miércoles, 30 de marzo de 2016

¿Cuál será el próximo gobierno? (de nuevo)

Hace más de dos meses publiqué un post en el que vaticinaba que el próximo gobierno sería del PSOE coaligado con Ciudadanos, y argumentaba por qué lo creía así. En ese momento, pasado un mes desde las elecciones, todavía no se había producido el acuerdo PSOE-C's, que muy pocos creían viable. Por supuesto, por esas fechas, nadie apostaba por el gobierno que yo preveía; hoy poca gente lo cree, pero ya hay algunos que advierten que en esa dirección se están moviendo no pocos poderosos intereses. También entonces propicié una porra en mi centro de trabajo; participaron unas treinta personas: el pronóstico más repetido fue repetición de elecciones y nadie, salvo yo, apuntó una coalición PSOE-C's. Pues bien, a día de hoy sigo manteniendo mi previsión; es más, creo que los acontecimientos que hemos vivido apuntalan su verosimilitud.

No voy a repetir los argumentos que expuse en el post (recomiendo que se repasen). Insistiré sólo en las ideas centrales: una, ni PP ni Ciudadanos ni tampoco (y muy especialmente) el PSOE están dispuestos a permitir que Podemos (ni IU) pille cacho; dos, el PSOE (y más en concreto Pedro Sánchez) no puede admitir que gobierne el PP (y más en concreto Mariano Rajoy); y tres, todos saben que, de repetirse las elecciones, la situación resultante a efectos de combinaciones posibles será básicamente la misma. ¿Alguien cree que alguna de estas premisas no es absolutamente cierta? Pues si se comparten, ha de concluirse necesariamente que la única salida lógica es que salga elegido Pedro Sánchez, con los votos afirmativos de PSOE y C's, la abstención del PP e incluso con los votos en contra de todos los demás (como máximo 97 noes que son menos que los 130 síes reforzados con las 123 abstenciones).

Más o menos lo que ocurrió en las dos votaciones de principios de este mes, con la importante salvedad de que el PP no se abstuvo sino que voto en contra de la investidura de Pedrito. ¿Y por qué el PP no votó a favor cuando, según afirmo, sabía ya de sobra que es lo que tiene que hacer irremediablemente? Pues, sencillamente (como ya contaba en el post de hace dos meses), porque tanto el PP como el resto de partidos, para hacer lo que tienen que hacer, necesitan una narración creíble, o, para decirlo en otro lenguaje, necesitan "vender la moto", contar con el discurso de marketing apropiado, so pena de tener que afrontar graves costes a futuro. Y, desde luego, en la primera semana de marzo todavía no estaban a punto los distintos discursos. Sin embargo, de entonces acá creo yo que se han dado algunos pasos en este paripé teatral que nos están ofreciendo a los ciudadanos-espectadores.

Evidentemente, el discurso del PSOE se tiene que basar –como hacen– en que no salen las cuentas para un pacto de izquierdas y, además, en que Podemos hace imposible cualquier acuerdo "razonable". Las dos sentencias son falsas (o, al menos, no completamente ciertas), pero eso es lo de menos; lo único que importa es que sean verosímiles a un suficiente número de personas. Pues bien, esa estrategia discursiva ya la pudieron en marcha con el pacto con C's y la ruptura poco clara con Podemos. Desde luego, ellos mismos sabían que era poco convincente, pero no les preocupaba mucho porque no era más que un primer ensayo, un tanteo del terreno. Porque, además, también tenían claro que en esos momentos era imposible que colara.

La razón que el PP tenía necesariamente que votar en contra (como hizo) ya que no estaba en condiciones de "vender" una abstención a la investidura PSOE-C's. Para que el PP pueda justificar su abstención requiere presentarla como la salvación del mal mayor; es decir, para evitar que Podemos entre en el gobierno. Pero para ello, tiene que percibirse como real el pacto PSOE-Podemos, y todavía no es así. Creo pues que con el consenso tácito de PP y PSOE (o, al menos, los muñidores en la sombra de estos dos partidos) ha de llegarse presentarse a la ciudadanía como algo ya casi hecho ese "pacto de izquierdas" e incluso que iba a contar con la abstención de suficientes representantes de las minorías como para que los noes de PP y C's no pudieran impedir esa investidura. Llegados a ese punto, habría un importante revuelo mediático (machaconameándonos con el desastre económico al que nos precipitaríamos) y, a última hora y con gran dramatismo, el PP anunciaría su disposición a permitir un gobierno PSOE-C's como acto de loable sacrificio patriótico.

En realidad, según yo lo veo, quien más se sacrifica (a medio plazo) no es el PP, ni Ciudadanos ni tampoco Podemos (estos los que menos); es, sin duda, el PSOE que para hacer lo que sabe que ha de hacer (y además, Pedrito quiere hacer) habrá de pagar un importante coste. Apuesto lo que quieran a que en las próximas elecciones (sean cuando sean) el PSOE es sobrepasado con muchos votos por Podemos. De hecho, o hay alguna sorpresa que soy incapaz de imaginar por el momento, o estamos asistiendo al inicio de la decadencia de la socialdemocracia a la española que, obedientemente, empezó a hacer Felipe (quien, por cierto, desde su torre de marfil es uno de los pocos que ya presiona públicamente por al acuerdo PSOE-C's con la abstención pepera). En cambio, el PP puede hasta salir consolidado pero, eso sí, como quienes manejan el cotarro tienen asumido que ha de pasar una temporadita en el banquillo de la reserva, será un PP renovado en las caras (ciao, Rajoy).

Supongo que la mayoría de quienes me lean creerá que me equivoco en mi predicción sobre el próximo gobierno. Puede ser, claro, pero espero que admitan que a fecha de hoy es más creíble (o menos increíble) que cuando la hice hace más de dos meses. En este tiempo, lo que ni se consideraba una posibilidad ya hay varias voces (vale que de "outsiders") que la han planteado. Pero, sí, puedo que yerre en mi pronóstico, pero no porque mis premisas sean incorrectas o mi conclusión contravenga la lógica sino, simplemente, porque los "actores" a quienes le toca interpretar este guión teatral sean tan malos que no sepan hacerlo. En otras palabras, si hay elecciones el 26 de junio será porque no han sido capaces de hacer lo que saben que tiene que hacer (e incluso muchos de ellos quieren hacer). Y eso que, en mi opinión, los españolitos estamos dispuestos a creernos el paripé a poco empeño que pongan (no somos un público muy exigente).

Acabo recomendando a quienes son escépticos con mi pronóstico que hagan un fácil ejercicio: supongan que todos los políticos que (teóricamente) cortan el bacalao pretenden vendernos el gobierno PSOE-C's como la solución menos mala en las condiciones actuales; y bajo esa suposición analicen las declaraciones y actos que vayan realizando. Verán como, bajo ese supuesto, casi todas (independiente del partido político al que pertenezca el político concreto) apuntan en esa dirección. Es decir, si asumes que van hacia un lugar determinado puedes darte cuenta de si se están acercando o no. Y, como ya he dicho, creo que estas últimas semanas se han ido acercando, aunque ciertamente aún falta bastante teatro para que lleguen.

 

 Puro teatro - La Lupe

lunes, 28 de marzo de 2016

Dylan en romance (8)

 
Je t'aime (I want you) - Serge Kerval (Serge Kerval chante Bob Dylan, 1971)

Serge Kerval fue un cantante bretón que nació en Brest en 1939 y se suicidó en Nantes a los 59 años. Kerval era fundamentalmente un folklorista que interpretó canciones tradicionales de diversas regiones de Francia y durante los sesenta dejó unos cuantos LPs que imagino que son referencia obligada en la materia. Pero también cantaba temas de gente que admiraba (Léo Ferré, Charles Trenet, Anne Sylvestre) e incluso musicalizó textos poéticos de nombres como Victor Hugo, Pierre Seghers o el mismísimo Julio Verne. En el 71 publica un álbum dedicado a Bob Dylan con doce canciones pasadas al francés, ninguna de las cuales había sonado antes en ese idioma. Hay que decir que selecciona temas relativamente recientes en ese momento: siete de Blonde on Blonde (1966), tres de New Morning (1970) y dos de Selfportrait (1970); ninguno de estos discos de Dylan se había publicado cuando Aufray presentó el suyo seis años antes. Y digo esto porque la comparación es obligada; lo malo es que, por más que he buscado, no he conseguido más que dos canciones del disco de Kerval. Parece que el disco original se pasó a CD en 1996, pero no se comercializa en digital por Internet (sólo he encontrado algunos ejemplares de segunda mano del vinilo bastante carillos y a tanto no llega mi manía coleccionista). En todo caso, quienes lo han escuchado y hacen público su juicio crítico (por ejemplo, Alan Bumstead), nos dicen que se trata de un álbum bastante bueno “en general”, que actualiza, en “modo rock’n’roll”, las versiones de aire más “folkie” de Aufray, recurriendo a unas bien provistas bandas de acompañamiento y a unos excelentes arreglos. Sin embargo, del lado del debe señala que las letras no le parecen tan correctas como las de Aufray, que no logra como aquél mantener el timing de los temas originales y a veces el silabeo no termina de encajar en la estructura métrica (y rítmica) de la canción; no obstante, se apresura añadir que tampoco es un defecto que llame demasiado la atención. Concluye su crítica con una encarecida recomendación del álbum, pero no nos da ningún enlace que nos permita escuchar o descargar las canciones. Aún así he conseguido las dos canciones que salieron en disco sencillo. Son el I want you (traducido muy ortodoxamente como Je t'aime) y el Most likely you go your way (éste menos literalmente titulado Va ton chemin). La verdad que las dos interpretaciones se ajustan bastante a las originales, Kerval no asume demasiado riesgos. También es verdad que, sobre todo en la segunda, algunas frases francesas chirrían un poco, pero en conjunto las dos me han agradado.


