sábado, 30 de octubre de 2010

Palabra de honor de general español

El 9 de julio por la tarde el general Batet, jefe de la VI División Orgánica, telefoneó desde Burgos al General Mola, comandante militar en Pamplona. Batet, parece que por propia iniciativa, concierta una reunión con el Director (de la conspiración) para el día siguiente por la mañana en el Monasterio de Irache, al lado de Estella. Félix Maíz cuenta detalladamente la entrevista en su biografía de Mola(*). Antes de ir a lo que me interesa, debo dejar claras un par de cuestiones previas sobre la fiabilidad del testimonio de Maíz. En primer lugar, según el biógrafo, Mola y Batet se reunieron a solas en una estancia del interior del monasterio durante cuarenta minutos. O sea, que no hubo testigos de la conversación y toda vez que ni Batet ni Mola llegaron a escribir sobre el incidente (poco tiempo de vida les quedaba a ambos) carecemos de fuentes directas. El relato de Maíz se supone que transcribe lo que comentó Mola nada más acabar su encuentro en el coche de regreso a Pamplona. Hay pues hasta tres posibles grados de "distorsión": el que pudo introducir Mola, contando lo que le interesaba y como le interesaba; el intencionado del propio Maíz, cuya indudable parcialidad hagiográfica le pudo inclinar a "embellecer" las palabras y el comportamiento del Director; y finalmente, el derivado del propio paso del tiempo, pues no olvidemos que Maíz está escribiendo casi cuarenta años después de los hechos (por más que conservara las notas que tomó en esos días). Estas eventuales distorsiones, en todo caso, apuntan en la misma dirección, que no es otra que la de presentar la anécdota de forma más favorable a Mola y, por lo tanto, no afectan mi opinión sino que, si acaso, la refuerzan.

La cuestión es que para esas fechas el Gobierno sospechaba que Mola estaba entre los organizadores de un próximo golpe de estado. Lo curioso es que, en vez de tomar alguna medida directa, a través de Batet le ofrecen cambiar de destino o de postura respecto al Gobierno. A lo primero Mola se niega y en cuanto a lo segundo, sin declarar en ningún momento su lealtad al Gobierno, elude reconocer cualquier implicación en movidas conspiratorias. Ante la educada presión de Batet para sonsacarle, Mola muestra, fingida o real, su indignación y hastío por el "injusto trato" que le vienen prodigando los del Frente Popular ("sé que dijeron: que se pudra en Navarra") y logra amilanar a Batet (eso, claro, lo contaría Mola) que afloja en su insistencia inquisitorial. La entrevista acabaría con un último intento del catalán de sacar algo en claro: –¿Su última palabra, Mola? Y el Director contesta: –Doy mi palabra de no estar comprometido en ninguna aventura. Luego, en el coche de regreso a Pamplona, ante los suyos, Mola argumenta que "lanzarse a defender la Patria no puede considerarse como una aventura".

Nueve días después, al anochecer del 18, cuando ya los pronunciamientos escalonados que provocarían la guerra habían comenzado, Batet telefonea a Mola y le pregunta que si sabe que en Vitoria se ha declarado el estado de Guerra. La conversación, siempre según Maíz, sigue en los siguientes términos:
–Sí. Porque lo he mandado declarar yo.
–¿Y quién es usted para dar una orden de tal gravedad?
–Pero ... ¿todavía no está claro?
–Usted me dijo en Irache que ...
–Efectivamente, que no estaba comprometido en ninguna aventura. ¿Es acaso una aventura el decidirse a defender a la Patria?
–Entonces ...
–Exacto. Mañana a las seis de la mañana. Todavía tiene tiempo, mi general, para pensarlo y acertar. Buenas noches.

Poco después de esta conversación Batet fue detenido por sus subordinados y, ante su negativa a sumarse a la rebelión, recluido en sus habitaciones. Siete meses después, el 18 de febrero del 37, sería fusilado tras una farsa de Consejo de Guerra, sin que Franco accediera a las peticiones de clemencia de varios de sus generales, entre ellos del propio Mola (parece que Franco odiaba a Batet, quien representaba casi el polo opuesto de lo que el gallego era; estoy pendiente de leer un libro de Hilari Raguer sobre esta relación y algún día escribiré sobre Batet, quien me parece un personaje interesante e injustamente olvidado). Pero no va sobre el general catalán este post, sino sobre la tan cacareada importancia de la palabra, tan unida al honor y a la dignidad, esos dos valores tan incuestionables en todo español que se digne de serlo, y mucho más en los militares españoles, probablemente doblemente españoles (en cuanto dignos y honorables).

¿Mintió Mola al empeñar su palabra en que no andaba metido en ninguna aventura? Él justificó que no ante sus amigos y ante el propio Batet con el cínico argumento de que lo que estaba haciendo (salvar España) no era para nada una aventura. Una aventura es una acción irresponsable, ligada a ambiciones personales, como podían ser las de los golpistas españoles del XIX o las de los caudillos latinoamericanos, pensaría. Además, mucho se cuidó de recordarle a Batet, durante la entrevista (o, al menos, así nos lo cuenta Maíz), que ha dado sobradas pruebas de cumplimiento leal de su deber y que siempre acatará el gobierno, salvo que se imponga un régimen comunista. O sea, que asegura que no está metido en ninguna aventura pero deja la puerta abierta para que su interlocutor entienda que se rebelará contra el gobierno (y eso para él no es ninguna aventura) si fueran a llegar los comunistas (y, como ya conté en el post anterior, está convencido de que los comunistas ya están a punto de asaltar al Estado). En resumen, lenguaje calculado, lleno de argucias para justificar (y justificarse) que actuó con la honestidad debida a su dignidad de "caballero español" dejando a salvo su palabra de honor.

Pero, ¿a quién quiere engañar? Por supuesto que mintió y, además, lo hizo de la peor de las formas, con las mentiras insidiosas que recurren a los valores compartidos entre engañador y engañado. Perfectamente sabía Mola lo que le preguntaba Batet con el educado circunloquio de la "aventura". –Mola, ¿está usted implicado en cualquier tipo de conspiración para derrocar al gobierno? Así debería habérselo preguntado, Batet, para no haberle dejado otra escapatoria que la falsedad descarada, sin excusas exculpatorias. Me recuerda la afirmación de Clinton de que no mantuvo relaciones sexuales con Monica Lewinsky pues no llegó a penetrarla. Parafraseando a Mola, podemos imaginar al expresidente norteamericano argumentando: ¿acaso puede considerarse relación sexual que ella me practique una felación mientras yo le manoseo los senos? Los abogados de Clinton, apoyándose en una estricta y limitada definición de relación sexual (que incluye penetración peneana) dijeron que dar una respuesta literalmente verídica, aún con la intención de confundir, no constituye perjurio. Seguro que Mola habría estado de acuerdo con esta premisa; es decir, habría reconocido que pretendía confundir (engañar) a Batet, pero que haciéndolo sin decir una falsedad (bajo su punto de vista, claro está) no estaba faltando a su palabra.

¿Por qué no reconoce Maíz directamente (o el propio Mola) que el general mintió y o justifica con la mayor importancia de proteger la sagrada misión en que estaba empeñado? Pues porque la palabra de honor es uno de esos valores inmanentes de la españolidad para cuya defensa Mola y sus conmilitones se rebelaban. Eran rebeldes que pretendían el asalto al Estado, sí, pero no de la misma forma en que querían hacer lo mismo los comunistas. Ellos conspiraban con honor, mientras que los rojos lo hacían con tretas arteras, con armas ajenas a los valores españoles (no en vano estaban dirigidos desde Moscú). Por eso, como español de honor, Mola había de rebelarse sin que su lealtad (¿a qué? a lo que realmente importa) sufriese el mínimo menoscabo. ¿Se creería él mismo y sus compañeros de "aventura" tan monumental patraña? Uno tiende a pensar que no, que no es más que una tragicómica farsa de cara a los libros de historia; sin embargo, no me sorprendería demasiado que sí fueran sinceros al creer que lo eran. Y eso es más preocupante todavía: ¿todos los fanáticos son honestos?

Quedaría saber si Batet se creyó la mentira. Algunos testimonios apuntan a que sí, como, según Luís Castro (Capital de la Cruzada; Burgos durante la Guerra Civil; Península 2006) el de la telefonista (al servicio de los rebeldes) que dijo que la misma mañana del 18 de julio Batet le comentó a Casares que "no creía que Mola hiciese nada". ¿Tan ingenuo era o –no debe descartarse– compartía plenamente ese mismo respeto a la palabra de honor? Quizá, si así fuera, podría resultarle inconcebible que un general español, como él, pudiera faltar a su palabra. Pensar que estas disquisiciones se ponían en igualdad de condiciones junto a decisiones y actos que traerían tan grande tragedia a este país.


