viernes, 29 de abril de 2011

RSM

Hace tiempo leí que se denominan micropaíses a aquéllos territorios soberanos cuyas superficies son inferiores a 500 km2. Como es obvio, no deja de ser un mero límite numérico convencional, pero me parece bastante adecuado porque, efectivamente, se trata de una dimensión muy pequeña para lo que se entiende por país. Un círculo alcanza los 500 km2 con sólo doce y medio km de radio: es decir, que se trata de países que se pueden cruzar caminando en menos de un día. Por comparar con mi realidad geográfica inmediata, sólo dos de las siete Islas Canarias, El Hierro y La Gomera, tienen menos de 500 km2; en otras palabras, si las Canarias se independizaran no tendrían el estatus de micropaís (serían un país pequeñito pero no tanto; según la relación que trae la wikipedia ocuparía el puesto 171 de 246, por delante de Palestina, aunque en esa lista hay territorios sin plena soberanía). En Europa hay seis micropaíses que son, de menor a mayor, la Ciudad del Vaticano, el Principado de Mónaco, la Serenísima República de San Marino, Liechtenstein, Malta y Andorra (no cuento, aunque sí lo haga la wiki, tres territorios dependientes de la corona británica: Gibraltar, Guernsey y Jersey). De ellos, después de este viaje reciente, ya sólo me falta hollar uno de ellos: la isla de Malta. El Vaticano, Mónaco, Liechtenstein y Andorra ya los conocía, y la semana pasada me tocó visitar San Marino, prácticamente pegadito a Rímini y totalmente rodeado por territorio italiano.

Por supuesto, nada tiene de especial viajar a un paisín, salvo que tiene su gracia y uno puede decir luego que, en el poco tiempo que ha estado, lo ha recorrido casi entero (o, al menos, en mucho mayor porcentaje que cualquier otro país "normal"). Y lo de normal no viene tan desencaminado (por más que lo haya escrito entre comillas) porque ciertamente la existencia de estos países obedece siempre a alguna anomalía, ya que anómalo es que puedan constituirse comunidades nacionales soberanas en tan poco espacio, siempre bajo la lógica geográfico-histórica (si es que la hay) que ha guiado la constitución de los estados desde la Edad Media hasta nuestros tiempos (en los que, por cierto, ya sería hora de que empezáramos a ponerlos en cuestión, en vez de tomar como modelo a seguir tales principios para mí ya anacrónicos, que es lo que hacen los necionalismos). En el caso de San Marino, a mí lo anómalo no me parecía su existencia, ya que hasta hace apenas siglo y medio la península italiana era un puzzle de retazos soberanos, sino que subsistiera como esa mínima pieza al largo proceso de la unificación. Sin embargo, cuando he leído algo de su historia, descubro que ya desde sus propios orígenes el caso de este estado resulta ciertamente curioso.

Así, parece que, prescindiendo de la tradición según la cual el primer núcleo lo fundó un picapedrero dálmata cristiano en el 301 que huía de las persecuciones religiosas de Diocleciano, lo que está bien documentado es que desde los inicios de la Edad Media se constituyó una comunidad en el Monte Titano que se autogobernó mediante una democracia asamblearia (todos los jefes de familia, hombres naturalmente, participaban en las tomas de decisiones). Gracias a hábiles estrategias y saber elegir los aliados correctos, el diminuto estado supo no sólo mantener su independencia sino incluso ampliar su extensión hasta los nueve castelli (equivalentes a municipios) en que se divide el actual territorio. Y hay que reconocer el mérito que les cabe a esos hombres para mantener en un rincón perdido de los Apeninos sus hábitos democráticos y republicanos durante toda la Edad Moderna, mientras en Europa se iban consolidando los estados-nación desde los principios absolutistas más dictatoriales y las tierras dentro de las cuales se situaba este enclave pertenecían a los Estados Pontificios, nada proclives a concesiones liberales. De hecho, cuando los Estados Pontificios se convirtieron en uno de los grandes enemigos de la unificación italiana, Garibaldi y unos cuantos más propulsores de la misma, encontraron refugio en San Marino y hubieron de reconocer que el régimen de libertades democráticas del pequeño estado era un modelo a seguir en sus empeños de liberación de las monarquías absolutistas y teocráticas. Por ello, una vez lograda la creación del Reino de Italia, el nuevo estado firmó un tratado de amistad con la pequeña pero antiquísima república garantizándole su independencia y, con algún que otro roce, así hasta la fecha.

