pues resulta que la fecha de su capicúa, el 705.717, corresponde al 23 de febrero de 1933 y ... ¿a que no sabes que pasó ese día?

–Nació el abuelo. ¡Qué casualidad! Es increíble, eso tiene que significar algo ...

–Bueno, ha habido muchos que han buscado significados más o menos esotéricos en los números. De hecho, la numerología, entendida como la disciplina que establece relaciones entre los números y la realidad, fue muy popular en la antigüedad y todavía hoy existen bastantes que se la toman en serio. Pero no creo que sea más que un divertimento; se trata de encontrar relaciones curiosas en las que basar explicaciones significativas. A ese respecto, son llamativas las aplicaciones a las teorías espiritualistas de almas que se reencarnan y similares. Por ejemplo, un alma se encarna en una persona en su fecha de nacimiento y vuelve a reencarnarse en la fecha capicúa para vivir una especie de vida complementaria.

–En el caso de mi madre y mi abuelo, no funcionaría porque ella no puede ser su padre reencarnado.

–No, claro. No sé que cómo lo explicarían los zumbados de los capicúas. Pero fíjate en mi caso, que también resulta muy curioso. Nací el 3 de diciembre del 57 que es el día 714.766. Pues bien, el 667.417 corresponde al 15 de abril de 1828 que, tachán, es la fecha de la muerte de Francisco de Goya. ¿Qué te parece?

–Los numerólogos dirían que eres la reencarnación de Goya y que tu vida ha de complementar la suya. Tiene así más lógica, ¿no? El nacimiento es también el complementario a la muerte.

–Bueno, bueno ... Con esa teoría, Goya sería a su vez la reencarnación de alguien que hubiera muerto en el capicúa de la fecha de su nacimiento. Déjame que vea ... Nació el 30 de marzo de 1746 que es el día 637.450, cuyo capicúa es el 54.736. Pues habrá que buscar a alguien que haya muerto el 10 de noviembre del año 150. Fíjate, el siglo II, el año, según dice la wiki, en que Ptolomeo completó su atlas.

–Pues es divertido ... Podemos ir enlazando muertes con nuevas vidas en una especie de cadena de los seres humanos a lo largo de la historia. Tu cadena, desde luego, tiene un eslabón de lo más brillante con Goya.

–Sí, es divertido, pero cuidado ... Porque los enlaces no son en un mismo sentido temporal. El jueguecito de los capicúas te lleva de adelante hacia atrás y viceversa. El tipo que antecedería a Goya sería también el complementario de otro, ¿verdad? Venga, vamos a inventarnos una fecha de nacimiento para este desconocido.

–A ver, digamos que tenía 57 años cuando murió. Nacería, por tanto, en el año 93; pongamos el 12 de septiembre. Según tu excel esa fecha corresponde al 33.858.

–Cuyo capicúa es el 85.833 o, para usar seis cifras, el 858.330. Nos vamos a la nochevieja del año 235 o a la nochebuena del año 2350 (curiosas coincidencias festivas). En cualquiera de ambas posibilidades, el antecedente de nuestro hombre muere después de que nazca en quien ha de reencarnarse.

–A lo mejor es que esa fecha que nos hemos inventado es incorrecta.

–Que no, hombre, que no. Que los capicúas te hacen pendular en el tiempo. Baste un solo ejemplo para que lo veas. Quien haya muerto hoy tendría que reencarnarse el 24 de diciembre del año 157 (vaya, otra vez el siglo 2 y otra vez nochebuena).

–Es que el tiempo es circular; no hay ni antes ni después ...

–Sí, puedes elucubrar desde esa hipótesis. Ya puestos, busca convergencias en las alternancias de fechas capicúas. A lo mejor descubres algunas leyes ocultas que explican los arcanos de la historia.

–El mito del eterno retorno, ¿no? Pues lo voy a hacer. Voy a jugar un rato con tu excel, a ver si descubro más curiosidades. Empezaré conmigo mismo. ¿En qué fecha murió (o morirá) del quien soy reencarnación?

–Pues vas a llevarte una sorpresa. Naciste el 25 de mayo del 90 que, atención, es el día 726.627. Eres ejemplar único, hijo.

CATEGORÍA: Ficciones

lunes, 23 de noviembre de 2009

Ventajas e inconvenientes del autoestop (Epílogo)

Los cuatro posts anteriores son la traducción (excesivamente libre) de los doce temas que conforman el excelente album Pros and Cons of Hitchhicking, publicado por Roger Waters en 1984. Pese a que me encanta desde siempre Pink Floyd y he escuchado infinidad de veces todos sus discos, poco he seguido las carreras en solitario de sus miembros. De Roger Waters, de quien pide disfrutar en vivo en un maravilloso concierto en el Palau Sant Jordi, conocía un solo disco de rock y no era éste que he descubierto hace unas pocas semanas.

En 1978, Waters se presentó ante sus compañeros de Pink Floyd con las demos de dos posibles albumes para que eligieran el próximo
que había de sacar el grupo. Optaron por los temas que en 1979 serían The Wall, de modo que la otra alternativa quedaría guardada unos años, hasta que los conflictos entre Waters y los restantes pinkfloydianos forzaron al primero a separarse e iniciar su carrera en solitario. Por eso Pros and Cons of Hitchhicking aparecería cinco años después que El Muro, aunque se aprecia fácilmente el parentesco compositivo entre ambas maravillas.

Instrumentalmente, en Pros and Cons no están los restantes Pink Floyd pero eso no hace que se pierda el sonido característico y que, en algunos momentos, hasta parezca mejorado. Yo destacaría el saxofón de David Sanborn (que compite más que dignamente con los fabulosos solos de Dick Parry en Dark Side of the Moon), pero sobre todo la excepcional guitarra de Eric Clapton. No tengo ni idea de cómo "ficharía" Waters a Slow Hand, pero desde luego fue un acierto (cabe suponer que Gilmour se quedaría de piedra viendo quien le sustituía).

Al igual que The Wall, Pros and Cons es un disco de los que se han dado en llamar conceptuales; es decir, que cuenta una historia. La historia consiste en la mezcla de sueños y realidad que vive un hombre de mediana edad en su dormitorio de los suburbios londinenses entre las cuatro y media y cinco y once de la madrugada. El tío fantasea con engañar a su mujer norteamericana con jovencitas autoestopistas, luego con abandonar la ciudad y mudarse toda la familia a la granja familiar de ella, luego con que ésta lo abandona y se convierte él en el autoestopista, para finalmente arrepentirse y despertarse aliviado al ver que su mujer sigue a su lado. La influencia del Ulises de Joyce en los textos es meridiana, tanto en el esquema temporal como en el recurso al famosísimo "flujo de conciencia", así como al empleo de imágenes y alusiones que resultan muchas veces enrevesadas.

Ya he dicho que los posts son una traducción demasiado libre. La razón fundamental de mis libertades es que no soy capaz de traducir las letras; en muchas frases el sentido completo se me oculta y he optado por lanzarme al vacío con mis propias interpretaciones. El segundo motivo viene a ser hacer de la necesidad virtud; como no tenía forma de conseguir una traducción decente pues cuento la historia a mi modo apoyándome en las palabras de Waters las más de las veces pero inventando otras (o suprimiendo las suyas) cuando me ha venido en gana. En todo caso, quien quiera y se atreva, puede conseguir fácilmente las letras en internet. Finalmente, como no podía ser de otra forma, he aprovechado para acompañar cada "capítulo" del tema correspondiente. Disfruten de la música.

CATEGORÍA: Canciones y otras líricas

domingo, 22 de noviembre de 2009

Ventajas e inconvenientes del autoestop (10, 11 y 12)

5:01

Un ángel del infierno en su Harley frena derrapando. La moto queda cruzada junto al arcén, la apoya tras sacar el soporte, se inclina hacia atrás sobre el sillín, luego se despereza, y me extiende una mano grasienta y llena de cicatrices. –¿Cómo estás, hermano? ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas? Me estrecha la mano con extrañas sacudidas, seguramente algún código californiano. Siento crujir los huesos. –Que tengas un buen día.

Una ama de casa de Encino, cuyo marido está en el golf con su libro de reglas, frena y da media vuelta para echarte una segunda mirada. Lanzas el sedal y el pez muerde el anzuelo. Aliento dulce a vodka y tabaco; otro número en tu pequeña agenda negra.

Son las ventajas y los inconvenientes de hacer autoestop. Oh, cariño, debo estar soñando.

Estoy de pie en el borde más extremo. La costa este se despliega ante mis ojos. Salta, me dice Yoko Ono. Tengo demasiado miedo y además soy demasiado guapo, contesto. Vamos, insiste ella, ¿por qué no te atreves? ¿Por qué prolongar la agonía si todos hemos de morir?

