domingo, 22 de septiembre de 2013

Lolo Ferrari

Eres muy fea, sólo vales para vaciar orinales, nadie va a quererte nunca. ¿Cómo una madre puede decirle frases así a su hija adolescente? Nunca la besaste, nunca la abrazaste, nunca la acariciaste. No es verdad, no es verdad. No fui como ahora me retratan, no fui ninguna madre malvada. Sin embargo, la propia Eve lo aseguró. Necesitaba justificarse, qué más fácil que cargar la culpa en su madre, y todos la creyeron, se acomodaba bien a tontas explicaciones psicoanalíticas.

Era una chica muy disparatada, le encantaban las fiestas, las noches locas de La Baule en verano. Allí la conocí, tendría unos veintitrés años y trabajaba en una discoteca. Sí, claro que era bastante mayor que ella y también es cierto que acababa de salir de la cárcel. ¿Que ambas cosas le atrajeran? Alguien me dijo una vez que Eve quería un padre canalla como el que los abandonó de niña. No creo que yo me pareciese a su padre; de todos modos, qué más da.

Ya en el instituto quería dedicarme al mundo del espectáculo. Era guapa, gustaba a los chicos, conseguí unas sesiones de modelo fotográfica. Sé que mi madre me envidiaba, ella era una mujer abandonada y sólo me tenía a mí para descargar su rencor. ¿Cuánto daño me hicieron sus reproches, sus desprecios? Ahora ya no me acuerdo, pero sí sé que la odiaba, que quería demostrarle que valía mucho más, infinitamente más que ella.

Fue la primera chica con la que me acosté. De las más guapas del curso, no tanto como Nathalie claro, pero Nathalie era inalcanzable. Le dije que me encantaban sus tetas y ella me contestó que eran pequeñas. No lo eran, pero ella estaba muy convencida. Así que ya ven, faltaban más de diez años para sus exageradas operaciones y ya lo tenía claro. Cuando se hizo famosa y la vi en la tele no me lo podía creer. La llamé, quería encontrarme con ella, pero me dijo que no se acordaba de mí y que la antigua Eve había muerto. Que se joda, pensé. Ahora sí que está muerta de verdad y reconozco que siento algo de pena.

Por supuesto que no se gustaba a sí misma. ¿Qué persona contenta de su aspecto pasa más de veinticinco veces por el quirófano? Sufría un terrible trastorno de ansiedad, una profunda infelicidad que la atenazaba. Operarse era su modo de escapar. ¿Sabes que adoraba la anestesia? Disolverme en la nada, me dijo una vez, para luego renacer siendo otra. Una huida hacia adelante. Se ha hablado mucho de los traumas de su infancia y sí, claro que la marcaron, pero ahí no está todo, ni siquiera lo más importante.

¿Lolo? Un horror de actriz. Vale, no es que en nuestro negocio hayamos de tener grandes dotes interpretativas pero al menos hay que poner un poquito de entusiasmo, hacerlo creíble. Ella ni se molestaba. Me imagino que se metería en el porno sólo por la pasta; sí ya, como todos, pero ... No sé, había algo de exhibicionismo obsceno, al margen de lo sexual, como si quisiera demostrar algo al mundo. ¿Qué? Que era un monstruo, pienso yo, aunque ella se creía una diosa de la belleza. Aquella película fue una de mis más desagradables experiencias, me sentí ridículo, no sabía cómo tocarla, cómo acariciar ese cuerpo sintético, esas tetas que parecían balones duros, insensibles. No creo tampoco que ella se sintiera a gusto.

Estoy segura de que era lesbiana. Gracioso, ¿no? Una mujer que se transforma llevando al paroxismo el icono del fetichismo sexual masculino y desde luego no lo hizo para ser más deseada por los hombres. De hecho me consta que nunca tuvo orgasmos con hombres y con su marido hacía mucho que no mantenía relaciones. ¿Con mujeres? No lo sé de cierto. Una vez quiso enrollarse conmigo. No, no me lo pidió explícitamente, menos mal. Estaba muy colocada, pastillas creo. Pasamos varias horas hablando, hablaba ella sobre todo, un discurso deslavazado entre lloros y risas, carrusel emotivo. En un par de momentos estuve tentada, habría sido interesante quizá. Fue unos meses antes de su muerte, pobre chica.

Quería ser la más grande sex-symbol francesa, una nueva Brigitte Bardot. No fui yo quien la indujo a operarse y mucho menos a implantarse esas prótesis exageradas. Pero la apoyé, sí, porque la amaba. Llegaré a lo más alto, me decía, llegaremos juntos, le aseguraba yo. Fue un trabajo de equipo, cinco años durísimos durante los que gestamos a Lolo. Estábamos creando, aventurándonos más allá de los límites probados de la cirugía, ensayando nuevas técnicas con la ayuda de ingenieros. Una vez transformada, había que recoger los frutos. Cine, televisión, música ... Era lo que Eve quería. Yo sólo estaba a su lado.