The Rolling Stones - Lies (Some Girls, 1978)

(*) Gabriel Jackson, en su destacada obra "La República española y la Guerra Civil", citando la biografía de Mola escrita por el militar Jorge Vigón (que sería uno de los más longevos ministros de Obras Públicas de Franco), fecha la entrevista el día 16 y así aparece recogida en la wikipedia. No es verosímil que fuera tan tardía y, además, la fiabilidad de Maíz, testigo presencial, me resulta mucho mayor que la de Vigón (lo que me mosquea es que Jackson no haya consultado el libro de Maíz).

CATEGORÍA: Personas y personajes

miércoles, 27 de octubre de 2010

Salvar España

Me acabo de leer el famoso libro de Memorias "Mola, aquel hombre", publicado por Félix Maíz en 1976. Maíz (1900-1980) fue un empresario pamplonés, profundamente católico, bien introducido en la sociedad navarra y con gran facilidad de movimientos, que desde los primeros días de la estadía del general Mola en Pamplona (marzo del 36) fue una especie de secretario civil, ayudante y testigo privilegiado de los movimientos conspiratorios del "Director". Diré, de entrada, que el libro me ha parecido un tostón; está escrito con una prosa plana y casi burocrática y, para colmo, ni siquiera convence en cuanto a su precisión (faltan fechas, se desordenan los acontecimientos, etc). Lo he leído porque este autor es uno de los referentes de primera mano que siempre citan los historiadores respecto a la preparación del golpe de estado del 36; salvando bastantes diferencias, su papel junto a Mola sería análogo al de Francisco Franco Salgado-Araujo junto a Franco en Canarias. Pero, desde luego, me entretuvo más el libro de Pacón ("Mi vida junto a Franco") y me permitió conocer más datos concretos, con todas las reservas que hay que tener en ambos casos, dado la evidente y declarada parcialidad de los testigos. Tras la lectura de los textos de Maíz uno se queda con la impresión de haber espiado una anodina sucesión de reuniones, que se cofunden en el tiempo y carecen de significados. La descripción del ambiente de esos días resulta, en general, muy poco expresiva y, finalmente, muy escasas pistas (pero sí algunas) he encontrado que me ayuden a terminar de resolver mis dudas sobre la conspiración en Tenerife y el papel que jugó el doctor Gabarda. En fin, que no recomiendo su lectura salvo para aquellos a quienes les sea precisa por motivos profesionales o tengan, como yo, la curiosidad histórica algo desequilibrada.

Lo que sí me ha parecido interesante es conocer la percepción, quiero creer que honesta, de un hombre de la época sobre la situación de España; percepción que, supongo, era común a muchos de quienes entonces apoyaron la sublevación militar. Me refiero a todos aquellos que pensaban que estaba a punto de producirse una revolución comunista, orquestada desde las oficinas moscovitas de Stalin, que habría de acabar con todos los valores tradicionales españoles y de la "civilización occidental": la religión, la familia, la propiedad, el orden ... Para estas personas, el levantamiento militar era necesario para "salvar" España, anticipándose a unos planes revolucionarios inminentes. Esta idea, con más o menos variantes, conformó durante el franquismo la línea argumentativa principal de la justificación "oficial" del Alzamiento y la ulterior Cruzada. Incluso todavía hoy, pese a que hay cantidad de estudios que desmontan este mito (al menos en sus versiones más toscas), sigue manteniéndose por determinados personajes con ínfulas de historiadores (lo que les permite forrarse con obras de bajísima calidad y rigor) la cantinela de que Franco y sus colegas hicieron lo que tenían que hacer para evitar males mayores para el país y que, en realidad, fueron los "rojos" quienes en 1934 iniciaron la Guerra Civil.

El asunto de la Guerra todavía levanta ampollas en este país, pese a haber pasado casi tres cuartos de siglo, lo que es síntoma de que nunca se cerró satisfactoriamente. Supongo que entre los chavales jóvenes la cosa no será así, pero el tema sigue teniendo, incluso para los nietos de quienes lo vivieron en carne propia, demasiadas connotaciones emocionales como para que se pueda tocar con el distanciamiento crítico mínimamente necesario. Atendemos y creemos lo que nos interesa para apuntalar una concepción ideológica en la que los comportamientos de nuestros padres y abuelos aparezcan presentados del mejor modo posible. Eso cuando el buceo en lo que pasó no responde a la torticera intención de legitimar posiciones o intereses políticos actuales (y pienso que esta actitud es compartida por partidos de cualquier signo). En cualquier caso, conviene distinguir entre lo que realmente pasó, los hechos (continuamente sometidos a investigación y matizaciones, entre otras causas por la aparición de nuevas fuentes documentales), y las creencias de aquellos españoles de los años treinta.

Así, podemos discutir si es verdad o no que la Komintern tenía preparado un detallado plan con sus pertinentes instrucciones precisas para la toma revolucionaria del poder, con la consiguiente instauración de la dictadura del proletariado (que exigía el asesinato de todos los principales representantes de la religión, las derechas y del capitalismo); pero parece fuera de toda duda razonable que había bastantes personas, Maíz entre ellos, que, de buena fe, creían que ese plan existía y que su puesta en ejecución era inminente. Había motivos para pensarlo así, sobre todo si uno pertenecía a una familia acomodada y tenía en muy alta estima valores como la religión, la propiedad y el orden social tradicional. La sociedad española estaba fuertemente radicalizada, mucho más en términos retóricos que reales. No quiero decir que no ocurrieran crímenes y barbaridades y que el nivel de conflictividad durante los primeros meses del 36 no fuera bastante alto. Pero pienso (y he procurado sopesar esta afirmación detenidamente) que la descripción oratoria de los hechos (por ejemplo, en boca de los parlamentarios) los pintaba bastante más dramáticos de lo que realmente eran. Las soflamas incendiarias de ambos extremos (de Largo Caballero a Calvo Sotelo), si las tomamos como fiel reflejo de la realidad social de los momentos anteriores al estallido de la guerra, pueden llevarnos a engaño, creo.

Pero así estaban las cosas y, para muchos, así siguen estando. La gente honesta iba siendo llevada, en función de sus creencias previas (muy vinculadas, obviamente, a su extracción social), a posicionamientos radicales. De lo cual no se deduce, en mi opinión, que la guerra y el posterior régimen dictatorial hayan sido inevitables (no comparto la frase que dio título a la famosas memorias de Gil Robles: No fue posible la paz), pero sí es verdad que hubo bastantes interesados que se empeñaron en que ocurriera. Unos cuantos de estos individuos, situados en el lado "nacional", muy poco tenían de honestos, porque se dedicaron a mentir (afirmar cosas falsas a sabiendas) con la clara intención de justificar determinados actos y reforzar las creencias "honestas" de los de su bando ideológico. Entre estos personajes merece un puesto de honor el periodista de ABC Tomás Borrás(*) quien, con casi total seguridad, redactó en su domicilio de Madrid los presuntos documentos del Komintern que detallaban el inminente complot comunista para instaurar una dictadura soviética en España y que distribuyó a principios del 36 por los medios falangistas y militares (Maíz alude a un "Decálogo de Instrucciones" que, dice él, "alguien" pudo copiar en Barcelona y enviar a Madrid). Este es un tema, el del presunto complot comunista, que como tantos de esos meses me resulta apasionante y sobre el que ya volveré en algún otro momento.

En fin, lo que quiero decir es que por aquellos años había mucho bicho malo y que culpas y culpables de lo que pasó las hay distribuidas por todos lados (pero no equitativamente, que los hechos son tozudos, y opiniones justificativas al margen, fueron unos y no otros quienes se sublevaron y trajeron una guerra y la posterior dictadura; también fueron ellos, por cierto, quienes provocaron en gran medida el desborde de la revolución proletaria que, decían, pretendían evitar y en cambio tan bien les vino). Pero también había, en ambos lados, muchas personas honestas, que creían de verdad en lo que creían. Pienso ahora en Maíz y en todos esos amigos suyos del carlismo navarro; o, por venirme a donde vivo, en todos esos jóvenes de las buenas familias chicharreras que el 18 de julio se presentaron en la Capitanía General de Canarias a presentarse voluntarios para ir a luchar contra la "agresión comunista" que pretendía acabar con la civilización cristiana. ¿Cuántos de ellos creían honestamente que hacían lo correcto, lo que debían? Supongo que habría de todo, también calculadores que apostaban por las ventajas de ese posicionamiento o lo hacían por la necesidad de defender sus intereses (y no tanto unos valores del bien público, aunque es tan difícil que la concepción del bien público difiera de los intereses privados). Qué sé yo. No obstante, aunque se me llame ingenuo, tiendo a pensar que la mayoría de quienes apoyaron en esos años la sublevación estaban honestamente convencidos de que era necesaria para "salvar España" (reconozco que pesa en este convencimiento personal mis propios antecedente familiares, que no son rojos, precisamente). Cuestión muy distinta es que a estas alturas se siga queriendo ser parcial respecto a aquellos acontecimientos.