 
 Va ton chemin (Most likely you go your way) - Serge Kerval (Serge Kerval chante Bob Dylan, 1971)

Entre los dos discos monográficos, el de Aufray del 65 y el de Kerval del 71, hubo algunas otras versiones de canciones de Dylan en francés. Voy a referirme a dos que tienen la particularidad de que, si bien traducidas al francés, estaban interpretadas por extranjeros. La primera es Adieu Angelina, interpretada por la griega Nana Mouskouri. El tema original (Farewell Angelina, obviamente), Dylan lo había compuesto para el Bringing it all back home pero al final se quedó inédita. Quien la había grabado en ese mismo año de 1965 fue –como no– Joan Báez, que sería con toda seguridad la referencia de Mouskouri. Ésta graba la canción en su álbum de 1967 Le Jour où la colombe, que la consagró definitivamente en Francia, donde residía desde 1960. Nana cantaría más temas de Dylan en francés (y también en inglés e incluso, creo, en alemán); en mi colección tengo A hard rain's a-gonna fall, Love minus zero/No limit y Tomorrow is a long time; pero para este post basta con su primera incursión, claramente influida por la Báez.

 
 Adieu Angelina - Nana Mouskouri (Le Jour où la Colombe, 1967)

La segunda versión que quiero traer aquí es nuevamente de If you gotta go, go now, la misma que un años antes había interpretado Johnny Halliday (y que ilustra el anterior post de esta serie). La graban en 1969, primero en single y luego en su tercer LP Unhalfbricking, los londinenses Fairport Convention ahora con un título más ajustado:Si tu dois partir. Esta banda había surgido un par de años mirando hacia el folk norteamericano (más tarde evolucionarían hacia el folk-rock y las raíces británicas), obviamente con Dylan como una de sus referencias. Al igual que Farewell Angelina, Bobby no había publicado este tema –compuesto también durante las primeras sesiones de Bringing It All Back Home en 1965– y, en ese mismo año y que yo sepa, la habían grabado sin mucha difusión los Liverpool Five, un grupo de esa ciudad inglesa que se había asentado en la costa Oeste de los USA y, sobre todo, Manfred Mann, el sudafricano ya residente en Inglaterra. No tengo muy claro por qué los Fairport decidieron hacer su versión en francés. Antes de grabar el LP, la discográfica de Dylan les había pasado para que escucharan las sesiones de lo que luego serían las Basement Tapes y habían quedado entusiasmados (de hecho, graban dos de esas canciones, pero las que nos ocupa no iba en ese lote). Intuyo que les tuvo que hacer gracia (o todo lo contrario) la interpretación de Halliday, el empujón para decidirse a ofrecer su alternativa. Richard Thompson, el gitarrista de la banda, ha contado que se les ocurrió que sería divertido hacer una versión al estilo cajún (el francés de Lousiana) y, en medio de una de sus actuaciones, pidieron voluntarios para que les ayudaran con la adaptación. Parece que se sumaron tres personas al proyecto y al final el resultado ni es muy cajún, ni muy francés ni menos muy Dylan. A mí, la verdad, no termina de convencerme (un año después, en el 70, los Flying Burrito Brothers la interpretaron en inglés haciendo una versión mucho mejor), pero merece estar en este post. Hela aquí:

 
 Si tu dois partir - Fairport Convention (Unhalfbricking, 1969)

Para acabar este post pondré otra versión en francés de la misma canción, esta vez a cargo de un trío rockero de los setenta, Bijou, que la grabó en un single de 1977. No conocía a estos chicos, émulos en las Galias de los mod británicos (de los Who, por ejemplo) y que grabaron cinco LPs entre el 77 y el 81. La canción de Dylan sólo aparece en un recopilatorio de 1989 titulado Pic à glace. Un rock un poquillo elemental, ingenuo casi, pero se deja escuchar, tampoco está mal. Tengo localizada alguna que otra versión "suelta" más de Dylan en francés, pero creo que con las que he he subido a este post nos podemos hacer una idea suficiente. Así que podría dar por acabado el capítulo del Dylan francés si no fuera porque me falta una figura importante a la que habré de dedicar el siguiente post.

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 Si tu dois partir - Bijou (Pic à Glace, 1989)

sábado, 26 de marzo de 2016

Cruyff

Después de la Guerra Civil, a mi abuelo, telegrafista, lo trasladaron como jefe provincial a Gerona. Ahora no tengo aquí la breve biografía de los años infantiles de mi padre que después de su muerte hizo mi hermano así que no puedo asegurarlo, pero creo que cuando se trasladaron a Gerona ya había muerto mi abuela biológica y mi abuelo había contraído segundas nupcias con la adusta señora a la que conocí como mi “abuelita”. Tampoco puedo dar una fecha precisa, pero calculo que estamos hablando de los primeros cuarenta, así que mi padre sería ya todo un adolescente entre doce y catorce años, a diferencia de sus dos hermanos menores, aún niños. En fin, que aunque mis abuelos residieron esa temporada (que creo que no fue larga) en Gerona, a mi padre lo mandaron interno a los Jesuitas de Sarriá, en Barcelona. Tengo entendido que está considerado uno de los colegios de la élite catalana y, desde luego, mi abuelo nunca anduvo sobrado de recursos económicos. Imagino que, en calidad de afecto al Régimen desde los primeros días (de niño me contó que el 19 de julio del 36, al conocerse el alzamiento de Marruecos, en su calidad de jefe de correos de un pueblo gallego instó al cabo de la Guardia Civil a detener al alcalde socialista republicano) le harían un precio especial, aunque ya para entonces estaba muy apartado del franquismo triunfante, como siguió hasta su jubilación, sin aprovecharse de los beneficios de la victoria. Bueno, no me enrollo porque ni es el objeto del post ni, la verdad, sé gran cosa de la vida y milagros de mi abuelo cuando no era el anciano que yo recuerdo. Lo que cuenta es que mi padre hizo uno o dos cursos, probablemente los últimos del bachillerato, interno en San Ignacio (estaba entonces prohibido llamarlo Sant Ignasi), en el hoy barrio barcelonés de Sarriá.

De esa breve temporada, aparte de las enseñanzas académicas, a mi padre le quedó un cierto dominio del catalán (así que su parla no debería estar tan prohibida) del cual dio algunas muestras en mi presencia, y no me refiero sólo al empeño en recitarnos de vez en cuando, intentando que lo memorizáramos, un puñetero trabalenguas sobre dieciséis jueces que se comían el hígado de un ahorcado al que ellos mismos habían condenado*; bastante desagradable, la verdad. Pero también y sobre todo, hizo amistad con el vástago de una familia de la alta burguesía barcelonesa, Fernando D, que mantuvo durante toda la vida. Recuerdo bien la última vez que vi a Fernando: fue en el funeral de mi padre, a finales de 2000, y el hombre, muy deteriorado físicamente, estaba absolutamente compungido, llorando a moco tendido; no sabría decir, en cambio, cuándo lo conocí. Fernando y mi padre, uno en Barcelona y otro en Madrid, habían seguido en contacto desde muchachos y, al menos en lo familiar, parecían llevar vidas paralelas: ambos se habían casado más o menos por la misma fecha y ambos tenían seis hijos emparejados en edades casi todos. La principal diferencia estribaba en lo económico: mientras Fernando se había dedicado a los negocios –supongo que apoyándose en sus vínculos familiares– y contaba con una desahogada situación, la de mi padre podía calificarse de apurada (no éramos pobres, pero el dinero llegaba para lo justo, sin ningún extra). Cuando, niños todavía, Fernando viajaba a Madrid y nos hacía una visita, siempre nos dejaba algún regalito o, al menos, una moneda de cinco duros (todo un capital). Y en el verano del setenta y tres nos regaló a mi hermana y a mí un mes de vacaciones con su familia en la casa que tenían en Playa de Aro. Por entonces, aunque ya claramente orientado al turismo de masas, no era lo que es hoy. Lo cierto es que guardo fantásticos recuerdos de esas vacaciones, en las que, probablemente por primera vez, experimenté la sensación de libertad y de aventura con Luis, el hijo mayor de Fernando, de mi misma edad.