¿Recuerdas Dick Tracy? ¿Te acuerdas de Shane? Mi madre me quería. Shane, ¿puedes verle vendiendo boletos mientras los buitres sobrevuelan en círculos? Esos sí eran ... Las cosas claras, directas. ¿Alguna vez entendiste la música, Yoko, o todo fue en vano? La muy zorra me contesta algo místico. ¿Héroe? No soy un héroe, así que aquí estoy de vuelta en la acera?

Son las ventajas y los inconvenientes de hacer autoestop. Oh, cariño, debo estar soñando. Estas son las ventajas e inconvenientes de hacer autoestop.



5:06

En un bar de carretera, la camarera se inclina sobre el hombre. Hola, ¿quiere una taza de café? Él está absorto, la mirada perdida. Disculpe, ¿desearía una taza de café? De acuerdo, ¿le pongo crema y azúcar? El hombre piensa, sueña ...

En paradas de camiones y en hamburgueserías, en limusinas acompañado de viejas glorias y acurrucado para dormir en los peldaños de las bocas de metro. En bibliotecas y estaciones de tren, en libros y en bancos, en las páginas de historia, en ataques suicidas de la caballería ... Me reconozco en los ojos de cada extraño.

También en las sillas de ruedas que pasean por los monumentos, en lo vagones del metro o del tren de cercanías, en las oficinas municipales o en los tribunales del condado, en las verbenas de Pascua y en los parques de atracciones, en las salas de dibujo y en los depósitos de cadáveres, en una exposición de fotografías sobre balsas en los mares de China, en campos de refugiados bajo la luz de arcos voltaicos y en rampas de desembarco, incluso en las caras borrosas como estampadas por sellos de goma ... Me reconozco en los ojos de cada extraño.

Y ahora, desde donde estoy, desde lo alto de esta colina que he saqueado desde el pozo más profundo, miro a mi alrededor, busco los cielos y protejo mis ojos casi cegados. Y veo señales de días casi olvidados, oigo campanas que tañen sonidos familiares y reconozco la esperanza que enciendes en tus ojos.

Qué sencillo me parece ahora. Nada interfiere, claro. Cómo duelen las lágrimas que amenazan con extinguir la chispa de nuestro amor.



5:11

El momento de lucidez se abre paso titubeante como a veces hace la caridad. Abro un ojo y acerco mi mano hasta acariciar tus cabellos suaves, para asegurarme de que todavía estás a mi lado. Y tengo que admitir que tenía algo de miedo, sí. Pero tengo suerte porque estás despierta. No podría soportar seguir solo ni un momento más.


sábado, 21 de noviembre de 2009

Ventajas e inconvenientes del autoestop (7, 8 y 9)

4:50

Trinos de pajarillos, los coches rasgan veloces el aire campestre. Mientras pasan dirijo mi ojo mental por encima de los bultos del portaequipajes más allá del horizonte, hacia donde los fabricantes de sueños tientan a los incautos con pasteles en el cielo. ¡Vete a pescar, muchacho!

Nos mudamos en la primavera con el maletero lleno de libros; libros sobre mecanismos solares y sobre lo bello que es el parto natural. Talamos algunos árboles y rastreamos nuestros ideales; represamos el torrente. Y construimos un estanque de pesca en el que los niños chapoteaban. Cogidos de las manos hicimos nuevas amistades; prácticamente, vivíamos de la tierra. Adoptaste un cachorro de zorro (su madre sería el abrigo de alguien); lo alimentabas en tu propia mano y lo apretabas estrechamente en la que fue la cama del abuelo mientras yo escribía. Cultivábamos nuestro propio maíz. Y sólo de vez en cuando bajaba hasta el pueblo a conseguir antibióticos y munición para la escopeta. Cuando el sol se ponía, cada día más temprano, les contaba historias a los niños mientras trabajabas en el telar.

–Capítulo seis; Eeyore tiene el cumpleaños y le hacen dos regalos ...–Vamos, papi, cuéntalo.–Eeyore, el viejo burrito gris, se para a la orilla de un arroyo y se ve reflejado en el agua – (patético, esto es lo que hay)– Buenos días Eeyore, dice Winnie-the-Pooh. Vaya, piensa el osito, ha estado pensando demasiado tiempo.

Todas las hojas cayeron, las cosechas se oscurecieron, llegaron los primeros copos de nieve. Se acabó, me di cuenta de que no todo era bueno en nuestro paraíso. Los niños cogieron bronquitis, la calefacción se quedó sin diesel. Un fin de semana un amigo del Este de alma podrida robó tu corazón. Dije: a la mierda, llévate a los niños de vuelta a la ciudad, tal vez nos veamos por ahí.

Así que arrojamos todas nuestras esperanzas y nuestros sueños al viento y la lluvia. Cogimos sólo nuestros ahorros y dejamos todo lo demás, desperdicios y basuras. Y de nuevo en la carretera, de nuevo en la carretera.

(Adios, papi. Puedes traer a Pearl, es una chica muy agradable, pero no traigas a Liza).


4:56

Hoy por primera vez siento que todo se ha acabado. Tú eras la excusa cotidiana en mi actuar mudo, sordo y ciego. Quién habría pensado que así sería nuestro final. Arrastro mi propia carga más allá de los árboles y tengo que admitir que no me gusta nada. Aquí, caminando por el borde de esta solitaria carretera, esta solitaria carretera.



4:58

–Eh, tío, ¿quieres que te lleve? Venga, sube. ¿Qué? ¿Cómo va todo?
–He alicatado paredes con azulejos de patitos mientras mi corazón se convertía en ruinas oscuras, he construido bungalows en las colinas, he dejado de vagabundear, de interesarme, de vivir. Llevé a mi chica al campo para empezar una nueva vida, para que durmiéramos bajo la luna. La mantuve entre algodones; ¡Cristo, cuántos vestidos tenía! Y luego va y se vuelve loca.
–Sí, las mujeres son como críos. ¿Quién las entiende? No hay nada que hacer con ellas.
–Esperan a que llegue el hombre especial, ese que les acune el corazón con gentilezas, que les prometa una comunicación profunda ...
–Vi un programa sobre eso en la tele.
–Y uno en cambio siempre pagando los platos rotos, llevándola al cine, al teatro, construyendo la casa de invitados para sus padres, jodiéndose por ella. Algo me merezco, carajo, podrías animarme, maldita sea, no dejar que me hunda ...
–Olvídala, tío.
–Ese tipo, con sus pies tan cuidados, sus uñas tan limpias. Cree que es una roca en medio del océano de dudas. Soy un condenado marica, qué coño hago aquí, lloriqueando. Muévete, imbécil, vete a buscarlos. Suéltale a ese idiota lo que piensas de él. Comprométete, recupérala. ¡Dios, cuánto me gustaría! Pero creo que voy a vomitar.
–Eh, muchacho, aquí no. ¡No, joder! ¡Fuera del camión!


CATEGORÍA: Canciones y otras líricas

jueves, 19 de noviembre de 2009

Ventajas e inconvenientes del autoestop (4, 5 y 6)

4:39

Hoy por primera vez he tenido su cuerpo desnudo junto al mío en este hotel sobre el Rin. La he hecho mía. Oh, cariño, cariño. Acércate, permanece conmigo; por favor, quédate conmigo.

El hombre suplica, cada vez más alto. Ehhh, ¿qué pasa? –refunfuña su mujer. Y él intenta abrazarla, atraer su cuerpo, mientras en sueños grita cada vez más fuerte: quédate conmigo, quédate conmigo, quédate conmigo ...

¡No, déjame! No es un hotel junto al Rin, pero él no quiere abandonar el sueño. Un hombre maduro, en su casa de los suburbios, manosea ansioso a la mujer que yace a su lado, su mujer. Quédate conmigo, insiste con su último grito agónico. Olvídalo, zanja ella.


4:41

La mujer se da la vuelta, quiere seguir durmiendo. Maldita sea, piensa él, estoy cachondo. Incómodo en la cama, el cabreo hacia su mujer desborda sus ensoñaciones. Coño, tía, aparta ya el puñal y hagamos la revolución sexual. Venga, mujer, liberémonos de nuestras broncas con esta llamada a la unidad. Ya mañana decidiremos, pero ahora juntémonos para que pueda saquear tu dulce gruta. Recuerda que sólo los pobres podrán salvarse.