Víctor Manuel - ¡Déjame en Paz! (Víctor y Ana, 1983)

(*) Tomás Borrás era asiduo de la famosa terutulia de Ramón Gómez de la Serna en el Café Pombo y en el año 20 fue incluido en el conocidísimo cuadro de Gutierrez Solana que puede verse en el Reina Sofía de Madrid (Borrás es el que está en primer plano de perfil en el detalle de la pintura que ilustra este post).

CATEGORÍA: Personas y personajes

lunes, 25 de octubre de 2010

Simetrías Cruzadas

Juan está en la cama con Cristina. Acaban de tener un magnífico polvo. Ambos derrengados boca arriba en la laxitud del después, cada uno pensando en sus cosas.

– Tengo que llamar a mi mujer. Era esta noche cuando salíamos los dos matrimonios juntos, ¿verdad?

– Sí, le confirma Cristina, esta noche.

... ... ... ... ...

– Hola mi amor, ¿por dónde andas?

– Juan, ¡qué sorpresa! Estoy de compras; voy con Cristina. Pero, ¿y tú? Te hacía en esa reunión, ¿ya acabaste?

– No, hemos hecho un alto para un café. Qué casualidad que estés con Cristi porque le estaba comentando ahora mismo a Carlos las ganas que tengo de verla; hay que ver el tiempo que hace que no salimos los cuatro juntos. Pásamela un momento, que la saludo.

– Ahora está en el probador. Pero, ¿a qué tantas prisas, que me vas a dar celos? Ya la verás esta noche, ansioso. Por cierto, dile a Carlos que se ponga un momento que quiero preguntarle por algo que me ha contado su mujer.

– Se acaba de volver para dentro. La reunión ya empieza; te dejo, mi amor. Un beso.

... ... ... ... ...

Julia cuelga el móvil y hace una mueca burlona a Carlos, desnudo junto a ella en la cama matrimonial: Pues resulta que mi marido está en una reunión contigo. Y tú, le pregunta Carlos, ¿por qué le dices que estás con mi mujer?

En el mismo momento, Juan mira intrigado a Cristina: ¿A que no sabes que mi mujer está de compras contigo? Cristina se ríe: Sería gracioso que fuera con él con quien estuviera Julia.

... ... ... ... ...

Tarde por la tarde, cada pareja se encuentra en su domicilio; tienen el tiempo justo para arreglarse antes de la cena.

– ¿Y tus compras, cariño? Le pregunta Juan a Julia.

– No vi nada que me quedara bien, contesta ella mientras se desnuda.

– Con esa maravilla de cuerpo, ¿cómo que nada te quedaba bien?

Y Juan se pega a su espalda, la besa en el hombro, le acaricia la nalga ... Hacía tiempo que no la deseaba tanto. Ella, a su vez, siente que se le eriza la piel y se aprieta contra el cuerpo de su marido; ¿habrá aprendido trucos nuevos?

– No me dijiste que tenías una reunión con Juan, le espeta Cristina a Carlos.

– Y tú, ¿cómo lo sabes?

– Pues porque me lo ha dicho Julia. Hemos pasado la tarde juntas de compras.

Los dos, Carlos y Cristina, se miran intensamente, sin pestañear, pero con la risa y el deseo en el fondo de las pupilas. De pronto, sincronizados, se abrazan y caen rodando sobre la cama. Hacía tiempo que no echaban un polvo tan salvaje.

... ... ... ... ...

Ambas parejas llegaron tarde al restaurante.


Crosby, Stills & Nash - Love the one you're with (Carry On, 1991)

sábado, 23 de octubre de 2010

No soy un héroe

No logro fechar el viaje con exactitud, pero tuvo que ser un verano entre el 89 y el 91; en todo caso, hará unos veinte años y, por tanto, treintañeros recientes. Era nuestra primera visita, tanto de R como mía, a los Estados Unidos. Ida y vuelta a/desde Nueva York (con alojamiento en el apartamento de Francesca, diminuto pero privilegiadamente situado en Park Avenue entre las calles 37 y 38, desde el que por una ventana se veía el Chrysler y por otra el Empire State) y con derecho a tomar cuantos vuelos interiores quisiésemos con Delta, lo que nos permitiría cubrir en un mes un recorrido por bastantes de las más atractivas ciudades de ese enorme país. Así, hacia mediados del mes vacacional nos plantamos en Laguna Beach, al sur de Los Ángeles, en casa de Lilia, una cubana profesora en la Universidad de California, amiga de Paco, mi compañero de estudio, con quienes habíamos quedado en compartir unos días del viaje. Con la idea de subir juntos hasta San Francisco nos metimos en el coche de Lilia y enfilamos hacia el norte. Gracias al StreetView de GoogleMaps (que compensa mi minusválida memoria) puedo casi asegurar que el accidente fue en la carretera 101, la que va pegada a la costa del Pacífico, a unos 30 o 40 kilómetros pasada Santa Bárbara (donde habíamos parado porque nuestra amiga tenía que hacer unas gestiones en la Universidad). Lilia conducía por el carril de la derecha, pero iba haciendo ligeras eses e invadiendo ocasionalmente el de la izquierda. En una de esas, Paco, que iba a su lado, se dio cuenta de que por nuestra izquierda venía a mucha velocidad uno de estos camiones inmensos y, grave error, le soltó un grito para que rectificara el rumbo hacia la derecha, con el mal efecto de que Lilia se asustara y pegara un volantazo demasiado brusco. El coche empezó a dar trompos sin control y en errática trayectoria salimos disparados hacia el mar, volando sobre la franja boscosa que, en ese tramo de autopista, separa la calzada en dirección norte de la que va hacia el sur. Alguno de los árboles debió interrumpir violentamente la acrobacia automovilística y, tras unas cuantas volteretas, el coche se detuvo bocabajo en ese bosquecillo en pendiente.

R y yo despertamos fuera del coche (no llevábamos el cinturón de seguridad). Habíamos caído bastante cerca la una del otro (luego comprobamos que yo había sido una especie de airbag de ella), y estábamos sin zapatos y, en mi caso, sin gafas. Este último detalle es relevante para "justificar" mi ulterior comportamiento, pues dada mi fuerte miopía (por aquel entonces aún no me había operado) me encontré con que apenas veía bultos y grandes manchas, lo que genera gran inseguridad y no facilita para nada la claridad mental necesaria en ese tipo de circunstancias. Abrazados el uno al otro y algo confusos (más R, que estaba en una especie de shock que, posteriormente, me llevó exigir que le hicieran un scanner cerebral para descartar cualquier lesión interna) nos íbamos acercando al coche cuando éste, de pronto, empezó a arder con unas llamas espectacularmente altas. Justo en ese momento vimos (mejor R que yo, claro) que por la ventana del copiloto salía reptando Paco. Ambos le gritamos: corre, ven, que el coche está ardiendo. Hay que sacar a Lilia, nos contestó. En ese momento, mientras Paco se acercaba a la otra ventana del coche espachurrado, R hizo el intentó de acercarse a ayudarlos y yo, sin pensar en nada, la retuve impidiéndoselo. Recuerdo perfectamente el convencimiento absoluto que me invadió de que el coche iba a explotar, de que no había nada que hacer. Corre, Paco, tienen que alejarse que va a explotar, le grité, mientras R se me abrazaba llorando. Fueron unos minutos que se nos hicieron eternos; Lilia, al principio, se negaba a soltarse el cinturón de seguridad (el miedo histérico no la dejaba pensar), pero finalmente Paco consiguió arrastrarla hacia afuera y los dos se reunieron con nosotros.

El coche seguía ardiendo pero no explotaba. Casi inmediatamente (eficacia yanqui) oímos una escandalera de sirenas y aparecieron los bomberos, los sanitarios y los chicos del sheriff. Apagaron el coche (que quedó siniestro total), nos sacaron los equipajes del maletero (todas nuestras pertenencias, incluyendo la documentación) y nos metieron en una ambulancia para llevarnos a un hospital en el que pasamos unas cuantas horas entre pruebas y curas. Esa noche dormimos en un Holyday Inn y al día siguiente, yo el que más, estábamos absolutamente amoratados y doloridos, igualito que después de unos cuantos rounds con un peso pesado profesional. Naturalmente, el resto de las vacaciones tuvo que sufrir algunos cambios en la ambiciosa programación inicial.

Lo que ese accidente me enseñó es que no era ningún héroe. En ese momento concreto en el que habría podido lanzarme valientemente a ayudar a Lilia a salir del coche, sin prestar atención a los propios riesgos, la decisión que tomé (de forma inmediata, sin que interviniese en nada la reflexión racional) fue quedarme apartado impidiendo que la persona a la que más quería se acercara al coche como había sido su primer impulso. En cambio Paco hizo lo contrario y, sin duda, su comportamiento puede calificarse, en contraposición al mío, de heroico. No pretendo emitir ningún juicio de valor (quien se comportó mejor) porque, al fin y al cabo, ello implicaría la referencia a una escala comparativa que siempre es discutible y subjetiva. No obstante, es cierto que en nuestro "software ideológico", el que viene con el sistema operativo (sea genético o configurado desde los primeros años de nuestras vidas) el heroísmo, el arriesgarse por el bien de otro sin que te importe el tuyo propio, incluso tu vida, es algo que valoramos con las máximas puntuaciones y, por mucho que me lo haya racionalizado (y relativizado) a posteriori, este suceso significó una cierta decepción respecto a mi íntima autoconsideración y, a la vez, un aumento del respeto admirativo hacia mi amigo Paco.