Me han tildado de provocador desde el principio, como si fuera un pecado. El arte es provocación, por eso el arte es revolucionario. Lolo me pareció una sublimación artística, me fascinó nada más verla. Repase la larguísima historia de la representación de la mujer, la construcción simbólica de la imagen femenina desde el paradigma falocrático. Con la radical reconversión de su cuerpo, Lolo dinamitó heroicamente los valores ideológicos machistas de la mujer-objeto. Se convirtió ella misma en el símbolo, pero deconstruido, de modo que desvelase toda su miserable carga de opresión, igual que han hecho siempre los buenos caricaturistas, Daumier en el XIX o los expresionistas alemanes. Era una pin-up posmoderna, el anti-símbolo absoluto, ¡Arte! Me habría gustado trabajar más con ella pero no hubo ocasión. Tuvo que pagar un precio muy alto, el más alto de todos, por su audacia, por su valentía.

Sí, yo la trataba, pero no de forma regular, con frecuencia dejaba de venir a las citas. Sufría una grave dismorfofobia, el diagnóstico era evidente, desde luego. Sin embargo, había muchos factores ocultos que deberían aflorar mediante terapia. En situaciones tan extremas como la de ella es imprescindible la colaboración de sus personas cercanas, incluso habría convenido un internamiento temporal. Esa opción la descartaron, tenía muchos compromisos, me dijeron. Naturalmente, ella no era consciente de la importancia de su patología. Tengo una depresión, una depresión muy fuerte, sobre todo en invierno. Pero tampoco él, que me pareció más manager que marido. Fui muy claro con él; intentaré que a principios de año acepte internarse, me dijo sin mucha convicción. Entre tanto, estaba el tratamiento farmacológico habitual, antidepresivos fuertes. Claro que tienen sus riesgos, y altos, pero qué otra alternativa había. Le advertí que la vigilara, que la trajera con regularidad. La última visita fue hacia noviembre del 99, creo; no hubo internamiento, desde luego. A principios de marzo murió. No me sorprendió.

Por supuesto que él la asesinó. El segundo informe forense estableció que la muerte fue por asfixia mecánica: la ahogó mientras dormía. Luego lo dejan libre por falta de pruebas, a ese cabrón que se aprovechó de mi hija desde que la conoció, la empezó a matar desde el principio. Fue él quien la empujó a esas aberraciones quirúrgicas, pero antes ya la había hecho pasar por las más vergonzosas bajezas, como prostituirla. Eve era una chica débil, fácil de corromper para alguien tan perverso. Demasiado tarde se dio cuenta la pobre de su triste estado. Tengo cartas suyas en las que nos pide perdón, en que asegura que es él quien la fuerza a ser como era, a hacer lo que hacía, que le tiene miedo. No pude ayudarla, no pudimos salvarla. Y ahora tampoco se le hace justicia.

Yo casi ni supe de ella cuando estaba viva. Me acuerdo vagamente de su aparición en el Mississipi, pero yo era entonces una cría y en realidad las imágenes me han vuelto ahora, en estos meses que llevamos investigando su vida y su obra. Miguel y yo estamos convencidos de que lo que hizo esa mujer fue una comprometida propuesta artística, devaluada por la subcultura del espectáculo, incomprendida en su época. Es de justicia reivindicarla, sacarla de ese inmerecido olvido. En Francia ya se han dado algunos pasos: se ha publicado una novela sobre ella, también una ópera. Nosotros queremos filmar un biopic, lo definimos como un artefacto audiovisual inspirado en sus últimos días. Y hacerlo en serio implica convertirse en Lolo, cirugías incluidas. Estoy dispuesta, claro, en cuanto consigamos la financiación.


   
Lonely girls - Lucinda Williams (Live @ The Fillmore, 2005)

jueves, 19 de septiembre de 2013

El huso horario español

Hasta hace poco más de siglo y medio, cada lugar tenía la hora que le correspondía de acuerdo al ciclo solar. Basándose en la parcelación de la jornada en veinticuatro horas de igual duración (proceso que empezó con los egipcios o los babilonios, que no terminan de ponerse de acuerdo los eruditos), en algún momento de la Baja Edad Media, ya inventados los primeros relojes mecánicos, se acordó que el mediodía coincidiera con las 12 y así era costumbre poner el reloj en hora cuando el sol alcanzaba su cénit. Por tanto, en los equinoccios, el sol salía a las 6 de la mañana y se ponía a las 6 de la tarde. La mejora en la velocidad de las comunicaciones y de la movilidad entre personas (en especial, el ferrocarril) forzó la conveniencia de homogeneizar los horarios entre lugares, la imposición para todo un ámbito territorial –que lógicamente tendió a coincidir con la unidad política del estado– de una misma hora estable. Como siempre, fueron los ingleses (pese a los meritorios esfuerzos de los franceses) quienes se llevaron el gato al agua. En la Conferencia Internacional del Meridiano, celebrada en octubre de 1884 en Washington DC, se acordó dividir el mundo en husos horarios a partir del meridiano que pasaba por el Real Observatorio de Greenwich.