La mujer refunfuña, molesta por el parloteo del hombre (duérmete, pesado). Éste, más exaltado, continua sus desvaríos. Oye, chica –le sigue diciendo-, siempre he preferido tus labios más rojos, no como los que te ha dado Dios. Eh, no me señales, no soy más que una rata en el laberinto que tú eres y sólo muertos podremos liberarnos. Así que, por favor, cojámonos las manos mientras damos tumbos por el laberinto. Y recuerda, nada puede crecer sin lluvia. Pero no me señales, aparta ese dedo de mí.

Fuera una tormenta atruena. Los rayos deslumbran intermitentes las habitación. El hombre abre los ojos. Debo tener fiebre, dice, las sábanas las he empapado en sudor. Has tenido una pesadilla, le dice ella, y parece que no se ha terminado todavía; supongo que tendrás que aprender algo. Entonces, la mujer sale de la cama y coge, de la mesita junto a la ventana, el perrito que él guardaba para el desayuno y se lo lleva a la cama para comérselo. Y él, en la cama, se siente como un perrito, emparedado entre dos piezas de pan, asumiendo su castigo.


4:47

Asustado, se acurruca en una esquina de la cama, la chaqueta del pijama sobre la cabeza. Ella sonríe mientras termina su sandwich con una mirada fría que disecciona su oscura historia, como si barriera los restos de ese amor de la cama. Y cuando vuelve a extender la colcha, cuando ya el hombre ha agotado las plegarias, la mujer dice: Ven aquí, chico tonto, antes de que cojas una pulmonía; sólo estaba bromeando. Dejemos atrás la porquería de la ciudad, no nos peleemos, podría estar bien vivir en el campo, ¿no lo crees? Venga, animémonos. Y él contesta: vale, de acuerdo.

Cierra los ojos, el sueño vuelve a abrazarlo.

–¿Nos vamos ya? –¿Adónde te gustaría ir, querida? –Mmm... Vermont... Wyoming, sí. –¿Wyoming? Vale, vale. Los niños gritan en el asiento trasero: vamos a Wyoming. –Querida, ¿en qué dirección está Wyoming? –Gira a la derecha. Los niños siguen gritando: te has equivocado. –Querido, los niños tienen razon. –Sí, ya sé. Mira cuantos ... cuantos Volvos estamos pasando mientras nos dirigimos a nuestra nueva vida en el campo. –Jade, cariño, eso está muy mal, no lo hagas.


CATEGORÍA: Canciones y otras líricas

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Ventajas e inconvenientes del autoestop (1, 2 y 3)

4:30 AM

– Parece que están viajando por el extranjero y que han cogido a un par de autoestopistas.
– Taladro –ordena el cirujano.

El hombre se revuelve en la cama, forcejeando con su pesadilla. –Despierta, estás soñando; su mujer le sacude suavemente por los hombros. ¿Qué pasa? Nada, estabas soñando. Los ojos entrecerrados, todavía a medias en el sueño, la boca pastosa, el hombre balbucea: nos estamos alejando de la frontera. ¿Qué frontera? Venga, vuélvete a dormir. Un motero les dice: que tengan un buen día. ¿Qué? –pregunta la mujer. Que tengan un buen día.

Nos estamos alejando de la frontera, buscando un lugar donde dormir. Nos turnamos en la conducción y en el asiento de atrás, desparramados, dos autoestopistas les saludan.

Estoy conduciendo, sigue soñando el hombre, y mi mujer no me quita ojo. Pero una mirada furtiva por el retrovisor, la chica me sonríe. ¡Qué joven es! Pregunto si alguien tiene hambre, si alguien quiere que paremos un rato. Aparco en un área de servicio y vuelvo a mirar por el espejo. Por un momento me parece que el vestido se le escapa por la cabeza, por un momento la visión maravillosa de su cuerpo veinteañero me colma de lujuria. ¿Te gustaría venir conmigo? –le pregunto. Ni mi mujer ni su acompañante parecen existir, son ahora meros comparsas silenciosos. Siento que somos nosotros, sólo nosotros, los dueños de la historia.

Me contesta extrañas palabras balbuceantes y el sol reluce en sus preciosas piernas. Una chica así es demasiado para ese chaval. Salgo del coche, abro la portezuela trasera y me tiendo a su lado, emocionado, con lágrimas en los ojos. Pero, ¿por qué? ¿Acaso soy débil, acaso tengo miedo?



4:33 AM

De pie al borde de la carretera, las suelas de mis zapatillas de deporte adheridas al asfalto son como imanes metálicos. En su cara de chica Fassbinder hay esa clase de sonrisa que podría haber dibujada un niño aburrido atormentándose a la luz de la luna. Sin embargo, veo que está impresionada. Le parezco atractivo y me trata con dulzura. ¿A mí? No, lo que pasa es que ha visto mi Lamborghini verde. ¿Quién tiene miedo ahora? Fuerte y seguro, sin dudas.

Así que fuimos a dar una vuelta por el campo. A sentir el viento en el pelo, la potencia del motor, el estremecimiento del deseo ...

Pero entonces oí el chasquido de una rama, luces de alarma centellearon en mi mapa. Abrí los ojos y ante mi sorpresa ...

Hay árabes con cuchillos a los pies de la cama, armados hasta los dientes justo a los pies de mi cama. (–No rajes a la mujer, Mohamed, la quiero para mí). Dios mío, ¿cómo han llegado hasta aquí? Pensaba que nuestros hogares en Inglaterra eran seguros.

Mientras el terror lo atenaza, una voz femenina (¿de su mujer, de la autoestopista?) le susurra: estaba mal lo que hacías, admítelo, chico.


4:37 AM

Dormir, dormir; sé que estoy soñando. (¡Dejadme solo, largaos, largaos de mi casa!) A través de mis ojos cerrados veo los cielos de Alemania más allá del techo. Y quiero volver. Volver a la chica con la mochila, a sentir sus cabellos rubios. Quiero estar allí, ver el sol descender cerca de las acerías de Krupps en los alrededores de algún pueblo alemán.

El hombre está en una hostería germana. El posadero, un gordo jocoso, los saluda en una especie de deutschenglish entre carcajadas con regusto amenazador. –Buenas noches, queridos dama y caballero, bienvenidos a Königsberg. ¿Quieren bailar conmigo o prefieren beber cerveza? Ja, ja, ja ...

–Gracias, pero (el hombre duda, no termina de sentirse seguro, a salvo) ... Esta joven señorita y yo justamente acabamos de bebernos esta botella de vino. Es muy amable de su parte, pero ... Pero creo que debemos despedirnos, buenas noches. (¡Dejadnos solos, largaos!) ¿Puede darme la llave de la uno-cuatro-tres, por favor? Aquí la tiene, señor. Gracias, buenas noches. (¡Dejadnos solos!) Buenas noches. Ah, perdone, quisiera encargar el desayuno; café para dos y tostadas con mermelada.


CATEGORÍA: Canciones y otras líricas

martes, 17 de noviembre de 2009

Lágrimas inaprensibles

No sabe por qué se emociona, por qué esa amenaza de llanto. Si ni siquiera había llegado a conocerlo, aunque sentía que sí, como si hubiera sido en otra vida, pensaba. Y el caso es que sí, pero no en otra vida pues no la hay, sólo hay la nada, antes, después, ahora, porque el tiempo engaña, el tiempo es la farsa con la que se disfraza la nada.

Tampoco hay palabras para poder contarlo; el lenguaje está atado al tiempo. Si digo que fue quince años antes de que él naciera (la diferencia de edad) vale tanto como decir que está siendo ahora o que será o que nunca ha sido. Al fin y al cabo, no tiene objeto entenderlo, vale todo porque en el fondo sólo hay nada. Por eso, hablemos de un déjà vu, una emoción paramnésica de la que brotan lágrimas.

Las almas pululamos erráticas ansiosas de tiempo. Encarnarse viene a ser escoger una combinación de cromosomas entre infinitas, un sueño aleatorio, anhelando que esos signos adquieran algún significado, por más que sepamos que sólo son (¿son?) borbotones efímeros en el hervor magmático de la nada. ¡Mierda de metáforas!

Ese cuerpo del que la televisión anuncia su muerte fue (es, será, sigue siendo, no ha sido) una de las combinaciones genéticas elegidas, pero las almas también sufrimos mitosis o acaso todas somos la misma aunque distinguirnos sea nuestra ansia de ser. Como sea, las lágrimas que él no entiende son ecos de mis recuerdos sin tiempo, aunque saberlo no ayuda.

Entre tanto, suena música, rasguños furiosos al lienzo indiferenciado. ¿Nos vamos convertidos en notas? ¿Por qué no? Y en imágenes, olores, texturas, movimientos, cualquiera de los experimentos combinatorios de este universo que no es, que desespera por ser a través de la frenética espiral que hace y deshace combinaciones, como si pudiera redimirse a sí mismo.