Contados los antecedentes, pasemos a hablar de fútbol. Empezaré aclarando que, aún habiéndome criado en Madrid, nunca fui de ninguno de los dos principales clubes de la capital e incluso al Real le tenía manía (y no se la he perdido), creo que por la prepotencia chulesca tan habitual entre sus aficionados que casi, por ósmosis quizá, parecía haber adquirido carácter institucional. Ahora bien, por mucho que se le imputara ser el equipo del Régimen y por tanto contar con ayudas para obtener más triunfos de lo que merecía, hay que reconocer que el Madrid del final de mi infancia y adolescencia era muy bueno. Mi infancia y adolescencia se correspondieron con el Madrid de Di Stéfano (del cual no me acuerdo) y de sus sucesores inmediatos, que cuasi-monopolizaron el campeonato español (y Europa) desde mediados de los cincuenta hasta finales de los sesenta. Justo en el cambio de década esa supremacía se rompió con dos ligas que no pudo ganar (la del 69-70 se la llevó el Atlético de Madrid y la del 70-71 el Valencia), pero con los yeyés, los Pirri, Amancio, Velázquez, no sé si aún seguía Gento, volvió a ganar las dos ligas siguientes. Por tanto, cuando en otoño del 73 empezaba quinto de bachillerato, yo, como la mayoría de mis amigos, daba por sentado que el Madrid volvería a ganar la liga. Pero esa temporada para mí iba a ser especial, porque gracias a Fernando, que no sé que cargo tenía en la federación española de fútbol en Barcelona (o algo así), se me ofrecieron pases para ambos estadios madrileños. De modo que casi todos los domingos, eligiendo de acompañante un amigo distinto entre los cuatro más íntimos de entonces, acudía ya al Bernabeu ya al Manzanares a ver “en vivo y en directo” un partido de la primera división y a vivir la inmersión en el enardecimiento de las masas. Después de tan intensa dosis adolescente de estadio, quedé saciado y en los siguientes cuarenta años no habré ido más de diez o quince veces. Me sigue gustando el fútbol (aunque ya no veo cualquier partido), pero prefiero verlo en la tele (bien es cierto que las retransmisiones actuales nada tienen que ver con las pésimas en blanco y negro de finales de los sesenta y primeros setenta).

Esa temporada iba a ser especial, y no porque yo fuera al fútbol casi todos los domingos. La gran novedad era que, después de varios años, se volvía a permitir el fichaje de extranjeros (estaba prohibido desde mediados de los cincuenta, salvo los llamados “oriundos”, fuente de bastantes fraudes). De este modo vino a la liga (porque en la Copa seguían sin poder jugar) el genial delantero del Ajax, Johan Cruyff; tras un largo culebrón, el 13 de agosto del 73 el Barcelona acordó con el club de Amsterdam el traspaso por la exorbitante cantidad de 60 millones de pesetas (360.000 €). También, con menos alharaca, había llegado a Barcelona el peruano Sotil. El Madrid, por su parte, se reforzaba con el alemán Günter Netzer, un medio centro ofensivo que provenía del Borussia Mönchengladbach. Aún así, ni uno ni otro de los grandes rivales tuvieron buen comienzo: tras enfrentarse en el Nou Camp en la sexta jornada con un aburrido empate sin goles, el Madrid iba noveno y el Barça decimoséptimo. Bien es verdad que Johan aún no había debutado; lo haría dos domingos después, el veintiocho de octubre del 73, ante el Granada, famoso en la época por tener una de las defensas más leñeras. Cruyf marcó dos goles de los cuatro del equipo y, a partir de ahí, el Barça dio un cambio radical, tanto que sólo cinco jornadas después alcanzaba el primer puesto del que ya no se bajó en lo que quedaba de temporada. En cambio, el Madrid seguía renqueando y así, en enero del 74, sustituyeron a Miguel Muñoz por el canario Molowny, recurso habitual de pagarla en el entrenador que, como en la mayoría de los casos, no dio los resultados esperados. Y por fin llegamos a la fría tarde del 17 de febrero de 1974, jornada vigésimo segunda, en la que el líder visitaba el Bernabeu con muchas expectativas entre los catalanes que apenas se atrevían a pronunciar en voz alta. Ese fin de semana, Fernando D viajó a Madrid, para ver el partido en el palco, dado su cargo. Lo acompañaba Luís, su hijo, quien fue mi acompañante en ese partido, para cabreo de los cuatro habituales de los otros domingos.

Lo que pasó esa tarde forma parte de la historia del fútbol español –de la fausta del Barcelona y de la infausta del Madrid– y es suficientemente conocido como para evitarme cualquier amago de crónica. Diré sólo que aluciné (aunque entonces todavía no se usaba esta palabra) con el juego del Barça y me impresionó ese 9 desgarbado que, efectivamente, era tan bueno como decían. Mi amigo Luis estaba que no cabía en sí de gozo, emocionado hasta las lágrimas y, como me dijo, con la euforia de estar siendo partícipe de la historia con mayúsculas, algo que yo no he sentido nunca, quizá por alguna carencia sensitiva o quizá porque no tengo muy claro cuando hay que ponerle mayúsculas a la historia. Cuando acabó el partido, tal como habíamos quedado con su padre, nos acercamos al pasillo que daba acceso al palco de autoridades (recuerdo que era un estadio muy distinto del actual, anterior a las reformas). Fernando estaba aún más exultante que su hijo cuando apareció y nos dijo que lo acompañáramos adentro. Ahí estaban varios señorones que me eran desconocidos, en un reparto contrastado de júbilos y cabreos. En un rato, después de que se asearan, iban a subir Rinus Michels, el entrenador del Barça, con dos o tres jugadores, entre ellos Cruyff. Así lo conocéis, nos dijo Fernando; a mí, la verdad, no me ilusionaba demasiado, me sentía muy fuera de lugar, incómodo. En efecto, media hora después apareció la pequeña embajada de los vencedores y entre ellos el extraordinario holandés. Hubo un excitado remolino de presentaciones: manos que se estrechaban, palmadas en los hombros, abrazos incluso. En un breve momento de esa ceremonia de la confusión, Fernando y el que supuse que era el presidente del Barcelona, Agustín Montal, se plantaron frente a nosotros, los dos críos arrinconados, escoltando al héroe del día. Mira Johan, dijo Fernando, éste es Luis, mi hijo, y Miroslav, un buen amigo nuestro. Y Cruyff, con una sonrisa seria, nos dio a cada uno la mano, nos dijo algo así como hola amigo y siguió su ronda. Así que uno de los más grandes genios del fútbol me dio la mano y me llamó amigo. Lo cierto es que nunca lo valoré especialmente; de hecho, creo que ni siquiera lo comenté entre los compañeros al día siguiente ni casi a nadie más en los más de cuarenta años que han pasado desde el famosísimo cero a cinco del Bernabeu.


Ahora, a su muerte, me ha apetecido contarlo. Ayer incluso me compré el Marca porque traía un suplemento especial dedicado al “genio que reinventó el fútbol”, apreciación que me parece acertada y justa. No tuvo nada que ver con que me saludara un instante en el palco del Bernabeu, desde luego, pero a partir de entonces me convertí en un seguidor y admirador de Cruyff. Ese verano se jugó el Mundial de Alemania; Holanda, la naranja mecánica, llegó a la final y a mí me habría gustado que ganara (pero enfrente estaba Beckenbauer con los suyos y encima jugaban en casa). Luego, cuando yo ya era “mayor” (había acabado la universidad), Johan se convirtió en entrenador y revolucionó el fútbol, más todavía que como jugador. Su dream team abrió el camino para acercar fútbol y estética, creó una escuela (porque es verdad que ha habido muestras anteriores de belleza futbolística, como el jogo bonito de Brasil, pero se me antojan resultado más de las genialidades artísticas de unos individuos brillantes que de unos planteamientos preconcebidos y ensayados). En fin, sería ridículo que yo me pusiera ahora a elogiar la genialidad de ese holandés irreverente y único, pero sí quiero dejar constancia de mi tristeza: se nos va otro de los más grandes, uno de los que ha contribuido a hacernos la vida más feliz, al menos a quienes disfrutamos con el buen fútbol.