Un huso horario es cada uno de los veinticuatro gajos "verticales" paralelos a los meridianos en que se divide la esfera terrestre y que, por tanto, tienen una separación entre si de 15º. El huso 0 (o franja UTC 0) es el que queda comprendido entre los 7,5ºO y 7,5ºE; es decir, con el meridiano de Greenwich como eje central. A partir de éste, cada franja de 15º de ancho hacia el Este va siendo el huso +1, +2 hasta el +12, mientras que cada franja hacia el Oeste va siendo el huso –1, –2 hasta el –12, que obviamente coincide con el +12 (que, por cierto, se sitúa en pleno Pacífico, donde apenas hay algunas islas dispersas). En base a este esquema, toda la extensión de un huso horario tendría la misma hora, si bien cada país fue definiendo una única hora oficial para todo su territorio (salvo que  fuera muy extenso o tuviera dominios remotos), lo cual lleva a que las líneas norte-sur de los husos horarios teóricos se quiebren siguiendo las fronteras políticas, como puede verse en la ilustración superior.

De hecho, si nos fijamos en Europa, comprobamos que la mayor parte de ésta queda comprendida en tres husos "ortodoxos". El occidental (meridiano de Greenwich) incluye España (salvo Canarias), Francia, Bélgica y Holanda, el borde oeste de Noruega y, naturalmente, el Reino Unido, con la costa Este de Irlanda (Dublín). Quedan al oeste de este huso (en el –1) casi todo Portugal e Irlanda, e Islandia y Canarias en su totalidad. La Europa Central (huso +1) comprende Italia, Suiza, Alemania, Dinamarca, casi toda Noruega y Suecia, Austria, Checoslovaquia, Polonia, Hungría, la antigua Yugoslavia y Grecia. La Europa oriental, finalmente, (huso +2) cubre Finlandia, los países bálticos, Bielorusia, gran parte de Ucrania, Moldavia, Rumanía y Bulgaria, así como la parte más occidental de Rusia (casi hasta Moscú). Es decir que, en principio y admitiendo la homogeneización de las horas oficiales, España y Francia deberían tener la misma hora que Inglaterra y una más que Alemania e Italia; sin embargo, España y Francia tienen la misma hora que Alemania e Italia. Esto significa que es la misma hora oficial en Lublin (al Este de Polonia) que en Vigo, cuando entre ambas poblaciones hay una diferencia en tiempo solar de dos horas casi exactas (30º de longitud).

Doy por sentado que todo este rollo introductorio es más que sabido (y pido disculpas por repetirlo). Lo que yo en cambio desconocía (y me intrigaba) era el porqué había estas diferencias tan notables entre las horas oficiales y las de los husos horarios convencionales. Me parecía sensato que cada país europeo oficializara una misma hora para todo su territorio, salvo, en todo caso, las partes del mismo apartadas, como Canarias o Azores. Pero de ahí a asignar la misma hora a España y Polonia media un abismo. Con motivo de la reciente noticia de que una subcomisión del Congreso está estudiando la posibilidad de que España asuma la hora del meridiano de Greenwich (es decir, la misma que tenemos en Canarias) he tratado sin éxito completo de averiguar las causas de estos exagerados desajustes.

En lo que a España se refiere, parece que el motivo se encuentra en las simpatías del entonces reciente régimen franquista hacia las potencias del Eje. Con la firma del subsecretario de Presidencia Valentín Galarza (uno de los más laboriosos en la conspiración previa al golpe de estado del 36), el Boletín Oficial del Estado de 8 de marzo de 1940 publica la Orden del día anterior "sobre adelanto de la hora legal en 60 minutos a partir del dieciséis de los corrientes". La justificación literal es "la conveniencia de que el horario nacional marche de acuerdo con los de otros países europeos y las ventajas de diversos órdenes que el adelanto temporal de la hora trae consigo". Así pues, el sábado 16 de marzo de 1940 todos los españoles hubieron de adelantar sus relojes, algo que ya llevaban haciendo desde 1918 en abril, cuando se había adoptado el horario de verano. Imagino que muchos pensarían entonces que lo que se hacía era simplemente eso, aunque fuera algunas fechas antes. De hecho, leo en el ABC de ese día un insulso artículo de un tal Enrique Gastardi que alaba la medida gubernamental de anticipar ese año la implantación de la hora de verano porque "la hora de salida del sol lo permite". Lo curioso es que cuando Franco hizo este cambio horario Francia mantenía el horario de Greenwich, ya que la llamada hora de Berlín (UTM +1) no entró en vigor allí hasta el segundo semestre de 1940, impuesta por la ocupación nazi. Como al acabar la Segunda Guerra Mundial la hora central europea se mantuvo en Francia (lo cual no deja de sorprenderme), imagino que régimen español no encontraría ningún motivo para volver al horario antiguo, pese a que el artículo quinto de la citada Orden preveía que "oportunamente se señalará la fecha en que haya de restablecerse la hora normal". Y así hemos seguido hasta ahora.