Se me ocurre que la mayoría de los actos heroicos deben ser resultado de impulsos casi instintivos, sin ninguna reflexión. Paco (y también R) sintió ese impulso de salvar a Lilia que le hizo actuar inmediatamente en consecuencia. Obviamente yo también lo sentí, pero simultáneamente se me impuso el convencimiento de que no había nada que hacer, que el coche iba a explotar y acercándonos hasta ahí no sólo no rescataríamos a nuestra amiga sino que moriríamos todos. Ciertamente estaba equivocado, como demostraron los acontecimientos, pero ésa no es la cuestión. Lo que me pregunto desde entonces es si ese absoluto convencimiento surgió de un cálculo racional autónomo (por más que erróneo) o fue inducido por el miedo a no correr riesgos (ni a perder a R). Porque si la respuesta es la primera opción, mi carencia heroica la veo justificable y correcta; pero, si es la segunda, lo que pasa es que soy un cobarde cuyo miedo es lo bastante inteligente como para engañarme a mí mismo. Por supuesto, este tipo de incógnitas nunca se pueden despejar y, para avanzar en el "conócete a ti mismo" al que aludí en pasados posts, sólo cabe comprobar ulteriores comportamientos.

En todo caso, se es o no héroe en un instante, según cómo reaccionemos ante una situación intempestiva que no nos deja tiempo ni posibilidad para pensar. Supongo que lo mejor es que no se nos presenten esas situaciones, que podamos ignorar nuestra capacidad heroica, porque las demostraciones suelen darse en las tragedias. Puede que sea mejor esforzarnos por ser buenas personas, y eso no es cuestión de espectaculares comportamientos de un momento, sino de la cotidiana conducta de todos los días.


David Bowie - Heroes (Heroes, 1977)

CATEGORÍA: Recuerdos

miércoles, 20 de octubre de 2010

Disfraz y persona

Supone acertadamente Grillo en el último (mientras escribo esto) comentario al post anterior, que el "conócete a ti mismo" al que aludo es el que aparecía en el oráculo de Delfos (y lo escribo en griego, wikipedia mediante, porque en esa lengua habría de estar y no en la versión latina de Séneca). Como se han hecho muchos comentarios, lo cual me sorprende, me veo obligado a escribir una segunda parte.

De entrada, me llama la atención lo de señalar al autor del cuento más que al cuento. Jodorowsky será un vendedor de humo o un artista genial (que las opiniones se mueven entre ambos extremos), pero su personalidad no es relevante (o, al menos, no es lo más relevante) para opinar sobre su cuento y las reflexiones que me ha motivado. Pero, como parece obligado entrar al trapo, diré que a mí el chileno me parece cuando menos interesante y, aunque entiendo hasta cierto punto el calificativo de embaucador, creo que, entre su muy irregular obra y actividades, no deja de haber muestras nada despreciables. Dicho lo anterior, lo cierto es que descubrí ayer su web y estuve curioseando un rato, leyendo muchas frases manidas junto a algunas de mayor originalidad y, en fin, entreteniéndome un ratillo, que de eso va en gran medida lo que llamamos vida. Y así me topé con el cuentecillo de la "Pareja ideal" que, sin que vaya a decir que me epató, sí que me resultó una ingeniosa forma de abordar el asunto de los disfraces, máscaras, roles o como queramos llamarlos, siempre recurriendo a técnicas metafóricas. Me pregunto si en algo habrían cambiado los comentarios si no hubiése dicho que el cuentito era de Jodorowsky.

Pero yendo a lo importante, como certeramente señala Lansky, la palabra persona en su origen etimológico latino significa la máscara del actor, el personaje teatral que representa un ser humano. Hoy en día, sin embargo, persona significa (primera acepción del DRAE) individuo de la especie humana; podemos afirmar pues que persona es sinónimo a ser humano y de ahí que "despersonalizarse" (a lo que con toda razón se niega Lansky) vendría a ser "deshumanizarse". Ciertamente, lo que ha ocurrido es una evolución semántica por la cual un término que se refería sólo a el personaje que un ser humano representaba ha pasado a significar ser humano en su integridad. Ello incluso contradiciendo su significado original, como cuando aclaramos que tal no es la verdadera personalidad de Fulano sino sólo una máscara con la que se presenta ante la sociedad. Cómo ha ocurrido esta tremenda evolución semántica (que según el Corominas no aparece hasta finales de la Baja Edad Media) es algo que desconozco y sobre lo que puede ser de lo más entretenido aventurar hipótesis explicativas.

Pero antes he de aclarar que el que etimológicamente el término significara originariamente la máscara no necesariamente implica que el concepto de máscara vaya ineludiblemente ligado a lo que hoy entendemos por persona o, dicho de otra forma, que sea una nota esencial del ser humano llevar un disfraz. Justamente el que los latinos distinguieran el término de persona del que usaran para referirse al ser humano, prueba justamente que, al menos hasta el siglo XV, se tenía muy claro que una cosa era el ser humano (sea éste, en términos ontológicos, lo que se quiera) y otra muy distinta el personaje que representa ante los demás (en el escenario teatral que es la propia sociedad) cualquier ser humano. Por eso, no necesariamente, desembarazarse de nuestros atributos personales (en la acepción originaria del termino; es decir, de las máscaras con que nos presentamos ante los demás y ante nosotros mismos) no necesariamente significa despersonalizarnos en el sentido actual de ser menos personas (deshumanizarnos). Y fíjense que digo "no necesariamente" porque estoy dispuesto a admitir que cabe, en términos de congruencia lógica, la hipótesis de que sí sea así, como sostiene Lansky, pero, repito, no necesariamente.

Porque cabría aventurar (y esta hipótesis podría convencer a Vanbrugh) que la traslación semántica del término para pasar de significar máscara a ser humano fuera una consecuencia del convencimiento de que los seres humanos lo que somos es justamente las máscaras que mostramos y por tanto no tiene sentido, como hacían los romanos, diferenciar entre la persona y el ser humano porque, debajo de la persona, de la máscara no hay nada más. La conclusión puede parecer, a primera vista, desoladora, pero no lo es necesariamente pues, efectivamente, podríamos estar llamando disfraz a todo lo que conforma nuestra personalidad (en el sentido actual del término). Tiene razón pues Van cuando dice que no es más que un término, el de disfraz, artificial, convencional y subjetivo (como casi todos, diría yo); si queremos que nos sirva para algo en una discusión mínimamente rigurosa desde parámetros lógicos es evidente que habría que acotarlo semánticamente y Jodorowsky dista mucho de hacer eso.

Ahora bien, sin que pretenda defender a Jodorowsky (pese a que a mí, a diferencia de Vanbrugh, sí me ha gustado el cuentecito), hay que decir que no parece que el tipo pretenda argumentar sino tan sólo sugerir. De hecho, a mí me sugirió algunas reflexiones y, previendo la que me esperaba de algunos de los comentaristas que me honran, me cuidé de advertir que no se esperara ningún rigor lógico en mis notas a vuela pluma. Y es que, aunque yo soy el primero que disfruto como un enano con el ejercicio de la lógica (para desesperación de alguien muy querido que considera que así "enfrío" las emociones), no siempre es necesario usarla o, si se me apura, hay veces que hasta es conveniente "conocer" por canales no racionales (si bien, en estos casos la comunicación del conocimiento al que se accede es bastante problemática cuando no imposible). Y, además, yo creo que honestamente todos podríamos consensuar con suficiente aproximación qué entendemos por "disfraz" en la manida metáfora que usa Jodorowsky.

En base a lo anterior, debería proponer mi definición de que es disfraz, qué componentes del pensar, actuar, sentir del ser humano son impostados, consciente o inconscientemente. No voy a hacerlo porque me exigiría un esfuerzo y un tiempo del que en estos momentos no dispongo. Pese a ello, reconociendo que no aporto la justificación lógica necesaria, voy a afirmar mi conclusión que no es otra que los seres humanos (las personas) somos más que las máscaras que llevamos, que debajo del disfraz sí que hay algo. Y, para enlazar con el inicio a colación del comentario de Grillo, una de las actividades que implica el conocerse a sí mismo es irse quitando el disfraz (como si fueran capas de la cebolla vanbrughiana).


Sophie Zelmani - To Know You (A Decade of Dreams, 2005)

PS
: Prometo algún día (mis promesas nunca me comprometen con fechas precisas) intentar una definición de mi concepto de disfraz. Por cierto, al acabar este escrito me acuerdo que hace tiempo ya me referí en este blog, bajo otro enfoque, al asunto de Personas y Personajes y, antes todavía, al de las Máscaras.

CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones

martes, 19 de octubre de 2010

Pareja ideal

Un cuento de Alejandro Jodorowsky:

Érase una mujer que vivía disfrazada de mujer y un hombre que vivía disfrazado de hombre. Cuando se encontraron, creyeron esa comedia y formaron pareja. El hombre falso y la mujer falsa, haciendo esfuerzos tremendos, alcanzaron una modorra que llamaron felicidad. La mujer y el hombre verdaderos nunca llegaron a conocerse.

Comentarios personales a vuela pluma:

– A veces, con frecuencia, casi siempre, ignoramos que andamos disfrazados.

– Es una suerte no darse cuenta; en esos casos hasta se puede ser feliz sin demasiados esfuerzos. ¿O no?

– Claro que, si te crees el disfraz, ¿lo es?

Gnóthi seautón (Conócete a ti mismo). Si cumpliéramos el mandato de Apolo, nos despojaríamos del disfraz, al menos, en primer lugar, ante nosotros mismos.

– Es probable que la mayoría (en mi caso ha sido y es así) no cuestionemos nuestro disfraz hasta que la vida se empeñe en darnos las necesarias hostias. Y aún así, veo que muchos prefieren seguir llevándolo ...

– Por eso, en general, no estoy seguro de que esos tantos hombre y mujeres disfrazados de lo que les han enseñado que hay que ir disfrazados (o sea, de hombre y de mujer) tengan que hacer "esfuerzos tremendos" para alcanzar nada. En lo que si estoy de acuerdo es que a donde llegan es a la modorra. ¿Convenimos en llamarla felicidad?

– A lo mejor la modorra es ansiolítica. No es mi caso (hipótesis para entender las motivaciones profundas de muchos).

– Desde luego, el miedo juega un papel fundamental. ¿Y si sin el disfraz no soy nada? Pero, probablemente, sólo cuando dejamos de parecer podemos empezar a ser.

– El miedo a uno mismo es, creo, el más poderoso pero, a la vez, del que menos conscientes somos; justamente por eso es tan eficaz impidiendo que nos conozcamos.

– Más visible, hasta para uno mismo, es el miedo a los demás: al qué pensarán de mí, a cómo me valorarán (todos o algunos en especial) ... ¿Necesito de los espejos para ser?

– Lo que es una trampa (eficaz) es el pensamiento de que si nos despojamos del disfraz (hasta de sólo una parte) estamos a merced del otro, expuestos a que nos haga daño.

– Para mí, en cambio, nada hay más apasionante que desnudarme en compañía (nada más ridículo que hacerlo mientras el otro sigue con su disfraz, pero obviamente es casi imposible que esa situación ocurra en la práctica).

– Y lo que me pregunto es: ¿puede haber amor en una relación en la que los dos se aferran a su disfraz? Quizá, para muchos, sí. Para muchos, incluso, es mejor no desnudarse para que no se rompa el amor (¿o se refieren a la pareja?)

– Por eso, puede que el hombre y la mujer (tantísimos hombres y mujeres) que estaban disfrazados de hombre y de mujer, sin llegar nunca a conocerse, hayan sido realmente la pareja ideal. Ergo, la pareja ideal (¿tradicional?) como objetivo puede (suele) ser incompatible con el imperativo ético de la maduración y autoconocimiento personal.

De más está alegar que no me atengo con estas notas a ningún rigor lógico.


Luis Eduardo Aute - No te desnudes todavía (Auterretratos, 2003)

CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones

lunes, 18 de octubre de 2010

... y Castigo

– Son un par de hijos de puta. Era una niña, carajo, de la edad del mayor mío. Y ese tío una bestia, la cría tiene la vagina destrozada; le pedí a mi hermano el médico que la examinase y me dice que tuvo que ser una violación brutal.

– No todos los de nuestro bando saben comportarse, Miguel.

– Por eso hay que ser duros. Voy a pedir una pena ejemplar.

– Ten cuidado; no están los ánimos para eso. Ya no son los días del general Dolla y su fobia a Falange. Ahora los falangistas están reclamando el protagonismo que les han negado en las Islas, y vienen con fuerza, avalados desde muy arriba. No es el mejor momento para airear trapos sucios.

Unos días después, al entusiasta fiscal militar de la Comandancia de Canarias le llegaron las instrucciones pertinentes. Buscar circunstancias atenuantes para ambos y pedir las menores penas posibles: prisión menor para el Quino y de arresto para el falangista. Ya se ocuparían sus jefes de echarle la bronca en privado. Al rústico, se le insinuó, le darán un buen repaso en el calabozo, y que se le olvide lo de ingresar en Falange. Ah, y por la niña que no se preocupara; si al final esos rojos van a quedarnos agradecidos.

El fiscal era un hombre joven, casado y con cuatro hijos (dos más tendría), de una de las mejores familias isleñas. Como muchos de sus amigos, no había dudado en presentarse el 18 de julio, en cuanto se supo que los militares se habían alzado contra la odiosa República comunista, en la Comandancia General para cooperar al glorioso Movimiento Nacional. Desde entonces estaba, a petición propia, ejerciendo de fiscal, asegurándose de que la nueva justicia golpeara implacable las felonías. Otros habían ido al frente pero él servía mejor a la Patria aquí en Santa Cruz, de cuyo Ayuntamiento esperaba recibir la medalla de bronce, en reconocimiento a sus servicios. Miguel quería hacer carrera política (la haría) y para ello, a veces, es necesario tragar sapos, hacer los favores que a uno le piden.

El fiscal presenta a finales de abril sus conclusiones provisionales al auditor militar. Al final, pide presidio menor a mayor para el Quino y arresto mayor a presidio menor para el falangista. También añade que el violador habrá de pagar cinco mil pesetas a la niña y reconocer y mantener la prole si la hubiera. Durante el mes largo que pasa antes del juicio militar, , al fiscal le llegan demasiados recados. Al final, el recién llegado Jefe de Falange fija cuál ha de ser su posición: una de cal y otra de arena. Ambos han de ser considerados igualmente culpables, pero sin pasarse en la pena, para lo cual bastará el atenuante de que ninguno ha cumplido los veintiuno, son menores de edad. El Consejo de Guerra es a puertas cerradas (no conviene que trascienda demasiado) a principios de junio. El defensor de Pepe pide la absolución porque el chico no hizo nada o, como mucho, un arresto de un mes. El del Quino asegura que los hechos no constituyen delito porque la niña se prestó al acto, como prueba que no hubiera signos de lucha. El fiscal está a punto de protestar indignado (ve con claridad en su memoria la cara amoratada de la niña, sus ojos vacíos y asustados; recuerda los informes de los médicos que sólo en una pequeña parte han sido aportados), pero un gesto del auditor lo detiene.

Al final, de los ocho años pedidos apenas les caen la mitad, pero algo es algo, y a la familia de la chica le llegarán diez mil pesetas, si es que los condenados las pagan, que eso espera el fiscal, aunque no tiene demasiado tiempo para pensar en ella, hay demasiadas causas esperando, la justicia es exigente. Pasarán unos meses sin más noticias y un día del siguiente febrero, al año más o menos de la violación, el Auditor le hace llegar al Fiscal un escrito mecanografiado con una firma de trazos titubeantes, la del padre de la niña, analfabeto. El texto reza que "el que suscribe, en concepto de padre y representante legal de su dicha hija, desiste de las acciones que pudieran corresponderle con arreglo a Ley, en razón del susodicho delito y en su virtud perdona irrevocablemente a los acusados; y para que se dé a la causa de referencia el tramite procesal prevenido por el Codigo de Justicia Militar y disposiciones concordantes, formulo este escrito y suplico a V.I. que habiendolo por presentado, se sirva estimarlo y ordenar lo que en justicia proceda".

¿Y esto? Pregunta el Fiscal al Auditor. Ya lo ves; a lo mejor va a resultar que no fue para tanto. O quizás, recela el Fiscal, al padre le han explicado bien cómo son las cosas. Quizás haya sido así, pero no es asunto tuyo, ¿verdad? Lo que has de hacer es proceder, somos juristas. Y sí, el Fiscal procedió; procedió a "acceder a la petición del solicitante entendiéndose por tanto extinguida la pena que se impuso en la sentencia a los dos culpables por el delito de violación". Y "evacuado su informe", el Fiscal procuró olvidar el asunto y no enterarse de lo que sería de los dos muchachos y, menos todavía, de la chiquilla de Santa Úrsula. Se dedicó a lo suyo, a servir a España implantando la Justicia Nacional, dura pero necesaria. Ahí siguió al menos hasta 1941, el mismo año en que, por sus probados méritos en favor del Glorioso Movimiento, le dieron la medalla de bronce de Santa Cruz, su ciudad, de la que sería alcalde pocos años después. Una de sus últimas intervenciones, en ese 1941, fue para pedir de ocho a veinte años de prisión para un paisano de Arucas a quien le oyeron exclamar por las calles de su pueblo: “Me cago en Dios, en Franco y en la maldita madre que lo parió y eso que vengo de cobrar el subsidio familiar”.