* Setze jutges d’un jutjat mengen fetge d’un penjat; si el penjat es despengés es menjaria els setze fetges dels setze jutges que l’han jutjat.

jueves, 24 de marzo de 2016

Al interfono

Pasar a verla. Una acción que se me enunció mentalmente, de improviso. Tardé un rato en cuestionármela, bastante. Pensé luego: las neuronas se me bloquean, me hago viejo. O no, a lo mejor era yo –pero, ¿quién soy yo?– el que las bloquea. Tardé, tardé un rato, tanto que me di cuenta cuando caminaba junto al parque, a unos metros solo de la bocacalle de tantos años. No siempre sabemos por qué hacemos una u otra acción, como si fuéramos marionetas gobernadas por algún dios griego, movidos por un Destino de cortos vuelos, dobla la esquina, llégate hasta el portal, pulsa el interfono.

Obedecí, no quise pensar, quizá el absurdo imposible condujera hacia la redención. Mi dedo directo, memoria dérmica. Sonó el timbrazo, zumbido largo, desagradable. Los ladridos de los padres, la respuesta automática que reconstruye la cotidianeidad perdida. –¿Sí? –Hola, ¿Alicia? un silencio, se suspende el tiempo, el mundo, se rompe la lógica. Siento frío, el cielo se ha oscurecido, ya es tarde. –No (titubeando), Alicia no está. Bueno, Alicia ... Silencio, pero silencio denso, tanto que los mensajes que encierra no pueden sostenerse, parece que van a desprenderse, a desparramarse sobre el aire frío. Y entonces sería el desastre.

–Vero (pronuncio su nombre, mi voz suena desesperada, agrietada por un gallo), Vero déjame subir para que la esperemos. ¿Qué desatino he dicho? ¿Acaso me he vuelto loco? Oigo –creo oír, tal vez mis oídos lo estén inventando– un sollozo, un sollozo apagado, enmudecido, ronco. Siento un desgarro en el abdomen, las piernas me tiemblan, he de apoyarme sobre la pared, la cara pegada al interfono, al silencio eléctrico, al fantasma del miedo. –Vero, por favor (casi es un susurro, un lamento que intenta vocalizarse).

–Eres tú, ¿eres tú? Pero, ¿cómo ...? No acaba la pregunta (pero mi cerebro la completa: ¿cómo te atreves?) No acaba porque el sollozo amagado se desborda en torrente. Con las dos manos, enmarcándolo, sujeto el interfono, pego mi boca a la rejilla sucia, lloro un no prolongado, un lamento atávico ascendiendo de las tripas que se me desangran como rajadas por mil cuchillas. –Maldito seas, maldito, maldito, maldito ... Escucho la condena del odio mientras el dolor hace que mi cuerpo se retuerza, que resbale por la pared, hasta quedarme ovillado en los escalones del portal. –Vete, maldito seas, vete y no vuelvas más.

Fui piedra durante la eternidad de esa pena, pero volvió el tiempo y me pude ir. La penitencia no cesaría. Si no hubiera sido así, si no fuera por ti, si no por mí.

 
If not for you - Sophie Madeleine (Runaway Orchestra, 2013)

martes, 22 de marzo de 2016

Dylan en romance (7)

Sigo aún con el viejo (que ya lo es) Aufray y he de empezar este post afrancesado reconociendo una errata del anterior. Dije que Hugues había pasado al gabacho el Don’t think twice a principios del 64, pero que no llegó a grabarlo. Falso, sí lo hizo, como he descubierto gracias a un blog en flamenco (y a la traducción automática de Google). En ese, para él, importante año de 1964 publicó un EP a 45 revoluciones de cuatro canciones, con N'y pense plus, tout est bien como la primera de la cara B. En la grabación le acompaña su grupo de skiffle, efímero estilo precursor del rock, popular sobre todo en la Inglaterra de finales de los cincuenta (hasta Lennon tuvo un grupo así) al que creo que ya me he referido en algún post anterior. Por cierto, para hacer este primer tema de su repertorio dylaniano, Aufray ya contó con Pierre Delanoë como letrista. Bueno, el caso es que Hugues adquiere no poco renombre en Francia a partir de su LP de canciones de Dylan en francés, y acompasa su carrera de trovador progre con la de activista de varias causas, entre ellas las ecológicas en unos tiempos (la segunda mitad de los sesenta y primera de los setenta) en que no eran tan omnipresentes como años después. Su consagración como sumo sacerdote del Dios en Francia llegó en 1984, durante el breve European Tour. En los dos últimos conciertos –París, 1 de julio y Grenoble, 3 de julio– Hugues fue invitado por su amigo a compartir el escenario. Es una pena que no haya econtrado videos de esas  actuaciones, pero gracias a la biografía de Paul Williams sé que cantó en francés el The times they are a-changin’. Por cierto esos conciertos fueron pocos días después de los dos que ofreció en España, la primera vez que acudía a nuestro país. Yo asistí al de Madrid, en el estadio del Rayo, con Santana como telonero; aunque suele decirse que su éxito fue apoteósico, no lo recuerdo especialmente espectacular, quizá porque tres años me había deslumbrado en Londres.

 
N'y pense plus, tout est bien - Hugues Aufray (Tout le long du chemin, 1964)

Pero antes, el 24 de mayo de 1966, Bob Dylan dentro de la gira europea se había dado un breve salto a Francia para actuar en el Olympia parisino acompañado por The Band. Esa gira europea se ha hecho famosa por las broncas que generó en el público, que quería escuchar temas acusticos (que interpretaba durante las primeras partes de los conciertos) y rechazaba los eléctricos. De hecho, tras los conciertos finales en el Royal Albert Hall, Dylan estaba ya de bastante mala leche, con ganas de volverse a los Estados Unidos; mejor habría hecho en quedarse por estos lares y así, a lo mejor, se habría evitado el famoso accidente de moto de finales de julio. Pero volvamos a su breve visita del 66 a París. Se aloja en el Georges V, donde da una conferencia de prensa el 23 de mayo. Al día siguiente, actuación en L’Olympia. En el público está una jovencísima François Hardy, que admira al norteamericano, aunque no sabe que a él ella le gusta mucho. En el intermedio Dylan tarda en salir para dar inicio a la parte eléctrica del concierto, el público empieza a impacientarse. De pronto, un desconocido se acerca a François para darle un recado del cantautor: Dylan no piensa salir si no vienes conmigo a saludarlo al backstage. La chica alucina pero qué va a hacer; lo acompaña, desde luego, y así conoce a Bobby, sentados sobre unos altavoces, entre cables por el suelo. La Hardy dirá que lo notó en muy baja forma, alicaído, como si sólo un tenue hilo lo amarrara a la vida. En todo caso, acepta asistir a una fiesta con unos pocos amigos luego en el Georges V. Allí estarán Johnny Halliday, la por entonces muy popular Zouzou y, por supuesto, el amigo francés, nuestro Hugues Aufray. Por entonces el más popular de los franchutes era Johnny, sin lugar a dudas, quien resultaba que había hecho una adaptación al francés del If you gotta go, go now con el nada literal título de Maintenant ou jamais (O sea, en vez de "si tienes que irte, vete ya", "ahora o nunca") y se había empeñado en que le presentaran a Bobby con quien había pasado la velada anterior. Pero, claro, entre el pretencioso rubito y la melancólica y dulce francesita Dylan no tuvo ninguna duda cuando llegó al hotel y, pasando huraño del resto de invitados, se metió con ella a solas en la habitación. La Hardy ha contado que le pidió un beso pero que a ella no le atraía nada, y que entonces se puso a cantarle dos canciones que aún eran inéditas: I want you y Just like a woman (lo cierto es que no lo eran: Blonde on Blonde se había publicado una semana antes pero obviamente aún no habría llegado a Francia). En fin, tampoco es objeto de este post enrollarme con los chismorreos del Dylan joven y alocado, así que no sigo más por ahí y aprovecho para colgar una actuación televisiva de Halliday interpretando su adaptación de la canción de Dylan (no me convence nada, advierto).