Sin embargo, nada más que lágrimas inaprensibles.


CATEGORÍA: Ficciones

sábado, 14 de noviembre de 2009

Los detractores de Kinsey

El Informe Kinsey, consistente en realidad en dos investigaciones sobre el comportamiento sexual de los varones (1948) y de las mujeres (1953), supuso desde su publicación un impacto considerable en el modo de ver nuestra sexualidad, primero en los Estados Unidos y luego en todo el mundo. Tanto es así que a Alfred Charles Kinsey (1894-1956) se la ha considerado el padre de la sexología y hay muchos que entienden que sin sus trabajos no se habría producido la llamada revolución sexual y el consiguiente cambio de valores que la sociedad ha experimentado en el último medio siglo. La gran innovación en su momento de Kinsey fue simplemente preguntar, sin prejuicios morales, a las personas sobre sus prácticas sexuales. El escándalo derivó de que muchos comportamientos considerados desviaciones desordenadas (y, por tanto, minoritarios) resultaron no serlo tanto. Asuntos como la homosexualidad, la frecuencia de las relaciones sexuales, tanto en el matrimonio como fuera de él o la masturbación, eran tabulados a partir de entrevistas y presentados cuantitativamente.

A mi modo de ver, lo importante no son los resultados, sino el hecho de que, por primera vez, alguien se planteara el objetivo obvio de que el mejor modo de saber sobre el comportamiento sexual es preguntando directamente a los actores (todos nosotros). A partir de Kinsey, las encuestas se consolidaron como uno de los instrumentos imprescindibles para conocer la realidad de la sexualidad humana y han venido muchos más informes (los más conocidos el de Masters y Johnson y el de Hite). Justamente por las pesadas connotaciones morales que tiene la sexualidad, cualquiera de estos trabajos viene lastrado metodológicamente por muchas dificultades para lograr resultados suficientemente válidos. No obstante, a estas alturas, supongo que cuentan con fiabilidad bastante para que sea lícito afirmar que una gran variedad de comportamientos sexuales se dan con frecuencias y extensión que distan mucho de ser minoritarias.

Lo que está claro es que los trabajos de Kinsey fueron una de las piezas clave para iniciar el proceso de "despojamiento ético" de los comportamientos sexuales, al que algunos comentaristas de mi anterior post se han referido. Que, en contra de los que predica el cura que ha empezado a colaborar en este blog (ya volverá, Números), gran parte de la sociedad haya ido entendiendo que las prácticas, deseos y orientaciones sexuales (entre adultos y con libre consentimiento, claro está) están al margen de la moral y por tanto no proceden ni las prescripciones ni las condenas (ni tampoco las discriminaciones) tiene mucho que ver con esos ya viejos informes. Lo que también está claro es que a otra gran parte de la sociedad no le hace ninguna gracia este cambio de concepción del sexo y piensan (supongo que muchos bienintencionadamente) que ello no ha traído sino efectos nefastos. Así, hay una corriente de opinión compartida por bastantes voces que viene a sostener que el desmoronamiento de los valores morales tradicionales sobre el sexo ha traído como consecuencias la crisis de la identidad sexual, la destrucción de la familia y el debilitamiento de la paternidad, entre otras. Dado que, siempre según esas tesis, tales son valores fundamentales para la cohesión social, la pérdida de los mismos nos lleva a una sociedad desestructurada y abocada a multitud de riesgos y catástrofes. Es natural que, desde esta perspectiva, se consideren los trabajos de Kinsey como uno de los hitos más dañinos contra la humanidad.

Estos grupos encontraron en los noventa un arma fundamental en sus campañas: los trabajos de Kinsey fueron un fraude científico, falsearon los datos con la intención maligna de socavar el orden moral. Esta afirmación se basa en la revisión que Judith Reisman realizó sobre las investigaciones del sexólogo a partir de finales de los setenta y en su libro de 1990, Kinsey, sexo y Fraude. Judith Reisman es una mujer judía nacida en 1935 en Newark. Según ella misma cuenta tuvo una infancia muy feliz y familiar y debió casarse muy joven (no después de los veinte). Ese paraíso hogareño se quebró cuando en 1966 su hija de 10 años fue "molestada" sexualmente por un amiguito de 13 años, un niño del vecindario a quien todos querían; no queda claro en su relato en qué consistió la agresión pero supuso que la niña cayera en una fuerte depresión (moriría dieciséis años después a causa de un súbito aneurisma cerebral que Reisman sugiere que podría estar relacionado con la violación sufrida en la infancia). A esa joven madre destrozada, que por esos años se dedicaba a producir videos musicales infantiles para la televisión, la escandalizan entonces diciéndole que puede que su propia hija lo hubiera buscado porque los niños son activos sexualmente desde el nacimiento. Sin saber todavía nada de Kinsey (a quien imputa la paternidad de una "ideología pedófila"), se va convenciendo de que la nueva "inmoralidad" sexual, difundida y reforzada por las revistas pornográficas, es la causante del daño sufrido por su hija y de tantos otros males que golpean la sociedad. Desde esta toma de postura previa (más propia de un apóstol que de un científico) inicia lo que ella llama su "odisea personal hacia la verdad". Tal búsqueda la inicia matriculándose, ya madurita, en la universidad Case de Cleveland en Ciencias de La Comunicación, donde obtendría su grado en 1976 y el doctorado en 1980. Durante sus años universitarios focalizó su atención en los efectos de la pornografía y de la ideología subyacente sobre las estructuras psicológicas, conyugales y sociales. Cuando descubre la obra de Kinsey le impactan sobre todo sus descripciones sobre la sexualidad infantil y las entrevistas que realizó a pedófilos. En 1981 saltó a la fama en el V Congreso Internacional de Sexología celebrado en Jerusalén gracias a su ponencia "El científico como agente que contribuye al abuso sexual infantil; consideraciones preliminares sobre posibles violaciones éticas". A partir de entonces, avalada por diversas instituciones privadas y estatales (incluyendo al FBI), Reisman ha venido seguido incansablemente trabajando con el objetivo de demostrar la falta de rigor de las investigaciones de Kinsey y la consecuente falsedad de sus conclusiones.

Tecleando en Google "informe Kinsey+falsedad" inmediatamente encontramos multitud de páginas que lo denuestan. Casi la totalidad de las que he ojeado se remiten a los trabajos de Reisman (muchísimas de esas páginas copian un mismo texto), lo que deja claro dos cosas: en primer lugar la relevancia de esta señora y en segundo la escasez de autoridades que se sumen a estas posiciones (los pocos otros profesionales que se alinean a favor de las tesis del "fraude científico" provienen muy mayoritariamente de ámbitos vinculados a instituciones religiosas o "defensoras de los valores morales tradicionales"). Como cabía esperar, estas personas justifican que la débil difusión de sus planteamientos se debe a las presiones de muchos grupos interesados en promover una moral sexual laxa; entre ellos, citan a los productores de pornografía, la industria farmacéutica (que obtienen enormes beneficios de las ventas de anticonceptivos) y el movimiento gay. Para ellos, los trabajos de Kinsey y todos los que siguen su línea (prácticamente la totalidad de la sexología actual) son parte del bagaje ideológico (que no científico) de quienes se esfuerzan por instaurar el Mal en el mundo, en evidente y maniquea traslación al mundo de la guerra eterna entre Dios y el Diablo. De más está decir que ellos son los buenos; también de más está preguntarse quiénes son ellos (basta comprobar las webs que defienden estas tesis).

Coincidiendo con estas personas en que el trabajo de Kinsey supuso un banderazo de salida para el cambio de actitud hacia el sexo (aunque no creo que fuera la causa principal), y entendiendo que desde sus creencias consideren que dicho cambio ha sido nefasto para la humanidad, no acabo de ver por qué creen que "demostrando" errores científicos en aquellas investigaciones podrían dar más peso a sus valores morales. Admitamos que los resultados de Kinsey no se obtuvieron con toda la corrección metodológica que cabría exigir; entonces, no estamos seguros, por ejemplo, de que hasta un 46% de los varones norteamericanos en los años cuarenta ha sentido en cierto grado pulsiones homosexuales o de que el 11% de los casados ha practicado alguna vez el sexo anal. Pero, ¿acaso tiene alguna importancia que estas cifras fueran las correctas (porque, evidentemente, las de ahora son otras)? Independientemente de su cuantificación precisa (y sin duda errónea), lo relevante es que Kinsey desvelara públicamente que todos esos comportamientos sexuales ocurrían, con distintas frecuencias, en todos los estratos sociales, que no eran cosa de degenerados pervertidos o enfermos mentales, lo que, por otra parte, han ido corroborando los trabajos que siguieron a los suyos. Es tremendamente infantil pensar que mostrar que esas prácticas sexuales eran "corrientes" (no siéndolo, según sus detractores) ha generado que la gente se haya animado a hacer lo que antes no hacía. Lo que sí puede haber propiciado Kinsey es la progresiva erosión del sentimiento de culpa personal ante el sexo y, consiguientemente, una visión del sexo más libre de connotaciones morales.