Niña Candela - Mestisay (Viento de la Isla, 1998)

Nota: Como dije en el post anterior, esta historia es sólo ficticia en su ambientación y en algunas licencias que me he permitido. Los hechos aparecen relatados en documentos reales del Cuerpo Jurídico Militar de la Comandancia de Canarias que ha buscado y transcrito Pedro Medina Sanabria y publicado en su blog sobre la Memoria Histórica Canaria. El Fiscal protagonista de esta historia se llamaba Miguel Zerolo Fuentes, fue alcalde de Santa Cruz del 6 de mayo de 1949 al 9 de diciembre de 1950, anticipándose en el cargo a su nieto, Miguel Zerolo Aguilar, que lo es desde 1995. Quien quiera leer los escritos originales a partir de los cuales he desarrollado esta historia que pinche aquí, aquí y aquí. Por cierto, quizá la pobre niña que tuvo la mala suerte de cruzarse con esos hijos de puta en el 37 siga viva; ¿cómo habrá sido su vida? Seguro que no oyó una canción como la que acompaña este post.

CATEGORÍA: Ficciones

domingo, 17 de octubre de 2010

Crimen ...

Dos jóvenes pasean una mañana por las afueras del pueblo norteño de Santa Úrsula. Están contentos, las cosas van bien y habrán de ir mejor. Uno de ellos, el más alto, viste la camisa azul de Falange; el otro no, pero han estado hablando de su ingreso, enseguida, antes de que ganemos la guerra, mañana irán a La Laguna a que el amigo se inscriba. Tenemos que celebrarlo, Pepe, dice el muchachote, vengan unos vinos y unas furcias. Ríen, caminan abrazados por un sendero que bordeando el barranco baja hacia el caserío.

Entonces la ven. No es más que una cría, apenas catorce a lo sumo, pero está buena la condenada. Mira la putilla, dice Quino, a ésa la conozco, la hija del Chencho, el aparcero de los Machado. Rojo será, seguro, como todos los de su clase, contesta Pepe, vamos a vacilarla un rato. Qué vacilarla, compadre, hace tiempo que me la pone dura esa mocosa y creo que de hoy no pasa; vamos a por ella, ayúdame.

La niña subía en su dirección con un balde al hombro, ajena a los dos tipos, absorta en sus sueños infantiles. Y de pronto los vio, cuando ya estaba demasiado cerca, cuando ya ellos iban a por ella. Quieta Rosita, le gritó el Quino, ese matón del barrio bajo, el que hace año y medio, cuando el golpe, se apuntó a las patrullas aquéllas que apalizaban a los que decían que eran rojos, y cualquiera podía serlo, hasta su padre, que les tenía miedo, al Quino y a sus amigos, y le decía que tuviera cuidado, que no saliera mucho, que no se alejara de la casa. Quieta Rosita, volvió a gritarle, y ya estaba casi a su lado y ella no se había movido, porque no podía y porque algo le decía que nada había que hacer.

Sí, los dos jóvenes estaban ya a su lado. Uno alto que no era del pueblo y que se puso detrás de ella; delante el Quino, la cara distorsionada en una mueca de risa y odio. ¿Qué, Rosita? Ya sabes lo que toca, ¿verdad? No, por favor, casi en un susurro, mientras las lágrimas manaban solas, ella no quería llorar pero ahí estaban dos ríos imparables, continuos, de aguas amargas y cálidas. No llores, puta, ¿a qué vienen los llantos? Una brutal bofetada fue el punto final del insulto. La cabeza de la niña saltó hacia un lado, el cuerpo, perdido su aplomo, cayó hacia atrás. Pepe, el amigo falangista, la sujetó por los hombros y llevó su cuerpo hasta la tierra. Rosa, aturdida, hizo por levantarse, pero el de atrás le inmovilizó los brazos contra el suelo.

Luego ocurrió. El Quino se echó sobre ella, baboseando sobre sus pequeñas tetitas, rasgando la camisa, levantándole la falda y arrancándole las bragas. Ella cerró los ojos, quiso que su alma escapara, se fuera volando y no volviera hasta que todo hubiese acabado. Pero vino el dolor, el terrible dolor del hierro que la rompía por dentro, quemándole las entrañas, escociéndole las vísceras, rebosándola de sangre ácida. Sintió el sabor del vómito en su garganta, pero no pudo echarlo. Ella no lo sabía, pero estaba gritando, un aullido animal que sonaba a muerte. Cállate, coño; el Quino le tapó la boca y ella mordió esa mano sucia. Enseguida se hizo puño que le golpeó brutalmente el rostro, dejándola casi inconsciente.

Quino se levantó apretándose la mano, los pantalones por las rodillas, la polla tumefacta y goteante. Maldita puta, justo cuando me estaba corriendo. Pero mírala, está KO, a ti no va a darte problemas, aunque tampoco está mal que se resistan un poco. Pepe rió la gracia mientras soltaba los brazos de la chiquilla y se aflojaba los tirantes. Y entonces se oyó el grito, NOOOOOOO, continuo, agudísimo. Una mujer subía corriendo por el sendero. Mierda, es la madre, dijo el Quino. Mejor vámonos, Pepe. Ya te la follarás otro día.

Los dos jóvenes, como si no pasara nada, siguieron su camino. Al cruzarse con la madre empezaba a llover. Venga, mujer, le dijo el falangista, recoge a tu hija no vaya a resfriarse. Eran los primeros días de febrero de 1938, en Tenerife.


La piel de mi niña - Luís Morera (Desde Dentro, 2002)

Nota: Si bien adscribo este post a la categoría Ficciones, los hechos son verídicos y constan documentalmente, como ya aclararé en la segunda parte. Lo único ficticio, por tanto, es lo que podríamos llamar recreación ambiental.

CATEGORÍA: Ficciones

jueves, 14 de octubre de 2010

Mis amigos los de yoga y mi amiga la jovencita

Hace unos días confesaba en este blog que no terminaba de decidirme sobre si revelar o no a unos amigos a quienes llevo ya varios años ayudando mi disgusto por haberle cobrado las clases de yoga a una amiga que yo les envié. Finalmente me decidí a transmitirles mis sentimientos y, como se trata de un tema embarazoso, que nos resultaría incómodo tratarlo cara a cara, opté por escribirles un correo electrónico en el que, de forma bastante directa, les contaba que me sentía dolido porque había esperado que, viniendo de mí, no cobraran nada a mi amiga, y que la decepción consiguiente hacía que se resintieran mis sentimientos hacia ellos y me vinieran a la cabeza consideraciones sobre la equidad en nuestra relación que hasta ese momento no me había planteado y que desde luego no me apetecía sentir. Algún amigo me aconsejó que dejara correr el asunto pero no lo hice porque sabía que ello implicaría necesariamente pudrir mis sentimientos hacia estas personas, que ya no estuviera a gusto con ellos, violentando mi espontaneidad mientras ellos, ignorantes de todo, seguirían pensando que nada había cambiado. En todo caso, lo cierto es que los efectos de la cartita han resultado bastante más intensos e instructivos de lo que esperaba.

De entrada sus respuestas (porque cada uno de ellos me contestó por separado) se demoraron más días de lo que esperaba. El domingo pasado me llegaron y al leerlas me quedé bastante impresionado con la exagerada (y estoy seguro que sincera) expresión de abatimiento que les había producido enterarse de mi disgusto. Ambos proclamaban que me consideraban poco menos que su más firme apoyo durante el vía crucis que estaban soportando y que me estaban profundísimamente agradecidos. Habían hablado entre ellos muchas veces sobre cómo mostrarme su agradecimiento (que no pagármelo pues era "impagable") y ahora que yo les brindaba una oportunidad de tener un "mínimo detalle" conmigo no habían sabido darse cuenta y eso les sumía en una terrible desolación. Habían creído, me decían, que la chica que les enviaba, que trabaja conmigo, era una "mera empleada" y no alguien "especial", ya que si lo hubiesen sabido no debía dudar de que la habrían "invitado" a practicar yoga con ellos cuanto tiempo quisiera, tratándola como si fuera yo mismo. Acababan pidiéndome perdón y rogando porque ese malestar desapareciera para "sanar" nuestra relación de amistad.