Volvamos pues a Aufray, que aún no ha dicho su última palabra en lo que a estos posts concierne. En 1995, alcanzada la edad de jubilación aunque desconozca esa palabra, para celebrar que se cumplen treinta años de su precursor LP de versiones de Dylan, decide sacar un doble disco doble, en el que en el primero recupera las canciones viejas regrabadas (las once originales más el Don't think twice y el Mr. Tambourine man), y en el segundo ofrece trece nuevas traducciones. Este Aufray Trans Dylan suena más moderno, más redondo, más potente que el del 65; manteniéndose en la fidelidad interpretativa de Hugues ante su ídolo, los arreglos están bastante más actualizados y, a mí al menos, me gusta bastante más que el original. Ha de tenerse en cuenta que para esos años finales del siglo pasado, ni él ni Dylan eran ya lo que fueron en aquellos lejanos sesenta; tampoco lo es el mundo. En lo concerniente a la evolución musical y, concretamente, la de Dylan en Francia, también muchas cosas han pasado y me da por pensar que, a lo mejor, dado que había sido él quien había inaugurado el canon dylaniano francés quería ahora revisarlo a modo de ejercicio de autoridad moral. Piénsese que durante esos treinta años se habían grabado no pocas versiones de canciones de Bobby en ese idioma e incluso había salido otro álbum monográfico. Pero de todo ello hablaremos en el siguiente post porque éste creo que conviene dejarlo aquí completándolo con los temas de este Aufray Trans Dylan.


Como puede comprobarse, he subido la totalidad del disco a un servidor que uso por primera vez; ya veremos lo que dura y cómo funciona. Desde luego, para el objeto de este post es fantástico, porque permite al lector escuchar todos los temas. Y así doy por concluida mi relación bloguera con Hugues Aufray, muy interesante y de una vitalidad envidiable, que a sus 88 años largos sigue en activo (en su web se puede consultar el calendario de conciertos; el próximo en Châtellerault el 15 de abril) y no sólo musicalmente: según declaró en una entrevista hace tres años, pese a llevar casado nada menos que desde el 51, en la actualidad tiene una segunda compañera con la que satisfacer sus necesidades sexuales que su esposa -con la que sigue- ya no puede satisfacer; y dice no conocer el viagra). 

lunes, 21 de marzo de 2016

Traducción de poemas (y de canciones)

Long long time ago –hace treinta y pico años– una amiga medio inglesa me regaló, en una edición barata, una antología de poemas isabelinos (e isabelino, claro está, remite al reinado de la pelirroja inglesa y aún años después). El librito estaba en inglés y, para colmo, en un inglés de época (isabelina, vaya por Dios); es decir, no era precisamente una lectura fácil para un españolito con la deficiente formación en idiomas que nos tocó a los de mi generación. Aún así, como la chica me lo había dado con mucho entusiasmo y además era muy guapa (¿que qué tiene que ver? amos, hombre), pues me esforcé en leerlo, y leer, estaremos de acuerdo, equivale a entender. Fueron esfuerzos arduos y muy poco productivos: apenas traduje malamente tres o cuatro poemas, y ninguno demasiado largo. Además, mis pobres resultados no dieron pie a estrechar mi relación con esa rubia deliciosa y se acabó el mes de vacaciones sin dar tiempo a que pasaran sino anticipos de lo que nunca vino. No la he vuelto a ver y ya casi ni la recuerdo (he tardado un buen rato en lograr traer su nombre a la memoria, se llamaba Mónica), pero sí me acuerdo del poeta que tanto me costó traducir: John Donne.

El caso es que ayer, de regreso de mis tareas agrícolas de fin de semana (poco más que arrancar malas hierbas, dado el mal tiempo reinante), leo en el epílogo del último post de Lansky una referencia a uno de aquellos poemas isabelinos, en concreto al titulado The sun rising. Petulante, busqué entre mis viejos papeles el cuaderno de aquellos tiempos y sorprendentemente encontré mi traducción de entonces (siempre me es una sorpresa encontrar algo) que no me resistí a endosar en los comentarios al post de Lansky, pese a su obvia impertinencia. Pero no quedó ahí la cosa sino que, ya puesto, quise comprobar tantos años después la calidad de aquella traducción juvenil, comparándola con otras que, presumí, podría encontrar fácilmente en la red. Y sí, pude encontrar unas cuantas versiones del poema de Donne traducido, cuatro para ser exactos. En mi opinión –que confieso que puede estar condicionada por cierta ternura hacia aquel chaval que fui–, la traducción que hice merece al menos un aprobado, en especial si consideramos los atenuantes personales. Es más, incluso me gusta más que una de las cuatro que encontré, curiosamente la de fecha más antigua. No obstante, he de reconocer sin paliativos que la otras son netamente superiores en calidad, especialmente la que más me ha gustado y que, significativamente, es la que más se repite en las búsquedas de internet, la de Jordi Doce, cuya primera estrofa transcribo a continuación (quien quiera conocer la mía que la consulte en los comentarios al post de Lansky):
Viejo necio afanoso, ingobernable sol,
¿por qué de esta manera,
a través de ventanas y visillos, nos llamas?
¿Acaso han de seguir tu paso los amantes?
Ve, lumbrera insolente, y reprende más bien
a tardos colegiales y huraños aprendices,
anuncia al cortesano que el rey saldrá de caza,
ordena a las hormigas que guarden la cosecha;
Amor, que nunca cambia, no sabe de estaciones,
de horas, días o meses, los harapos del tiempo.
Jordi Doce (Gijón, 1967) es poeta, crítico y traductor. Licenciado en filología inglesa y doctor en letras por la universidad de Sheffield, porta sin duda mucho más equipo que el que yo tenía (y sigo teniendo) para afrontar estas tareas traductoras. Lo cierto es que no lo conocía y anoche pasé un rato curioseando su blog y leyendo poemas propios y ajenos (traducciones), gustando de esos versos suyos. Luego, me topé con un libro que recoge unas conferencias pronunciadas en un ciclo denominado Poesía en traducción que, coordinado por el mismo Jordi Doce, se celebró en el Círculo de Bellas Artes de Madrid entre marzo de 2006 y febrero de 2007. Aproveché para leer el último de los ensayos, a cargo de Andrés Sánchez Robayna, poeta y catedrático de Literatura española en la Universidad de La Laguna, además de experimentado traductor de poesía (dirige también el Taller de Traducción Literaria de dicha Universidad). El artículo es de esos que, sin revelarte grandes descubrimientos, tiene la no menos valiosa virtud de ordenarte ideas que a uno le bullen confusas en la cabeza de modo que, tras su lectura, te quedas con la sensación de que todo cuadra mejor.

Dice Sánchez Robayna que, para él, la traducción (y aquí no debe limitarse sólo a la de poesía) es una forma privilegiada de leer. Traducir sería leer con la mayor intensidad de la inteligencia y de la sensibilidad, obligarse a poseer hasta lo más íntimo un texto dada la exigencia de traspasarlo, convertirlo, a otro idioma, el que nos es propio. Desde mis modestísimos y siempre dolorosamente esforzados ejercicios de lector en lenguas ajenas (sólo en inglés e italiano) no puedo estar más de acuerdo. Ayer mismo, por ejemplo, empecé la biografía de Curzio Malaparte escrita por Maurizio Serra, que me he conseguido en e-book. Está en italiano y, por tanto, su lectura me obliga a mucha más atención que si fuera en castellano. Al no ser poesía, dispongo de un grado mayor de relajo, sin que haya necesariamente de ir construyendo, frase a frase, la equivalente española; me basta captar el "significado suficiente", incluso permitiéndome algunas elipsis que no son sobreentendidos sino ignorancias. Por otra parte, una de las nada desdeñables ventajas de los e-books es la posibilidad de resaltar una palabra y obtener su traducción (siempre que tengas cargado un diccionario de la correspondiente lengua), lo que aligera sobremanera el ritmo de lectura. Pero, en resumen, lo cierto es que esta lectura en lengua ajena (en la que voy traduciendo, al margen de que tal traducción la transcriba) es bastante más exigente y, en consecuencia, mucho más fructífera en la interiorización que hago del texto.