La posibilidad de que casi tres cuartos de siglo después se restablezca el antiguo horario (que, desde luego, sería mucho mejor para la conciliación de nuestras rutinas con el ciclo solar) ha tenido más eco en la prensa canaria que en la nacional. Aquí los periodistas han interpretado que este eventual cambio significaría que toda España tendría la misma hora, incluyendo al archipiélago. Aunque no lo tengo claro, parece que, en efecto, esta es la intención de los promotores de la iniciativa –la Asociación por la Racionalización de los Horarios Españoles– y, sin duda, a los residentes canarios nos evitaría algunas molestias prácticas en nuestras relaciones con la Península. Sin embargo, restablecer el horario anterior a 1940 supondría que Canarias pasara al huso UTM –1, que es el que le corresponde y en el que estaba entonces, y siguiera con una hora menos que en la Península (y también entonces con Londres y Lisboa).

Ahora bien, habría otra solución que, aunque se apartara de la ortodoxia de los husos horarios, mejoraría las actuales irregularidades del mapa con mínimos cambios. Consiste en que las UTM 0 y +1 se dividan por el meridiano de Greenwich y tengan cada una un ancho de 22,5º en vez de los 15º convencionales. De esta forma, la UTM 0 incluiría Reino Unido y España, pero también Irlanda, Portugal, Islandia y Canarias (a los que les corresponde la UTM –1). En cambio Francia, que debería estar en el mismo horario, se mantendría en el de la Europa Central. Esta solución evita también cambios en la mayoría de los países africanos, permitiendo a Argelia seguir en la UTM +1 (aunque le corresponde la 0), aunque Libia y Namibia –actualmente en la UTM+2– deberían atrasar sus relojes una hora. Naturalmente, si llevamos la UTM 0 hasta el meridiano 22,5ºO, los husos –1 y –2 tendrían que tener tan solo 7,5º de ancho, de modo que el –3 (el de Brasil) permaneciera inalterable. Como estos dos husos caen en el Atlántico tampoco la cosa sería grave y ni siquiera afectaría a Azores que seguiría en el huso –1 (aunque convencionalmente le corresponde el –2).

En fin, supongo que si esta propuesta llega a debatirse seriamente en el Congreso (de momento está en una discreta subcomisión) habrá una mayoría de voces que se manifieste en contra de que cambiemos el horario, sin más razones que la inercial oposición ante cualquier novedad. Seguro que también escucharemos a no pocos papanatas europeístas que traerán a colación la conveniencia de una misma hora para toda la Unión, que equivale a que también en este asunto estemos sometidos a los alemanes. Por mi parte me declaro partidario del restablecimiento del horario anterior a 1940 y de paso, aunque los argumentos sean más de orden práctico y hasta interesados, en que Canarias se incluya, como el resto del Estado, en el huso horario de Greenwich. ¿Y ustedes qué opinan?

   
Time - Pink Floyd (The Dark Side of the Moon, 1973)

domingo, 15 de septiembre de 2013

Consentimiento sexual en el Vaticano

Una de las anécdotas curiosas que se repitieron al hilo de la propuesta del gobierno de elevar la edad del consentimiento sexual fue la de que el país de Europa que la tenía más baja era el Vaticano. ¡El Vaticano! Sí, sí, repetían las más diversas voces (todas probablemente bebiendo de la misma fuente): en el Vaticano los niños y niñas podían consentir tener relaciones sexuales con adultos a partir de los doce años. Sabroso dato para los que anticlericales, una nueva prueba de la hipocresía de la Iglesia. Y ya de paso, cuesta entender que el PP, rebosante de fieles cristianos, quiera enmendar a la sede terrenal del catolicismo.

La noticia me llamó la atención porque, a poco que se considere, suena extraña. Como ya expliqué en el post anterior, lo de la edad del consentimiento significa que si un adulto mantiene relaciones con un niño/a por debajo de la misma se entiende siempre como abuso sexual. Ahora bien, teniendo en cuenta que los residentes en el Vaticano son apenas 800 personas de las cuales los laicos están en torno al 10%, no diría yo que haya muchos niños, si es que alguno hay. Así que, ¿para qué ese Estado caricaturesco tendría necesidad de regular sobre la edad mínima a la que los púberes pueden acostarse con un adulto?