La verdad es que no terminé de entender (y así sigo) la lógica del argumento con el que justificaban el "malentendido" que les había llevado a no darse cuenta de la oportunidad de mostrarme su agradecimiento. ¿Qué tiene que ver que mi amiga sea alguien "especial" para que vean la posibilidad de hacerme un favor? Que no era una "mera" empleada (en el sentido de que su vida me sea indiferente) había quedado más que claro al habérsela yo recomendado y hasta dos veces haberles insinuado que tuvieran un detalle; si me hubiese dado igual, simplemente no se la habría presentado y me habría contentado con darle a esta chica el teléfono o la dirección del centro de yoga para que fuera por su cuenta. Aunque a mi juicio la cuestión de mi relación con ella no tiene nada que ver, lo que me pareció bastante claro es que, a partir de mi carta, ellos deducían que estaríamos enrollados o algo similar. Así que, en mi respuesta, les aclaré que no era así, pero que eso no impedía que fuese una persona a la que quería y que, cuando ya ni me acuerdo por qué surgió el tema de hacer yoga, le sugerí presentársela, con el convencimiento (ingenuo, como pudo comprobarse) de que ellos no le cobrarían.

En mi carta de respuesta les decía además que tampoco era para tanto, que mi malestar no era nada grave y sería sin duda pasajero, pero que había preferido contarles lo que sentía. Aunque hasta ese momento no había hablado con mi amiga de este intercambio de correos electrónicos, entendí que, para evitarle situaciones embarazosas, era mejor que se lo contara. Si ya me había sorprendido la reacción desmesurada de mis amigos los yoguis, ahora fue ella la que me dejó de una pieza escandalizándose por la suposición que éstos (presuntamente) habían hecho sobre nuestra relación. Pero qué vergüenza, dijo, cómo han podido pensar eso. Y la verdad es que tanta sorpresa no dejó de resultarme un poquillo molesta.

Aclaro con más datos: mi amiga tiene treinta añitos (veintiuno menos que yo) y es bastante guapa; además trabaja bajo mis órdenes. Con la espontánea expresión de su vergüenza por lo que imaginamos que habrían imaginado mis amigos, lo que me manifestaba era su desagrado de que pudieran pensar que ella, tan linda y tan joven, pudiera tener algo con un tipo tan feucho y viejete como yo; y a lo mejor le molestaría más porque tan imposible situación sólo se la podría explicar quien la supusiera por intereses ruines, lo cual la dejaría en bastante mal lugar. Claro que también me queda la infinitesimal esperanza de que se estuviera vengando de mí por las veces que me he metido con ella y en el fondo, muy en el fondo, no me considere taaaan viejo. De otra parte, no pensaba yo que diera tanta importancia a lo que puedan pensar los demás, aunque ésta es una actitud bastante frecuente.

Como sea, el incidente se puede ya dar por cerrado. Al día siguiente de mandarles mi correo de respuesta con ánimos tranquilizadores frente a su desproporcionada reacción de abatimiento, recibí uno muy breve en el que textualmente me decían: "No sabes la alegría que nos has dado. Estábamos deseosos de recibir tu carta y ha llegado para alegría nuestra. Gracias. Un abrazo con todo nuestro cariño". Casualmente hoy era el día en que tocaba pagar la cuota mensual del yoga y, cuando mi amiga iba a hacerlo, le han dicho que no, que estaba todo cubierto y que no lo discutiera. Hace un ratito me ha llamado para contármelo. Conclusión: bien está lo que bien acaba y, sobre todo, más vale decir lo que se siente que guardárselo dentro (al menos propicias que ocurran cosas que pueden sorprenderte y hacer que aprendas algo nuevo).


CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

miércoles, 13 de octubre de 2010

De vuelta a la clínica Costa

Como he contado en un post anterior, desde que conocí el nombre de Gabarda y "su" clínica Costa, he estado buscando por varios sitios para tratar de completar algunas dudas. La primera que se despejó fue la ubicación precisa de la Clínica. No era muy difícil; bastaba con hablar con cualquier amigo nacido no más tarde de los primeros cincuenta o, si no, con las madres mayores de otros amigos. Por distintos testimonios de personas que la recordaban, he sabido que la clínica Costa se emplazaba en la esquina entre Viera y Clavijo y la Rambla, donde hoy está el edificio Sirinoque, construido a principios de los setenta y, para mi gusto, con desafortunada estética. De lo que estoy seguro es de que es bastante más feo que el palacete ecléctico de principios del XX que albergaba a la desaparecida clínica, pues más de uno de mis testigos me ha comentado que era un edificio precioso.

En el post que publiqué el sábado 18 de septiembre, comparando lo que se veía en una foto de 1918 con la actualidad, ya apuntaba que ese palacete de grandes dimensiones en la última manzana de Viera y Clavijo, la de forma triangular que da a la Rambla, quizá fuera la clínica Costa. Sin embargo, terminaba apostando que la clínica estaría localizada en alguna de las casitas de la cuadra inferior. Esa apuesta, que ahora ya puedo decir con seguridad que estaba equivocada (últimamente pierdo bastantes apuestas, hasta las que hago conmigo mismo) se basaba en mi intuición (mala) y en la sospecha de que si hubiera hecho esquina con la Rambla, Gabarda, en su artículo, habría preferido localizarla con ese dato más que con el número postal; pero también esa hipótesis era errada. Lo cierto es que ahora puedo volver a mirar la foto del 18 ya sabiendo que ese palacete era la clínica Costa y comprobar cómo, en efecto, se trataba de una magnífica edificación, de notable prestancia arquitectónica y (así hay que suponerlo) sanitaria.

Como este post va de "desfacer entuertos", corregiré otra suposición mía que también resultó falaz: que la clínica Costa era propiedad de Luís Gabarda. Gracias a un amigo tinerfeño he podido contactar telefónicamente con un antiguo compañero suyo de colegio, nieto de Gabarda y que, entre muchos otros datos interesantes que sacian suficientemente mi curiosidad sobre el personaje (y que ya publicaré en un próximo post para deleite de mis trolls), me ha asegurado que su abuelo pasó a ocuparse de la dirección de la clínica a la muerte de su propietario y fundador, el doctor Costa (de ahí el nombre). En mi descargo he de decir que al error me indujo el propio Francisco Franco Salgado-Araujo quien, en sus memorias, al citar al doctor don Luís Gabarda dice "que tenía su clínica abierta en Santa Cruz". Sin embargo, debería haber recelado de esta suposición pues conocía (lo dice el propio Gabarda en su artículo del ABC) que el médico no vivía en el mismo edificio de la clínica, como era lo más habitual en este tipo de inmuebles (la planta baja para el uso sanitario, la principal para el médico y su familia y, eventualmente, alguna vivienda de alquiler en pisos superiores).

Tras unas cuantas averiguaciones no me cabe duda de que el médico fundador fue el doctor Diego Costa Izquierdo (1877-1920), hijo de otro muy ilustre galeno tinerfeño, el doctor Diego Costa y Grijalba (1844-1903), introductor en Tenerife de la asepsia quirúrgica y las teorías de Pasteur. Costa Izquierdo, de acuerdo a los datos que aporta Alfonso Morales y Morales en su Gran Enciclopedia Canaria, fue académico de número de la Real Academia Canaria de Medicina, director del Hospital Civil y fundó la "Casa de Salud Médico-Quirúrgica del Dr. Costa", la clínica que en su época era la más avanzada de Santa Cruz. Este hombre, además de académico y secretario perpetuo de la Real de Medicina, también lo fue de la Real Academia Canaria de Bellas Artes en su sección de pintura, lo cual no deja de ser curioso. Según el libro "Los Rayos X en Canarias", de don Francisco Toledo Trujillo (el académico que tan amablemente me facilitó información sobre Gabarda), el doctor Costa casó con doña Isabel Zerolo Fuentes, hija y hermana de también ilustrísimos médicos tinerfeños (eran frecuentes por esos primeros años del siglo pasado los enlaces "corporativos"). El nieto de Gabarda me había hablado de que, a la muerte del doctor Costa, su viuda le encargó la dirección del negocio; doña Isabel, me dijo, una señora mayor de la que todavía me acuerdo. Demasiada coincidencia como para que no esté acertado. Para rematar mi seguridad, encuentro en internet unos pasajes definitivos en el libro "Los Dominicos de Andalucía en la España Contemporánea", de Antonio Larios. Parece que la Orden de Predicadores, allá por el año 1961, ante las perspectivas de expansión de su colegio de las Dominicas se plantean la posibilidad de montar un Colegio Mayor en Santa Cruz, además de que necesitaban alguna sede en la capital debido a la necesidad de hacer continuas gestiones antes las autoridades para la finalización de las obras de la Basílica de Candelaria. Tomada la decisión, "sólo faltaba buscar medios y lugar para su establecimiento. Para ello se iniciaron trámites de tanteo con doña Isabel Zerolo Fuentes, señora perteneciente a una de las familias mejor situadas, en aquellos momentos, en el ámbito social y económico de la capital tinerfeña. ... El compromiso religioso y el espíritu de colaboración mostrado por la expresada señora con la Orden de Predicadores la llevó a incluir en su cuarto testamento la siguiente disposición: Lega en pleno dominio la casa en donde habita la testadora, en la calle de Jesús y María número dos, de esta ciudad, a los Padres Dominicos, O.P. de la Provincia Bética para que la destinen a los fines Apostólico-Religiosos que consideren más convenientes ..." En el quinto y último Testamento, de 1965, doña Isabel introdujo algunas modificaciones pero mantuvo el legado en pleno dominio".