Y ahí radica, en mi opinión, el rechazo principal de todos estos movimientos anti-Kinsey. El sexo debe seguir siendo pecado. No les molesta que la gente peque sino que no consideren esos actos como pecado porque, entonces, se vienen abajo los pilares que sostienen su entramado ideológico. Por eso, interesa mantener la idea de que tales comportamientos son minoritarios (es difícil defender como pecado algo demasiado frecuente) y de ahí los esfuerzos incesantes en cuestionar la validez de casi todas las investigaciones sobre los hábitos sexuales. Si realmente quisieran conocer la verdad (como sostiene Judith Reisman) no se limitarían a señalar los fallos metodológicos de las investigaciones de las que abominan sino que la abordarían corrigiendo los fallos de rigor científico que han denunciado. Pero eso nunca ocurre; lo que ocurre, por el contrario, es que los progresos metodológicos aplicados a nuevos estudios van corroborando (y ampliando) los resultados de Kinsey.

En cambio, lo que sí hacen estas personas, a través de muchas instituciones, es abundar incansablemente, con multitud de ejemplos concretos, en los graves daños psíquicos y físicos que derivan de los "nuevos" valores sexuales, a fin de mostrar como los cambios sociales iniciados a partir de Kinsey nos llevan irremisiblemente a la catástrofe. Este asunto daría para mucho, pero de momento sólo quiero destacar un par de factores al respecto. En primer lugar el tremendo peso del juicio previo (prejuicio) en la conclusiones, lo que en muchos casos, las invalida. Ciertamente, por ejemplo, los cambios en la sexualidad influyen en la estabilidad de la familia tradicional y como ésta es imprescindible para que la sociedad no se vaya al carajo (prejuicio), tales cambios son desastrosos. En segundo lugar el reduccionismo implícito en los diagnósticos (también derivado de los prejuicios morales). Descubren, por ejemplo, que hay muchos hombres que entran en una crisis de identidad en cuanto a su rol con graves repercusiones para su estabilidad psíquica y no son capaces de ver cuánto influye en esa incapacidad adaptativa interna el condicionamiento formativo que ha sufrido esa persona justamente por los valores morales tradicionales.

En fin, esos intensos esfuerzos por oponerse, por frenar, el cambio de actitud ante el sexo desde hace tiempo me parecen condenados al fracaso, pero no nos engañemos pensando que hoy carecen de notable influencia y peso en muchas conciencias (y, en mi opinión, siguen haciendo bastante daño). Pienso que mejor harían los defensores de la "moral sexual tradicional" en abandonar tales batallas u optar por otras estrategias, pero sé que, de momento, eso es una utopía. Lo que nos lleva a un tema mucho más interesante: ¿por qué el sexo es algo tan fundamental para estas personas? Como "víctima" de dicha obsesión sexual durante mi formación escolar (a cargo del Opus Dei), he dedicado a este asunto no pocos pensamientos durante mi vida. Pero ya me he enrollado demasiado.


PS: En un comentario a mi post anterior, Lansky dice que estuvo realizando encuestas para el informe Kinsey para contextualizar un chiste muy viejo. Imagino que todo el comentario será falso (no sólo la respuesta a la hipotética pregunta) porque, además, Lansky era un niño en esa época y no conozco que se haya hecho un informe Kinsey posterior en España. Pero si fuera en algo verdad, si has participado en alguna investigación sexológica, aprovecho para pedirte un post al respecto.

CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras

martes, 10 de noviembre de 2009

La masturbación (Perversiones 2)

El de hoy, hijos míos, es un asunto espinoso y lo es porque la complacencia de estos tiempos nuestros declara maliciosamente que no se trata de nada que deba preocuparnos, que, así llegan a decir algunos, es una práctica sana de la sexualidad. Me refiero, ya lo imaginaréis, a la masturbación, a la vergonzosa (que ya no avergonzada) búsqueda del placer solitario. También se la conoce como onanismo en errónea alusión al bíblico Onán, el hijo de Judá, quien desposado con la viuda de su hermano, cuando copulaba con ella vertía su simiente en la tierra, lo que desagradó a Dios tanto que le quitó la vida. Al onanismo lo llamaríamos hoy coitus interruptus y no masturbación pero, como sentaron con claridad meridiana los Padres de la Iglesia (os recomiendo a este respecto la lectura de San Clemente de Alejandría), en ambos casos radica un mal esencial, cual es el derramamiento del semen, negando culposamente la que es su sagrada misión. Si bien ese contrariar los propósitos de la Naturaleza (que son también los designios de Dios, nuestro creador) es un argumento fundamental para calificar la masturbación, como siempre ha hecho la Iglesia, de acto pecaminoso, no voy yo a encaminar esta reflexión por esa senda, sino más bien a descubrir ante vuestros ojos su carácter intrínsecamente perverso, tanto en sí mismo como en cuanto raíz generadora de ulteriores y más graves perversiones.

Os decía que en estos tiempos no sólo se rechaza la maldad del vicio solitario (incluso esta denominación contraviene las hipócritas convenciones de lo políticamente correcto), sino que se ensalza y fomenta como actividad integrante de lo que se ha dado en llamar una sexualidad sana. No hace muchos años yo mismo comprobé como una desvergonzada presentadora televisiva, en un programa de "educación sexual", explicaba las mejores formas de masturbarse y de hacérselo a la pareja. Me dicen algunos padres preocupados que en los colegios a sus niños de pubertades recién estrenadas casi llegan a animarles a estas prácticas con el falaz argumento de la importancia de conocer el propio cuerpo y su "erotismo personal". Y, para no extenderme en tantos penosos ejemplos, muchos maridos me han confesado atribulados que en los coitos conyugales sus esposas recurren a tocamientos individuales en flagrante ruptura individualista de la comunión íntima que representa el sexo matrimonial. ¿Qué ponen de relieve estas y muchas más muestras? Sin ninguna duda, la prevalencia de la búsqueda del placer ante la del amor, la del egoísmo frente a la generosidad. Me podréis decir, quizá, que ambas metas, el placer y el amor, no son incompatibles, que una no quita la otra. Pues os digo en voz clara y rotunda: estáis equivocados, erráis gravemente. El placer y el amor, ciertamente, no son incompatibles; es más, el amor trae consigo, cuando se expresa a través de la relación sexual conyugal, placer, un placer físico tanto más intenso y profundo cuanto que su fuente es espiritual, divina, me atrevería a decir. Pero, en cambio, buscar el placer sí obstaculiza el amor; he ahí la incompatibilidad a la que me refiero.

Masturbándose, el niño, el adolescente, el joven y hasta el adulto, exacerba su sexualidad animal, la meramente corporal. Y esa exacerbación, necesariamente volcada hacia uno mismo, embota las potencialidades de trascendencia del ser humano, lo ciega ante el camino de "angelización" al que me referí en mi anterior charla y, por el contrario, lo enfanga en la sima de animalidad. Siempre, a cualquier edad, masturbarse es retroceder en la senda de nuestra salvación, siempre es conceder una victoria a nuestro lado oscuro, a ese que el diablo aguijonea insistentemente. Pero, siendo así, mucho más peligroso lo es cuando se produce en un púber, en quien está dejando de ser un niño y asomándose irremediablemente a los abismos de perdición que Satanás abre a su naciente concupiscencia. Porque ese niño o, peor todavía, esa niña que caen en ese vicio nefando todavía no han aprendido a templar su carácter y de tal modo están debilitando sus propias potencialidades para coronar este valle de lágrimas con la salvación eterna. Esos infantes que encerrados en sus habitaciones o en el cuarto de baño se desbordan en sacudidas orgásmicas vacías de significado han de convertir el placer en su única meta y, consiguientemente, crecerán en esa maligna espiral, cada vez más incapacitados para encontrar el amor, para hallar a Dios. No exagero pues cuando afirmo que, al margen de su maldad intrínseca, la masturbación en los adolescentes es el brote germinal de futuras y mayores perversiones. Me diréis que no es nada nuevo que los chicos caigan en estas prácticas, que las conmociones hormonales han producido las han producido desde siempre. Sin embargo, en épocas en que la Serpiente no se había enseñoreado de nuestras conciencia con la extensión que hoy lo hace, el niño sabía que su acto era un pecado; caía, es cierto, pero sentía la culpa, esa tan erróneamente denostada en la actualidad. Y sobre esa santa culpa, sobre ese dolor íntimo por haber cedido, por haber infringido el deber moral, se sustentaba como en tierra fértil el propósito de enmienda que les permitiría tras duras batallas interiores avanzar en sus caminos de superación personal. En nuestros días, no lo olvidéis, la tolerancia complaciente ante la masturbación (la negación de su carácter pecaminoso, en suma) es irremisiblemente empujar a nuestros hijos hacia sucesivas y mayores perversiones.