Mi diabólico (por su inspiración) anticlericalismo me sugirió que tal vez fuera para facilitar los abusos sexuales de los curas al exterior de los muros vaticanos, donde sí pueden encontrar carne infantil en abundancia. Pero, claro está, tan maledicente hipótesis no se sostiene, porque si alguien comete un acto punible se le aplica el derecho del lugar, por más que reclame que en su Estado lo que ha hecho no es delito. Además, un sacerdote, por serlo, no tiene nacionalidad vaticana, lo que resta a esta posibilidad de casi toda su eficacia práctica. Tan sólo serviría para que si un alto cargo de la curia fuera sorprendido en un lujoso burdel romano retozando con tiernas niñas al más puro estilo borgiano, el Papa reclamara a la Justicia italiana la extradición del prelado al Vaticano y una vez allí lo eximiera de todo cargo penal dado que sus actos no tienen la consideración de delito en la Santa Sede. Pero ese improbable supuesto se resolvería en cualquier caso tal como digo pero con absoluta discreción y sin necesidad de ninguna legislación más permisiva.

En fin, que me extrañó esa noticia tan repetida y se me ocurrió investigar un poquillo. No tardé demasiado en enterarme de que el Vaticano no tiene código penal propio. De hecho, el Vaticano apenas tiene leyes (a lo que yo añadiría que ni falta que le hace). Recuérdese que desde la unificación de Italia con la absorción por el nuevo reino de los Estados Pontificios, la Santa Sede había perdido el reconocimiento de entidad política soberana. Tuvo que pasar más de medio siglo hasta que en 1929 Mussolini reconoció la autonomía estatal del Vaticano mediante los Pactos de Letrán. Desde entonces, el Vaticano estableció que asumía las normas italianas, salvo aquéllos preceptos que contravinieran el derecho divino, positivo y natural o el canónico. Ese criterio –de natural sentido común, a mi juicio– fue explícitamente renovado en el artículo primero de la Ley de 28 de junio de 1993. De modo que, al menos desde esa fecha, la edad del consentimiento sexual en el Vaticano es la que establece el código penal italiano, la cual parece que es de 14 años, aunque los efectos penales varían entre los 13 y los 16 años según distintos supuestos.

Parece que el notición de que era justamente el Vaticano el estado con la edad de consentimiento más baja de Europa proviene de que tal era la que establecía el código penal italiano de 1924 que fue el que adoptó el nuevo Estado porque no le gustaba el fascista que había reintroducido la pena de muerte. Desde luego, no creo que al Papa le preocupara mucho este asunto de la edad. Pero en todo caso, al menos desde 1993, me resulta incuestionable que esa norma no rige en la plaza de San Pedro, lo que a falta de una comprobación rigurosa nos permite alardear de ostentar el record de ser el país europeo que antes concedemos a nuestros adolescentes la capacidad de consentimiento. Por cierto, me he topado con algunos artículos en internet que, citando un libro de 1997 un tal Helmut Graupner, afirman no sólo que la edad del consentimiento está en los doce años, sino que los ciudadanos vaticanos acusados de pedofilia en territorio italiano deben ser juzgados bajo la ley de la Santa Sede. Muy poco creíble, desde luego, entre otras cosas porque no hay leyes vaticanas propias sobre estos asuntos.

La moraleja es, obviamente, que no hay que creerse lo que nos cuentan los mass media o, lo que es lo mismo, que es buena práctica poner las noticias en cuarentena hasta hacer unas mínimas averiguaciones. Algo a lo que estamos poco habituados, pues lo que nos gusta es escandalizarnos enseguida con cualquier "información" que nos corrobora lo malos que son los demás. También es un ejemplo más para reflexionar sobre la calidad de nuestros informadores, pero ¿qué otra cosa cabía esperar?


   
Sweet little sixteen - The Beatles (Live at the BBC, 1994)

Los Beatles cantando en 1963 este clásico de Chuck Berry, quien se curó en salud atribuyéndole dieciséis años a su dulce enamorada.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Consentimiento sexual

Como es sabido, desde prácticamente su nombramiento como ministro (si no antes) Gallardón viene manifestando la firme intención de reformar el código penal y, en efecto, hace ya casi un año el Consejo de Ministros aprobó el correspondiente Anteproyecto de Ley. Parece que ya falta poco para que se convierta el Proyecto y lo remitan a las Cortes, donde el grupo parlamentario del PP, haciendo gala de su proverbial capacidad de diálogo, propiciará el máximo grado de consenso para lograr la mejor reforma posible. Durante este largo periodo, además de laborar esforzadamente en el pulimiento y esplendor de la propuesta, el ex-alcalde ministro ha ido buscando su cota de protagonismo mediático dosificando adelantos de los cambios pretendidos. Uno de los últimos ha sido el de elevar la edad de consentimiento sexual de los 13 a los 15 años, noticia que se difundió ampliamente la semana pasada y sirvió para alimentar debates y tertulias y, de paso, dejarnos algunas anécdotas curiosas. Una de ellas, por ejemplo, es que mucha gente no tiene muy claro qué es esto del consentimiento, lo que pude comprobar hace unos días escuchando las llamadas de participantes en un programa radiofónico que requirió a sus oyentes que contaran qué les parecía esta medida. Me dio la impresión de que un número relevante, si no mayoritario, de los participantes estaba convencido de que la edad del consentimiento era a la que los chavales podían tener relaciones sexuales, y casi todos opinaban que les parecía muy bien (incluso insuficiente), salvo uno que, entendiendo lo mismo, decía que no estaba de acuerdo en que los chicos no pudieran follar hasta los dieciséis. Lo alucinante a mi juicio es que el locutor ni se molestara en explicar previamente qué es eso del consentimiento.