Jesús y María número 2 corresponde también a la parcela triangular (con la Rambla y Viera y Clavijo) de la clínica Costa. O sea, que como ya he dicho que era habitual, la viuda del doctor Costa quedó habitando el edificio hasta su muerte que sería probablemente poco después de 1965; sería una señora de setenta y pico (nació en 1891 y fue la tía abuela del actual alcalde chicharrero) a quien recuerda perfectamente el nieto de Gabarda (que nació en el 53). Supongo, aunque no me consta, que el legado de doña Isabel Zerolo se hizo efectivo y que los dominicos se hicieron con el inmueble y lo destinaron al fin apostólico-religioso de venderlo para que fuera demolido y en su lugar construido el ya citado edificio Sirinoque, que ahí sigue en la actualidad. Una pena.

Como ya comenté en mi anterior post sobre Gabarda (y en el que hay algunos errores que corregiré en breve), desconocía qué fue del personaje entre 1905 (que es la fecha en que se licencia de médico por la Facultad de Valencia, según me informó don Francisco Toledo) y 1926 en que consta su presencia en la Real Academia de Medicina de Tenerife; es decir, entre los 21 y los 42 años. Ahora sé, gracias a su nieto, que se casó en la Isla y si, como es normal, el matrimonio ocurrió entre los finales de su veintena e inicios de su treintena, puedo barruntar de momento (a falta de ulteriores averiguaciones) que a principios de la segunda década de siglo ya estaba en Tenerife, destinado al cuerpo de sanidad militar de la Comandancia de Canarias. Puedo imaginar (siempre pendiente de corroboración) que Gabarda, siete años menor que Costa, podría convertirse en colaborador de éste en su clínica que probablemente, a la llegada del médico militar, no llevaría mucho tiempo abierta. Me parece lo más probable que hubiera una estrecha relación de amistad y colaboración profesional entre ambos médicos para explicar que, a la prematura muerte del propietario (con sólo 42 años), su viuda decidiera ofrecerle a Gabarda la dirección del establecimiento. Máxime cuando, como ya he dicho, a doña Isabel Zerolo no le faltaban contactos médicos y su propio hermano Tomás no habría de tener clínica propia hasta 1952. Fueran cuales fueran las razones, lo cierto es que la Clínica Costa fue dirigida en la mayor parte de su existencia por el doctor Luís Gabarda Sitjar, sin perjuicio de que la propiedad de la misma correspondiera a la viuda del fundador, el doctor Diego Costa Izquierdo. Supongo también que la muerte de Gabarda en 1958 debió llevar al cierre del establecimiento, por más que en el edificio siguiera viviendo doña Isabel durante algunos años más.

En fin, una de mis dudas, la referida al inmueble, me ha quedado suficientemente satisfecha. En siguientes entregas procuraré despejar alguna otra de mayor importancia.


Chamarrita de los milicos- Alfredo Zitarrosa (Mis 30 mejores canciones, 1998)

Nota: La última foto proviene del libro de Ricardo de La Cierva sobre Franco, que ya cité en un post anterior. El texto que la acompaña reza lo siguiente: "Al final de la calle tinerfeña de Viera y Clavijo, donde desemboca en la hermosa avenida que hoy lleva el nombre del general Franco, se alza aún esta verja (lo único que queda) de la clínica Costa, donde el doctor Gabarda recibía y transmitía los mensajes de los conspiradores. Al fondo, el domicilio particular del doctor". Me referiré a este nuevo dato de la clínica como centro conspiratorio en otro momento (todavía me faltan algunas incógnitas que despejar). Lo que sí aprovecho para decir es que la foto debe ser de pocos años antes de la publicación del libro (1973), cuando ya habían demolido el palacete original pero todavía no habían construido el actual edificio Sirinoque.

CATEGORÍA: Personas y personajes

martes, 12 de octubre de 2010

La Cena

Así se titula la novelita que acabo de leer, de un escritor holandés, Herman Koch de quien no conocía nada (lo que es normal, dado que parece que éste es el primero de sus libros que traducen a nuestro idioma). La historia se desarrolla a lo largo de la cena de dos matrimonios en un restaurante pijo de Amsterdam, cena que tiene por finalidad hablar de sus hijos adolescentes que se han metido en un feo fregado de violencia criminal. Está bien escrita (utiliza adecuadamente el solapamiento de los tiempos narrativos, siempre desde la mente del padre que va pasando casi sin que nos demos cuenta de relator a casi protagonista del relato) pero, al margen de sus virtudes literarias, tiene el acierto de dejar en el lector (en mí, al menos) unos cuantos interrogantes cuyas respuestas no son ni mucho menos obvias.

Lo que han hecho los dos chicos es apalear y finalmente quemar a una indigente que dormía en un cajero automático en el que habían tratado de sacar dinero. El escritor basa su historia, casi milimétricamente, en los hechos ocurridos la noche del 15 al 16 de diciembre de 2005 en Barcelona, que, como en la novela, fueron filmados por la cámara de seguridad de la entidad bancaria. En el libro, los chicos no han sido detenidos pero los padres saben que han sido ellos los autores de un crimen que ha conmocionado al país. ¿Qué han de hacer? ¿Denunciar a sus propios hijos o protegerlos para evitar que los descubran, contemplando incluso nuevos crímenes?

El novelista, sin dar ninguna solución (aunque, eso sí, mostrando las posiciones radicalmente enfrentadas de los dos padres), plantea con bastante crudeza el relativismo o, si se prefiere, lo acomodaticio de los (llamados) principios morales, poco más que meras excusas declamatorias para justificar los sentimientos profundos, los que nacen de las tripas, por así decirlo. Esta es la cuestión central, por supuesto, y la que se ha destacado en las distintas reseñas que he visto del libro (después de leérlo). Ciertamente, la cuestión tiene la suficiente miga como para focalizar un apasionado debate en una reunión de amigos (que tengan hijos adolescentes, claro) y dar pie a diversas consecuencias típicas de los juegos psicológicos: ¿que harías tú si te enteraras de que tu hijo ha quemado a un indigente que dormía en un cajero automático?

Pero hay otras cuestiones que, más de pasada, va dejando caer el novelista, tales como, por ejemplo, el desconcierto y hasta miedo de los padres hacia sus hijos. Intuyo que nacido de la ignorancia sobre cómo acercarse a ellos, la impotencia de tender puentes de comunicación, pese a las buenas intenciones, pese al rechazo de los modos de relación jerárquica patriarcales, sufridos en la infancia y negados en la paternidad; todo ello con la asunción, como sacrosanto lenguaje políticamente correcto, de la necesidad de proteger (¿sobreproteger?) al niño, que sigue siendo siempre niño o, al menos, durante muchos años. Porque hay una paradoja que nos desconcierta; que cuanto mejor tratamos a nuestros hijos (preocupados de que su infancia no les deje "traumas" que dificulten su felicidad futura), menos felices parecen. O quizá sean excepciones en nuestra sociedad occidental del bienestar primermundista (pienso que no).

Otro tema al que se alude: la inanidad de las motivaciones adolescentes. O incluso el vacío motivacional de la propia clase social en su conjunto, también de los adultos. Quizá, a este respecto, Koch revela en mi opinión una cierta complacencia justificativa que donde más se manifiesta es en la personalidad enferma del padre narrador que se va descubriendo poco a poco, lo que no deja de parecerme un recurso fácil, en especial la alusión a la transmisión genética del desequilibrio psicológico. Pero bueno, ahí está la cuestión para darle vueltas.

También plantea el autor si es necesaria o no la penitencia (la condena a cárcel en este caso) para que el adolescente autor de una barbaridad como el crimen que arma la trama pueda superar el destrozo interno que el hecho causa en su conciencia, para poder "sanar" su espíritu. Pero, como cuestionan los padres que quieren evitar que su hijo sea apresado, ¿acaso el hijo ha quedado destrozado interiormente por lo que ha hecho o esa presunción no es más que otra justificación tranquilizadora de la conciencia burguesa? Y, de ser cierto, ¿no puede ser peor el remedio que la enfermedad, como parecen demostrar los comportamientos de los excarcelados? En la entrevista a la que enlazo, Koch insinúa que la respuesta paterna estaría relacioanda con la duración de la pena: mientras que a los autores del crimen barcelonés les han caído 17 años, él dice que en Holanda no serían más de 5.

Algunos asuntos más van desfilando por las páginas del libro e inquietando al lector (no es una novelita agradable), máxime si, como es mi caso, uno ha vivido conflictos con hijos adolescentes (aunque afortunadamente sin llegar a estos extremos) o está siendo testigo del comportamiento de una sobrina que tiene a mi hermana en una situación de impotencia dolorosa. Porque a veces (con demasiada frecuencia, diría yo) el amor no basta, casi hasta diría que es contraproducente.


Culpa- Ara Malikian (Lejos, 2007)

CATEGORÍA: Literaturas