Nos dicen ahora, en irresponsables declaraciones, que la masturbación no es ese monstruo que se pintaba en siglos anteriores. Nos dicen que no es verdad que los adolescentes onanistas vayan a acabar ciegos, aquejados de migrañas crónicas, calvos, impotentes o neuróticos. Pero aunque tales asertos emitidos desde la soberbia sean veraces, ello no reivindica en absoluto la bondad del acto. Como si decirles a los niños que no va a venir el coco cuando son desobedientes significara legitimar la desobediencia. Los mismos que la califican de saludable callan ignominiosamente sus nefandas consecuencias porque sólo saben hablar de nuestro cuerpo animal. Puede que no produzca ceguera, pero sí nos oscurece la conciencia moral; puede que no nos haga impotentes para fecundar, pero sí para el amor verdadero; puede que no nos vuelva neuróticos, pero sí nos conduce a la peor locura que acecha al hombre que no es otra que la despreciar nuestra salvación eterna. La masturbación, como las peores drogas, nos esclaviza, debilitando la fuerza de voluntad, la confianza en uno mismo y el desarrollo de la personalidad. A estas conclusiones, unánimemente consensuadas por los más rigurosos psiquiatras (no, desde luego, por tanto charlatán de feria que se autotitula de sexólogo) habían llegado ya desde hace muchos años todos quienes observaban con rigor y honestidad el comportamiento humano. En base a ellas, la Iglesia ha ido a lo largo de los siglos aportándonos su magisterio moral que es urgente e imperativo que recuperemos y nos esforcemos en poner en práctica. Conviene pues repasar ahora esas enseñanzas, tanto los principios morales como las normas de conducta y, en cuanto a éstas, muy especialmente las instrucciones que vosotros que sois padres debéis observar para atajar y corregir esos comportamientos entre vuestros hijos. Si os parece, abordaré esta segunda parte de la charla en el salón parroquial, ayudándome del proyector. Seguidme, por favor.


CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras

lunes, 9 de noviembre de 2009

Los ladrones de tiempo

Este fin de semana he leído El pibe que arruinaba las fotos, la reciente novela de Hernán Casciari; me la bajé de su blog, por el cual transito de vez en cuando. El libro, como él cuenta en su último post, es una recopilación de los relatos "autobiográficos" que había ido publicando en su blog, dándoles, claro, una cierta continuidad. Así que muchos ya me eran conocidos, pero eso no quita para que leyera la novela con gusto; el tipo escribe bien y, sobre todo, resulta tremendamente ameno. Una de las historias me sorprendió especialmente; el tataranieto llega del futuro y le habla de esa sociedad:

—En el futuro no hay dinero —me dice Woung—. El valor más preciado es el tiempo. Todos nacemos ricos, digamos. Cada chico que nace, tiene unos cien años de crédito. Después crecés y vas gastando tiempo. ¿Querés comprarte una moto? Te cuesta seis meses. ¿Una casa? Un año y pico. Todo lo que comprás se te va debitando. Y todo lo que vendés, se te acumula.
—No entiendo.
—Imaginate que te vas con una puta —me dice Woung—. Una puta cobra 30 minutos un servicio completo. Cuando terminás de cogerte a la puta, vos tenés media hora menos de vida, y la puta media hora más. Es fácil.
—¿Y entonces quiénes son los ricos en el futuro?
—El concepto de riqueza varía según los intereses de cada quién. Por ejemplo, yo tengo veintitrés años, es decir, tengo un capital suficiente para tener siete coches, dos chalets, y darme la gran vida durante cinco años más y morir. O también tengo la posibilidad de vivir sin lujos hasta que cumpla los ochenta o los noventa. Cada uno hace lo que quiere.
...
—¿Y el trabajo, entonces? —quiero saber— ¿Cómo funciona, cuánto gana la gente en el futuro?
—La gente gana exactamente lo que trabaja —me dice Woung—. El que trabaja seis horas al día, gana seis horas al día. El que trabaja cuarenta horas a la semana, gana eso. Y se puede vivir sin trabajar, pero claro, vivís menos.

—Entonces el trabajo cualificado no cuenta —digo—. Un carpintero que tarda dos horas en hacer una silla, y un poeta que tarda dos horas en componer un poema ganan lo mismo.

—Exacto: cada uno gana dos horas.
—¿Pero si el poema es maravilloso?
—Esa es una gran tara de tu sociedad... Creer que un poema puede ser más maravilloso que una silla.


Sugerente, ¿verdad? Pero no me sorprendió por el tema sino porque yo, hace unos treinta años, escribí un cuento cuyo argumento era casi calcado del que ahora publica Casciari. Debió ser hacia finales de los setenta, a mediados de mi carrera universitaria. Recuerdo perfectamente que la inspiración, absolutamente obvia, fue la lectura de Momo, la novela de Michael Ende sobre los hombres de gris que roban el tiempo a los hombres. Pensé entonces que si el tiempo pudiera ser aprehensible, intercambiable, lo lógico es que se convirtiera en la unidad económica. E imaginé una sociedad en la que, igual que en la futura de Casciari, la gente nacía con un crédito determinado y disponía de él como moneda de cambio, gastándolo pero también adquiriéndolo. El cuento, que era bastante largo (tendría como treinta páginas mecanografiadas) desarrollaba una trama de intriga en la que había unos especuladores que fraudulentamente hacían bajar la cotización del tiempo de una comuna hippie para, adquiriéndolo a la baja, revenderlo a unos ancianos poderosísimos de Londres. La cosa iba empeorando, y pese a los esfuerzos de los "buenos", al final, no como en Momo, esa sociedad derivaba hacia una cruel dictadura en la que se obligaba a una mayoría esclavizada a tener hijos para, al poco de nacer, despojarles de su crédito temporal (obviamente morían) en beneficio de la cruel gerontocracia dirigente.

El relato quedó bastante resultón, tanto que tuvo cierto éxito circulando entre los compañeros de mi facultad e incluso me ayudó a enrollarme con una de las chicas más guapas de la nueva promoción. Se llamaba Lourdes y lo nuestro no duró mucho; al final del cuatrimestre ya se había aburrido de mí y puso sus ojos (no sólo) en mi amigo Alberto, quien inmediatamente dejó de serlo. Lo curioso es que a esta Lourdes no volví a verla hasta principios de los noventa. Habíamos ido a Nueva York y nos alojábamos en casa de una amiga peruana, Francesca. Un día quedamos con otra peruana que también vivía en Manhattan y era Lourdes. Ni la reconocí; estaba gorda y fea. Pero ella sí se acordaba de mí y, sobre todo, de mi cuento del tiempo-moneda. Esa tarde me hizo recordar cuánto se había empeñado en que redactara una segunda versión con final feliz. Y, en efecto, cambié el final (las mañas femeninas y el hambre adolescente), aunque no cedí del todo y rematé el cuento de forma abierta, con un guiño de esperanza al lector, insinuando que en una futura continuación a lo mejor los buenos restauraban la justicia y acababan con la dictadura de los ladrones de tiempo. Pero nunca hubo siguiente entrega.

Esta tarde he estado revolviendo toda la casa a ver si encontraba ese viejo cuento. No he tenido éxito. Puede que esté por algún lado (guardo multitud de papeles añosos) pero mi casa parece un almacén de libros, revistas, carpetas y folios y, aunque siempre me prometo dedicarle tiempo y esfuerzo a ordenarlos, la verdad es que sigo acumulando y cada vez el desbarajuste es mayor. Así que, de momento, no dispongo de la prueba de mi autoría original (que tampoco era nada original) en una fecha en la que Casciari no era más que un pibito de siete u ocho años. Pero eso no quita para que esta tarde, leyendo su novela, me haya sacudido un fogonazo de recuerdos.


CATEGORÍA: Recuerdos

domingo, 8 de noviembre de 2009

De vuelta a los sudokus

Advertencia previa: Este post, coda del publicado el pasado 31 de octubre, es todavía más aburrido que aquél. Pero es una deuda de gratitud que cumplo con Números quien, imagino, será el único que lo lea.