Por cierto, ni el vigente código penal ni el anteproyecto de reforma usa la palabra "consentimiento". El texto vigente del artículo 183 reza: "El que realizare actos que atenten contra la indemnidad sexual de un menor de trece años será castigado como responsable de abuso sexual a un menor con la pena de prisión de dos a seis años". El que aprobó el Consejo de Ministros es un mero cambio de redacción pero no de la edad ni de las penas: "El que realizare actos de carácter sexual con un menor de trece años, será castigado como responsable de abuso sexual a un menor con la pena de prisión de dos a seis años". Ciertamente, es de agradecer que se aclare eso de la "indemnidad", sustantivo de tintes anacrónicos si lo aplicamos a la sexualidad (viene a significar que indemnes sexuales son las personas vírgenes y que perder la virginidad es un daño o perjuicio). Pero también nos sugiere que hace un año a Gallardón no le preocupaba que un adulto se acostara con un niño/a de trece años (naturalmente con el consentimiento del menor). De hecho, en la exposición de motivos de esa primera versión se dice que "se introducen modificaciones en los delitos contra la libertad sexual para llevar a cabo la transposición de la Directiva 2011/93/UE, relativa a la lucha contra los abusos sexuales y la explotación sexual de los menores y la pornografía infantil", lo que se traducía en un endurecimiento generalizado de los actos sexuales con menores de trece años. En la última versión (eso creo) del anteproyecto repiten el mismo argumento pero añadiendo que, como novedad más importante, se eleva la edad del consentimiento sexual a los quince años, porque la vigente (la que le parecía bien a Gallardón cuando presentó el texto a sus colegas del Consejo) es muy inferior a la de los restantes países europeos y, además, porque el Comité de Organización de la ONU sobre derechos del niño sugirió a España que la subiese. En efecto, ese Comité de Naciones Unidas hizo tal sugerencia a nuestro país; ¡en octubre de 2007! Claro que por entonces estaba el nefasto Zapatero (probablemente de inclinaciones pedófilas) y no se dio por enterado. Pero, las cosas como son, tampoco le debía importar mucho esa recomendación al actual ministro, hasta que unos cinco meses después su compañera Ana Mato (sí, la que no sabía nada de los negocios de su marido) anuncia en el Congreso la intención del gobierno de elevar la edad de consentimiento sexual a los dieciséis, después –dijo–de haber consultado con las organizaciones de infancia. Supongo pues que sería por entonces cuando se retoca el texto del artículo 183 de modo que la redacción (y las penas) sigue idéntica pero donde decía trece ahora dice quince. Parece que, al final, dieciséis parece demasiado o, dicho de otra forma, ya con quince años un chaval/a está maduro para decidir libre y responsablemente echar un quiqui con un carroza.

Lo de la edad de consentimiento sexual (o mayoría de edad sexual) intenta fijar el momento en que la sociedad entiende que una persona tiene autonomía plena en relación a su vida sexual. Mientras no la tenga, si un adulto mantiene con ella relaciones sexuales comete un acto delictivo ya está abusando de la incapacidad del menor de decidir. Naturalmente, si los que mantienen relaciones sexuales son dos niños no hay delito porque ambos son igualmente incapaces. La preocupación social por fijar esta edad viene de lejos, al menos desde la Edad Media. Pero si nos limitamos al derecho penal moderno, ya el primer código español (de 1822) en su artículo 671 establece que "el que abusare deshonestamente de niño o niña que no haya cumplido la edad de la pubertad, será tenido por forzador en cualquier caso, y sufrirá la pena de diez a veinte años de obras públicas, con destierro perpetuo del pueblo en que more el ofendido y veinte leguas en contorno". Penas duras que sugieren que, entonces como ahora, había una importante repulsa hacia quienes descargaban sus libidos en críos impúberes. Ahora bien, esa redacción original, siguiendo el espíritu de la época, parece asumir que la pubertad supone alcanzar la autonomía propia del consentimiento sexual. O sea, que cuando el niño alcanza la capacidad reproductora dejaría de serlo y estaría en condiciones de decidir si quiere o no acostarse con un adulto. No he logrado descubrir con certeza en cuál de los siguientes códigos penales españoles se fijó esta edad, pero ya en el de la República (de 1932, bajo el ministerio de Álvaro de Albornoz) se establecía que se consideraba delito (aunque siempre referido a una mujer) cuando ésta fuera menor de doce años. Subir esta edad un añito más, a los trece que sigue siendo la vigente, fue obra de las autoridades franquistas en el Código de 1944.