Pero del artículo de Sánchez Robayna quiero resalta, en especial, su contundente afirmación de que "la traducción de un poema ha de ser, ante todo, un poema". Citando una frase de Borges ("ningún problema tan consustancial con las letras y con su modesto misterio como el que propone una traducción"), asegura que la traducción literaria (él se refiere específicamente a la de poesía) es en lo fundamental una discusión estética, por encima de las dimensiones semánticas, psicológicas, sociológicas, etc (por más que éstas estén siempre presentes). Dicho de otra forma, una buena traducción de un buen poema da como resultado un buen poema en la lengua de destino. Hay, naturalmente, muchas consideraciones a tener en cuenta, tanto para convenir qué es un buen poema como para matizar las pautas a tener en cuenta en toda traducción poética. Pero éstas no cuestionan la veracidad radical de la afirmación que, aprovechando mis modestos divertimentos cotidianos (de los cuales son testigos quienes pasan por este blog), me ha hecho pensar en la traducción de canciones, por ejemplo, las de Dylan, cargadas casi todas de gran fuerza poética. Ahora que estoy embarcado en una serie sobre el repertorio dylaniano en las lenguas romances, no he dejado de pensar en más de una muestra sobre las divergencias entre las letras propuestas en francés o italiano (todavía no he llegado al español) y las que podrían ser la traducción "literal" al idioma correspondiente. Como alguna vez me ha dicho Vanbrugh, lo importante es que las nuevas letras sean buenas en sí mismas.

Naturalmente, aunque un poema traducido (o una canción) no haya de corresponderse literalmente con el original, sí hay que respetar algunas pautas mínimas, criterios y nunca recetas. No voy ahora a referirme a estas pautas, varias de las cuales las apunta Sánchez Robayna en su artículo, entre otras razones porque todas responden al sentido común. Sí me interesa destacar que la aplicación de las mismas depende casi totalmente de la sensibilidad literaria del traductor. Por eso, siempre las mejores traducciones son las de quienes escriben con maestría en la lengua de destino (incluso aunque apenas conozcan la de origen, por paradójico que parezca); y esto es especialmente verdad en poesía, tanto que me temo que hay que ser poeta para osar traducir poemas en otros idiomas. Al traducir, en suma, se está recreando el texto, exprimiendo su expresividad artística en una materia distinta de aquélla con la que fue creado. Conocía yo una célebre igualdad dicha en italiano (traduttore = traditore), la misma idea que se contiene en una frase de Robert Frost citada por Robayna: "la poesía es lo que se pierde en la traducción". Traiciones y pérdidas no son, en absoluto, consustanciales a la traducción, sino a las malas traducciones. Lo que pone de relieve la altísima relevancia de los buenos traductores para quienes, como yo, apenas dominamos la lengua propia.

viernes, 18 de marzo de 2016

Edificabilidad

La propiedad es la institución jurídica fundamental para definir la sociedad humana. No creo exagerado considerar así este artificio que es la propiedad, el "invento" por el cual institucionalizamos unas relaciones de dominio de los individuos sobre las cosas (y dentro del término cosas se incluyen otras personas). De otra parte, como todo elemento integrante de la realidad imaginada (véase el reciente post de Lansky), aún careciendo de existencia material u objetiva, o más bien precisamente por ello, la propiedad adquiere en la psicología de los humanos una fortísima carga emocional. Bien es verdad que no en todos igual, pero más de una vez me he sorprendido descubriendo en personas en quienes ni se me habría ocurrido una intensa valoración afectiva del derecho de propiedad (naturalmente cuando se pone en cuestión el suyo). De hecho, la limitada democratización de la propiedad ha demostrado ser uno de los recursos lampedusianos más eficaces para extender el conservadurismo ideológico. Pero no pretendo filosofar sobre la propiedad, sino referirme a un aspecto concreto de una de las muchas clases de propiedad, la que se ejerce sobre los bienes inmuebles, especialmente sobre el suelo, las parcelas que se localizan en las ciudades. Y ello porque ese asunto pertenece directamente a mi ámbito profesional y sobre el mismo me tocó declarar el miércoles en la Sala de lo contencioso-administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Canarias.

En derecho urbanístico se llama contenido del derecho de propiedad al conjunto de facultades (y deberes) que se atribuyen al propietario de una parcela urbana (o de una edificación o parte de ésta). Como es más que sabido –aunque no esté completamente interiorizado por todos– el derecho de propiedad no es absoluto, sino que se ejerce dentro de los límites que establecen las leyes; y, en el caso, de la propiedad sobre fincas urbanas (y no urbanas), aunque hay un marco básico establecido por la legislación urbanística nacional y, sobre todo, por la autonómica que toque, lo que el propietario puede hacer en su propiedad lo definen los planes, normalmente el plan general elaborado por el Ayuntamiento correspondiente. ¿Y qué puede hacer el propietario de una parcela urbana? Pues si el Plan la ha calificado con un uso "dotacional" (por ejemplo, como parque urbano o viario público) nada, salvo instar a la Administración a que se la expropie con el pago del preceptivo justiprecio. Si, en cambio, la calificación que otorga el Plan sobre su terreno es "lucrativa", tiene derecho (y deber, aunque éste rara vez se exige) a construir en su solar un edificio que se ha de destinar a alguno de los usos permitidos. Por supuesto, las dimensiones de ese futuro edificio (la superficie edificable en m2c) vienen establecidas también por el Plan a través de diversos parámetros (altura máxima, porcentaje de ocupación, separación a linderos), entre los que destaca la llamada edificabilidad máxima, un numerito mágico expresado en m2c/m2s que multiplicado por la superficie del solar (en m2s) da como resultado la superficie máxima que puede llegar a tener el edificio (en m2c).

Como todos sabemos, la propiedad es objeto de tráfico mercantil, se vende y se compra, muda de titular a cambio de dinero, el valor económico, que en nuestra sociedad de “libre mercado” lo cuantifica precisamente éste mediante el espontáneo equilibrio de la oferta y la demanda. Ese valor económico o precio (aunque todo necio confunde valor y precio) depende muy mucho de las determinaciones que sobre la concreta parcela haya establecido el plan urbanístico. Por ejemplo, si yo tengo una parcela en la que sólo puedo construir una nave industrial con una planta de altura como máximo y una ocupación máxima del 50% (edificabilidad = 0,5 m2c/m2s), su precio será muy inferior que el de otra de la misma superficie a la que el planeamiento le asigne uso residencial con admisibilidad de locales comerciales en planta baja con una altura máxima de 6 plantas y sin límite de ocupación (edificabilidad = 6,0 m2c/m2s). Esto es así porque, en la mayoría de los casos (hay excepciones), el valor del suelo se calcula de forma residual a partir del valor del producto inmobiliario que puede construirse. Por eso, en el mundo de los agentes inmobiliarios, se expresa en términos de repercusión, que viene a ser el precio que puede pagarse por una parcela por cada m2 edificable del uso admisible de mayor valor en el mercado. Si prescindimos ahora del factor “uso admisible” (cuya discusión daría para mucho) y nos quedamos sólo con la superficie edificable, se hace obvio que hay una relación directa entre el precio del suelo (el contenido económico de la propiedad inmueble) y la edificabilidad asignada por el Plan. Yo –redactor de un Plan o concejal de urbanismo o miembro de la Comisión de la Comunidad Autónoma que aprueba definitivamente el Plan–, al asignar edificabilidades estoy creando de la nada la superficie edificable potencial, la dimensión (en m2c) de los edificios que han de construirse. Y, consiguientemente, haciendo que unos solares valgan más que otros.

Supongo que hasta los más ajenos a este mundo del urbanismo pueden fácilmente imaginar el trasfondo en las decisiones mediante las cuales se asignan edificabilidades a las parcelas urbanas. Se han hecho muchas fortunas gracias a incrementos importantes de la edificabilidad previa (y también, se han destruido muchos centros históricos). Pero tampoco es de esto de lo que quiero hablar. Vamos a suponer que un Ayuntamiento ordena sus núcleos urbanos asignando unas edificabilidades razonables, las más adecuadas en base a análisis y objetivos urbanísticos, sin que haya movidas ocultas e inconfesables. Lógicamente, podemos calcular el “dimensionamiento” del Plan por el sencillo (aunque tedioso) método de multiplicar la edificabilidad asignada a cada parcela por la superficie de ésta y luego ir sumando las superficies edificables (m2c) parciales obtenidas. Discriminando según el uso principal asignado a cada parcela, podemos aproximar la superficie edificable previsible por cada uno de ellos; por ejemplo, cuantos m2c pueden destinarse con el Plan a vivienda. Luego, si dividimos esa superficie edificable residencial entre un tamaño medio de vivienda (suele usarse 100 m2c, por facilidad de cálculo), nos sale el número teórico de viviendas que caben en los suelos urbanos según la propuesta del Plan; y si este número lo multiplicamos por un tamaño medio familiar (pongamos 3 para manejar números redondos), obtenemos la capacidad residencial potencial de la ordenación urbanística. En base a esta población teórica (posible), el Plan debe calificar una determinada cuantía de suelo dotacional público (para parques, colegios, espacios deportivos, equipamientos sanitarios, etc), y diseñar las redes de infraestructuras básicas (desde el tipo y dimensiones de las calles a las de agua, saneamiento, electricidad, etc). Pero es que además, según el dimensionamiento residencial (y comercial, industrial, etc) de los núcleos urbanos consolidados, y en función de hipótesis razonables de evolución demográfica, el Plan debe justificar las dimensiones de las áreas de crecimiento (suelos urbanizables) que prevea; es decir, terrenos que, no siendo urbanos en la actualidad, deben urbanizarse para extender la ciudad existente y posibilitar la acogida del crecimiento previsible.