En un comentario a mi post del pasado sábado (sí, ése que era un tostón de cifras), Números aportó la solución a la primera de mis preguntas. La solución es 6.670.903.752.021.072.936.960 (o sea, más de 6.670 trillones) de sudokus completos distintos y esta cifra es el resultado de un producto un poco esotérico (9! x 72˄2 x 2˄7 x 27.704.267.971). Claro que, como le dije, ese dato no me explicaba demasiado, así que Números, muy gentilmente, me hizo llegar dos artículos de sendas revistas en las que es explicaba el procedimiento por el cuál se había llegado a la solución. Haré un brevísimo resumen del mismo y a continuación anotaré algunas reflexiones al respecto.

El razonamiento se basa en calcular sucesivamente las combinaciones válidas de las cajas (cuadrados de 3x3 con las nueve cifras). Empezando por la caja del ángulo superior izquierdo, es fácil ver que el número de combinaciones equivale a las permutaciones de nueve elementos (9!). A cada una de las 362.880 posibles primeras cajas ya no le corresponden otras tantas segundas (la situada arriba en el centro); combinando primero todas las formas posibles de disponer las filas (sin importar el orden de las tres cifras) de la segunda caja para que no repitan cifras de las filas correspondientes de la primera, se comprueba enseguida que hay 56 opciones de colocar las cifras sin atender a su orden horizontal. En cada una de esas 56 posibilidades se pueden permutar las tres cifras de cada fila. Como cada fila da 3! permutaciones (6), hay 6˄3 combinaciones para cada una de las 56 opciones; o sea, 12.096 posibles segundas cajas para cada una de las 362.880 primeras. A continuación se pasa a la tercera caja (la del ángulo superior derecha) cuyas posibilidades son muchas menos y más sencillas de ver. Dada cualquier combinación de las dos primeras cajas, las filas correspondientes de la tercera son obligadas, con lo cual sólo se trata de permutar las tres cifras de cada una de ellas y hacer el producto. Resulta pues que hay 216 (3!˄3) terceras cajas por cada una de las 4.389.396.480 combinaciones posibles de cajas 1 y 2. De esta forma, mediante el razonamiento sabemos con certeza que hay 948.109.639.680 distintas combinaciones (casi un billón) de las tres cajas superiores para los sudokus de 9x9.

Y llegados a este punto, según cuenta la revista, se acabó la razón y se pasó a la "fuerza bruta." Fuerza bruta significa poner a los ordenadores a hacer todas las combinaciones posibles para cada una de las tres cajas anteriores. El proceso de cálculo es tan descomunal que parece que no es viable y había que reducirlo a partir de agrupaciones de los posibles sudokus en "clases" (sudokus que son equivalentes a estos efectos). Este asunto fue desarrollado durante 2005 por unos cuantos frikis matemáticos que discutían apasionadamente en un foro de internet y finalmente dos de ellos, Bertram Felgenhauer, un alemán de Dresde, y Frazer Jarvis, un británico de Sheffield, obtuvieron la solución final.

Hasta aquí un resumen del artículo de Juan MR Parrondo en la revista Investigación y Ciencia de diciembre de 2005. Lo primero que me llamó la atención es que la explicación sobre cómo calcular el número de combinaciones distintas de las tres primeras cajas no cuadra con el producto "mágico" que es la solución del número total de sudokus completos. El primer factor de la revista (9!) sí es, en efecto, el total de primeras cajas, pero el segundo (72˄2) y el tercero (2˄7) no coinciden con los respectivos de las siguientes cajas según el método descrito (216 y 6˄2). Como tampoco los productos son iguales (663.352 y 12.096), hay que concluir que el último factor (27.704.267.971) tampoco es el número de combinaciones válidas de las seis últimas cajas. Lo curioso es que Parrondo dice que cada uno de los tres primeros factores "puede explicarse razonablemente, salvo el último de ellos, un número primo de tamaño considerable obtenido por Felgenhauer el 23 de mayo de 2005 tras seis horas de computación en dos ordenadores personales"; y como inmediatamente cuenta lo que he resumido, el lector supone que que los tres primeros factores corresponderían a los resultados de las sucesivas tres primeras cajas del sudoku y el último al de las restantes (al obtenido tras proceso de computación) y no es así. No digo que la solución esté mal, pero sí que la explicación, muy didáctica, no está del todo lograda.

El número total de sudokus completos, además, no es divisible por el número total de combinaciones distintas de las tres primeras cajas, lo cual quiere decir que cada una de estas combinaciones distintas no se repite el mismo número de veces en el catálogo de sudokus posibles. Eso implica que no todas las combinaciones de las tres cajas superiores son compatibles con todas las combinaciones de las seis inferiores o, dicho de otra forma, que si juntamos cada combinación válida de las tres cajas de arriba con cada combinación válida de las seis de abajo obtendremos unos cuantos sudokus incorrectos (con cifras repetidas en alguna columna). Este hecho "estropea" algo más la explicación que aparece en la revista.

Tras leer el artículo se me vino la ocurrencia obvia de que por el mismo método se podría calcular el número total de combinaciones válidas no sólo de las tres primeras cajas, sino también con la cuarta y séptima (completando las cinco cajas que forman los bordes superior e izquierdo). Nótese que estas dos cajas sólo dependen de la primera, así que debe haber el mismo número de combinaciones para la cuarta que de para segunda (12.096) y el mismo número para la séptima que para la tercera (216). De esta forma, la cifra derivada del razonamiento (sin fuerza bruta) subiría de 948.109.639.680 hasta casi dos millones y medio de trillones. Ciertamente, no todas estas combinaciones de las cinco cajas son compatibles con todas las combinaciones de las cuatro restantes y hasta podría ser, conjeturo, que alguna de las primeras no tenga ninguna combinación válida entre las segundas. Pero, puestos a explicar un método que no cuadra con la fórmula, también podría el autor haber dado a entender que el proceso de computación se aplicó "sólo" a cuatro cajas restantes, en vez de a seis.

La segunda reflexión que me vino a la cabeza es que es una pena que la solución no derive de un proceso deductivo y haya que haber recurrido a la "fuerza bruta". Me gusta cómo se razona el número posible de tres (o cinco) primeras cajas y me habría encantado que, con similares armas, se hubiera llegado hasta el final. Poner al ordenador a hacer combinaciones para las seis cajas inferiores me parece una rendición intelectual y, desde luego, muy poco elegante. Digamos que aunque el ordenador nos pueda dar la solución, no nos descubre el "secreto", no nos informa de la lógica que subyace en la generación de sudokus válidos. Por eso, estamos muy lejos todavía de poder determinar, como ingenuamente me planteaba en mi post anterior, el número de sudokus válidos para cualquier rejilla de nxn celdas.

En tercer lugar, me hizo sonreír (una vez más) el comprobar que cualquier duda que a uno se le ocurra ya se le ha ocurrido antes a muchísimas más personas y que cualquier tanteo de solución que uno haya pensado ha sido más que dado la vuelta y ampliado por otras tantas. Me considero bien servido de curiosidad pero hay muchos otros que tienen tanta o más que yo y, desde luego, bastante más tenacidad y conocimientos (amén de medios). Pretender ser originales, aparte de ser un mal enfoque, está condenado al fracaso.

También me ha admirado el empleo de internet en esta aventura colectiva de indagación intelectual. He pasado algunos ratos ojeando los debates en distintos "forums" sobre el tema y, aunque muchas veces me pierdo, llama la atención el grado de entusiasmo y colaboración de los participantes. Todo para calcular el número de soluciones de un simple juego, algo que parecería irrelevante. No lo es, sin embargo, porque refleja una de las potencias más nobles de nuestra especie, la de enfrentarse a los retos intelectuales, la de buscar respuestas que hagan inteligible la realidad. Esa constante del ser humano (en la que la curiosidad es factor imprescindible) encuentra hoy en internet un instrumento valiosísimo para fomentar la colaboración. Frente a tantas otras "cualidades" nuestras que no son precisamente loables y en las que siempre tendemos a fijarnos, alegra ver que el espíritu de colaboración y la curiosidad intelectual siguen vigentes. No siempre hemos de fustigarnos con críticas pesimistas.