Conviene matizar que en esto de la regulación de la edad mínima del consentimiento, la preocupación por la "indemnidad" del menor (tendré que repetir esta palabreja) corría pareja como mínimo a la obsesión por proteger otros "bienes jurídicos" que hoy ya no nos lo parecen tanto, entre ellos y muy especialmente, la honestidad o "buena fama" de la mujer, que tan importantes consecuencias tenía no sólo para ella sino sobre todo para el honor y patrimonio de su familia. Así, para proteger a las hijas casaderas, en el siglo XIX era delito tener relaciones sexuales con una doncella de hasta 23 años, aún cuando ésta las consintiera, y aunque ya en el Código Penal republicano este supuesto está despenalizado deja sus secuelas al seguir considerando agravantes en los delitos sexuales cuando la víctima es virgen. Así que, tradicionalmente los chicos alcanzaban la mayoría de edad sexual hacia los doce-trece años y a partir de ahí casi hasta se fomentaba socialmente que se entrenasen con mujeres adultas. No ha habido, hasta hace relativamente poco tiempo, demasiada preocupación por la vida sexual de los muchachitos salvo, en todo caso, para que no se "desviaran", como lo prueba la penalización de la sodomía, agravada si se trata de un menor (a ver si el niño le coge gusto y se nos hace maricón). Respecto de las niñas era otro cantar muy diferente, pero porque lo que se protegía era la honra, ese valor tan fundamental en la tradición hispánica. Hablo desde luego de las chicas de buena familia o, como se decía hasta hace muy poco, "honestas". O sea que la actual preocupación por la indemnidad (otra vez) sexual de los adolescentes es bastante reciente. Curiosamente, al mismo tiempo que se produce un descenso generalizado de la edad a la que éstos empiezan a mantener relaciones sexuales, entendemos que hay que elevarla para que se acuesten con adultos. En el fondo, no es tanto que le neguemos al chaval/a su capacidad para decidir libre y responsablemente enrollarse con alguien mayor, sino que no aceptamos que ese chaval/a pueda querer acostarse con alguien mayor; nos parece aberrante y consiguientemente concluimos que, de una u otra forma, el adulto está siempre forzándole, abusando.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Conspiración antiespañola

Me veo en el doloroso deber moral de dejar constancia de mi indignación ante la descarada injusticia perpetrada ayer sábado por los miembros del Comité Olímpico Internacional. La candidatura de Madrid para sede de las olimpiadas de 2020 fue eliminada en la primera votación cuando es absolutamente incuestionable que era de lejos la mejor, la más merecedora de ser la elegida. Pues no, sin necesidad de ninguna justificación, los señores del COI (banda mafiosa de oligarcas impresentables y decadentes aristócratas) prefirieron primero a Estambul y finalmente a Tokio. Daos cuenta: antes a turcos y orientales que a la histórica capital de la noble raza española. Y es el tercer desprecio consecutivo por lo que ya a nadie pueden quedarle dudas sobre el contundente mensaje: no se quiere a España.

Naturalmente, la explicación es obvia. Envidia, nada más que envidia, de nuestra grandeza. Miserables y ruines, los miembros del COI obedecen fielmente las consignas de nuestros enemigos seculares, demostrándose de modo fehaciente que la vieja conspiración judeo-masónica de la que algunos ingenuos se burlan sigue plenamente activa. Todos los males de nuestra patria tienen sus raíces en este odio secular de tantas ratas envidiosas. ¿Acaso no veis que la profunda crisis –y no sólo económica– que nos atenaza ha sido cuidadosamente diseñada por nuestros enemigos foráneos? Y como palanca para salir de ella, somos tan primaveras de solicitar con humillante insistencia la sede olímpica. Hiervo de rabia al imaginar la vil alegría con la que esas serpientes nos la denegaron, mientras se refocilaban gozosos viéndonos en rastrera súplica.

Porque –y ésta es la cara más dolorosa de la reciente escena– nos hemos arrastrado vilmente ante nuestros verdugos, les hemos regalado la mayor de las satisfacciones olvidando el orgullo hispánico en el que radica el núcleo de nuestra dignidad nacional. ¿Qué queda del espíritu inmortal de España que tantos próceres han encarnado hasta sus consecuencias últimas? Un presidente de la candidatura lloroso, una alcaldesa ridícula, un príncipe de opereta, tales son los principales símbolos del fracaso, de la traición a las esencias patrias. Más de 50 votos garantizados, nos decían los voceros de esta estúpida campaña; Felipe se ha dejado la piel convenciendo a los miembros del COI ... Y que vayan todos los madrileños a la Puerta de Alcalá para que se les quede cara de bobos con esta burla inadmisible.