Ahora bien, lo que ya no es tan conocido por los extraños a este oficio que ejerzo es que las cosas en urbanismo no son como dice el sentido común, como las entiende un ciudadano normal. La superficie edificada, por ejemplo; todos creemos saber lo que es y cómo se mide; lo que ignoramos es que no toda la superficie construida de un inmueble cuenta como superficie edificada. El cómo se “contabilizan” los m2c de un edificio depende de cómo lo regule el plan correspondiente. Esas normas (antes llamadas ordenanzas) suelen copiarse de plan en plan y de una comunidad autónoma a otra. Así, lo habitual es que la superficie de las plantas sótano (y a veces también de las semisótano) no “compute” como superficie edificada. Por tanto, si tengo una parcela de 1.000 m2s y el Plan me asigna 4 plantas de altura máxima y 50% de ocupación (edificabilidad = 2 m2c/m2s), podré construir un edificio de 4 plantas, cada una de ellas de 500 m2c, con lo que agoto la edificabilidad máxima. Pero además, podré construir dos plantas de sótano ocupando al 100% la parcela con un total, por lo tanto, de otros 2.000 m2c. Es decir, habré construido legalmente 4.000 m2c, el doble de lo permitido nominalmente, pero es que la mitad de esa superficie edificada “no cuenta”. El origen (y justificación) de que los sótanos no se contabilicen como parte de la superficie edificada es que en los mismos se disponían usos auxiliares o complementarios de los principales, carentes prácticamente de rendimiento económico (por ejemplo, los garajes y trasteros del edificio de vivienda, los cuartos de instalaciones, etc). Naturalmente, este argumento es más que discutible, porque nada impide (de hecho es habitual) que plantas sótano se destinen a usos descaradamente lucrativos, como por ejemplo un centro comercial.

Pero la cosa no acaba aquí. Resulta que en la mayoría de las ordenanzas de los planes urbanísticos los sótanos no son necesariamente plantas enterradas, que es lo que entiende el común de los mortales. Hay diversas definiciones que hacen que, aplicándolas, espacios construidos con estupendas vistas al mar (en esta isla, claro) tengan la consideración urbanística de sótano y, por lo tanto, no contabilicen como superficie edificada, sin perjuicio de que se dediquen, por ejemplo, a habitaciones de un hotel de cuatro estrellas (podemos estar seguros de que los turistas que allí se hayan alojado no piensan que han dormido en un sótano). El truco más recurrido para lograr estos sótanos de iure que no de facto es conseguir que el nivel interior de la parcela quede bajo la rasante de la calle, porque en muchas de estas ordenanzas se define como planta sótano aquélla cuya cota de techo sea inferior a la de la vía pública desde la que se accede a la parcela. Por cierto, este mismo criterio suele aplicarse para establecer la altura máxima, con lo que abundan edificios de cuatro, cinco, seis y más plantas (todas ellas con ventanas y fachadas exteriores) en parcelas cuya altura máxima según el Plan es de dos plantas (normalmente, con fuertes pendientes y la vía por la cota superior). En fin, podría acompañar este post de un catálogo de "abusos" urbanísticos perfectamente legales, edificios que tienen muchas plantas o mucha más superficie edificada que los valores máximos nominales establecidos por el Plan y que, en virtud de este tipo de normas, han obtenido las preceptivas licencias.

No hace falta explayarse en los efectos nocivos de estas pésimas –y sin embargo omnipresentes– normativas. El primero, obviamente, es que la cantidad real de edificación que se construye es mucho más de la que aparentemente ha previsto el Plan, con los consiguientes impactos, tanto estéticos como, sobre todo, funcionales (no se dimensionan las dotaciones ni las infraestructuras para la capacidad que realmente se consolida). Pero hay otra consecuencia que a mí se me antoja especialmente perversa: el distanciamiento de la ordenación urbanística de la comprensión de la ciudadanía, que cuando, poco a poco, va comprobando en que se han convertido las dos plantas previstas, refuerza cada vez más la convicción de que todos los que de una u otra forma nos dedicamos a esta actividad somos unos chorizos. Finalmente, quiero señalar otro efecto no menos grave: el debilitamiento de la seguridad jurídica necesaria en el tráfico inmobiliario. Si la máxima superficie que se pudiera edificar fuera siempre, en efecto, el producto de la edificabilidad normativa por la superficie de suelo, se sabría con seguridad lo que vale la parcela correspondiente; pero la superficie edificada final dependerá de las habilidades del arquitecto proyectista para sacarle el máximo jugo a la ordenanza (y también, dado que habitualmente son de redacciones muy ambiguas, de su capacidad para convencer al técnico municipal de que adopte las interpretaciones más convenientes). Como puede verse no es el escenario deseable en una sociedad civilizada.

Todo esto, con muchos ejemplos y esforzándome por ser lo más didáctico posible (fue bastante más tiempo del que se tarda en leer este post), lo estuve explicando el pasado miércoles a tres magistrados del máximo Tribunal canario, para defender que las normas para medir la superficie edificable y para contar el número de plantas que habíamos incluido en nuestro Plan eran mucho más adecuadas que las que había en el planeamiento anterior que modificábamos (por supuesto, nuestras normas impiden que deje de contarse superficie edificable absolutamente "lucrativa" o que se consideren como sótanos plantas que no están en absoluto enterradas). Mi sorpresa (relativa) fue que los tres magistrados –todos con larga experiencia en juzgar instrumentos de planeamiento– apenas sabía que así eran las cosas, lo cual me lleva a pensar que hasta ahora no se ha debido poner ningún recurso que aborde estos aspectos, poco llamativos (porque van disimulados en las normas escritas) o, lo que es lo mismo, que tampoco hasta ahora ningún plan ha cuestionado esta normativa que se viene copiando desde tiempos ya casi inmemoriales. Me quedé con la impresión de que los había convencido, lo cual me hace confiar que la nueva normativa sobrevivirá en el ámbito territorial que ordenamos. La pregunta es si será un caso aislado (incluso de corta vida, hasta que se proponga una modificación) o cunde el ejemplo en otros territorios. A ese respecto no soy tan optimista.


 
A desalambrar - Daniel Viglietti (Canciones para el hombre nuevo, 1967)

martes, 15 de marzo de 2016

Dylan en romance (6)

La Francia de esos primeros años sesenta se debatía entre sentimientos contradictorios y simultáneos hacia los Estados Unidos. Por un lado, de desconfianza y rechazo hacia un país poderoso en exceso, que amenazaba con controlar e imponerse sobre Francia y Europa en su conjunto (recuérdese el antiamericanismo de De Gaulle). De otra parte, los franceses, especialmente los más jóvenes, sentían una intensa fascinación hacia la sociedad estadounidense, y muy en particular hacia el mundo de la cultura alternativa. La pujante música popular americana fue el ejemplo más claro, y aunque no sea más que una anécdota banal, la fascinación que ésta generaba puede comprobarse en el gran número de jóvenes e irreverentes cantantes franceses que adoptaban nombres anglófonos (Richard Anthony, Eddy Mitchell, Johnny Halliday, Dick Rivers). Este equilibrio inestable fascinación-rechazo explica también algo completamente opuesto: la incorporación como propias de canciones de los precursores rockeros (Paul Anka, Buddy Holly, Bobby Darin, Elvis Presley ...) pero traduciéndolas al francés. Hay que decir que, sobre todo para la por entonces prestigiosa izquierda francesa, ciertos sectores de la cultura norteamericana "redimían" los graves pecados del satánico núcleo del capitalismo. Era esa idea de la "otra América" la que permitió el consolidar pacífico de la influencia yanqui en Francia. Y, desde luego, Bob Dylan era uno de los iconos representativos de esos Estados Unidos "buenos".