Imagino que el propio carácter anómalo del país es, en sí mismo, un atractivo turístico. Teniendo en cuenta que está a dos pasos de una costa muy turistizada, es fácil suponer que muchos de los visitantes de esa enorme megalópolis litoral reserven algún día para darse un salto hasta el Monte Titano y conocer la república más antigua de las que todavía perviven (eso es lo que hicimos nosotros). De hecho, leo que el país alberga anualmente más de dos millones de turistas, lo cual me parece una barbaridad, ya que, si a esos turistas se le suman los que no pasan noche en el mini-estado que deben ser tantos o más (nosotros, por ejemplo) y considerando la importancia de la estacionalidad en el turismo sanmarinense, eso quiere decir que en temporada alta (incluso yo diría que desde Semana Santa) tienen que haber, dentro de sus fronteras, más turistas que residentes. Y me lo creo, al menos en lo que se refiere al centro histórico de San Marino, pues en el día que lo visitamos la gran mayoría de los muchísimos que paseaban por sus calles plagaditas de tiendas de souvenirs bastante horteras eran inconfundiblemente turistas. Y es que ese centro medieval, bien cuidadito y restauradito (declarado Patrimonio de la Humanidad en 2008 por ser testimonio de la continuidad de una república libre desde la Edad Media), resulta muy agradable de callejear, con el atractivo añadido de una situación topográfica singular. En fin, que sin ser nada muy espectacular, sí que justifica, si es que se está cerca, darse un saltito para visitarlo. Nosotros ya lo hemos hecho; lo próximo que nos toca, para cerrar la lista, es Malta y luego, aunque no sean estados, las Islas del Canal, que me llaman la atención desde hace muchos años.

PS: Dato curioso (y absolutamente intrascendente) es que, salvo Andorra (que con 468 km2 casi casi se sale de la categoría), los restantes cinco microestados europeos tienen banderas bicolores. Me gustaría sacar alguna conclusión, pero lamentablemente también hay países grandes con banderas bicolores (Portugal, para no irnos lejos).

3 comentarios:

  1. Muy interesante, Miroslav. Hasta ahora, yo había asociado San Marino sólo con la Formula I. Grüsse aus Deutschland.

    ResponderEliminar
  2. Me ha llamado muchísimo la atención la frase "(todos los jefes de familia, hombres naturalmente, participaban en las tomas de decisiones)"
    Por lo de ,hombres naturalmente, que le da un tufillo machista.....

    Que relevancia tiene haber puesto eso de " hombres naturalmente" ? Ninguna: No enriquece en nada la frase:
    "(todos los jefes de familia, hombres naturalmente, participaban en las tomas de decisiones)"
    frente a
    "(todos los jefes de familia participaban en las tomas de decisiones)"

    en que lo enriquece?


    (esto por haberme despertado ayer de la siesta)

    ResponderEliminar
  3. Lupita, claro que tiene un tufillo (o tufazo) machista. El "naturalmente" tiene una función irónica, naturalmente. En aquellos tiempos, frente a otras ciudades-estado vecinas, RSM era un régimen mucho más democrático, pero en la mentalidad de entonces, aun siendo ellos conscientes de su especificidad frente a los vecinos (se denominaban "tierra de la libertad"), ni se les podía ocurrir que esos derechos de participar el gobierno pudieran alcanzar también a las mujeres. Ahora nos apesta a machismo, pero entonces era absolutamente natural; de ahí que loo remarque (irónicamente, insisto).

    ResponderEliminar