Pero apelando a la vieja consigna leninista de "cuanto peor, mejor" cabe atisbar en esta nueva humillación el lado positivo: que sea la gota que colma el vaso de nuestra paciencia, que nos haga de una vez por todas despertar nuestra ira y acabar con tantas complacencias cobardes, empezando desde luego por esta monarquía corrupta e inservible (cuyo gran "prestigio" ni siquiera vale para conseguir una denominación olímpica) y siguiendo, como huracán que barre tanta iniquidad, por los gobernantes que, siervos de los amos del mundo, nos venden y traicionan por platos de lentejas y por la extensa chusma de corifeos indignos de habitar esta tierra. Que la vergüenza del sábado nos traiga la purificación de España. Así sea.

   
¿A quién vas a culpar? - Siniestro Total (La Historia del Blues, 2000)

PS: Aunque esta aclaración no sea necesaria para mis lectores habituales, me decido a hacerla por si algún desavisado lee este post: va completamente de coña. No vaya a ser que me meta en algún lío.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

San Antonio de La Florida en Madrid

Anoche volví borracho, muy cansado, muy borracho. Vino, sidra, hasch, amigos y una verbena para que fuera excusa y escenario. Y también agua: agua sucia como la de ese Manzanares en romería falsa que envolvía todo con su apestoso olor a mentira urbana. Frágil equilibrio el de la alegría que flota intangible; espejismo hecho de música, risas y mujeres, pero espejismo bien hecho, engaña, crees que existe, que puedes asirlo, apropiártelo. A veces funciona, aunque sea luego la resaca que llega en contracciones cardiacas desde esa bola de angustia en el estómago. Pero al menos algunas noches de juerga, de alegre intensidad analgésica; al menos algunos recreos dispersos de cuando en cuando. Anoche no.

Hace ya tiempo que me es difícil emborracharme, alcanzar esa divertida hilaridad desprejuiciada, esa percepción abierta y deslizante. O me paso o no llego, y sólo en ocasiones me lo creo por un rato. Lo habitual ahora es que los martillazos de la angustia que conscientemente acallo aumenten su potencia y me recuerden ... Y según se aceleran mis percepciones de espectador de jolgorio ajeno, asciende en frenético traqueteo la incomodidad estomacal. Así fue anoche, en parranda tonta, remedo de fiesta popular de un Madrid castizo que no existe y se queda en un río sucio, música electrónica y gente apiñada en la hierba. A todo esto, calor y divergencia progresiva con los amigos: me fui.

Y conduje entre ciego y robotizado desde la ribera de un afluente de segundo orden hasta una carretera llamada de la playa (en un Madrid de aridez y bochorno mesetario). Ciego por las punzadas de las casi vidriosas lentillas resecas que me rayaban los ojos; robotizado en el automatismo rutinario –juegos de embrague y acelerador, giros de volante– y borrachera letárgica. Conduje mirando en el intervalo de parpadeos excesivamente largos una aguja que marcaba ciento cuarenta y supe con absoluta indiferencia que mis reflejos estaban casi dormidos.

Luego, derrumbarse en la cama tapado solo por sudor pegajoso que arañaba la frente. Era una roca a la que el agua y el viento desgastan lenta pero ininterrumpidamente: surcos que me horadaban la cabeza convirtiendo en polvo los pensamientos epidérmicos y dejando al aire las obsesiones y, en todas ellas, tu recuerdo.

Absurdo escribir estas líneas en segunda persona, pero es a ti a quien escribo, aunque nunca las leerás. Dialogo con tu imagen recordada, con esa que poseo o me posee. Tuviste que encostrarte dentro para que además de saberlo sintiese el dolor impotente de no tenerte. De sobra sé que hablo con un maniquí imaginario al que insuflo actos y emociones repetidos, sacados de recuerdos congelados. De sobra sé que vives indiferente, ajena; que no volverá a haber encuentros. En ti seguirá el olvido y yo –¿por cuánto tiempo todavía?– alimentando una memoria masoquista y asustada, evitando cualquier noticia tuya.

Anoche, cansado y borracho, volviste a dolerme.

   
I've loving you too long - Dana Fuchs (Love to Beg, 2011)

PS: Hace unos días me topé con tres páginas algo amarillentas mecanografiadas en junio de 1983. Casi ni me acuerdo de la noche a que aluden aunque todavía sé quién era la causante de mis penas de amor de entonces. Penas que, como las de todos los enamoramientos juveniles, mucho tenían de impostadas por más que fuera inconscientemente. La foto que acompaña el post (ésta sí buscada a propósito) es la de aquella chica.