 
La fille du nord - Hugues Aufray (Aufray Chante Dylan, 1965)

A principios de los sesenta, Hugues Aufray no era uno de los jovencitos rockeros que hacían furor en la naciente Quinta República Francesa. Nacido en 1929 (y, por tanto, ya entrado en la treintena), había vivido en Madrid con su padre al acabar la 2GM; frustrados sus deseos de ingresar en Bellas Artes y casado muy joven, había empezado a ganarse la vida cantando temas folk por los cabarets de Saint-Germain-des-Près. En 1959 se presenta a un concurso radiofónico de la emisora Europa 1 cantando Le Poinçonneur des Lilas, el tema que el año anterior había compuesto un todavía poco conocido Serge Gainsbourg. Queda finalista, lo que le abre el acceso al business de la música ligera francesa: graba su primer 45 y se suma como telonero en una gira de Charles Aznavour; su nombre empieza a sonar. En el 61 es invitado, nada menos que por Maurice Chevalier, a actuar en Nueva York y, según cuenta el propio Aufray en su web, quedó epatado por los USA y decidió que tenía que pasar una buena temporada. Hacia finales de ese 1961 graba Santiano, una adaptación al francés de una canción marinera inglesa, y obtiene un gran éxito; parece que el destino lo va orientando hacia las adaptaciones de temas anglosajones. Vuelve a Nueva York contratado en el club Blue Angel de Nueva York, un cabaret del Midtown de renombre en el que actuaban con frecuencia estrellas de Broadway (debió coincidir, por ejemplo, con una jovencita Barbra Streisand). Pasa unos cuantos meses en la Gran Manzana y traba relación con muchos de los folkies del Greenwich, entre ellos con Bob Dylan, de quien dice que, pese a ser todavía un completo desconocido, enseguida se dio cuenta de que llegaría a ser una gran estrella. Hacia inicios del 62 Bobby no era tan desconocido: ya había sido la célebre actuación del Gerde's Folk City (septiembre del 61) reseñada por Robert Shelton en el New York Times y a consecuencia de la cual John Hammond le contrataría en Columbia. Ya habría grabado su primer disco, que estuvo en las tiendas antes de que Aufray regresara a Francia; incluso cabe la posibilidad de que Hugues asistiera a la actuación de Dylan en el Gerde's del 16 de abril en la que primera vez cantó en público Blowin' in the wind.


 
Ce n'était pas moi - Hugues Aufray (Aufray Chante Dylan, 1965)

La verdad es que esta narración del encuentro y temprana amistad con Dylan del francés (bastante mayor que el de Minnesota) proveniente de la web de Aufray la leí con cierto escepticismo, sospechando que exageraba un poquillo a toro pasado. Sin embargo, he encontrado un breve texto de Bob que acompaña a una foto de ambos cantautores juntos y sonrientes que parece que acompañaba al primer disco dedicado por entero a versiones de Dylan en francés que Aufray publicó en 1965. El primer párrafo dice literalmente: "Recuerdo cuando estaba con Hugues en la oficina de mi manager. Hugues había grabado Céline que había sido un éxito en Francia, y la estaba tocando para Peter, Paul & Mary. Cuando éstos salieron, empezamos a hablar. Le pregunté quién era y qué le interesaba. Parecía que teníamos muchas cosas en común, incluyendo nuestro interés en la pintura, así que estrechamos una amistad que ha durado hasta hoy". Bien, el manager al que Bob se refiere es Albert Grossman que también lo era del trío Peter, Paul & Mary (de hecho, él los había "inventado"). El fallo es que Grossman no fue manager de Dylan hasta agosto del 62 tres meses después de que Aufray volviera a Francia. Pero no sólo eso; resulta que Celine fue efectivamente un éxito de Aufray, pero de 1966, posterior incluso a la grabación del álbum de versiones de Dylan. Conclusión: este texto firmado por Dylan no pudo aparecer en el vinilo original (probablemente sea de la reedición en CD) ya que hubo de escribirse años después; de hecho, el último párrafo reza: "Hugo ha traducido y grabado varias de mis canciones en el pasado y a veces me parece que hubieran sido compuestas en francés y yo quien las hubiese traducido al inglés. Es un querido amigo". Y, en segundo lugar, aunque me crea que para cuando escribiera esas líneas Dylan y Aufray fueran amigos, no parece verosímil que lo fueran desde esa primera estancia del francés en Nueva York. Hay que recordar que Dylan no es precisamente un modelo de fiabilidad en lo que cuenta.

 
Les temps changent - Hugues Aufray (Aufray Chante Dylan, 1965)

La historia probablemente haya sido distinta. Sabemos que a principios de mayo de 1964 Dylan, ya un héroe reconocido del folk, vuela a Inglaterra donde actúa el día 17 en el Royal Festival Hall y, tras algunas apariciones en la tele británica, decide tomarse unos días de vacaciones por Europa con sus amigos Víctor Maymudes y Ben Carruthers. La primera parada, el 21 de mayo, fue en París, y en esta su primera estancia en la capital francesa sí nos consta que estuvo con Aufray. Howard Sounes, uno de los biógrafos de Bob, sostiene que fue entonces cuando se conocieron y a mí me parece lo más verosímil. Quizá, como asegura Hugues, se habían conocido tres años antes en Nueva York, pero dudo que Dylan se acordase y, a lo mejor, apelar a ese breve encuentro fuera la excusa a que recurriera Aufray para, ahora sí, estrechar la amistad con el que probablemente ya era su ídolo. Lo cierto es que pasaron unos días juntos y Hugues le hizo de guía, enseñándole la ciudad y epatándole con historias de muchos de los mitos de Bobby (empezando, desde luego, por Rimbaud). Luego, Dylan y sus amigos alquilaron un coche para acercarse hasta Berlín –querían ver el muro– y acabaron sus vacaciones visitando Grecia. Si consideramos que el 9 de junio ya estaba grabando en Nueva York el Another Side (su cuarto LP), hay que concluir que ese que fue realmente el primer encuentro con Aufray no debió durar muchos días. Pero yo imagino que los suficientes para que el francés le contara su idea de grabar un disco de versiones de sus canciones en francés y que el de Minnesota le diera el visto bueno.


Hay que decir que en febrero de ese 1964, uno de los ídolos del pop francés del momento que ya he citado, Richard Anthony, había grabado un sencillo con la versión francesa de Blowin' in the wind (Écoute dans le vent), la primera traducción al francés –que yo sepa- de un tema de Dylan. Imagino que para Hugues sería como recibir una puñalada: que ese oportunista populachero incluyera el sacrosanto himno folk en su repertorio de versiones del pop americano, una más entre tantas que hacía ... Para colmo, él había pasado al francés el Don't think twice antes de la publicación del sencillo de Anthony, pero no había conseguido que se lo grabaran. Sin embargo, los meses previos a la llegada de Dylan a París la carrera de Aufray recibe importantes impulsos: actúa en febrero en el Olympia, participa en marzo en Eurovisión en representación de Luxemburgo (quedó 4º con Des que le printemps revient , en la edición que se llevó con Non ho l'età Gigliola Cinquetti, little sweet sixteen por entonces), graba un álbum en directo ... En fin, que se siente más seguro y más avalado –mucho más cuando obtiene el placet de Bob– para aventurarse en un proyecto bastante ambicioso: grabar un larga duración completo de canciones de Dylan en francés. Para ello, llama a Pierre Delanoë, uno de los más importantes letristas franceses, y al músico Jean-Pierre Sabard para que lo ayudara con los arreglos. El resultado es una lista de once canciones, un álbum –Aufray Chante Dylan– que supondría un notable impacto en el panorama musical francés y marcaría una referencia fundamental para la difusión de Dylan en el país vecino pero también en los de alrededor, en especial en Italia, e incluso en España. Obviamente, por la fecha en que se publica el disco (1965) todas las canciones provienen de los álbumes segundo, tercero y cuarto de Dylan. Curiosamente no incluye ni el Don't think twice que fue su primer ensayo, ni tampoco el Blowin' in the wind que le había pisado Richard Anthony; ambas canciones las interpretaría en varias ocasiones con posterioridad. He subido a este post unas cuantas de estas versiones.

 
Corrina, Corrina - Hugues Aufray (Aufray Chante Dylan, 1965)

Aunque siempre hay que desconfiar de la sinceridad de las alabanzas que se piden para vender un disco (o un libro o cualquier otro producto), lo cierto es que lo que Dylan dice de estas versiones de sus canciones no me parece demasiado exagerado. En efecto, Aufray logra que parezcan compuestas originalmente en francés. Supongo que además del mérito de los "transponedores" también algo hay que reconocerle a la lengua de destino; o sea, que me parece que el francés funciona mejor que el italiano o el español (y no digamos que el rumano) con los temas de Bob. Como sea, este disco marca el canon del "Dylan francés", al que volverá el propio Aufray pero también otros nombres ilustres. Pero de ello seguiré hablando en próximos posts.