Por último, la lectura de estas revistas me ha permitido ver mi duda inicial en un marco mucho más general, atisbar al menos otros temas relacionados que, si tuviera tiempo, son un terreno feracísimo para el entretenimiento intelectual. También (y con esto ya acabo) para comprobar que hay muchas dudas aún no resueltas y, entre ellas, la que motivó mi post: ¿cuántos sudokus hay? Me refería a cuántos sudokus incompletos válidos, con una única solución, podían plantearse. Evidentemente, tienen que ser muchos más que los 6.670.903.752.021.072.936.960 sudokus completos posibles, pero no he encontrado, ni en las revistas ni en las webs consultadas, ya no la solución (que seguro que no se sabe) sino ni siquiera la enunciación del problema. Al fin y al cabo, ello no es más que una muestra de otra constante de la inquietud intelectual humana: cada duda que se resuelve genera nuevas dudas a resolver. Como ya dije en un antiguo post, cuesta entender que podamos aburrirnos.

CATEGORÍA: Curiosidades dispersas

jueves, 5 de noviembre de 2009

La postura del misionero (perversiones 1)

Os quiero hablar hoy, hijos míos, de las perversiones. ¿Y qué son las perversiones sino aquellos actos que, perturbando el orden moral, degradan nuestra naturaleza, nos hacen retroceder en el camino de la santidad a la que todos estamos llamados? Los hombres (y también las mujeres, hijas mías) somos de naturaleza animal, es cierto, pero por la Gracia estamos impelidos a trascenderla, a "angelizarla", para finalmente alcanzar el estado de pureza inmaculada en el cual gozar de la bienaventurada vida eterna. Pero este camino, bien lo sabéis, es arduo, está lleno de impedimentos diabólicos. Porque el demonio, la más perversa de las criaturas pues siendo la más amada de nuestro Señor en su inconcebible soberbia se volvió contra Él, amargado por un odio infinito a la humanidad se empeña incansablemente en desviarnos de nuestra meta. Satán ansía apoderarse de nuestras almas, frustrar nuestros anhelos de purificación, conseguir que, por el contrario, nos enfanguemos en lo más abyecto de nuestras naturalezas imperfectas. Y es que es en ella, en nuestra naturaleza humana, donde radican las tentaciones que Belcebú nos presenta incansablemente. Pervertirse, hijos míos, es caer en la atracción de nuestro lado oscuro y, consiguientemente, hacernos cada vez más animales y menos ángeles.

¿Cuál es el ámbito en el que más abundan las perversiones? No os equivocáis, no, es en efecto en el sexo, en la desenfrenada actividad sexual, donde el diablo acecha a cada rato. Prueba de ello es el interminable catálogo de prácticas pecaminosas y aberrantes que ha exhibido la perversión del ser humano a lo largo de la historia. Actos sexuales que no nacen sólo de cerebros enfermos; los pensamientos, las fantasías, las pulsiones íntimas que los provocan son propias de nuestra naturaleza, de ese lado oscuro que la Serpiente acicatea. Todos tenemos, pues, la perversión anidada en nuestras mentes, como saben quienes desde ya hace siglos la han estudiado. Sin embargo, en estos tiempos laxos, pareciera que lo hemos olvidado y, no os engañéis, éste es uno de los mayores triunfos que jamás se había anotado el Maligno. Nos hemos convencido de que tantas y tantas de esas prácticas sexuales son normales, hasta buenas, llegan a decir algunos. Se habla de "vida sexual plena" para justificar un todo vale en el que se meten, indiscernibles, una pléyade de perversiones. En estas charlas, hijos míos, quiero referirme a algunas de ellas, a esas que erróneamente podríais considerar inofensivas, que incluso algunos de vosotros practicáis sin ninguna sensación de culpa.

El acto sexual en el matrimonio no es en sí mismo perverso. No voy a sostener ahora argumentos medievales que lo consideraban un "mal necesario" de lo que derivaba que sólo era lícito si encaminado a la procreación. No, el acto sexual no es malo ni tampoco lo es el placer que de él nace. No sólo eso, el placer sexual que se regalan mutuamente los esposos es un instrumento para fortalecer su amor y, por tanto, para hacer del matrimonio un más eficaz vehículo para la santificación. Recordad que es el amor conyugal lo que da vigor y santifica al sacramento y, entre los medios para lograrlo que Dios ha concedido a quienes lo eligen, está sin duda la práctica sexual. Ahora bien, no cualquier práctica sexual, sino sólo aquéllas a través de las cuales se expresa el amor dulce y respetuoso al cónyuge y, en ningún caso, las que provienen de las fantasías morbosas que albergamos, esas que Asmodeo nos agita, esas que son lastres en nuestros esfuerzos de superación moral. Porque las prácticas sexuales que nacen de esos recovecos de nuestros lados oscuros son siempre perversiones.

Como no quiero cansaros más con prólogos, os diré directamente que el único modo para la consumación del acto sexual que nos da garantías de eludir las prácticas sexuales es la que se suele llamar postura del misionero. Los esposos, abrazados, expresándose su amor con besos y caricias, pasan tras estos preliminares a la penetración, a la introducción del miembro viril en la vagina femenina, que es también, qué duda cabe, una ritualización de la unidad de la pareja, una fusión corpórea que refleja y a la vez refuerza el entrelazamiento de las almas. Y ese acto ha de llevarse a cabo situándose el marido sobre la mujer. No es la razón principal, como he oído en ocasiones, que de esta forma se simboliza el papel protector del hombre, ni mucho menos ninguna prevalencia opresiva. Niego, desde luego, que esta postura responda a una cultura machista como proclaman insensatas ideologías feministas. Sí es cierto, en cambio, que armoniza con una de las obligaciones del marido, cual es la de proteger a su compañera; pero no hay en ello ni la menor brizna de degradación de la mujer. El esposo cubre a su esposa y el verbo cubrir nos trae a la mente la idea de una manta protectora, cálida, acogedora.

Pero el motivo fundamental de que sea en la postura del misionero como han de culminar las relaciones sexuales estriba en que los cónyuges han de hacer el amor mirándose a los ojos. No se hace el amor sólo con los órganos genitales sino también, y a la vez, con las miradas. Mientras el cuerpo varonil penetra al de la fémina, ambos ojos se intercambian el amor que sienten y, así, lo que de otra forma no sería más que placer animal, contribuye a intensificar el amor de la pareja, a reforzar el sagrado vínculo que los une, a contribuir, en suma, a ese camino de santidad al que todos estamos llamados. Comparad brevemente (no os recreéis) a esos dos amantes esposos con una pareja entregada al coito a tergo. Éstos fornican como perros, degradándose en su más abyecta animalidad. Los animales nada saben de amor y por eso, comportándonos como ellos, nos pervertimos. No es casual que desde siempre las más frecuentes representaciones del Príncipe de las tinieblas, sobre todo cuando nos tienta en el terreno de la sexualidad, hayan sido en forma de animal. Pues hacia esos rumbos envilecidos de perversión nos encaminan muchas otras formas de coito de las que, ingenuos de vosotros, habéis dejado de notar su peligrosidad moral, los riesgos que implican para vuestra salvación.

¿Sabéis por qué se llama postura del misionero? Pues porque en los tiempos en que los europeos cristianos llevaban nuestra cultura a los salvajes descubrieron abrumados que esos infelices, tan cercanos a los propios animales, copulaban como ellos. Quienes heroicamente asumieron la misión de civilizarlos (y estos misioneros no eran sólo los sacerdotes) entendieron que formaba parte de la misma erradicar esas prácticas sexuales aberrantes y enseñarles el coito frontal, un requisito básico de dignidad. Se trató de hacer más humanos a aquellos seres, de apartarlos de una sexualidad basada en el bestialismo. Así, en aquellas tierras y en aquellos tiempos, la postura del misionero, haciendo honor a ese nombre, se erigió en una verdadera innovación moral, casi metafísica, diría yo, en la medida que permitía a esas personas ser conscientes de la vocación divina (no animal) de su naturaleza humana y, además, de reconocerla en la compañera o en el compañero. Cuesta entender, si no es porque conocemos la profunda ignorancia de esas feministas, cómo pueden tildar a una postura que eleva a la mujer al rango de persona, de igual a su compañero, de ser al que no se fornica sino que, a través de esta cópula, se ama.

Mi ministerio me impide explayarme en torno a los detalles, pero no creo que os sea imprescindible. Meditad ahora, hijos míos, sobre este asunto. Revisad, en íntimo examen de conciencia, vuestros propios comportamientos sexuales. Descubrid vosotros mismos cómo los más limpios y hermosos intercambios amorosos con vuestra mujer, con vuestro marido, se han producido en esta postura. Advertid, por el contrario, cómo esos sentimientos suelen ensuciarse con emociones bajas, animales, diabólicas, cuando vuestras relaciones sexuales recurren a otras posturas. Conoceos, no os engañéis, conoced cómo el sexo puede ser tanto un instrumento de salvación como una fuente de infinitos chorros de perversión. Y elegid y actuad en consecuencia.

CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras